Desnuda

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Pero no tener expec­ta­ti­vas sobre los demás tam­bién es un escu­do.
Cómo hacer para des­nu­dar­me por com­ple­to, bajar todos los escu­dos, que­dar expues­ta y vul­ne­ra­ble, dejar que la vida me rom­pa el cora­zón y escu­pa sobre los peda­zos tira­dos en el piso, acep­tar­lo todo, sufrir­lo todo.
Cómo dejar atras las barre­ras, derri­bar los muros en rui­nas y los techos ago­bia­dos por gote­ras, dejar atrás las cerra­du­ras, los poli­cías, el olor a hume­dad y los libros pol­vo­rien­tos lle­nos de insec­tos; dejar que la llu­via me empa­pe, me cale has­ta los hue­sos, que el vien­to y la llu­via me con­ge­len, me dejen tem­blan­do de frío y ham­bre, dejar que la tor­men­ta me lim­pie, me vacíe, me libe­re, pero tam­bien que me las­ti­me, me elec­tro­cu­te, me des­tru­ya, me enfer­me, me haga pasar días y sema­nas, meses ente­ros moquean­do y estor­nu­dan­do, deli­ran­do de fie­bre, tocien­do y escu­pien­do peda­zos de pul­món.
Quie­ro dejar­me las­ti­mar por el mun­do, abrir­me al dolor, no rete­ner o escon­der las lágri­mas, dejar de fin­gir que no sien­to nada, cuan­do sien­to de todo al mis­mo tiem­po.
Quie­ro abrir el cora­zon como se pela una bana­na, como se mar­chi­ta una flor, dejar­me meter el dedo en la lla­ga, dejar­me que­brar, cla­var, apu­ña­lar, some­ter­me al momen­to, a cada momen­to, per­der el con­trol, dejar­me arras­trar, arra­sar, abra­sar, dejar­me corrom­per, des­de aden­tro, arder, explo­tar, llo­rar has­ta aho­gar­me, hun­dir­me has­ta tocar fon­do; cami­nar por las calles con el cora­zon en la mano, ofre­cién­do­se­lo a los des­co­no­ci­dos, para que me amen, para que me vio­len, me den orga­mos, me vomi­ten, me aca­ri­cien, me arran­quen peda­zos, que se lle­ven todo...
Total ten­go más órga­nos, toda­vía pue­do sen­tir con el estó­ma­go, con la vagi­na, los riño­nes, el híga­do, los intes­ti­nos, el cere­be­lo, el vello de los bra­zos, la mira­da, la len­gua, con las amig­da­las no por­que ya me las saca­ron; pero toda­vía pue­do sen­tir con la piel, y pue­do abrir la piel, pue­do des­pe­lle­jar­me, dejar que la san­gre bro­te por cada ter­mi­na­ción ner­vio­sa, y que entre el aire, dejar que el aire me puri­fi­que y me que­me viva.