Necesitaba saber con precisión si ya se había ido. Entre sueños había escuchado la puerta cerrar en más de una ocasión, de hecho, creía que fue justo un par. Tenía miedo de levantarse y encontrarse con él.
Fue recuperando la vitalidad aunque no la valentía. Creía que el sujeto seguía adentro. Era raro, la presencia se notaba y el silencio era cortado por un sonido de una pitada larga, y el humo se perdía entre las caídas ramas del sauce. Todavía era de noche.
Su cuerpo desnudo, sin moverse, empezaba a transpirar. Miraba desde la cama a la ventana que daba justo al patio esperando encontrar alguna respuesta. Pasó un cuarto de hora desde su desvelo y seguía perpleja por lo que había hecho. Pensaba en que sería la última vez, se sentía sucia y por momentos le daban nauseas.
El recuerdo de horas atrás, que le hacía cambiar el semblante, fue interrumpido por la atención de los pasos de su amante. Vivió un momento eterno en pocos segundos. Sintió olor a tabaco en sus manos, se acostó en su cama, la abrazó y con la otra mano acarició su vientre. Ella sonrió y sin pensar le regaló unas frases trilladas de amor. Al instante entraron en trance de locura y pasión.
Le quedaba poco tiempo, era hora de empezar el ritual que más le pesaba, el aseo de la casa y la despedida del padre del hijo que tenía pocos meses de gestación. Faltaba una hora para que llegue su marido y la idea modificaba paulatinamente su humor.
“Cuándo se lo vas a decir” preguntó el hombre, como tantas otras veces, antes de darle un beso en la frente. Un hoyuelo en la mejilla y una mirada tenue indicaron la respuesta que no tenía precisión. El hombre se marchó; ella abrió la ducha y sentía el agua como azotes en todo su cuerpo, la temperatura del agua era elevada, sin embargo temblaba.
No quedaban rastros, le molestaba ser tan cautelosa y calculadora. Los malos pensamientos volvían a apoderarse de ella pero sabía que esto tenía un final. Y fue ese día.
Una vecina relató el episodio a los medios, “Escuché el disparo, entré cuidadosamente a su casa, tenía el arma en su mano y todavía balbuceaba, en el último suspiro me pidió que no le cuente a su marido. Es muy raro porque su marido falleció hace dos años por ahí”. La policía cerró la cuadra con las cintas amarillas, un centenar de curiosos erguían sus cuellos y solo podían a ver a quienes prestaban su testimonio.
Un puñado de familiares presenció el entierro, no fue nadie desconocido, eran los de siempre, casi la misma convocatoria de aquella mañana soleada en el cementerio que la tuvo a ella como la viuda anfitriona de ese inmenso dolor.
Pasaron unos días, el caso ya había sido cerrado como un suicidio. Se respaldaba en el resultado de la autopsia que demostró ningún rastro de violencia, ni de consumo de estupefacientes, mucho menos de la presencia de un hijo.