Qué pena me da
ver cabezas blancas
ostentosas, setentosas
ochentosas u ocultas
bajo tintes para el tiempo,
cruel tiempo que pasa, detener.
Qué pena me da,
no su existencia,
sí la lucha por la educación
que sostuvieron y sostienen
por treinta o más años
poniendo su alma en ella.
Qué pena me da
ver que arrastran
su cuerpo ya frágil
dolorido, enfermo
con ayuda de bastones
o de amigos dispuestos.
Y los otros olvidados
de sus cicatrices
de su corazón o pulmones
afectados, discapacitados
para emprender ésta
la nueva lucha del ocaso.
Qué pena me da
esta lid de los jueves
jueves de plaza
jueves de himno nacional
que ya nadie respeta
jueves tras jueves.
Qué pena me da
que estos abuelos
no se regocijen
de la dignidad y el respeto
que en su juventud
y madurez sembraron.
Qué pena me da
que cada jueves
sean menos, cada vez menos
que vayan quedando
en el camino
los más indefensos.
Qué pena me da
que la semilla
de la honradez y la decencia
no haya germinado
en los alumnos hoy funcionarios
hoy sordos dueños del poder.
Pero así como en la vida
tantas otras veces
me guardaré la pena
en un bolsillo
y seguiré exigiendo
lo que nos pertenece.
Y seguiré con mis colegas
docentes jubilados
como Jesús, como Gandhi
Mandela y otros anónimos
luchando en paz con dignidad
por el cumplimiento de las leyes.