La Ramonita de la Parada, una historia de Oberá, una leyenda

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La Ramo­ni­ta, des­de la vere­da de Gober­na­dor Barrei­ro espe­ra­ba siem­pre con ojo cer­te­ro a quien pasa­ba des­de la car­ni­ce­ría a la vie­ja para­da de colec­ti­vos. Todo ocu­rría con una sin­cro­ni­za­ción casi de ser­vi­cio secre­to. Un hom­bre cual­quie­ra cru­za­ba la calle. Y bas­ta­ba para tener uno de los bra­zos más reti­ra­do del tor­so, a cau­sa de una agen­da que este pudie­ra lle­var en la mano o el mis­mo movi­mien­to vai­vén del bra­zo. Ella se acer­ca­ba al cuer­po del dis­traí­do y se pren­día del bra­zo y pasa­ba como una gran seño­ra.

Lo de gran seño­ra no esta­ba sola­men­te en la pose con ese pre­ten­di­do señor. Sus ojos se ilu­mi­na­ban y alza­ba el men­tón. No cami­na­ba, la Ramo­ni­ta levi­ta­ba sobre ese empe­dra­do de pocos pasos y 40°.

Sus labios esta­ban pin­ta­dos de car­me­sí y de su mira­da se des­pren­día un fue­go bas­tan­te des­co­no­ci­do para tan­ta mora­li­na de asi­duos com­pra­do­res de rifas con ves­ti­dos ele­gan­tes de la igle­sia San Anto­nio. Ella cru­za­ba como lo que fue, una rei­na lle­na de joyas y bri­llos en un Obe­rá lle­na de pre­jui­cios.

Aun­que en cier­tos momen­tos apa­re­cía La Ramo­ni­ta emba­ra­za­da. ¡Otro crío!…. La gen­te opi­na­ba y sen­ten­cia­ba. La Ramo­ni­ta tenía rela­cio­nes, en baños, capue­ras o pla­zas. Que habrán sido de esos hijos. A veces y sien­do sim­plis­ta, creo que hay dos his­to­rias en Obe­rá, la de los masa­cra­do­res de rusos, la de los expen­de­do­res de bebés, la del éxi­to de pue­blo, ape­lli­dos de dudo­so pedi­gree y por el otro lado la his­to­ria de Las Ramo­ni­tas, des­am­pa­ra­dos, tare­fe­ros. Nin­gu­na me gus­ta, por ser la pri­me­ra gene­ra­do­ra de la últi­ma. Aun­que adhie­ro a la Ramo­ni­ta, la ter­nu­ra de su mira­da, la geo­gra­fía de su ros­tro dema­cra­do con la sua­vi­dad de su son­ri­sa.

Soy un hijo de Ramo­ni­ta, no de los gana­do­res. Me ads­cri­bo a su cuer­po en otro­ra lleno de sen­sua­li­dad sub­tro­pi­cal y hoy, a su estar de ter­cio­pe­lo can­sino y sua­ve. No te que­da el car­me­sí ni las joyas de fan­ta­sía pero que­da­mos noso­tros a quie­nes nos ense­ñas­te a ver la belle­za en esta­do acti­vo.

Fuis­te la loca de la para­da, y eso es más que cual­quier gor­da culocha­to yen­do des­de la parro­quia San Anto­nio a rezar y lue­go cagar a muchos o al casino. Si eso era estar loca pre­fie­ro tu locu­ra a la de tan­ta rata que repar­te mise­ria y algo de moral bau­ti­za­dos y casa­dos por el civil, la igle­sia y toda su cur­si­le­ría. Ramo­ni­ta, gra­cias por tan­to cari­ño incom­pren­di­do, por tan­ta acti­tud de vida.

-Gabriel Mar­tí­nez Pri­mer Hijo no reco­no­ci­do de LA RAMONITA-

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**(La Ramo­ni­ta, y siem­pre con artícu­lo antes del nom­bre era con­si­de­ra­da la loca de pue­blo, siem­pre piro­pea­ba a los hom­bres y los enca­ra­ba. Me cau­só un gran cari­ño y cier­ta cama­ra­de­ría por ser mili­tan­te de la tra­ve­su­ra) Mario Juan Kita­groc­ki es un artis­ta con gran sen­si­bi­li­dad. Apar­te de un gran tipo.