La noche estaba agradablemente fresca. Los vientos alisios del sur arrastraban ráfagas de soplos que atemperaban el calor del ambiente. La bóveda celeste cribada de nítidas estrellas y la luna brillando en menguante con su ancestral forma de C invertida, resaltaban el maravilloso espectáculo de la creación. Y en la contemplación, el hombre al levantar la cabeza y otear el inconmensurable espacio celestial titilando de lucecitas brillantes, expande su espíritu que se adentra en dimensión desconocida y halla la posibilidad de comunicarse con Dios y reencontrase consigo mismo. Es la calma que invita a la mesura, al equilibrio de la justa medida, a la meditación. Es la ataraxia de los griegos definida como la virtud que aleja vanas emociones. Pero el hombre cuando agacha la cabeza, cuando baja la vista podrá encontrar hechos maravillosos y sutiles realizados por sus congéneres, y a la inversa hallará acontecimientos delictuosos, miserables, oprobiosos que envilecen a la humanidad y la hunde en la abyección más degradante como fue el crimen de Francisco, y solamente pueden ser extirpadas si se usa la razón en forma virtuosa, ecuánime y de manera generosamente altruista. Pues en definitiva la razón y la conciencia son premios y castigos que Dios brindó a los hombres.
Todavía faltaban dos horas y media para la media noche y doña Eulalia como era su costumbre se aprestaba a sentarse a tomar el último mate del día y leer la Biblia bajo la lumbre mortecina de la lámpara a kerosene. Sus hijas y los hijos de sus hijas que hacía rato habían cenado ya estaban durmiendo, porque mañana comenzaban las clases y algunos de los chicos debían concurrir. Por otro lado los atados de ropa sucia indicaban que las muchachas debían ir al río a lavar y luego entregar esas prendas de la mejor manera a sus patrones así podrían ganarse propinas extras.
En el momento que repasaba la lectura del salmo 147.3 referido a que “Él sana a los quebrantados del corazón y venda sus heridas”, fuertes golpes con el nudillo de la mano sonaron en la puerta. Sabía de quien se trataba y precisamente frente a él volvería a releer los párrafos del salmo. Se levantó de la silla no sin esfuerzo y dijo:
-Cada vez estoy más achacosa-
Y se le cruzó por la mente cuando en sus años juveniles acompañaba a su padre y a Eudoro a pescar saltando de piedra en piedra para llegar al bote, porque la orilla del río Paraná en Posadas exhibía rocas poderosas formando playones naturales que permitía a las lavanderas lavar plácidamente.
‑Ya va, ya va que no hay prisa.
Dijo suavemente al correr el cerrojo y abrir la puerta. En el umbral se encontraba Danielito que pese a la penumbra mostraba la cara demacrada asemejando un espectro, los hombros gachos como abatido y para colmo la ropa tan ajada que daba lástima.
La vieja curandera le invitó a pasar y le dijo:
-Vamos al corredor así estaremos más tranquilos y no despertaremos a los chicos.
Cruzaron las habitaciones y doña Eulalia con la Biblia en una mano y en la otra portando la lámpara guiaba en la oscuridad. Llegados al pasillo se acomodaron en unos bancos con respaldo fabricado por su padre con el cerne de angico colorado, que pasado el tiempo quedaron duros como piedras.
-Lo hizo cuando supo trabajar en el obraje de los Queiroz, pero se volvió porque el río le tiraba más que el monte- comentó
En el fogón brillaban las ascuas en el corazón de un tizón, que al otro día removiendo un poco y el agregado de unas leñas ya tendrían el fuego para preparar el mate cocido del desayuno. Afuera la noche seguía tan hermosa como una postal de navidad que ni siquiera nubosidad alguna se atrevía a empañar tanta nitidez. Pero nada de esto conmovía a Daniel que arrastraba consigo el drama de su alma a cuesta, la mente obnubilada que le impedía razonar y moviéndose de un lado a otro como esos perros fóbicos que no tienen rumbo.
-Ayúdeme doña Eulalia no doy más- Decía el pobre con ojos llorosos.
–El Paco se me aparece en sueños acusándome que fui parte del crimen. Me despierto aterrado y me es imposible conciliar el sueño. Hace días que mal duermo y no puedo seguir así.
-Escucha hijo, primero vas a tomar una taza de té de hojas de valeriana que te dará tranquilidad, luego leeremos la Biblia para que te acerques a Dios y rezaremos el Santo Rosario.
Le dijo en tono dulce y cariñoso como una madre habla a su retoño. A continuación se levantó a duras penas del banco y se dirigió al fogón donde una pava cubierta de hollín contenía el té de valeriana listo para servir. De pronto Daniel se puso de pie y dijo casi gritando:
-¡Debo ir a confesarme!
-No puedes- le respondió la anciana –la capilla está cerrada.
-¡No importa iré igual y esperaré hasta mañana!
-Primero toma el té y luego te vas.
Lo dijo en la creencia que el efecto de la infusión fuera más rápido que la ansiedad que le agarró por retirarse. Pero Daniel ignorando el consejo se fue como alma que lleva el diablo y en su huida tropezó con la mesa de estar cayéndose estrepitosamente, y eléctrico como estaba se levantó cual resorte perdiéndose por los andurriales detrás del regimiento sin que nadie supiera de su paradero. Sin embargo a la mañana del tercer día de su desaparición, Mitaí salió corriendo en forma desaforada del galpón como si fuera que hubiera visto las bestias del averno gritando:
-¡Allí está colgado Danielito! ¡Vengan que está colgado!
Alertado de tanto alboroto los vecinos se allegaron al lugar para observar el espectáculo deprimente de Danielito colgado de un horcón, sin vida. Nadie lo tocó. Enterada la madre llegó a la hora del momento que encontraron a Daniel para toparse cruelmente con la escena del hijo pendiendo de una cuerda. Y Mama Rosa sin excitación alguna siguió encerrada en su mutismo sin salir del encierro auto impuesto como si nada le importara, santa razón por el cual ya todos pensaban que estaba quedando orate.
La Francisca abrazó el cadáver de Daniel allí colgado y lloró con el llanto de una madre que pierde un hijo, éste era su único, y en acto antinatural tendría que enterrarlo pues son los hijos que deben sepultar a sus padres. Después de un rato, ya más calma, pidió que lo bajaran pero antes extrajo un papel que sobresalía de unos de los bolsillos. Se trataba del mismo papel ajado y doblado en cuatro que doña Eulalia le entregara la primera vez que Danielito la visitara y que dijo estar engualichado, por la inquina que sentía hacia su amigo. En aquella oportunidad la curandera le contestó:
-Hay veces que las emociones en el hombre superan a la razón y le obnubilan la mente como en tu caso, y solamente vos con la ayuda de Dios podrás superar. Luego le entregó ese papel explicándole que un cura Jesuita le había dado a la abuela de su abuela con reflexiones para aquellos que no andaban equilibrados espiritualmente. Ahora doña Pancha procedió a desdoblar y contemplar el contenido:
Más bien que para mal
Dios nos dio la inteligencia
y depende de nosotros
emplearla con sapiencia.
Nos dio el alma inmortal
eterno etéreo esencial
que sutil en nuestro ser
nos escolta silencioso.
Es depositario inflexible
de todas nuestras acciones
y después que la muerte llegue
puntual se presentará ante Dios.
También nos dotó de espíritu
que es nuestro yo interior
guiando todos los actos
cedido al mundo exterior.
Es un costal que convive
el rencor y la ecuanimidad,
la envidia y la modestia,
la frivolidad y la austeridad,
la avaricia y la generosidad
el genial fuego sagrado
y las ascuas irrelevantes.
Dos alternativas contienen
dominadas por la conciencia:
aquí la fortaleza, allá la debilidad.
y ambas sometidas, a la sinceridad.
El espíritu de débil textura
comporta humanas miserias,
y la aplicación de injusticias
sobre indefensos y parias.
Al contrario el espíritu fuerte
se apoya en la imparcialidad
del sentimiento y la razón
de la justa ecuanimidad.
He aquí los valores expuestos
del espíritu del hombre correcto:
la cordura del saber por un lado
y aplicación de justicia por otro