Despedida llena de sueños

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Cer­ca del Día de los Ena­mo­ra­dos, el domin­go, he des­pe­di­do a mi ama­da, subió al ómni­bus de la mano de su com­pa­ñe­ro, Que en la otra mano lle­va­ba car­te­ra. Se sen­ta­ron son­rien­tes en el asien­to, ella ocul­ta­ba su tris­te­za con un giro de sus bellos ojos.

Ambos Iban a empe­zar a cono­cer­se en un lar­go via­je has­ta lle­gar a su des­tino, Su des­tino de un nue­vo hogar duran­te un año. Fui a bus­car una flor, o al menos una hoja de árbol, para dár­se­la como hacía cuan­do ella regre­sa­ba con algún deta­lle, Pero el ómni­bus empe­zó a ron­ro­near, y tuve que regre­sar de pri­sa. Ape­nas nos abra­za­mos. No tenía­mos tiem­po. Qui­zás tam­po­co tenía­mos fuer­zas, regre­so a su asien­to. Movi­mos nues­tras manos en el aire del medio­día. Sé que lle­va en su bol­so una nove­la alu­ci­na­da de un gran sue­ño que había­mos empe­za­do a cum­plir y algu­nos dolo­res en el estó­ma­go, qui­zá era por la ten­sión que gene­ran estas des­pe­di­das y ella con su son­ri­sa ocul­tan­do el dolor y por otro lado ese ges­to de sor­pre­sa por lo que sen­tía en la des­pe­di­da subió al colec­ti­vo toman­do rum­bo hacia su ciu­dad.
Con­fío en que le duren los tres días del via­je.

Lle­gan­do a casa encon­tran­do la deso­la­ción de la sole­dad, unos bol­sos entre el des­or­den de mi alma al ver que mi fami­lia ya no esta­ba en la casa, las son­ri­sas ya no bri­lla­ban, el úni­co rui­do era el de un tecla­do y una mira­da tris­te vien­do un moni­tor asu­mien­do que la sole­dad vol­vía a ser una ami­ga que se había ido por un tiem­po nada más.
Al entrar vi cada minu­to que había­mos pasa­do en este lugar que lo lla­ma­mos un Hogar, y recor­dé el pri­mer día que te sen­tas­te en este sillón como y la sen­sa­ción como si había caí­do sobre la Tie­rra un come­ta de inmen­sa luz azul, de ávi­do fue­go y des­de de ahí muchas noches de pro­ce­sos como si esta­ba pro­gra­ma­do todo, y vos mirán­do­me con ver­güen­za como si era un peca­do dre­nar males­ta­res de tiem­pos oscu­ros. Entre flo­res y penas, miran­do con ojos devo­ran­tes e incon­so­la­ble, como si tuvie­ras cul­pa de esas lágri­mas, de ese ros­tro mar­chi­to Y otra vez fue un esta­lli­do de cóle­ra sagra­da y ponien­do ese de tu par­te y yo de la mía ese amor, amor inmen­so y puro para que cese la des­di­cha del otro, que te aho­ga­ba como el asma.
De algo estoy segu­ro que todos esos días te hicie­ron ver que esa gran­de­za de per­so­na que tenés mere­ce ese res­pe­to, valor, y tan­ta admi­ra­ción como cuan­do te mira­ba en noches difí­ci­les con los ojos lle­nos de lágri­mas o salía a llo­rar al ban­co de atrás cuan­do dor­mías para que no me veas, sabien­do que podes alcan­zar esa mon­ta­ña lle­na de estre­llas y de sue­ños en manos como las tuyas empe­za­rán las cosas otra vez, Y habrá ale­grías y escue­las y árbo­les dora­dos que van a refle­jar el valor de todas esas noches difí­ci­les don­de con amor veías que la vis­ta se me nubla­ba del can­san­cio por ver­te bien, por ese amor que te ten­go a cada minu­to, con inten­si­dad, afi­nan­do los ojos para saber cuán­do nece­si­ta­bas un abra­zo Y vos hecha toda risa, y toda angus­tia evo­can­do la madru­ga­da terri­ble y her­mo­sa, o avi­zo­ran­do el por­ve­nir de tus obje­ti­vos (Ese por­ve­nir en el que esta­rás), movien­do la cabe­za como la lin­da mucha­cha de pue­blo que nun­ca dejas­te de ser, don­de aho­ra vivías jun­to a tu madre, el her­mano y los teso­ros guar­da­dos en la peque­ña gru­ta de la infan­cia.

Aquí mul­ti­pli­ca­da y úni­ca estás, invul­ne­ra­ble, Y en los días duros y en las noches difí­ci­les des­de allí me hablas con ter­nu­ra y fir­me­za, por­que sabes, Que­ri­da niña, que­ri­do amor, sabes todo lo que te amo y me pone orgu­llo­so de tener esta lucha tan dura, aun­que la vida nos sepa­re antes del día de los ena­mo­ra­dos y esta casa sea una ofi­ci­na que ser­vi­rá tam­bién para con­tri­buir a cada sue­ño que nos pro­pu­si­mos vamos a poner lo mejor de noso­tros para poder salir de todos las mar­cas que hayan deja­do algu­nos ani­ma­les en nues­tra vida, para poder tener lo que siem­pre hemos soña­do y dis­fru­tar­lo sin que nos tiem­blen las manos como cuan­do habla­mos de casar­nos y el cora­zón se te ace­le­ró por mie­do y yo no sabía si salir corrien­do. Estas cosas van a ser un mal recuer­do y noso­tros esta­re­mos en la feli­ci­dad de nues­tro hogar la pró­xi­ma navi­dad, año nue­vo y qui­zás ya pen­san­do en cum­plir ese mila­gro que espe­ra­mos para noso­tros. Hoy lleno de dolor te pido fuer­zas en este momen­to para ini­ciar este tra­yec­to de tu vida tu otra nove­la como una mujer del que estoy orgu­llo­so a cada minu­to de mi vida

–Sé útil. Sé feliz. Este tris­te está orgu­llo­so de ti–.

Te espe­ro siem­pre, Ale­jan­dra.