La crisis de las identidades
Por otro lado la crisis de identidades por la que atraviesa el hombre moderno occidental de pos-guerra tiene su impacto ineludible en la concepción de la infancia también, y en lo que hacemos con cada nuevo niño que nace. El triunfo de la lógica de la inmediatez, de la caída de los grandes proyectos vitales, de la idealización mediática del juvenismo adolescente como estética deseable para todos; por encima de la sabiduría de la senectud y la experiencia, estos son alguno de los rasgos más significativos del hombre y la cultura de nuestro tiempo.
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX se creía fuertemente en la eficacia del Estado y sus instituciones como agentes formativos primordiales del sujeto, del sujeto ciudadano, del sujeto del deber, etc. Pero no pasó mucho tiempo para que esa ilusión caiga. Luego de las dos grandes guerras del siglo XX eso cambió drásticamente, por lo que ahora pareciéramos asistir a la caída estrepitosa del poder instituyente de la cultura y sus instituciones, dando lugar así al predominio casi absoluto del mercado y su lógica capitalista que intervienen y regulan muchos, sino casi todos, los procesos de subjetivación del hombre. El mercado y sus pequeños nuevos objetos están allí mediatizando la relación del Otro y el sujeto.
Como afirma el sociólogo Polaco Zygmund Bauman sucede que la vida se ha vuelto “líquida” y el hombre de pos-guerra padece esta licuefacción del vivir. El mercado marca el tempo de nuestros deseos como nunca antes había sucedido, y poco queda así, ya, para la razón o la sensatez.
Se podría reducir más aún el meollo del asunto diciendo que la lógica del mercado se ha vuelto un imperativo categórico para el sujeto deseante de nuestro tiempo. Ésta nueva forma del vivir va desplazando progresivamente a los antiguos ritos civilizatorios; y no es que se anhele en demasía el pasado pero algo tan sencillo y poderoso como ha sido la palabra, está hoy, tan denostada, que no parece ya servir para resolver nada, los nuevos ritos de consumo marcan una nueva lógica de vinculación que va excluyendo la palabra en su función instituyente. Y así, como dice la canción, vamos convirtiéndonos en sociedades preponderantemente de consumo, sociedades de goce.
¿Qué pasa entonces con los niños bajo estas circunstancias?
Respecto a los niños, el mercado y su lógica de la inmediatez, precipita, como nunca antes se había visto, al goce. Y entiéndase esta vez por goce a la aceleración caótica de sus procesos vitales espontáneos.
Así como la polución va derritiendo y moviendo los enromes e inmutables témpanos de hielo, el espacio de la niñez apenas consolidado a finales del siglo XX, se va corriendo del lugar ganado, como un tempano a la deriva; derritiéndose y encogiéndose cada vez más. No se trata más que de una premura singular que inyecta el mercado de la información y del consumo, en la población infantil.
El giro peligroso que ha tomado la civilización occidental es la de incluir al niño en la lógica del consumo de los adultos, es decir, considerar al niño como cliente potencial, como un sujeto deseante y racional. Cuando sabemos que el niño no es cabalmente responsable de su deseo, éste, que apenas y aspira a reflejo del deseo adulto, apenas y no se dibuja más allá que del propio deseo del gran Otro familiar, que lo sostiene en tanto sujeto del deseo.
Asistimos entonces al retorno desfigurado de la vieja figura del homúnculo (adulto en miniatura- concepción del niño en la edad media.)
¿Por qué con los niños?, ¿Por qué incluir allí a los niños? es decir: ¿Por qué incluirlos en esta lógica efervescente del querer, que tan mareados nos tiene?
Se constata fácilmente que muchos niños aprenden primero a querer antes que a saber lo que eso implica, parece ya que no se puede esperar por nada; y lo curioso es que esperar es también un saber muy valioso, de lo más útil para lidiar con la ansiedad por ejemplo.
Hace tiempo que el mercado, las publicidades y los medios de comunicación han posado sus ojos y sus deseos en la primera infancia, y han insuflado este período, tan frágil, con un materialismo descomunal, ya sea con un sin fin de objetos mercantiles novedosos y simpáticos, prestos a adquirirse ‑juguetes y tecnología-. Aquí también ha cambiado la demanda –exigencias- de los padres para con sus hijos, éstas ahora apuntan por lo general, en sus múltiples formas, a reforzar el goce privado del sujeto, que está en sintonía con el goce de nuestro tiempo; entiéndase éste último por exceso o voluptuosidad del desear.
La necesidad expectante y urgente por la novedad produce más efectos de aburrimiento repentino y reiterado, en las sociedades de consumo, del que los niños no están exentos. Otra de las prácticas comunes de esta lógica de adulte-ración del niño es la pasión por vestir a la moda, que va acompañado del esfuerzo tácito de los padres por evitar que sus niños se ensucien y estropeen sus vestimentas costosas. La promoción de competencias exitistas son otra de las formas que recibe el tratamiento de los niños en nuestro tiempo, éstas van desde la exposición en la televisión hasta las exigencias en los clubes (deportes), recuérdese por ejemplo, el programa televisivo donde los niños cocinaban bajo presión.
Llenar a los niños con actividades que éstos no eligen parece ser también un rasgo valorable para nuestro tiempo, “se lo está estimulando” se suele decir. Lo que se observa a fin de cuentas es que al juego infantil (forma que tiene el niño de conocer e inventarse un mundo propio) se lo busca institucionalizar, intencionalmente, desde muy temprana edad. Con ello, si bien “se gana” en disciplina, se pierde tiempo valioso de juego espontáneo, que es igual a: tiempo de creación, tiempo de imaginación, tiempo de desarrollo adecuado etc.; infatuar a los niños con informaciones y contenidos, a veces poco útiles, provistos tanto por la escuela temprana, como por la televisión, los juegos virtuales, la internet, parecen ser la lógica con la que pensamos la infancia de nuestro tiempo y del futuro.
El mundo laboral del futuro demandará ya no obediencia y memoria, sino flexibilidad y creatividad, se dice; pero ¿Qué se hace de veras con la creatividad?, ¿Seguimos siendo tan arrogantes para creer que podemos manipular la “creatividad de las masas” apresurándolos en su institucionalización, dándoles juegos de colores y castillitos de ladrillos, en suma, regulando cada vez más los espacios de juego? Sólo para tenerlo en cuenta, pero el último gran “genio inventor”, el americano Steve Jobs, no terminó la escuela, y es más que sabido que detestó la misma, por ser un espacio verdaderamente opresivo para su espíritu creativo.
Esta tendencia de “captarlo todo” pareciera generar, a largo plazo, más bien, una merma significativa en el entusiasmo y en la espontaneidad de los sujetos, con el correlato de un empobrecimiento de las relaciones con el otro.
Algún día quizás se consense que el exceso de información innecesaria, a temprana edad, sea perjudicial para la salud mental, ya que obtura la dinámica entre la imaginación y el placer por el descubrimiento.
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Fragmento de la edición N° 3 de la Revista ‑Entre-dichos- biblioteca Popular Patricias Argentinas- Editor Responsable: Lic. Vandendorp Rafael
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ENTREDICHOS III