Desde el alma profunda de las eras,
autopista de savia libertaria,
fluye, fértil tu sangre milenaria,
verde síncope, pulso de la gleba.
Majestad atávica de la selva,
la esmeralda inmolada de tus hojas,
acuna el dolor del que despoja
tu melena, en su sueño de quimeras.
Y el fuego, flamígero, inconsciente,
que ofrenda tu gema en la sapeca,
convoca al mismo tiempo al inocente
que llora su tristeza tarefera,
y conjura, mudo y penitente
la alquimia de tu esencia misionera.