Por Evelin Inés Rucker
Las nietas de las brujas fueron desterradas; llegaron desde sinuosos caminos asfaltados y carreteras perfectas. No eran esclavas del diablo, pero sí señoras y dueñas del amor.
No era tarea fácil. Nunca fue fácil vivir en el amor.
Solo la mente compartida por una sociedad miedosa tenía al tiempo en un ayer de hogueras, brebajes y lechuzas. Ellas, las mujeres fuertes que no temían emigrar una y mil veces, se sabían intactas en el presente.
_ Cuando estás en el ahora, salís del tiempo –dijo Inés en un susurro a gritos- Ves que el tiempo no es lineal, sino esférico y que todo ocurre en un mismo instante.
Las hogueras brillaron y las celdas de piedra húmeda volvieron a asfixiarlas mientras sus almas eternas abrazaban al dolor y a la angustia con toda la ternura que sabían estaría siempre impresa en sus ADN.
Josefina caribeña vuelve a llorar su vientre estéril junto a Napoleón. Juana rescata el cuerpo de Manuel Ascencio escoltada por los cholos en las sierras bolivianas. Marielle, socióloga feminista militante, festeja sambando negrura su concejalía fluminense. Simone escribe pasiones y decisiones en cartas existenciales. Norita sigue circulando erguida los jueves con un lienzo blanco en la cabeza. Yocasta…
Cada una caminó aquella tarde de junio abriéndose paso por las calles porteñas rumbo a la plaza del congreso que las recibía y las juzgaba.
A pesar del amor, no pudieron despertar a todas ya que algunas marchaban desde el dolor y la bronca, otras desde la necesidad de justicia y venganza. Pero las incluyeron tratando de contenerlas, sabiendo que caminar agrupadas alivia.
Cuando las hechiceras ancestrales tomaron las manos de sus nietas y cantaron lágrimas de paz, descubrieron que el propósito de la vida es recordar la eternidad.
Inés decidió entonces hacer que el grito de las brujas desterradas fuera visible y transformó a cada corazón en un pañuelo verde.