Jojó

0
238

Por Hilarión Benítez

Cipriano Alda­na, cono­ci­do como “Jojó”, per­so­na­je entra­ña­ble de Mon­te­car­lo, par­te del pai­sa­je o fol­klo­re humano que se sumó a otros que deja­ron su hue­lla en la pri­me­ra zona urba­na del pue­blo, como el Negro Mes­tra­ña, Mario Meza, Pocho­lo, Matun­go y el Negro Ban­de­ra, entre otros.
Res­ca­té y reani­mé los recuer­dos con cari­ño­so res­pe­to y afec­to.

Quie­ro agra­de­cer a su her­ma­na Fran­cis­ca, quien me per­mi­tió algu­nas entre­vis­tas para con­tar la his­to­ria de su her­mano con­ver­ti­da en leyen­da y mito.
Su madre fue “Doña Ana” (de ape­lli­do Lut­gen), naci­da en 1917 en Luxem­bur­go, cono­ci­da por su noble ofi­cio de lavan­de­ra en los tiem­pos en que la inci­pien­te zona urba­na se pobla­ba de emplea­dos públi­cos y obre­ros en las déca­das del 50, 60 y 70, cuan­do comen­za­ban a lle­gar tra­ba­ja­do­res que vivían en hos­pe­da­jes o con­ven­ti­llos y nece­si­ta­ban de su ser­vi­cio. Lava­ba con la ayu­da de sus hijas en los plan­cho­nes de pie­dra del Arro­yo Boni­to y entre­ga­ba cada pren­da pro­li­ja­men­te dobla­da, lue­go de ser plan­cha­das con el anti­guo dis­po­si­ti­vo a car­bón.

Jojó nació el 26 de sep­tiem­bre de 1937 en Cara­gua­tay.
Es sor­do­mu­do de naci­mien­to. Su mun­do de silen­cio no le impi­dió ser comu­ni­ca­ti­vo y lograr hacer­se enten­der por quie­nes con él se rela­cio­na­ban con mayor fre­cuen­cia.
Par­te de lo que podía emi­tir al inten­tar hablar sona­ba pare­ci­do a “jo-jó”, tal vez de allí el sobre­nom­bre dado por la gen­te, pero en la fami­lia, cari­ño­sa­men­te, le dicen “Papi­to”.

De tez blan­ca, físi­co de bue­na con­tex­tu­ra, esta­tu­ra media­na y fir­me mus­cu­la­tu­ra, siem­pre afei­ta­do y cabe­llos cor­tos cui­da­dos por su her­mano pelu­que­ro, De Jesús Alda­na, se ganó la vida des­de muy joven hacien­do chan­gas como car­pi­dor y pro­du­cien­do leña con hacha que lue­go ven­día hacien­do el repar­to en su carre­ti­lla, sien­do ésta la estam­pa o ima­gen que más lo iden­ti­fi­có, tra­ji­nan­do en la lar­ga ave­ni­da de Mon­te­car­lo.

Lue­go del falle­ci­mien­to de su madre, en 1985, que­dó des­am­pa­ra­do y por muchos años se afin­có por la zona de los Barrios San­drín y Reti­ro.
Al comien­zo de esta eta­pa de su vida, la fami­lia San­drín per­mi­tió que se alo­ja­ra en una vivien­da de su pro­pie­dad y jun­to al siem­pre soli­da­rio Cotí Morel y su espo­sa Alci­dia, le asis­tían con ali­men­tos. De a poco la casa fue sien­do usur­pa­da por otros hom­bres mar­gi­na­les, quie­nes con mal­tra­tos expul­sa­ron a Jojó. Fue a raiz de ello que car­gó su mudan­za en la noble carre­ti­lla y se refu­gió por varios años en la para­da de colec­ti­vo urbano, en la vere­da casi lin­dan­te con el cemen­te­rio, fren­te al asi­lo de ancia­nos. Allí sopor­tó muchos invier­nos a la inter­pe­rie, para lue­go ir a “vivir” deba­jo de un árbol en una cho­za con techo de hojas de pal­me­ra hecha por él, en cer­ca­nías del mis­mo lugar, has­ta que un incen­dio lo devo­ró.
Fue enton­ces cuan­do Cha­cu­rrú Gon­za­lez y Cachi­lo Helin, cho­fe­res del trans­por­te urbano, que lo veían varias veces al día, pusie­ron de mani­fies­to su acti­tud soli­da­ria, ayu­dán­do­le a cons­truir sobre las ceni­zas una casi­ta de made­ra y siem­pre le acer­ca­ban un pla­to de revi­ro y taba­co para mas­car.
Des­de el año 2008, lue­go de sufrir un acci­den­te de trán­si­to, vive en el Barrio Sar­mien­to, al cui­da­do de su her­ma­na Fran­cis­ca y su sobri­na Lidia López. En ese tiem­po, en el mar­co de polí­ti­cas de esta­do de inclu­sión, pudo obte­ner el bene­fi­cio de una pen­sión otor­ga­da por el ANSES, lo cual le ayu­dó a tener una vida mas dig­na.
De son­ri­sa per­ma­nen­te de hom­bre bueno y mira­da tier­na pare­cía car­gar en su carre­ti­lla sus sue­ños, su sufri­da infan­cia, su dolor y su can­san­cio, ante mucha indi­fe­ren­cia y el esca­so pago por sus tra­ba­jos.
Nun­ca fue agre­si­vo ni pro­ta­go­ni­zó nin­gún hecho que le valie­ra incon­ve­nien­tes con veci­nos o con la poli­cía.

Por muchos años, aun hoy, es el cen­tro de algu­nas con­ver­sa­cio­nes en reunio­nes de ami­gos, las que con el correr del tiem­po incre­men­ta­ron un mito. En su mun­do de ino­cen­cia no habrá sabi­do inter­pre­tar las curio­si­da­des de los jóve­nes que se le acer­ca­ban, ni el moti­vo de sus ros­tros sor­pren­di­dos. Sólo Fran­cis­ca pare­ce enten­der su mun­do de niño gran­de, sus gus­tos, sus tiem­pos, sus señas, su mira­da lim­pia y la medi­da exac­ta de caña y taba­co negro que cal­me su ansie­dad.

El 26 de sep­tiem­bre, cum­pli­rá 82 años.

El cuer­po ya no es el mis­mo. Tan­ta asa­da, mache­te, hacha y carre­ti­lla lo encor­va­ron e ins­ta­la­ron dolo­res y difi­cul­ta­des que se acre­cien­tan día a día.

El dolor y la pena tam­bién lle­van en él 82 años de silen­cio. No obs­tan­te, aún flu­ye natu­ral su son­ri­sa píca­ra, su mira­da aten­ta y con­mo­ve­do­ra.

EN EL DIA DE TU CUMPLEAÑOS, DIOS BENDIGA TU ALMA BUENA QUERIDO JOJÓ !!!!

______
Hila­rión Beni­tez
Sep­tiem­bre 2019

Artículo anteriorBrindarán masterclass gratuitas en Garupá
Artículo siguienteHoy se presenta el libro “Poemas al atardecer”
Amigo de los números y de las letras. De profesión Contador Público, nacido en Villa Alegria, Puerto Bemberg, radicado desde niño en Montecarlo, comenzó su primer trabajo literario en el género de la narrativa, con la publicación de su libro "HISTORIAS DE MONTECARLO". En el mismo rescata los antecedentes de la formacion de la primera clase media urbana de su ciudad de adopción, destacando el protagonismo de una de las cuatro vertientes culturales denominada "Los Porteños". En un intenso trabajo de investigación, se destacan en su obra varias historias de vida de relevancia en el incipiente origen del denominado "Pueblito", ubicado en el Barrio Sarmiento. Autor de la biografía impactante y conmovedora de doña Gregoria Torres y sus hijos.