La fama y su desdicha: detrás de Marilyn Monroe

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Fotos de Marilyn Monroe colocadas sobre un pizarrón

Un espe­jo rodea­do de peque­ñas luces refle­ja un ros­tro rela­ti­va­men­te des­co­no­ci­do en Holly­wood. Era 1950, y has­ta enton­ces la joven Marilyn Mon­roe sólo había pro­ta­go­ni­za­do una pelí­cu­la, Ladies of the Cho­rus, que fra­ca­só y ter­mi­nó con un con­tra­to res­cin­di­do. Sus demás pape­les habían sido peque­ñe­ces, pero aho­ra esta­ba allí, en algu­na par­te de Ohio o Ken­tucky, y el afa­ma­do direc­tor John Hous­ton esta­ba espe­rán­do­la en el set, dis­pues­to a que su cáma­ra la fil­me. Esta vez sería dife­ren­te, habrá pen­sa­do la actriz.

Fue duran­te ese roda­je que Hous­ton lla­mó en un momen­to a Mon­roe y cor­tés­men­te la apar­tó a un lado. “Quie­ro que conoz­cas a alguien,” le dijo, y apun­tó hacia un ban­co ocu­pa­do sólo por un hom­bre bajo con sem­blan­te tími­do. Tru­man Capo­te, el legen­da­rio escri­tor, había acu­di­do al set no como actor, sino para visi­tar a Hous­ton, su ami­go de dos o tres años al que había cono­ci­do des­pués de aban­do­nar su peque­ño pue­blo y cam­biar­lo por las des­te­llan­tes luces de Nue­va York. Capo­te había publi­ca­do su pri­me­ra nove­la poco antes, pero ya era cono­ci­do por casi todos los miem­bros de la alta socie­dad esta­dou­ni­den­se. Ese sería el pri­mer encuen­tro entre Mon­roe y Capo­te, pero no sería el últi­mo.

Pasa­rían algu­nas sema­nas has­ta que las des­te­llan­tes luces de Nue­va York comen­za­sen a mos­trar en mayús­cu­las el nom­bre de Marilyn Mon­roe, una de los per­so­na­jes en el nue­vo film noir de Hous­ton. Ese sería el ver­da­de­ro comien­zo de sus años al fren­te de la gran pan­ta­lla. “La vez que comen­cé a pen­sar que tal vez era famo­sa esta­ba lle­van­do a alguien al aero­puer­to,” con­tó Mon­roe en una entre­vis­ta para la revis­ta Life. “Mien­tras vol­vía me encon­tré con un cine y vi mi nom­bre en las luces. Y me dije ‘Dios, alguien come­tió un gra­ve error.’ Pero allí esta­ba, en las luces. El estu­dio me había dicho ‘Recuer­da, no sos una estre­lla.’ Sin embar­go allí esta­ba, en las luces.”

Mon­roe y Capo­te se encon­tra­ron de nue­vo algún tiem­po des­pués, cuan­do el escri­tor con­si­de­ró que Mon­roe, que había expre­sa­do inte­rés por ser toma­da más en serio, se bene­fi­cia­ría de un encuen­tro con la pro­fe­so­ra neo­yor­qui­na de actua­ción Cons­tan­ce Collier. Collier había ayu­da­do a que per­so­na­li­da­des como Vivien Leigh y Audrey Hep­burn afi­na­ran sus talen­tos, pero al prin­ci­pio se mos­tró algo inde­ci­sa con Mon­roe. “(Collier) No había vis­to nin­gu­na pelí­cu­la de Marilyn y no sabía abso­lu­ta­men­te nada de ella, sal­vo que era una espe­cie de esta­lli­do sexual de color pla­tino que había adqui­ri­do fama uni­ver­sal,” escri­bió Capo­te. “Pare­cía una arci­lla difí­cil­men­te apro­pia­da para la estric­ta for­ma­ción clá­si­ca de la seño­ra Collier.” De igual for­ma, se lo pro­pu­so. Algo muy den­tro suyo le decía que así debía hacer­lo, y aho­ra no que­da­ba más tiem­po que espe­rar a oír sobre las pri­me­ras impre­sio­nes.

Días des­pués, Capo­te esta­ba en depar­ta­men­to, acom­pa­ña­do sólo por los libros des­pa­rra­ma­dos y el tic tac ape­nas per­cep­ti­ble de un reloj en otra habi­ta­ción, cuan­do se dis­pu­so en un momen­to a revi­sar su corres­pon­den­cia, espe­ran­do a que en ella se hallen las últi­mas nue­vas de su círcu­lo cada vez más amplio de ami­gos famo­sos o — tal vez — algu­na sobre la pro­pues­ta que le hizo a Collier. La pri­me­ra car­ta que cayó en su rega­zo con­fir­mó sus sos­pe­chas: “es como el vue­lo de un coli­brí,” afir­mó Collier al hablar sobre su expe­rien­cia con Mon­roe. “Sólo una cáma­ra pue­de expre­sar su poe­sía.” Las dos esta­ban tra­ba­jan­do en una ver­sión redu­ci­da de Ham­let, con Mon­roe de Ofe­lia. “Creo que la gen­te se reirá ante esa idea,” le comen­tó Collier a Capo­te, “pero lo digo en serio: (Marilyn) pue­de ser una Ofe­lia exqui­si­ta.”

Capo­te con­tó esto en el cuen­to Una Ado­ra­ble Cria­tu­ra, inclui­do en su anto­lo­gía Músi­ca para Cama­leo­nes. El ini­cio de la his­to­ria colo­ca a Mon­roe y Capo­te en una situa­ción un tan­to más som­bría, bien ale­ja­da de las cla­ses de actua­ción y de los pape­les de Ofe­lia. Era el 28 de abril de 1955 y ambos se encon­tra­ban en una fune­ra­ria de Nue­va York, fren­te al fére­tro de Collier. Mon­roe había lle­ga­do tar­de, como de cos­tum­bre, pero igual no impor­tó. Des­pués de inter­cam­biar algu­nos recuer­dos que los dos tenían de la falle­ci­da actriz con­ver­ti­da en pro­fe­so­ra, se diri­gie­ron a un res­tau­ran­te cer­cano y, habien­do comi­do, toma­ron un taxi hacia un mue­lle en South Street. “Me gus­ta estar allí,” le dijo Mon­roe a Capo­te, des­pués de infor­mar­le la direc­ción a un taxis­ta con un mar­ca­do acen­to ita­liano. “Hue­le a paí­ses remo­tos y doy de comer a las gavio­tas.”

En el mue­lle, el aire frío sopla­ba como un abra­zo en la intem­pe­rie. Al otro lado del río Este, el cie­lo se recor­ta­ba en la for­ma de Brooklyn — recor­dó Capo­te en su cuen­to — y las gavio­tas vola­ban por entre las nubes en con­so­nan­cia con el leve pero cons­tan­te rui­do de las peque­ñas olas cho­cán­do­se con las pie­dras de la cos­ta. Emer­gien­do del hori­zon­te, un hom­bre cubier­to de nie­bla se acer­có a la pare­ja de artis­tas, que ape­nas se habían baja­do de su taxi. Esta­ba pasean­do a un chow chow, y cuan­do Mon­roe se cru­zó con el ani­mal de pron­to se aga­chó a aca­ri­ciar­lo. “No debe­ría tocar a perros que no conoz­ca,” le advir­tió su due­ño. “Espe­cial­men­te a los chow. Podrían mor­der­la.” Mon­roe, toda­vía aca­ri­cian­do al perro, levan­tó su mira­da pers­pi­caz y la ins­ta­ló en el hom­bre, quien logró reco­no­cer­la ape­nas lo hizo. “Los perros no me muer­den,” le con­tes­tó Mon­roe. “Los seres huma­nos sí.”

Sólo un ornamento

Marilyn Monroe con un vestido rosado en la película "Gentlemen Prefer Blondes"
Marilyn Mon­roe en una reco­no­ci­da esce­na de “Gentle­men Pre­fer Blon­des” (1953)

El perio­dis­ta Richard Mery­man fue el encar­ga­do de rea­li­zar la reve­la­do­ra entre­vis­ta con Mon­roe publi­ca­da en la edi­ción de Life del 17 de agos­to de 1962. Apar­te de hablar sobre la pri­me­ra vez que vio su nom­bre en luces, Mon­roe tam­bién habló sobre algu­nos de los aspec­tos que con­lle­van ser Marilyn Mon­roe. “Algu­nas veces me invi­tan a luga­res para ani­mar algu­na cena, como un músi­co que toca el piano des­pués de la comi­da, y sé que no me invi­tan por ser yo mis­ma,” sos­tu­vo la actriz. “Sólo soy un orna­men­to.” Esta obje­ti­fi­ca­ción des­me­di­da era evi­den­te en los años dora­dos de Holly­wood y con­ti­núa inclu­so has­ta el pre­sen­te, pero la figu­ra míti­ca de Mon­roe pre­sen­ta un caso de aná­li­sis espe­cial por el nivel de con­cen­tra­ción que esta obje­ti­fi­ca­ción tuvo en su per­so­na.

Marilyn Mon­roe dife­ría depen­dien­do de si se halla­ba en una esfe­ra públi­ca o en una pri­va­da. Ya cono­ci­do es el con­tras­te entre las difi­cul­ta­des per­so­na­les de Mon­roe y su ima­gen gla­mu­ro­sa y cons­tan­te­men­te pre­pa­ra­da para el esce­na­rio, pero sería ilu­so pen­sar que aspec­tos de una de estas par­tes no se cola­ban en la otra, y vice­ver­sa. En esen­cia, lo que sim­bo­li­za la figu­ra de Mon­roe es el espec­tácu­lo, algo que el filó­so­fo fran­cés Guy Debord dijo que es “una rela­ción social entre per­so­nas media­ti­za­da por imá­ge­nes.” El efec­to de esta rela­ción, afir­mó Debord, fue evo­lu­cio­nan­do a lo lar­go de la his­to­ria de la huma­ni­dad, pri­me­ro degra­dan­do el ser al tener, lue­go el tener al que­rer, y por últi­mo el que­rer al pare­cer.

Mon­roe es el epí­to­me del pare­cer: agra­via­da con cons­tan­tes pro­ble­mas per­so­na­les, su figu­ra fue exi­to­sa en par­te por su rol de sím­bo­lo sexual per­fec­to, algo muy ale­ja­do de la reali­dad de las cosas. A su vez, su ima­gen públi­ca, cui­da­do­sa­men­te refi­na­da por la indus­tria a la que tan­tos millo­nes le pro­veía, hacía caso a un ideal pre­sen­te en su audien­cia, pero no en ella: para los hom­bres, un ideal de pare­ja; para las muje­res, un ideal físi­co. “Es lin­do ser inclui­da en las fan­ta­sías de la gen­te,” dijo Mon­roe en la entre­vis­ta con Life. “Pero tam­bién qui­sie­ra ser acep­ta­da por lo que soy en reali­dad. No me veo como una ‘com­mo­dity,’ pero estoy segu­ra de que mucha gen­te sí (la ve así).” Esta auto­ca­rac­te­ri­za­ción de ‘com­mo­dity’ res­pon­de a la rela­ción del arte con el lucro, a la inha­bi­li­dad de Mon­roe de tomar con­trol de sí mis­ma en pos de man­te­ner el “espec­tácu­lo.” A su nece­si­dad, en resu­men, de con­ti­nuar sien­do una inver­sión razo­na­ble.

Fue duran­te su niñez cuan­do Mon­roe desa­rro­lló su amor por actuar, cuan­do tenía la posi­bi­li­dad de jugar y con­tar his­to­rias median­te el jue­go. “No me gus­ta­ba el mun­do a mi alre­de­dor por­que era algo lúgu­bre, pero me encan­ta­ba jugar a la casa, podías crear tus pro­pios lími­tes,” le con­tó a Mery­man. “Podías crear tus pro­pias situa­cio­nes y podías fin­gir, e inclu­so si los otros niños eran algo len­tos al ima­gi­nar, vos podías (ayu­dar­los). Era un jue­go, era ale­gría. Cuan­do oí que eso era actuar, me dije ‘eso es lo que quie­ro ser.’” Sin embar­go, la dife­ren­cia entre el actuar sin áni­mo de lucro (jugar) y hacer­lo con áni­mo de lucro (pro­fe­sio­na­li­zar­se) fue bas­tan­te obvio para ella des­de un comien­zo. “Des­pués cre­cés y … ellos hacen que jugar sea muy difí­cil,” expli­có.

Esta difi­cul­tad sur­ge de la nece­si­dad que una estre­lla como Mon­roe (una per­so­na­li­dad públi­ca dise­ña­da como un ideal) tie­ne de sobre­vi­vir en la indus­tria, al prin­ci­pio en pos de un sue­ño y des­pués como una carre­ra con­tra la muer­te. El pro­pó­si­to de esta indus­tria es con­ver­tir a Mon­roe en una espe­cie de “vali­ja,” un espa­cio en don­de la audien­cia pue­da colo­car sus deseos insa­tis­fe­chos y ver­los rea­li­za­dos en la pan­ta­lla, per­so­ni­fi­ca­dos por una Mon­roe que — no nos olvi­de­mos — sigue sien­do una per­so­na de car­ne y hue­so duran­te todo ese pro­ce­so. Ver­se como un orna­men­to al ser invi­ta­da a even­tos es una exten­sión de esto: Marilyn Mon­roe ya no tie­ne una per­so­na­li­dad pro­pia, sino que se con­vir­tió en la con­jun­ción de los deseos de su audien­cia.

Sólo una valija

Marilyn Monroe después de ganar el que sería su primer y único Globo de Oro
Marilyn Mon­roe des­pués de ganar el que sería su pri­mer y úni­co Glo­bo de Oro (1960)

En el ensa­yo La Socie­dad del Espec­tácu­lo, Debord con­ti­núa su argu­men­to dicien­do que “la reali­dad vivi­da es mate­rial­men­te inva­di­da por la con­tem­pla­ción del espec­tácu­lo.” Esto pro­vo­ca que la vida terre­nal se vuel­va “opa­ca e irres­pi­ra­ble,” lo que sig­ni­fi­ca que Mon­roe, como una vali­ja, es capaz de des­viar las espe­ran­zas de la audien­cia para depo­si­tar­las no en cam­biar sus pro­pias vidas, sino en apre­ciar los cam­bios exter­nos que suce­den en los espec­tácu­los, vién­do­se refle­ja­dos, quie­ran o no, en las estre­llas como Mon­roe y sus accio­nes, en sus dra­mas y en sus éxi­tos. Las muje­res con una belle­za ale­ja­da al canon de Mon­roe comen­za­ron enton­ces a odiar­se; los hom­bres se vol­vie­ron pose­si­vos, des­pec­ti­vos, o desa­rro­lla­ron una baja auto­es­ti­ma; la mis­ma Mon­roe se vol­vió una mera plan­ti­lla, una cás­ca­ra huma­na con cada vez menos capa­ci­dad de inde­pen­den­cia y acción, y, gra­cias a todo ello, el ciclo con­ti­nua­ba.

¿Adón­de más encon­tra­rían ale­gría las muje­res y hom­bres si no era fan­ta­sean­do con Marilyn Mon­roe? ¿Adón­de encon­tra­ría la mis­ma Mon­roe una iden­ti­dad si no en su audien­cia? Es un pro­ce­so sin fin, dise­ña­do así para evi­tar que el espec­tácu­lo pier­da audien­cia y que la audien­cia se ale­je del espec­tácu­lo. Mon­roe sabía de esto: “No creo que la gen­te vaya a dar­me la espal­da, al menos no por ellos mis­mos,” refle­xio­nó en su entre­vis­ta con Life. “Me gus­tan las per­so­nas. El ‘públi­co’ es el que me asus­ta, pero con­fío en la gen­te. Tal vez se impre­sio­nen por la pren­sa, o cuan­do el estu­dio empie­za a man­dar todo tipo de his­to­rias. Pero creo que cuan­do la gen­te va a ver una pelí­cu­la, ellos juz­gan por sí mis­mos.”

Arrui­nar la repu­tación de sus pro­pios acto­res es algo común en los gran­des estu­dios de cine. Esto es una con­se­cuen­cia de la rela­ción del lucro y el arte, y tie­ne el obje­ti­vo de que los acto­res no se olvi­den de su rol en el espec­tácu­lo. “Común­men­te, muchos (acto­res o direc­to­res) no me (insul­tan) a la cara, se lo dicen a los dia­rios, por­que insul­tar­me a la cara no lle­va a mucho, y los dia­rios tie­nen un alcan­ce nacio­nal y mun­dial,” expli­có Mon­roe. “Temo que hay mucha envi­dia en esta indus­tria.” Esta envi­dia sur­ge por la espe­ran­za de otras per­so­nas en con­ver­tir­se ellos mis­mos en el espec­tácu­lo, o en su cen­tro. En el ideal que se con­vier­te en una vali­ja. Sur­ge no por ava­ri­cia o por un inten­to de ser des­trui­do, como Mon­roe esta­ba en pro­ce­so de ser­lo, sino por­que la ines­ta­bi­li­dad eco­nó­mi­ca de un artis­ta de rela­ti­vo bajo ran­go no es com­pa­ti­ble con su nece­si­dad de tener dine­ro para sobre­vi­vir. Esta nece­si­dad, por supues­to, es muchas veces camu­fla­da por la fal­sa pro­me­sa de una “glo­ria eter­na” que tie­ne a la fama como su vehícu­lo.

Debi­do al ambien­te tóxi­co sur­gi­do por la inter­ce­sión entre la nece­si­dad del dine­ro y la nece­si­dad de crear arte, se hace evi­den­te, según la actriz, una face­ta casi des­co­no­ci­da de la natu­ra­le­za huma­na. “Cuan­do sos famo­so,” dijo ella, “te topás con la natu­ra­le­za huma­na de una for­ma un tan­to cru­da. Pro­vo­ca envi­dia, la fama lo hace … (todos) sien­ten que la fama les da el dere­cho de decir­te cual­quier cosa y que tus sen­ti­mien­tos no serán afec­ta­dos.” ¿Pero es esta una face­ta negra de la natu­ra­le­za huma­na o sólo otra de las tan­tas con­se­cuen­cias de la rela­ción entre el dine­ro y el arte? De la mis­ma for­ma que los artis­tas enfren­ta­dos con la posi­bi­li­dad de no tener dine­ro se vuel­ven con­tra otros artis­tas para evi­tar ser quie­nes cai­gan en la indus­tria, lo mis­mo suce­de con las per­so­nas más arri­ba en la jerar­quía. Esta envi­dia, enton­ces, no es una par­te ina­mo­vi­ble del pro­pio ser humano, sino una par­te ina­mo­vi­ble de la comer­cia­li­za­ción del arte y la expre­sión; una mani­fes­ta­ción de las nece­si­da­des insa­tis­fe­chas y con­flic­tos de quie­nes, quie­ran o no, la pro­mue­ven, a su vez ali­men­ta­dos por una indus­tria que, de no ser como es, deja­ría de exis­tir.

Cuan­do en el mar­co de la indus­tria esta envi­dia avan­za hacia un sal­to cua­li­ta­ti­vo y, por ejem­plo, una estre­lla es reem­pla­za­da por otra, sea ya esto por obra del estu­dio u otros fac­to­res, el espec­tácu­lo con­ti­núa su vigen­cia, tan joven como siem­pre, y el pare­cer con­ti­núa sir­vien­do de ideal a la audien­cia, quien vuel­ve a caer en un inten­to por pare­cer­se a ese obje­ti­vo impo­si­ble e inal­can­za­ble que el espec­tácu­lo pro­por­cio­na. En el caso de Mon­roe, esta com­bi­na­ción pro­bó ser fatal: duran­te la fil­ma­ción de la que sería su últi­ma pelí­cu­la, Something’s Got To Give, la estre­lla ocu­pó pági­nas y pági­nas en perió­di­cos expec­tan­tes por sen­sa­cio­na­li­zar su “com­por­ta­mien­to errá­ti­co” y la supues­ta difi­cul­tad de tra­ba­jar con ella, que nun­ca obe­de­cía al direc­tor y siem­pre lle­ga­ba tar­de.

“Uno de mis pro­ble­mas es bas­tan­te obvio: lle­go tar­de,” dijo Mon­roe en Life. “Creo que la gen­te pien­sa que lle­gar tar­de es arro­gan­cia, pero yo creo que es lo opues­to a la arro­gan­cia … quie­ro estar pre­pa­ra­da para dar una bue­na per­for­man­ce.” El efec­to que tuvo esta serie de malas publi­ci­da­des aumen­tó aun más el ostra­cis­mo que sufría la actriz, ya de por sí galo­pan­te por su con­di­ción de vali­ja, por ser el cen­tro del espec­tácu­lo por tan­to tiem­po. Su estu­dio, lejos de mini­mi­zar los pro­ble­mas, par­ti­ci­pó en ellos, con­tri­bu­yen­do así a su even­tual colap­so.

La insis­ten­cia de la pren­sa fue tal que Mon­roe lle­ga­ría a des­pe­dir­se de la fama, dicien­do que “la fama pasa, y has­ta lue­go, te he teni­do, fama. Si me pasa de lar­go, siem­pre sabré que fue tem­po­ral. Así que al menos es algo que expe­ri­men­té, pero no es el lugar en don­de vivo.”

Sólo un espectáculo

“Marilyn Diptych” de Andy Warhol, obra creada poco después del fallecimiento de Monroe
“Marilyn Diptych” de Andy Warhol, crea­do poco des­pués del falle­ci­mien­to de Mon­roe (1962)

Esca­par­se de tan­tos años de ser la per­so­ni­fi­ca­ción más gran­de del espec­tácu­lo no es gra­tis, y la his­to­ria de Mon­roe es prue­ba de ello. El pasa­do 28 de sep­tiem­bre se estre­nó en Net­flix Blon­de, una adap­ta­ción de la nove­la homó­ni­ma de Joy­ce Carol Oates que fic­cio­na­li­za la vida de Mon­roe y la con­vier­te en un espec­tácu­lo en sí mis­mo. Obtu­vo crí­ti­cas fero­ces, pues fue tan obvia al momen­to de comer­cia­li­zar su figu­ra y cosi­fi­car­la que has­ta los crí­ti­cos más pres­ti­gio­sos se die­ron cuen­ta. En 2011, de igual for­ma, dio comien­zo una cam­pa­ña de la casa de modas Dior en la que apa­re­cía Mon­roe reen­car­na­da, hecha por compu­tado­ra para pro­mo­cio­nar el per­fu­me J’adore. Cha­nel hizo lo pro­pio en una publi­ci­dad para su Cha­nel Nº5, en el que la voz de Mon­roe apa­re­cía como narra­do­ra. Incon­ta­bles “home­na­jes” se lle­va­ron a cabo sacan­do pro­ve­cho de su figu­ra “trá­gi­ca” y “poé­ti­ca,” pero nada de poe­sía hay en una his­to­ria don­de el arte y la huma­ni­dad que­dan rele­ga­dos a un segun­do plano, y nada de home­na­je hay en sacar pro­ve­cho de las difi­cul­ta­des aje­nas.

Lejos de sus pro­pó­si­tos ori­gi­na­les, lo que prue­ban este tipo de pro­yec­tos es que uno nun­ca podrá esca­par del espec­tácu­lo ni aún muer­to, pues en vez de solu­cio­nar los pro­ble­mas que aca­ba­ron con Mon­roe en un pri­mer lugar, lo que hace la rela­ción entre el arte y el dine­ro es tor­nar al espec­tácu­lo mis­mo en otro espec­tácu­lo, aún cuan­do el espec­tácu­lo ori­gi­nal sir­vió a su audien­cia has­ta no tener más ener­gía que dar. La comer­cia­li­za­ción de la figu­ra de Mon­roe y la explo­ta­ción de los efec­tos del espec­tácu­lo son con­se­cuen­cias de vivir en una socie­dad dedi­ca­da a él.

¿Cuál es la alter­na­ti­va? Para cual­quier artis­ta, el arte es nece­sa­rio inclu­so en un mun­do en don­de no exis­tie­ra el dine­ro. Por ello es que se tor­na tan con­tra­dic­to­rio depen­der de los mane­jos del dine­ro en un sec­tor tan humano y expre­si­vo. La bai­la­ri­na de ballet posa­de­ña Ale­jan­dra Via­na afir­mó que “sería lin­do vivir de las pasio­nes de la expre­sión artís­ti­ca, y sería lin­do que nos paguen por ello,” pero acla­ró que, aun sin el dine­ro de por medio, su rela­ción con el arte segui­ría igual. “El arte libe­ra el espí­ri­tu,” sos­tu­vo. “El arte ele­va el alma y expre­sa los sen­ti­mien­tos más ocul­tos.”

Mon­roe se refi­rió tam­bién a estos sen­ti­mien­tos en la entre­vis­ta con Mery­man: “la crea­ti­vi­dad empie­za con la huma­ni­dad, y cuan­do sos humano sen­tís, y sufrís.” Mon­roe sufrió y, de algún modo, no dejó nun­ca de hacer­lo. En el últi­mo párra­fo de la entre­vis­ta, la actriz se sin­ce­ró al afir­mar que es “un ali­vio estar aca­ba­da,” como decían los perió­di­cos de la épo­ca, atra­pa­dos por sus his­to­rias en el set de la que fue­ra su últi­ma pelí­cu­la. Los perió­di­cos de la épo­ca, sin embar­go, se equi­vo­ca­ban: en un mun­do así, el espec­tácu­lo nun­ca se aca­ba.

Ori­gi­nal­men­te publi­ca­do en Misio­nes Onli­ne el 4 de agos­to de 2022. Reedi­ta­do para Misio­nes Cul­tu­ral.