La noche se volvió más oscura, señal de que pronto amanecería.
Recorro el monte por última vez… Una presencia me sobresalta, sí, es una presencia humana.
Me oculto con rapidez para observar al atrevido que se interna en la espesura sin mi consentimiento.
Su aspecto, su vestimenta y sobre todo la cautela al moverse para no destruir ni alterar nada, me indican que se trata de una persona especial, una de las pocas que aún quedan en el mundo. Un ser inofensivo y pacífico, incapaz de dañar a ningún ser viviente. Sí, es el hombre que esperé por centurias.
¿Qué pacto ofrecerle? Aunque no soy partidario de pactos fáciles, propios de personas débiles, deberé hacerlo, por la supervivencia del planeta.
Profundamente interesado en las especies vegetales desconocidas, el biólogo no capta ni mis miradas penetrantes ni mi apariencia extraña.
Toma con delicadeza cada raíz, cada hoja, cada fruto, los pone en un cuaderno y los sella con un papel adhesivo transparente, después realiza anotaciones en el margen.
Lo dejo y me retiro para planear nuestro encuentro…
Con las primeras luces me sitúo en la entrada del monte. Noto su rechazo a pesar de mostrarme amigable.
¿Quién es usted?
Soy El Innombrable.
Para los israelitas el innombrable es Dios, el Señor.
Decidí tutearlo: Vos lo dijiste soy el Señor del Monte. Me ven solamente los que yo decido que me vean.
Incrédulo, recorre mi figura con su mirada calma.
Supe que no logré convencerlo. Para él, sólo soy un ser raro que no está en sus cabales.
Entonces, como un prestidigitador, pongo ante sus ojos el manuscrito Voynich, con sus hojas de piel de oveja, envejecidas y apergaminadas; con sus jeroglíficos y su lengua desconocida. Un real manual de alquimia.
Los herbarios antiguos interesan al investigador pero al comprobar que están escritos en un código secreto, ilegible, se desilusiona y pierde su mirada en el horizonte, tal vez, buscando la explicación en el infinito.
Este es el momento puntual que yo esperaba, el momento del pacto. Yo le daría la guía de traducción del código a cambio de su ayuda.
Me retiro algunos metros y regreso con la guía.
— Es el código secreto que utilizaban mis ancestros: habitantes protohistóricos del extremo sur del planeta. Y con voz grave y misteriosa agregué: Contiene los secretos de los mundos olvidados y subyacentes. Soy el último de aquella civilización cuyos integrantes, ‑seres de no más de un metro de altura‑, poseían una energía muy especial y conocimientos incalculables que, con tu ayuda, podremos transmitir a tus congéneres.
Muchas son las familias que vienen a buscar leña, raíces, frutos para poder sobrevivir y otros que viven de la muerte del monte, al que destruyen.
Mediante este manuscrito encontrarás las infinitas posibilidades de supervivencia que brinda la tierra a los que la respetan.
El investigador no me escuchaba, un brillo inusual en sus ojos, la respiración acelerada y la agitación de sus manos, lo rejuvenecían y lo alejaban de la realidad.
Inútil sería continuar hablando. Soy el dueño del tiempo, las esperas no me molestan, son mis compañeras desde siempre.
Ahora debo transformarme disimular mis atributos, pasar desapercibido, incluirme en la vida de hombres y mujeres comunes, parecer uno más entre ellos.
Seré el asesor de las empresas que surgirán como consecuencia del conocimiento de los secretos del monte.
Formaré un equipo con los jóvenes que he visto crecer y que se preparan para ser médicos, farmacéuticos, investigadores, administradores de empresas, contadores…
Y más adelante cuando compruebe su fidelidad a mis principios, su deseo de dignificar nuevamente al trabajo y, lo más importante, cuando aprendan a respetarse a sí mismos y a la creación, recién entonces, serán dueños de mi gran secreto: el elixir esencial para conservar la salud y prolongar la vida.
Transcurrió una semana sin que el investigador apareciera por el monte. Al regresar vino a mi encuentro con esa expresión que yo buscaba en mis colaboradores. Traía el manuscrito y un anotador que consultaba para explicarme lo que yo ya sabía.
Me interesó el análisis minucioso que había efectuado de cada planta y de sus posibles aplicaciones. Lo dejé hablar y después le expliqué mi plan.
Para no asustarlo, dejé para el final mi gran secreto. Le hablé con cautela del producto sagrado que revolucionaría al mundo siempre empeñado en vencer a la muerte.
Sus ojos sinceros me miraron con fijeza y entonces observé la duda instalada en ellos.
— Con tono de autoridad dijo: Leí todo el manuscrito, investigué cada planta, analicé los pro y los contra de cada una, pero ninguna promete longevidad eterna.
Por primera vez sonreí con una rara mezcla de alegría y bondad. No me había equivocado, éste es el hombre que esperé por centurias. Y la espera valió la pena.
Con paciencia expliqué paso a paso el proceso necesario para que el néctar de determinadas plantas, al unirse con la ayuda de pequeñas abejas y con la posterior industrialización del hombre que deberá incluir dosis exactas del veneno segregado por dichos insectos, daría como resultado el prodigioso elixir esencial. Le pedí que retuviera en la memoria la fórmula y que por ningún motivo la diera a conocer ni la dejara por escrito.
Los hombres son muy ambiciosos y están ansiosos de enriquecerse con el esfuerzo y la investigación de numerosas generaciones que dieron su vida para mejorar a la humanidad.
Tampoco ustedes conocerán la fórmula, primero tendrán que confiar en mí y creer en mi existencia. Pero no se acabará esta generación sin que puedan hacer uso del milagroso elixir que cambiará la manera de pensar y de vivir de millones de personas.
Sin embargo, jamás les diré que este elixir sólo hace efecto en las personas que viven, sueñan y piensan, como si cada día fuera el último de su existencia.-
EL INNOMBRABLE