La literatura es una sola

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Prosa o poesía / La literatura es una sola: Una Ñ minúscula en el centro de un plano amarillo pastel.

Hay una sen­ten­cia muy popu­lar que está, según nues­tra for­ma de ver, equi­vo­ca­da, y es la que dice que una cosa es la pro­sa y otra la poe­sía. Ese apo­teg­ma vie­ne de anti­guo. En un pasa­je de La Doro­tea, Lope de Vega (1562−1635) le hace decir a Feli­pa (bur­lo­na­men­te, hay que acla­rar­lo), que se daba de pro­fe­so­ra:

“O se escri­be en ver­so o pro­sa” (III, 8)

A su vez Moliè­re (1622−1673) escri­be el siguien­te diá­lo­go en el Acto II, esce­na IV, de El Bur­gués Gen­tilhom­bre:

JOURDAIN: No quie­ro escri­bir nada de ver­sos.

FILÓSOFO: ¿Pre­fe­rís la pro­sa?

JOURDAIN: No. Ni ver­so ni pro­sa.

FILÓSOFO: ¡Pues una cosa u otra debe ser!

JOURDAIN: ¿Por qué?

FILÓSOFO: Por la sen­ci­lla razón, señor mío, que no hay más de dos mane­ras de escri­bir. O está en ver­so o está en pro­sa.

JOURDAIN: ¿Con que no hay nada más?

FILÓSOFO: Nada más. Todo lo que no está en pro­sa está en ver­so; y todo lo que no está en ver­so, está en pro­sa.

JOURDAIN: Y cuan­do uno habla, ¿en qué habla?

FILÓSOFO: En pro­sa.

JOURDAIN: ¡Cómo! Así que cuan­do digo a Nico­la­sa “Tráe­me la zapa­ti­llas,” ¿hablo en pro­sa?

FILÓSOFO: Sí, señor.

JOURDAIN: ¡Por Dios! ¡Más de cua­ren­ta años que hablo en pro­sa sin saber­lo!

“El habla corrien­te,” dice Raúl H. Cas­tag­nino en Arte y cien­cia de la expre­sión, “seme­ja una de esas rutas veci­na­les de trán­si­to cómo­do, que se uti­li­zan para ir a algu­na par­te; pero el decir hen­chi­do de ricas con­no­ta­cio­nes per­so­na­les pue­de pare­cer­se a las vere­das inha­bi­tua­les que, prác­ti­ca­men­te, no lle­van a nin­gún sitio, pero per­mi­ten des­cu­brir pano­ra­mas de ame­ni­dad tras­cen­den­te.” Por­que las ila­cio­nes de pala­bras son dife­ren­tes. O sea, hay cami­nos y cami­nos. En los pai­sa­jes lite­ra­rios, los mejo­res paseos son los impre­vi­si­bles, los que embe­le­san y encan­tan; los que casi nun­ca son de la tri­lla­da carre­te­ra turís­ti­ca, muni­ci­pal­men­te cha­ta, o visi­ta­das has­ta el har­taz­go. Es decir, hay pro­sas y pro­sas.

Entre el lenguaje y la literatura

El len­gua­je pue­de que­dar­se en vehícu­lo comu­ni­ca­cio­nal vul­gar, o ele­var­se, tan­to mejor para él como para noso­tros, a una espe­cie de sor­ti­le­gio lla­ma­do lite­ra­tu­ra, usan­do — pue­de ser — los mis­mos tér­mi­nos, o sea, la mis­ma mate­ria pri­ma, pero con otras herra­mien­tas. Zafa­mos así de la pro­sa coti­dia­na, para encon­trar­nos con cuen­tos y nove­las. No impor­ta si tie­ne metá­fo­ras, o si las comas le dan un rit­mo, o si poseen bus­tró­fe­don, palín­dro­mos o ali­te­ra­cio­nes.

La sen­ten­cia equi­vo­ca­da del prin­ci­pio, que man­tie­nen los per­so­na­jes de Lope y Moliè­re, se ve des­men­ti­da inclu­so por los mis­mos escri­to­res. En La Doro­tea, Fer­nan­do (o sea Lope mis­mo) fre­na el dic­ta­men de Feli­pa: “Sen­ten­cia y belle­za bien pue­den estar jun­tas, que son como dis­cre­ción y her­mo­su­ra.”

Y Moliè­re se ríe de aque­llos que pien­san que el ser humano es pura inte­li­gen­cia, y creen en el arbi­tra­je capri­cho­so y la sepa­ra­ción tajan­te entre pro­sa y ver­so. En su obra, el fran­cés fue gene­ro­so y nos rega­ló todo “en jun­to,” como decía San­ta Tere­sa: el dibu­jo del pen­sa­mien­to, los jue­gos del mito, el color de la fan­ta­sía, los con­tra­lu­ces del afec­to.

La injusta estigmatización de la prosa

Hubo en los escri­to­res, des­de aquel enton­ces has­ta aho­ra, preo­cu­pa­ción por la posi­bi­li­dad de una poe­sía en pro­sa; o dicho al revés, hubo esfuer­zo (que venía, cla­ro, con el esti­lo y la per­so­na­li­dad de cada autor) por una pro­sa poé­ti­ca, que sea dis­tin­ta de los escri­tos dis­cur­si­vos, mera­men­te enun­cia­ti­vos, enga­ño­sa­men­te direc­tos (la escri­tu­ra de los nota­rios, por ejem­plo, es lo más opues­to a la lite­ra­tu­ra).

El pala­dar lite­ra­rio lati­no­ame­ri­cano está para degus­tar el arti­fi­cio de los recur­sos de la len­gua, su abun­dan­te retó­ri­ca. Son las licen­cias las que embe­lle­cen el idio­ma. Los lec­to­res, que leen de todo, notan ense­gui­da cómo nues­tros escri­to­res resuel­ven, por ejem­plo, un due­lo a facón. No nos es impres­cin­di­ble (ojo, es solo una mues­tra supues­ta) des­cri­bir el com­ba­te seca­men­te, al esti­lo anglo­sa­jón, y que los con­ten­dien­tes se acu­chi­llen con saña casi sin adje­ti­var nada. Supues­to que así no lo hagan, nadie cae­rá en la ocu­rren­cia (aun­que hay gen­te para todo en este mun­do) que la lucha fue insin­ce­ra. Por­que en los auto­res del sub­con­ti­nen­te, ese desa­fío, lan­ce, o esgri­ma, pue­de durar pági­nas y pági­nas, y en los ama­gues y esto­ca­das, uno y otro pen­den­cie­ro, pue­den reme­mo­rar amo­res per­di­dos en la sole­dad de madru­ga­das de nai­pes y alcohol, o per­se­cu­cio­nes de la ley por calle­jo­nes y ran­che­ríos y amo­res ver­da­de­ros o ima­gi­na­dos.

El jui­cio des­acer­ta­do entre pro­sa y poe­sía (como for­mas opues­tas del len­gua­je) qui­zás se remon­te a los orí­ge­nes de la expre­sión lati­na pro­sa ora­tio (dis­cur­so en línea rec­ta) y del adver­bio pro­sus (dis­cur­so diri­gi­do hacia delan­te), cuan­do era un pre­gón, una ora­ción, una apo­lo­gía, una idea, en pala­bras cohe­ren­tes, cohe­sio­na­das, avan­zan­do en una sola direc­ción a la vez. En la poe­sía, por el con­tra­rio, la línea de tér­mi­nos se inte­rrum­pía, se vol­vía ver­so, como si fue­ran líneas para­le­las de un ara­do, con una métri­ca y una rima pro­pia — si la tenía.

Enton­ces la pro­sa comen­zó a uti­li­zar­se para los escri­tos, libros, rela­tos, ensa­yos, y tra­ta­dos, y has­ta se usó la pala­bra en sen­ti­do des­pec­ti­vo (“pro­sai­co”) como algo vul­gar, fútil, caren­te de emo­ción, y muy liga­do a lo mate­rial a lo terreno. “Del otro lado” esta­ba la líri­ca, lo “ele­va­do” y has­ta difí­cil, cul­to, cres­po, arti­fi­cio­so (Gón­go­ra, por ejem­plo).

¿Qué pasa ahora?

Hay para todos los gus­tos, pero nos per­mi­ti­mos decir que hoy día la mez­cla de rit­mo y de recur­sos poé­ti­cos (en la pro­sa) ya está “apro­ba­da” y aquel vere­dic­to con que comen­za­mos este artícu­lo está peri­mi­do. Para reafir­mar esta teo­ría (que, a pesar de todos los indi­cios, aún sigue estan­do en libros y dic­cio­na­rios y has­ta en inter­net) men­cio­ne­mos al pri­mer autor cas­te­llano de nom­bre cono­ci­do que uti­li­za “pro­sa” para deno­mi­nar sus pro­pios ver­sos:

De un con­fes­sor sanc­to quie­ro fer una pro­sa
Quie­ro fer una pro­sa en romanz pala­dino
En qual sue­le el pue­blo fablar con so vecino

Este ter­ce­to es de Vida de San­to Domin­go de Silos, de Gon­za­lo de Ber­ceo (1196−1264), mon­je rio­jano, mes­ter de cle­re­cía.

Ha pasa­do tiem­po des­de la Edad Media, y sin embar­go toda­vía se escu­cha en las pre­sen­ta­cio­nes, las rese­ñas, y las sola­pas de libros (y se escu­cha mucho, para des­gra­cia de todos), que fulano/a es escritor/a y que mengano/a es poe­ta.

Soli­ci­ta­ría­mos aban­do­nar esa cla­si­fi­ca­ción y otras ane­xas, como dra­ma­tur­go, guio­nis­ta, ensa­yis­ta, etcé­te­ra, que solo sir­ven para seguir líneas edi­to­ria­les; para agru­par obras, para hallar ejem­pla­res en los estan­tes. La lite­ra­tu­ra es una sola.

Y que el artis­ta, una vez encon­tra­da la excu­sa o tra­ma, y el tono o modo expre­si­vo que quie­ra (no desea­mos decir “géne­ro” lite­ra­rio, por­que jus­ta­men­te es lo que esta­mos dis­cu­tien­do), reser­ve allí algo así como una inmar­chi­ta­da vigen­cia de la emo­ción huma­na, algu­na — siquie­ra algu­na — uni­dad inten­cio­nal­men­te crea­da del momen­to sen­ti­men­tal, cier­ta con­tem­po­ra­nei­dad inin­te­rrum­pi­da, un atis­bo de tras­cen­den­cia más allá de los per­so­na­jes de su his­to­ria y del habla de coci­na u ofi­ci­na, para que las pági­nas no sean un baúl de anti­cua­dos temas efu­si­vos, un mojón soli­ta­rio de valor tes­ta­men­ta­rio fue­ra de toda moda, inac­tual, olvi­da­ble, sin nada de lite­ra­tu­ra; o sea, sin pro­sa, ni poe­sía, ni ambas.

Este escri­to fue ori­gi­nal­men­te titu­la­do “Pro­sa o Poe­sía (¿o Pro­sa y Poe­sía?).” Publi­ca­do ori­gi­nal­men­te por NEACONATUS.