Reseña de “Las Carimbas del Silencio”: Una mirada atenta al racismo latinoamericano

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Las Carimbas del Silencio: Portada de la novela de Alicia Marina Rossi sobre un fondo totalmente negro.

Ogan­ga es la figu­ra cen­tral del nue­vo libro de Ali­cia Mari­na Ros­si. Ogan­ga es “la pro­te­gi­da de su pue­blo afri­cano.” La auto­ra de la nove­la nos hace via­jar por la memo­ria y res­ca­ta, tra­vés de la joven, una his­to­ria colec­ti­va, sin­te­ti­za­da en la mucha­cha-heroí­na: la negri­tud que fue traí­da a la fuer­za a estas tie­rras como escla­vos; los afro­des­cen­dien­tes.

La escri­to­ra tra­za un paneo lite­ra­rio amplio don­de se van des­cu­brien­do los des­gra­cia­dos des­ti­nos de las y los negros, que no solo median­te la pira­te­ría sino tam­bién por medio de polí­ti­cas de Esta­do fue­ron caza­dos (no hay otra pala­bra) en lati­tu­des afri­ca­nas y que, engri­lla­dos como bes­tias, arri­ba­ron for­za­da­men­te a cos­tas ame­ri­ca­nas para tra­ba­jar como mano de obra gra­tis. Y ellos y ellas, fami­lias ente­ras, paga­ban con sus vidas su pro­pia e infa­ti­ga­ble labor. El capi­ta­lis­mo en ple­na pro­to­esen­cia.

La escri­tu­ra difun­di­da masi­va­men­te impul­sa cam­bios de pers­pec­ti­va que des­de, apro­xi­ma­da­men­te el siglo XVIII, pro­mo­vie­ron revo­lu­cio­nes más o menos falli­das. No cabe ana­li­zar éti­ca­men­te estos cam­bios socia­les, por­que aún las cau­sas más nobles tie­nen sus zonas gri­ses. Pero sí cabe sub­ra­yar la efec­ti­vi­dad del libro como herra­mien­ta sen­si­bi­li­za­do­ra, en tan­to pro­ve­yó a las comu­ni­da­des nue­vas emo­cio­nes y creen­cias. El rela­to impre­so que cir­cu­la de mano en mano aumen­ta lo que el filó­so­fo Peter Sin­ger defi­nió como “amplia­ción del círcu­lo empá­ti­co.”

En estas líneas segui­mos el pen­sa­mien­to de Ste­ven Pin­ker y coin­ci­di­mos en que cuan­do lee­mos lo que otro escri­bió, de algu­na mane­ra, entra­mos den­tro de su men­te — para bien o para mal. Según nues­tros ánge­les y demo­nios inte­rio­res pode­mos adhe­rir a un cas­ti­go de cien lati­ga­zos pro­pi­na­do a un escla­vo o refle­xio­nar si es racio­nal que alguien sufrie­ra tal cruel­dad. La tarea narra­ti­va de Ali­cia Mari­na Ros­si va por este camino, sin ser­mo­nes mora­lis­tas acti­va des­de su escri­tu­ra fic­cio­nal, ágil, y casi cine­ma­to­grá­fi­ca, un reco­no­ci­mien­to que, si bien jamás repa­ra­rá la igno­mi­nia, al menos nos lle­va a pen­sar sobre las insen­sa­te­ces que el ser humano come­tió duran­te su reco­rri­do his­tó­ri­co. Por­que la fic­ción rea­lis­ta (o docu­fic­ción) nos per­mi­te cono­cer suce­sos que qui­zás siem­pre igno­ra­mos o no qui­si­mos ver. Por lo tan­to, amplía el círcu­lo de empa­tía antes men­cio­na­do. No revier­te el dolor ya infli­gi­do, pero al menos nos con­ce­de enfren­tar­nos al espe­jo don­de se refle­ja­rá nues­tra faz mons­truo­sa.

Tam­bién sería opor­tuno acla­rar por qué nos inter­pe­la el siglo XVIII, son tiem­pos don­de se inau­gu­ra una nue­va muni­ción para car­gar los libros. A dife­ren­cia de la épo­ca ante­rior, según el ya cita­do Pin­ker, se leían proezas de per­so­na­jes con segre­ga­ción de cla­se. Antes, los pro­ta­go­nis­tas eran aris­tó­cra­tas o san­tos, pero en las nue­vas nove­las comien­zan a con­tar­nos las tris­te­zas, ale­grías, logros, o des­gra­cias de la gen­te corrien­te. Por pri­me­ra vez pode­mos ima­gi­nar las lágri­mas de una cria­da negra acu­rru­ca­da en su camas­tro sepa­ra­da de sus hijos. Sur­ge la iden­ti­fi­ca­ción del lec­tor con una peri­pe­cia, antes ni teni­da en cuen­ta, que aho­ra con­mue­ve emo­cio­nal­men­te y comien­za a cons­truir alte­ri­dad com­pa­si­va.

No sea­mos pue­ri­les, sen­si­bi­li­zar afec­ti­va­men­te no equi­va­le a cam­bio fác­ti­co. Has­ta hoy pode­mos escu­char voces que ante algu­nas obras cla­man por un dis­ci­pli­na­mien­to, ya que las con­si­de­ran blas­fe­mas con­tra la jus­ti­cia, la auto­ri­dad de los padres sobre sus hijos, o los sagra­dos víncu­los hete­ro­se­xua­les. La que­ma de libros sigue sien­do uno de los depor­tes favo­ri­tos de las fuer­zas reac­cio­na­rias. Sin embar­go, cier­to géne­ro de nove­las, al reve­lar sufri­mien­tos esca­mo­tea­dos, sue­len dar letra a recla­mos que podrían deve­nir en cam­bios polí­ti­cos — al menos refor­mis­tas. No mucho más, pero esti­mu­lan­te. Los rela­tos que fic­cio­nan suce­sos his­tó­ri­cos vela­dos gene­ran cone­xio­nes huma­ni­ta­rias y, en casos excep­cio­na­les, empu­jan accio­nes colec­ti­vas. “La igno­ran­cia es un enemi­go peli­gro­so, muy peli­gro­so,” dice la Yaya de Ogan­ga.

Las Carim­bas del Silen­cio ope­ra como fic­ción don­de, uti­li­zan­do el recur­so de la dua­li­dad tem­po­ral, se narran suce­sos que pivo­tean entre el pasa­do y el pre­sen­te. Pero tam­bién podría ser con­si­de­ra­do una cró­ni­ca muy cer­ca­na al ensa­yo. Tran­si­ta el cal­va­rio de la escla­vi­tud des­cri­bien­do atro­ci­da­des que han sido reco­gi­das en la lla­ma­da “narra­ti­va escla­vis­ta,” que comen­zó a ser cono­ci­da a tra­vés de libros abo­li­cio­nis­tas y que lue­go el docu­men­ta­lis­mo audio­vi­sual y la dra­ma­tur­gia cine­ma­to­grá­fi­ca difun­die­ron mun­dial­men­te. Sin embar­go, reve­la una ins­tan­cia casi des­co­no­ci­da. Nor­te­amé­ri­ca y el Cari­be, casi siem­pre, mono­po­li­za­ron el infierno del trá­fi­co humano a nivel masi­vo. Cri­men incon­ce­bi­ble (¿geno­ci­dio, holo­caus­to?) que cons­tru­yó un puen­te de san­gre entre Áfri­ca y Amé­ri­ca. Pero Ali­cia Mari­na Ros­si des­pla­za la mira­da his­tó­ri­ca hacia el Cono Sur, más pre­ci­sa­men­te has­ta la Argen­ti­na. Un país que no ocul­tó jamás su racis­mo endó­geno, pero siem­pre orien­ta­do hacia los pue­blos ori­gi­na­rios con el ate­nuan­te de la ecua­ción “civi­li­za­ción y bar­ba­rie,” o el “pro­gre­so,” o la con­quis­ta de terri­to­rios. Esta nove­la-ensa­yo nos dice sin sub­ter­fu­gios que fui­mos tan escla­vis­tas como el que más.

Ali­cia Mari­na Ros­si nos ofre­ce una fic­ción, pero ¿es una fic­ción? En sus pági­nas hay tes­ti­mo­nios de que no exis­te mucho mar­gen para el cuen­to, no sola­men­te en las tor­tu­ras reci­bi­das. A algu­nos se los lle­ga­ba a mar­car con fue­go como si fue­ran gana­do. De ahí el títu­lo de la obra, sino en los infi­ni­tos infor­tu­nios, tro­pie­zos y difi­cul­ta­des de todo tipo que sufrie­ron. Y tam­bién en el deve­nir pos­te­rior a los siglos de la colo­nia y de los años de la inde­pen­den­cia argen­ti­na.

Una sola pre­gun­ta, de las muchas que el libro pue­de des­per­tar: los que lee­mos con delei­te el libro Las Carim­bas del Silen­cio, ¿sabe­mos con cer­te­za que no somos afro­des­cen­dien­tes? Nues­tro país es un cri­sol de razas (supo­nien­do que este tér­mino posea valor etno­grá­fi­co) y el color de la piel pudo irse dilu­yen­do, o, para decir­lo en pala­bras de los blan­cos, pudo “irse acla­ran­do,” pero los pre­jui­cios socia­les y arbi­tra­rie­da­des con­ti­nua­ron exis­tien­do has­ta la actua­li­dad.

Esta­mos ante una obra don­de coin­ci­den arte y polí­ti­ca. Por lo tan­to, no nos es aje­na una refe­ren­cia a los ries­gos de la este­ti­za­ción de las tra­ge­dias his­tó­ri­cas. Podría con­je­tu­rar­se que la lite­ra­tu­ra, en tan­to obra artís­ti­ca, des­pla­za el lugar real del dolor, de la vio­len­cia obje­ti­va ope­ra­da sobre los cuer­pos. No es este el caso pues la pro­pues­ta de la auto­ra con­vier­te su obra en un rayo que va al encuen­tro del espec­ta­dor con la idea de trans­for­mar la lec­tu­ra en una expe­rien­cia con­cien­cia­do­ra des­de el apor­te de cono­ci­mien­to. Un “dar­nos cuen­ta” que nos lle­va a asu­mir como fui­mos y en lo que aún per­sis­ti­mos. Ros­si nos reve­la esas apren­sio­nes, inclu­si­ve esos erro­res, en una his­to­ria apa­sio­nan­te.

Este libro fue edi­ta­do por Edi­cio­nes Con­Tex­to (Cha­co y Corrien­tes) y obtu­vo el segun­do pre­mio en el Con­cur­so Pro­vin­cial de Nove­la Chud­novsky 2021/2022.