La muerte de la ciencia ficción

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Yo entien­do que todos tene­mos pro­ble­mas. Soy una per­so­na muy com­pren­si­va. Por ejem­plo, en cual­quier momen­to me echan de mi tra­ba­jo (mi fami­lia no sabe nada) ¡Pero es una nave espa­cial!

Hace dos sema­nas ellos die­ron el pri­mer paso: una con­mo­ve­do­ra nave espa­cial plan­ta­da en nues­tro dimi­nu­to cie­lo. Pero a nadie pare­ció impor­tar­le. Lo pri­me­ro que se me ocu­rrió que iba a pasar fue un pri­mer encuen­tro con los mejo­res cien­tí­fi­cos del pla­ne­ta, un ejér­ci­to inter­na­cio­nal, o al menos algo de sor­pre­sa y fas­ci­na­ción. Pero nada de eso. Mi mujer esta­ba his­té­ri­ca (y eso que no sabe que en cual­quier momen­to pier­do mi tra­ba­jo).

¡Gen­te, están ahí! – decía Elsa, seña­lan­do la gigan­tes­ca nave sus­pen­di­da en el aire. – ¡Una terri­ble obvie­dad! – gri­ta­ba des­pués. Pero los veci­nos no se moles­ta­ban en mirar­la.

Hubo casos jus­ti­fi­ca­dos, por supues­to. Por ejem­plo el de Wal­ter y Zul­ma, y qui­zás el de Rodri­go. Como dije, soy una per­so­na com­pren­si­va. El Wal­ter se esta­ba arman­do la casa, y la ver­dad que no es fácil lidiar con los alba­ñi­les. – No caen ni tres gotas y no vie­nen a tra­ba­jar– me repi­te cada vez que paso por la obra, y la ver­dad, le con­ce­do esa preo­cu­pa­ción.

Por otro lado, Zul­ma, pobre­ci­ta, esta­ba medio jodi­da de salud. Jus­to cua­tro días antes de que apa­rez­ca la nave (no fue la entra­da más espec­ta­cu­lar tam­po­co; dema­sia­da nebli­na flo­ta­ba en el pue­blo), jus­to cua­tro días antes, empe­zó a estor­nu­dar asque­ro­sa­men­te san­gre y baba, y ahí nomás la lle­va­ron al hos­pi­tal. Inme­dia­ta­men­te todos nos fui­mos para allá. Wal­ter lle­gó des­pués por­que tenía que con­tro­lar a los alba­ñi­les y ama­ga­ba llo­ver, y es enten­di­ble…

Lo de Rodri­go es más deba­ti­ble, un poco por mi cul­pa, ¿pero y el res­to?

Los chi­cos del barrio casi no la mira­ban. Se la pasa­ban con esos celu­la­res todo el día.

¡Ojo!, no soy de esos vie­jos que no se adap­tan a los cam­bios cul­tu­ra­les. Reco­noz­co que la nave en sí no era tan impac­tan­te como los jue­gos que cir­cu­lan por Inter­net u otras cosas de la reali­dad como la infla­ción. Ade­más, con­fie­so que mi pri­me­ra gran decep­ción fue la poca ilu­mi­na­ción de la nave. Recuer­do aga­rrár­me­la con los faros de la can­chi­ta de fút­bol del Tur­co que le hacían som­bra, aun­que con el tiem­po me di cuen­ta (no soy ter­co como dice mi mujer) que a nues­tros visi­tan­tes le fal­ta­ban un par de luces delan­te­ras. Pero eso no qui­ta que ¡era una nave espa­cial!

Creo que el que más me decep­cio­nó fue mi hijo, Javier. Tie­ne 13 años, y a esa edad una nave espa­cial no pue­de pasar­se por alto. Vimos miles de pelí­cu­las de OVNIS jun­tos y ¿saben lo que me dijo? “me aprie­tan con las mate­rias en la escue­la”. Lo peor es que tenía razón, por­que ni novia tenía el pobre de tan­to estu­diar. Ese día igual dis­cu­ti­mos y nos deja­mos de hablar. Dos sema­nas des­pués, com­pren­dí lo que me decía cuan­do fui a la reu­nión de padres de la escue­la. Qué pre­sión tie­nen los chi­cos, ¡23 mate­rias anua­les!

Creo que mi hijo tam­bién es uno de esos casos jus­ti­fi­ca­dos, aun­que lamen­ta­ble­men­te los dos, mi hijo y yo, somos per­so­nas orgu­llo­sas y nin­guno bus­có un acer­ca­mien­to.

Como dije, el de Rodri­go, mi cuña­do, es más deba­ti­ble y es un poco mi cul­pa. ¿Por qué? Un día lo fui a bus­car a su taller mecá­ni­co y me dice que no ve nada. – ¡Men­ti­ra! – le dije yo – si la nave es más gran­de que tu taller, Rodri­go –. Pero mi cuña­do me mató con la res­pues­ta (y tenía razón) – ¿Qué taller? – me dijo con lágri­mas en los ojos. – El ban­co me lo está por qui­tar –. Acep­to que mi com­pa­ra­ción no fue opor­tu­na y no le insis­tí más con el tema. Fue mi cul­pa.

Sin­ce­ra­men­te no sé qué hacía la NASA o las otras orga­ni­za­cio­nes sobre el caso. Lo cier­to es que nos ente­ra­mos que se había orga­ni­za­do un pro­gra­ma tele­vi­si­vo para cono­cer a los visi­tan­tes de la nave. Ese día pelea­mos con mi mujer (últi­ma­men­te anda muy con­tes­ta­do­ra y casi le digo que en cual­quier momen­to me que­do sin tra­ba­jo). ¡Que­ría par­ti­ci­par! Si algo nun­ca me gus­tó es ver a mi mujer maqui­lla­da. Anda­ba todos los días arre­glán­do­se el pelo. Decía que tenía que repre­sen­tar un per­so­na­je, que iban a estar ence­rra­dos cin­co meses, y que la gen­te tenía que votar quién seguía en la nave y quién se iba. Mi mujer había caí­do muy bajo. Lo que más me preo­cu­pó en ese momen­to, es qué iban a pen­sar los extra­te­rres­tres cuan­do advir­tie­ran que su pri­mer con­tac­to con la civi­li­za­ción huma­na era una mujer pin­ta­rra­jea­da selec­cio­na­da por un gru­po de tele­vi­den­tes con­su­mis­tas, con un mari­do ausen­te que había deja­do que todo esto pase.

Gra­cias a Dios, mi peor pesa­di­lla no se hizo reali­dad. Nadie vio el pro­gra­ma tele­vi­si­vo. Ni siquie­ra lle­ga­ron a selec­cio­nar a los inte­gran­tes de la nave. A raíz de esto, mi mujer dejó de ser his­té­ri­ca (un pro­gre­so), pero per­dió el inte­rés en la nave espa­cial y, como con­se­cuen­cia, aho­ra no ten­go con quién hablar de estos temas.

Hace dos días que lo veo y me salu­da. Está arri­ba, en la cabi­na y es de color ver­de (nada ines­pe­ra­do). A veces nos sos­te­ne­mos la mira­da unos minu­tos lar­gos y sien­to que me dice algo… algo como “¿y? ¿para cuán­do vie­nen a salu­dar?”, y me da ver­güen­za aje­na. No son un gru­po de músi­ca extran­je­ra, o una nue­va ver­sión de la pelí­cu­la del “Hom­bre Ara­ña”; ¡son seres de otro mun­do! y a nadie pare­ce impor­tar­le.

Ayer comen­cé a hacer algo terri­ble. Y es que no sé qué más hacer para posi­bi­li­tar un encuen­tro con nues­tros visi­tan­tes. Me sien­to mal, pero lo hice. Doy vuel­tas por el barrio y hablo con los veci­nos. A la noche lo encon­tré a Rodri­go hacien­do la mudan­za de su taller mecá­ni­co y le dije: – Rodri­go, mirá que el extra­te­rres­tre de arri­ba te está miran­do a tu mujer. Es más, creo que hace rato que se ven – Lo dije en tono gra­ve, segu­ro de que el extra­te­rres­tre sen­ti­ría ver­güen­za de mí en ese momen­to, pero igual lo hice. Sem­bré comen­ta­rios y rumo­res de todo tipo para que se fijen en aque­lla silen­cio­sa nave (que no me expli­co cómo a esa altu­ra no se había ido a otro pla­ne­ta más intere­sa­do en su pre­sen­cia). “En la par­te tra­se­ra de la nave figu­ran los núme­ros de la lote­ría de maña­na”, “según el color de la nave, maña­na llue­ve o está solea­do”, “des­de que está la nave subió mucho la inse­gu­ri­dad y hay más robos. La poli­cía debe­ría inves­ti­gar­la” o “nos fal­ta uno para com­ple­tar el equi­po, ¿juga­rán éstos? y seña­lo la nave con una media son­ri­sa.

A pesar de mis esfuer­zos, nadie pare­ció inte­re­sar­se por la nave. Así, pasa­ron los meses y nin­guno se acer­có a nues­tros visi­tan­tes del más allá. De a poco fui per­dien­do el inte­rés. A los extra­te­rres­tres no le que­dó otra que bajar a ver­nos… Ni bien le comu­ni­que a mi fami­lia que posi­ble­men­te me des­pi­dan, me pon­go a ave­ri­guar dón­de sería eso.

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Mi nombre es Marcelo Claudio De Lisio. Nací y me crié en la ciudad de Buenos Aires. Pertenezco a esa generación urbana que soñó con autos voladores, robots sirvientes y naves espaciales viajando a la velocidad de la luz. Cuando me fui a vivir a la provincia de Misiones, ya grande, advertí que la naturaleza sigue manteniendo su reino sobre el avance de la tecnología, sin embargo estoy convencido que vivimos en el futuro aunque nos cueste darnos cuenta. Soy profesor de historia. La verdad que no sé cómo llegué de historiador a escritor de ciencia ficción. Quizás las dos actividades me trasladan a mundos alternativos. En esto de escribir soy relativamente nuevo. En agosto del año pasado publiqué mi primer libro de cuentos de ciencia ficción "¿Quién habló de robots? y otros cuentos".