Una tarde de domingo, muy calurosa, estaba el abuelo, sentado a la sombra y llega Tomás, su pequeño nieto de nueve años y le pregunta:
‑Abuelo, dime ¿Qué es la honestidad?
El abuelo le responde:
‑Te contaré una historia que sucedió hace muchos años para que comprendas que es ser Honesto.
En un pueblo del interior, vivía un hombre llamado Sam quien era el mayor vanidoso y mentiroso de todo el pueblo y sus alrededores. Mentía tan bien que los habitantes, incluida su propia esposa, creían que las farsas que contaba eran ciertas. ¿Quién podría atreverse a llamar mentiroso a aquel que había derrotado a las fieras más feroces de la selva?
Hasta los mismísimos pobladores de la región ‑según él- lo temían y respetaban por demás, y no sólo le hacían toda clase de regalos sino que también le pedían consejos cuando se hallaban en problemas.
Por esta causa nadie quería tenerlo de enemigo y todos se desvivían por complacerlo a él, que vivía de la nada. Porque, además de farsante y vanidoso, Sam era un perezoso sin remedio, que no trabajaba y vivía de los otros. Pero un día los pobladores de la región se cansaron de sus inventos y decidieron darle un castigo. Estaba Sam caminando por los alrededores y pensando qué nuevo cuento podría inventar cuando, de la nada, se le atravesó un gran tigre.
-¡Caramba! –se sorprendió-. ¿Cómo haré para cruzar sin que me lastime?
‑Si te me subes a mi carro, yo te salvaré –le respondió un campesino que pasaba.
Sam, creyendo que el campesino deseaba ayudarlo porque sabía de su buena fama, montó sin dudarlo. Pero, en lugar de llevarlo a su casa, lo dejó en medio de la selva donde todavía habitaban animales salvajes.
‑Pero… ¿Qué haces? ¡No me dejes aquí! –exclamó asustado.
‑No creo que alguien como tú, que has hecho tan grandes hazañas, sea incapaz de volver sólo –dijo el campesino y se alejó rápidamente. Tembloroso, Sam se sentó a pensar de qué modo podría regresar a su casa. Pero, de inmediato, detrás de una gran roca salió un anciano que le preguntó:
-¿Y tú que haces aquí?
‑Quiero… quiero regresar a casa… ¿Podría ayudarme, señor? –balbuceó.
¿Tú quieres que un anciano como yo te ayude, tú que siempre has sabido y has vencido a todo?
-¡No! ¡Eso es mentira! ¡Lo inventé yo! ¡Te lo juro! Pero el anciano no le creyó y enojado se retiró del lugar.
Al rato pasó un buen hombre con un camión, se apiadó de Sam y le acercó hasta su casa. Cuando quiso bajarse, se encontró rodeado por todos los habitantes del pueblo que lo estaban esperando para hablar con él.
-¿Ustedes… ustedes no me harán daño, verdad? –preguntó, muy temeroso.
‑No, claro que no –respondió irónico uno de los habitantes-. ¿No dices siempre que nosotros somos tus amigos?
-¿Y que te servimos y respetamos como si fueras nuestro amo? –agregó un segundo.
-¿Y que te hacemos regalos y toda clase de favores? –se burló un tercero.
‑Quiero… quiero entrar a mi casa –balbuceó Sam.
-¡Ah, ese favor sí te lo podemos hacer! –anunció un cuarto. Pero tendrás que cambiar de actitud y tratar de ser una buena persona.
Y, de inmediato, entró gritando en su casa a contarle todo lo que le sucedió a su mujer quien, cuando Sam concluyó, le preguntó muy enojada: -¿Y tú esperas que me trague ese cuento?
Por primera vez en su vida, Sam no mentía. Y, por primera vez en su vida, ni su esposa ni el resto de los habitantes le creyeron. Poco después, cansado de las burlas de todos y hambriento porque ya nadie le daba nada, se marchó a un pueblo vecino para rogarles a los habitantes que lo ayudaran. Nunca más volvió al pueblo y tuvo que trabajar de sol a sol, justo él, que nunca había trabajado y no ha hecho otra cosa en su vida más que inventar asombrosas mentiras que todos creían.
Pero en ese mismo pueblo también vivía Arturo, un hombre muy sabio y sincero en lo que hacía y decía, que no mentía y no hacía trampas para lograr lo que quería, que reconocía sus errores y trataba de corregirlo, que cumplía con lo que prometía y con sus obligaciones, que respetaba las normas y las leyes, que sabía guardar un secreto, que respetaba a los demás y siempre decía la verdad, tenía un gran y humilde corazón, fue médico y llegó a ser Presidente de la Nación… fue un hombre ejemplar…
-¿Ahora sabes que es ser honesto? –preguntó el abuelo.
‑Sí abuelo, gracias por contarme la historia y desde hoy trataré de ser como Arturo.
‑Si sigues ese ejemplo llegarás a engrandecer nuestra Patria y serás el futuro que todos anhelamos- agregó el abuelo.