Al odio le fascinaba odiar, pero con el paso de los años comenzó a aburrirse de hacer todos los días lo mismo. Quería experimentar algo diferente, entonces se le ocurrió que sería bueno fingir conductas del amor unos días para experimentar sensaciones nuevas.
¡Eso sí! Se preparó psicológicamente un tiempo para ello iba dos veces por semana a terapia porque no le sería nada fácil poder llevar a cabo su empresa… ¿Dónde se ha visto que el odio ame, abrace, mime, proteja, cuide, valore y quiera? Pero bueno, la curiosidad podía más y estaba dispuesto a todo… Sus íntimos amigos: el rencor, el aborrecimiento, la enemistad y la antipatía cuando se enteraron de esto se pusieron envidiosos… ¿Cómo no se les ocurrió esa genial idea a ellos?
Y así fue que el odio abandonó el corazón que cómodamente habitaba hacía más de diez años y comenzó a deambular por la ciudad, algún desamorado corazón le daría cabida pronto sin discernir si era el falso o el real amor porque personas necesitando afecto es lo que más abunda en el mundo .
Se dirigió a la plaza central y se camufló detrás de un banco a esperar alguna presa. A los quince minutos se sentó allí Juan a fumar un cigarrillo y ¡Zas! se le introdujo (con la ayuda del desánimo y el resentimiento). Luego de algunos intentos no consiguió amar como el verdadero amor a pesar de ser experto en astucia e hipocresía porque su esencia no es genuina, pero no se da por vencido, de vez en cuando vuelve a visitar el corazón de Juan y sigue intentando imitar al amor pero hasta el día de hoy no lo ha logrado.
¿Y Juan? ¡Pobre Juan! Estando en sus mejores días de viento apacible de repente soplan vientos huracanados, los momentos más sublimes y pacíficos de un momento a otro se transforman en fuente de discordias y rencillas. No se da cuenta que el amor que va y viene en su corazón no es el verdadero. Tampoco entiende por qué más de una vez la mujer que ama (o cree que ama) le grita: ¡Te odio Juan, eres un Donjuán!