El ángel del río

2
71

El Euse­bio sen­tía que la vida se iba en la medi­da en que el agua se le iba metien­do en el cuer­po. Sus pul­mo­nes, que­rían afe­rrar­se a la últi­ma gota de aire, pero el agua se lo impe­día. Se aho­ga­ba, era inevi­ta­ble, la vida se le iba a bor­bo­to­nes sin que pudie­ra hacer nada para evi­tar­lo.
Ya nadie podía sal­var­lo en aque­lla oscu­ra de noche. Esta­ba solo y se resig­na­ba a su des­tino final. El Para­ná, su ama­do río, se había con­ver­ti­do en una tram­pa mor­tal para él. Pen­só en sus guri­ses. En el Omar­ci­to de seis meses, el más chi­qui­to de los seis. Mien­tras se hun­día sin­tió como su ros­tro se con­traía en un puche­ri­to, no iba a estar más a su lado y sin­tió una pun­ta­da en el pecho, por­que tomó con­cien­cia de que no lo vería más. Lo extra­ña­ría, pero su her­mano mayor, el Ale­jan­dro de diez, lo cui­da­ría. Todos estos pen­sa­mien­tos cru­za­ban por su men­te, mien­tras su cuer­po se hun­día en las aguas oscu­ras del Para­ná.
Cuan­do Euse­bio Agui­rre, de 48 años, y pro­fe­sión canoe­ro, con seis hijos que man­te­ner, comen­zó ese via­je no ima­gi­nó que unas horas des­pués esta­ría ahí a metros de la cos­ta hun­dién­do­se inexo­ra­ble­men­te en las aguas del río embra­ve­ci­do.
Hijo de pes­ca­do­res, nació en la ori­lla del Para­ná, cer­ca de la lagu­na San José, en la ciu­dad de Posa­das. Des­de chi­co apren­dió varios ofi­cios para sobre­vi­vir. Fue pes­ca­dor, alba­ñil, maris­ca­dor, siem­pre bus­can­do el “man­go” para man­te­ner a su fami­lia dig­na­men­te.
Su mujer Eleo­no­ra, una moro­cha cua­ren­to­na, que nació en el barrio a pocas cua­dras de su casa, tra­ba­jo siem­pre a su lado. Fue emplea­da domés­ti­ca, lavan­de­ra, plan­cha­do­ra, ven­de­do­ra de chi­pa, y de cos­mé­ti­cos. Des­pués comen­zó a aho­rrar, por­que que­ría ven­der ropa y ser su pro­pia patro­na
Pasa­do un tiem­po, cuan­do tuvo sufi­cien­te, comen­zó su nego­cio com­pran­do ropa en Encar­na­ción para ven­der­la en Posa­das a sus veci­nas y a las maes­tras de la escue­la don­de iban sus hijos. Con­ver­ti­da en “pase­ra” apren­dió las mañas del nego­cio, a “cru­zar el puen­te” para evi­tar los con­tro­les y peleán­do­le a los de la Adua­na, cuan­do que­rían secues­trar­le su mer­ca­de­ría.
Relo­ca­li­za­dos por la repre­sa Yacy­re­tá, los Agui­rre, pudie­ron tener una casi­ta de mate­rial, “don­de no entra­ra agua” que el Euse­bio la fue agran­dan­do cons­tru­yen­do pie­ci­tas para que entre toda la guri­sa­da. En una, aco­mo­dó a las cua­tro guai­nas Raquel de nue­ve, Olin­da de ocho, Maga­li de sie­te y Patri­cia de seis y en la otra, a los dos varo­nes. Cer­ca de su pie­za pusie­ron la cuni­ta, que doña Ale­jan­dra, la maes­tra de Maga­li, les había con­se­gui­do. El Omar­ci­to ya tenía has­ta col­chón con fra­za­di­ta y todo. Así pasa­ban sus días. Euse­bio fue mejo­ran­do, con la pla­ta que gana­ba con las chan­gas, la canoa que había com­pra­do en Para­guay y con esa pla­ta pudo poner­le un motor­ci­to. Un “jum­pi­ta” de diez caba­llos. Aho­ra iba a poder hacer los cru­ces del río, más rápi­do. Ya soña­ba con poder tener una lan­cha de pasa­je­ros, pero no se ilu­sio­na­ba por­que sabía que para cum­plir ese sue­ño, tar­da­ría un poco más.
Los via­jes aumen­ta­ban en Sema­na San­ta, o para las fies­tas, y esa noche, la del 31de diciem­bre, una fami­lia de para­gua­yos le pagó para que los cru­ce des­pués del brin­dis al Para­guay don­de vivían. Y así lo hizo.
Esa noche, cuan­do regre­sa­ba, el jum­pi­ta comen­zó a fallar­le. “Si me deja, le meto pala y lis­to” se dijo. Veía los relám­pa­gos en el hori­zon­te, del lado argen­tino, y tra­ta­ba de alcan­zar rápi­da­men­te la cos­ta. “Lo úni­co que fal­ta es que me aga­rre la tor­men­ta” se decía, y tra­ta­ba de apu­rar al motor­ci­to que cada vez falla­ba más, tosien­do y dete­nién­do­se de a ratos, “enci­ma el río está cre­ci­do, que sal que ten­go!” se decía.
Hacien­do su últi­mo esfuer­zo, el motor­ci­to se detu­vo y todo que­dó en silen­cio en medio del río. El vien­to y los relám­pa­gos, casi enci­ma de su cabe­za, lo saca­ron del shock y comen­zó a remar fre­né­ti­ca­men­te antes de que la tor­men­ta lo alcan­za­ra. A medi­da que rema­ba iba sin­tien­do como el vien­to era cada vez más fuer­te, y des­pués de un rato, grue­sas gotas de agua comen­za­ron a pegar­le en la cara.
¡Qué sal, cara­jo, qué sal!- Se decía mien­tras le ponía más fuer­za a la rema­da “ voy a tener que lle­gar al canal, aun­que me tire más aba­jo ten­go que lle­gar antes de que la tor­men­ta me aga­rre” – gri­ta­ba
Las tor­men­tas en el río, comien­zan con un vien­to sua­ve, dicen los enten­di­dos y van aumen­tan­do su velo­ci­dad y rápi­da­men­te pue­den hun­dir cual­quier embar­ca­ción en cues­tión de segun­dos. El res­to lo hacen las gran­des olas que se levan­tan, lo que difi­cul­ta enor­me­men­te la nave­ga­ción. Euse­bio sabía esto mejor que nadie y bus­ca­ba deses­pe­ra­da­men­te lle­gar a la cos­ta. Pero esta­ba solo y el can­san­cio comen­za­ba a men­guar sus fuer­zas.
Al escu­char la llu­via, Eleo­no­ra comen­zó a rezar. Pen­só en su mari­do y sal­tó de la cama. Fue a ver a sus hijos. Todos dor­mían, mien­tras las gotas repi­ca­ban en el techo de zinc.
‑Cui­dá­me­lo, madre­ci­ta- rogó de rodi­llas ante la ima­gen de la vir­gen de Ita­tí.
Angus­tia­da por la preo­cu­pa­ción sollo­za­ba mien­tras en sus manos apre­ta­ba el rosa­rio con olor a rosas. Ella como mujer de río, sabía lo peli­gro­sas que son estas tor­men­tas, cuan­do uno está en el río arri­ba de un bote como el del Euse­bio.
‑Con­fío en vos, vir­gen­ci­ta! No dejes que le pase nada.
En el río, Euse­bio miró al cie­lo, las estre­llas ya no se veían, y eso era una mala señal, por­que no era un cha­pa­rrón de verano, como qui­so men­tir­se para tran­qui­li­zar­se. Len­ta­men­te iba dán­do­se cuen­ta de que a pesar de su habi­li­dad para remar, la embar­ca­ción ya no le res­pon­día. Las olas eran cada vez más altas y la corrien­te más fuer­te. La luz de un relám­pa­go ilu­mi­nó sus bra­zos y pudo ver sus venas hin­cha­das por el esfuer­zo. Sen­tía en su pecho cómo el cora­zón esta­ba a pun­to de explo­tar­le por el esfuer­zo. Le fal­ta­ba el aire, y las pier­nas comen­za­ron a aca­lam­brár­se­le a cau­sa del esfuer­zo que hacía con los remos, tra­tan­do de con­tro­lar la embar­ca­ción. “Si pudie­ra lle­gar al canal” pen­sa­ba, pero la corrien­te era muy fuer­te y no podía poner el bote en el sen­ti­do correc­to para apro­ve­char la corrien­te.
De pron­to el vien­to cam­bió de fren­te y Euse­bio se vio enfren­ta­do a un muro de agua y vien­to que por poco lo arro­ja del bote, hacién­do­le per­der un remo. La situa­ción se le com­pli­ca­ba cada vez más. Pen­só en arro­jar­se a las aguas, pero no divi­sa­ba la cos­ta así que deci­dió seguir aguan­tan­do la tor­men­ta, aun­que sabía que tenía muy pocas pro­ba­bi­li­da­des de que su bote no se hun­die­ra.
Des­pués de rezar un rato, Eleo­no­ra deci­dió lla­mar a Pre­fec­tu­ra, para avi­sar que su mari­do esta­ba per­di­do en el río. Ten­dría que expli­car que no tenía per­mi­so para hacer el pase que hizo con los para­gua­yos, pero pre­fe­ría ver­lo pre­so que en el fon­do del río. Y des­pués de dudar hizo la lla­ma­da des­de su celu­lar.
En el río, el vien­to era cada vez más fuer­te, a Euse­bio ya no le que­da­ban fuer­zas. Pen­só en sus guri­ses, pen­só en la Eleo­no­ra, y pre­sin­tien­do lo inevi­ta­ble dijo:
Dio­si­to cuí­da­me la guri­sa­da si no sal­go de esta, y con­so­lá­me­la a la Eleo­no­ra.
No alcan­zó a ter­mi­nar la ora­ción. Una gran ola levan­tó la popa del bote, cubrién­do­lo total­men­te, mien­tras el motor antes de hun­dir­se le gol­pea­ba la cabe­za antes de per­der­se en las pro­fun­di­da­des del río. Euse­bio cayó pesa­da­men­te al agua aton­ta­do por el fuer­te gol­pe; tra­tó de man­te­ner­se a flo­te, pero fue impo­si­ble.
Comen­zó a hun­dir­se rápi­da­men­te. Los relám­pa­gos que ilu­mi­na­ban el agua lo deja­ron ver al bote, que flo­ta­ba sobre su cabe­za, mien­tras su cuer­po aton­ta­do, se hun­día rápi­da­men­te. Sus manos no le res­pon­dían. Esta­ba can­sa­do, mien­tras el agua le iba entran­do por los pul­mo­nes y el aire se le iba del cuer­po.
Con el últi­mo alien­to de vida, casi incons­cien­te sin­tió dos bra­zos fuer­tes que lo tira­ban hacia arri­ba, hacia la super­fi­cie. Al bor­de de la muer­te sen­tía como alguien lo arras­tra­ba a la vida. No lo podía creer, pero se dejo lle­var. Cuan­do salió a flo­te, la llu­via seguía cayen­do y el vien­to había amai­na­do, y las gotas le pica­ban como pie­dras en su cabe­za.
Ape­nas pudo dar­se cuen­ta de que un joven hacia esfuer­zos para al bote que flo­ta­ba tran­qui­la­men­te sobre las olas.
‑Agá­rre­se fuer­te, vamos don Euse­bio, que usted pue­de! – le gri­ta­ba su sal­va­dor.
Como un autó­ma­ta sacó fuer­zas de su inte­rior para hacer lo que el extra­ño le decía. En la oscu­ri­dad que­ría saber quién era, pero no podía iden­ti­fi­car­lo. Un relám­pa­go lo ilu­mi­nó: era un chi­co, un guri­si­to que se man­te­nía flo­tan­do a su lado. Sos­te­nién­do­lo, acom­pa­ñán­do­lo ahí. Euse­bio sen­tía que lo mira­ba, como con­tro­lán­do­lo, mien­tras lo ayu­da­ba a flo­tar.
Se sin­tió recon­for­ta­do por ese guri joven y fuer­te, que lo acom­pa­ña­ba en medio de la tor­men­ta. Lo miró para ver si lo reco­no­cía, de pron­to a la luz de otro relám­pa­go pudo ver sus cabe­llos negros, y un ros­tro muy joven, ten­dría unos cator­ce o quin­ce años, según cal­cu­ló. No podía enten­der cómo sien­do tan chi­qui­to tenía tan­ta fuer­za para man­te­ner­lo fir­me sobre el bote, evi­tan­do que se caye­ra a las aguas nue­va­men­te. Y así se man­tu­vo a sus lados, todo el tiem­po mien­tras él se recu­pe­ra­ba, evi­tan­do que el sue­ño lo ven­cie­ra.
‑Aguan­te que ya vie­ne la ayu­da Euse­bio, aguan­te! – le gri­ta­ba en medio del ensor­de­ce­dor rui­do que pro­vo­ca­ban los true­nos.
— Pien­se en el Omar­ci­to – le decía, le gri­ta­ba, arran­cán­do­lo del sopor que le pro­vo­ca­ba el frio vien­to de la noche, mien­tras él hacia el supre­mo esfuer­zo por mover sus pier­nas aca­lam­bra­das.
Así trans­cu­rrie­ron varias horas; la tor­men­ta comen­zó a cal­mar­se has­ta con­ver­tir­se en una sua­ve bri­sa mien­tras la llu­via se trans­for­ma­ba en llo­viz­na. Ya ama­ne­cía. El cie­lo se iba lim­pian­do por efec­to del vien­to y el hori­zon­te comen­zó a lim­piar­se de nubes. Y así como comen­zó, la llu­via fue dan­do paso al sol que apa­re­cía por el hori­zon­te. Las olas fue­ron cal­man­do su furia has­ta que el río se “plan­chó” con­vir­tién­do­se en un sua­ve reman­so de agua que corría. El cie­lo azul pro­me­tía un día calu­ro­so, has­ta que el sol ilu­mino todo.
De pron­to se encon­tró flo­tan­do a la deri­va, afe­rra­do a su bote, solo. El gurí había des­apa­re­ci­do.
Des­pués de unas horas, alcan­zó a oír el motor de una embar­ca­ción: era la lan­cha de la pre­fec­tu­ra. Al ver­la comen­zó a llo­rar, sin ver­güen­za. Su ale­gría no tenía lími­tes, se había sal­va­do. Podría vol­ver a ver a sus guri­ses, y a su ama­da Eleo­no­ra.
Cuan­do los de la pre­fec­tu­ra lo subie­ron al guar­da­cos­tas, no podían creer que estu­vie­ra vivo.
‑Cómo zafas­te, cha­mi­go! Fue un mila­gro que te encon­trá­ra­mos vivo – le decían.
Horas des­pués, mien­tras regre­sa­ban a la cos­ta a bor­do de la lan­cha calen­tan­do sus manos con el jarro de mate coci­do calien­te, les con­ta­ba lo suce­di­do. Y le expli­ca­ba que si no hubie­ra sido por aquel guri que lo sacó de las aguas y lo puso arri­ba de la canoa cuan­do se hun­día, que lo acom­pa­ñó toda la noche, él no esta­ría con vida.
— Qué guri? — le pre­gun­ta­ron los mari­ne­ros. Noso­tros no vimos a nadie-
‑Era fla­qui­to, buen pata­lea­dor, ten­dría unos cator­ce o quin­ce años, de ojos gran­des y son­ri­sa ancha- les decía.
‑Me man­tu­vo a flo­te. Buen nada­dor, él me acom­pa­ñó toda la noche – les con­ta­ba
‑Noso­tros no vimos a nadie – le vol­vie­ron a repe­tir.
‑Estás segu­ro vos?– vol­vie­ron a pre­gun­tar, por­que no le creían.
‑Sí, estoy segu­ro, él me man­tu­vo arri­ba del bote, mien­tras nada­ba a mi lado y ¡has­ta me can­ta­ba!. Me acom­pa­ñó nadan­do. Me decía que pata­lee, y que pien­se en mi guri­sa­da, yo pen­sé que me cono­cía, pero no enten­día. No lo cono­cía, pen­sé que a lo mejor era algún ami­go de mi guri­sa­da, del barrio, pero esta­ba tan can­sa­do que no podía pen­sar. Y mien­tras se acu­rru­ca­ba con la fra­za­da, tem­blan­do, repe­tía: “me sacó del fon­do del río, don­de me iba, des­pués que el jum­pi­ta me gol­peó “juer­te” la cabe­za”.-
Los mari­ne­ros se mira­ban en silen­cio. Has­ta que Boga­do, el más anti­guo sen­ten­cio:
‑Habrá sido el “Ángel del río”, el que te sal­vó cha­mi­go, dale gra­cias a Dios y pren­dé una vela, por­que no sos el pri­me­ro que sal­va. Y aun­que noso­tros nun­ca lo vimos, des­de que apa­re­ció, sal­vó a varios. Los últi­mos fue­ron dos guri­ses que se per­die­ron en las islas, del lado para­gua­yo.-
Y el Euse­bio con la mira­da per­di­da, guar­dó silen­cio. Des­pués comen­zó a sollo­zar, y con voz entre­cor­ta­da agra­de­cía al des­co­no­ci­do, que en medio de la noche le sal­vó la vida.
Dicen los vie­jos pes­ca­do­res que el “Ángel del río”, sue­le apa­re­cer cada vez que hay tor­men­ta para ayu­dar a los que están en apu­ro en el río.
Uno de ellos, al que res­ca­tó, cuan­do su canoa se hun­dió, dice que el Ángel, lo lle­vó a nado has­ta la cos­ta de una isla. Dice que antes de que per­die­ra el cono­ci­mien­to, alcan­zó a pre­gun­tar­le su nom­bre y que el mucha­chi­to, son­rien­do le dijo, que se lla­ma­ba Nico.
(En home­na­je a –“Nico”- Nico­lás Leve­ki falle­ci­do duran­te el cru­ce del río Para­ná el 16 de Enero de 2010 mien­tras ayu­da­ba con su canoa sal­van­do a los com­pe­ti­do­res que par­ti­ci­pa­ron de la prue­ba deno­mi­na­da: El cru­ce del Para­ná- com­pe­ten­cia de aguas abier­tas, que se rea­li­za­ba tra­di­cio­nal­men­te entre Posa­das — Encar­na­ción)

Artículo anteriorConfusión
Artículo siguienteUn día, un peon
Periodista, desde hace 29 años, trabajo en radio, televisión (conducción y producción de programas periodísticos) es locutor nacional y actualmente Director Periodístico del diario digital El Itaembé Digital, cubriendo la actividad de los barrios de Posadas. Entre la literatura y el periodismo Oriundo de la provincia de Entre Ríos, criado en la ciudad de Oberá, comenzó a escribir gracias al empuje del docente y escritor entrerriano-misionero, Hugo Amable, director de L.T.13 Radio Oberá en la ciudad homónima. Años después, aprovechando que su hermana cursaba el profesorado de Letras, en el Instituto Montoya, se relaciono, en su adolescencia, con escritores, poetas y literatos misioneros. Colaboro con algunos poemas de la Revista “Juglaría” de ese Instituto Educativo en la década del 80. Años más tarde se abocaría plenamente a la redacción periodística, sin olvidar su gran pasión escribir historias para compartirlas, con amigos y familiares, pues no se considera un “escritor” aunque continuó tomando cursos de redacción literaria. Fue director de la Revista confesional (católica) “Vox Dei” difundiendo la actualidad eclesial de la Diócesis de Posadas. Un emprendimiento independiente que lo llevaba adelante con el poeta y escritor misionero Anibal Macena. En esa misma línea dirigió la Revista “Maranatha” de la Renovación Carismática Católica. Se inicio periodísticamente como corresponsal del diario “Pregón Misionero” en la ciudad de Posadas. También se desempeño como redactor de la Revista deportiva “Tododeporte” dirigida por el periodista radial, Guillermo Reyna Allan. Luego trabajaría por un muy corto tiempo en el diario “Primera Edición” en el sector de “Cables” redactando noticias nacionales. Años después, ya a finales de los ochenta, en plena, se dedico al exhaustivo aprendizaje del periodismo y tuvo por maestros a periodistas del diario Página 12, del que fue corresponsal free-lance y colaborador en hechos como el levantamiento carapintada. En los noventa a través de contactos con periodistas, de América Latina, pudo colaborar como periodista free-lance con diarios y revistas de México, Colombia y Paraguay. En L.T.85 – TV Canal 12, ingresó en el año 1986 y fue cronista, conductor del Noticiero en los horarios del mediodía y el central a la noche. Fue conductor de varios programas de la televisión local y productor además de conducir diferentes programas en las distintas radios de Posadas (FM Express, L.T.4, Estilo, entre otras). Finalmente fue co-conductor del programa, conducido por el escritor y poeta misionero Anibal Silvero “Cultura para todos” que se emite por L.T.17 – Radio provincia de Misiones. Su primera novela (aún no publicada) Egresado del Instituto Superior de Educacion Radiofónica, en el 2003, incursiono en el guionaje para radio y televison, y se dedico a la investigación de la Cultura y costumbres de Misiones y la Región Guaranítica, aprendizaje que le dio grandes satisfacciones cuando por razones de trabajo se traslado a Capital Federal, desde el año 2006 hasta el año 2013, momento en que regreso a su amada Misiones y su gente, luego de sufrir un grave problema de salud que lo regreso a su primer amor: la escritura, la investigación y el relato de historias. En Capital Federal trabo amistad con destacados escritores de la SADE y continuó su aprendizaje en redacción literaria con escritores de la talla de Esteban Moore. Del incentivo de su maestro, decidió presentarse en el Concurso Clarín Novela, con la novela, “Antes de que caigan las bombas” donde relata, en ficción, el relato de un periodista misionero que participo de la instalación de un canal de televisión abierto en Malvinas, semanas antes de que comenzara la guerra. La novela tuvo una importancia mención en la semifinal de este concurso cuyo ganador fue el prestigioso escritor y periodista Fernando Monacelli, con su novela “Sobrevivientes” donde trataba la misma temática: la guerra de Malvinas. Una hermosa historia. El Ángel del Rio Es un cuento en el que el periodista y escritor Sergio Pesoa, relata, siempre a partir de un hecho real, como lo fue la “Tragedia del Rio” la vivencia que tuvo con el protagonista del cuento, amigo de sus hijos con quien compartió la última cena antes de partir rumbo a la competencia que le costaría la vida. Y este cuento, busca ser un sencillo homenaje a un joven, puro, inocente, que entrego su vida para salvar a los demás compañeros que participaban en esa trágica competencia.