Las manchas de humedad pintan un cuadro triste. Ella seca por enésima vez el agua que chorrea por las paredes, pero no hay trapo de piso que absorba el asco. La ropa, los zapatos, las sábanas, las toallas, las almohadas, todo está impregnado de ese olor-dolor que deja una casa cuando llora.
Con la cadencia de quien dicta una condena, abre las bolsas negras. Tragan de un bocado las camisas, las remeras, las camperas. Libera el espacio del placard que era de él. No se había dado cuenta de ese todo que él ocupaba. Ropa nueva, marcas que ella nunca soñó en tener porque la plata no alcanzaba. En el fondo del placard se deja ver la herida del arma de agua. El revoque desparrama sus tripas de cal por el piso, como un asesino escondido, que acecha desde hace mucho tiempo mirándola de frente.
Revuelve en su memoria las miradas esquivas, los mensajes: “a mil con el trabajo, no me esperes,” las llamadas en el baño, la espalda con espalda de las madrugadas, los silencios, los días densos, las discusiones por nada y por todo, los arranques de malhumor, los no tengo ganas, las vacaciones juntos que nunca llegaron.
Sin embargo, un álbum de fotos le recuerda las paladas de arena que alguna vez existieron. El nacimiento de sus hijas, las navidades, los asados con amigos.
Pero hoy la arena se convirtió en desierto, cada recuerdo teñido de un color lejano. Las manchas de humedad, el agua que no cesa, y ese olor-dolor que se mete por la nariz la cubren de un velo tan oscuro como bolsa de consorcio.
Como la casa, ella también llora. La sal salta por sus agujeros verdes. Su cuerpo es hamacado por el sufrimiento. Sus piernas se desmoronen hasta el suelo, frío e impersonal. Llora como si fuera la primera vez. Grita como si saliera del canal de parto. Se mira a sí misma manchada de cal, agua, arena, y mugre.
De a poco las palabras desenrollan su oscuridad. Se mira al espejo reconociendo unos ojos más verdes que nunca, como si no fueran suyos. Los abrazos compartidos se multiplican. De a poco la casa recupera su olor a vainilla, a orquídeas, a armonía. La cicatriz de la pared comienza a secarse. El vacío del placard al fin queda bien. Ella levanta sus paredes de nuevo. Pinta sus días de colores vivos. Se reconstruye — con cal, arena y palabras.