Existe una tendencia que, se podría decir, es cada vez más evidente: la tendencia de relegar, aunque muchas veces de forma subconsciente, el origen y, especialmente, el verdadero significado de tales costumbres como la de festejar, o más bien conmemorar, el Día Internacional de la Mujer, o Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Se lo relega a un segundo plano, inferior al de la definición abstracta de que “la mujer debe tener los mismos derechos que el hombre.” Lo mismo sucede, por ejemplo, con las fechas patrias, repletas muchas veces de definiciones abstractas sobre “libertad” y “autonomía” y otros términos parecidos que, aunque suenan bien, no llaman a mucho significado ni análisis.
¿Qué significa tener libertad? ¿qué significa tener derechos o ser un sujeto de derecho? ¿de qué derechos hablamos cuando decimos “derechos”? Por ejemplo, que se diga que se tiene derecho a la propiedad puede significar un obligado acceso a la vivienda por el mero hecho de ser una persona o bien tener el derecho a la posibilidad eventual de ser dueño de una vivienda. De igual forma, ¿qué significa ser igual? ¿significa ganar lo mismo, estar al mismo nivel económico que el otro o tener acceso siempre a los mismos recursos? ¿o, tal vez, significa tener el mismo acceso potencial a estos recursos, pero no exactamente un acceso a ellos en sí? Hay varias opiniones sobre las respuestas a estas preguntas. Bibliotecas enteras se podrían llenar con los argumentos filosóficos que intentan contestar a estas cuestiones. Y como toda cuestión, estas cuestiones son también parte de un todo que debe ser estudiado para entender mejor a las cuestiones particulares que lo conforman. Con esta forma de pensar, tan necesaria, una cosa siempre lleva a la otra, y este proceso en pos del entendimiento rápidamente puede írsenos de las manos.
El descubrimiento de estas respuestas es una tarea compleja que requiere tiempo, energía, y de una habilidad de razonamiento finamente desarrollada que no va a funcionar bien ni en la primera, ni en la segunda, ni en la tercera vez que se la intente. O, mejor dicho, funcionará mejor con cada vez que se la intente, porque se irá convirtiendo progresivamente en una melodía, como cuando uno no sabe tocar el piano y de repente empieza a tocarlo mucho. Después de unos intentos, descubrirá que tal o cual nota pega con tal o cual otra, y después descubrirá los acordes, y después las progresiones, y después irá revisando sus descubrimientos anteriores y redefiniéndolos desde la perspectiva de los descubrimientos más nuevos. Eso conlleva aprender a estudiar el mundo y sus movimientos, pero eso también es lo que se busca lograr con ese mismo aprendizaje: aprender con el deseo de encontrar la verdad, el dato objetivo; usar el método científico, que nos ordena a empezar por la pregunta, por la observación, y terminar con el descubrimiento factual, lo que no es lo mismo – y esto es importante – a empezar desde una suposición y atravesar un proceso exclusivamente diseñado para comprobar esa suposición e ignorar, conscientemente o no, cualquier dato que la desvirtúe. Tal es el proceso del aprendizaje y del descubrimiento, y es algo que se relaciona profundamente con la abstracción de algunas definiciones que abundan durante las fechas patrias o los días “festivos” o de conmemoración, como el que hoy se festeja, el Día Internacional de la Mujer.
¿Para qué sirve este día? Muchos tal vez contestarán algo parecido a “para exigir la igualdad de la mujer frente al hombre.” ¿Por qué se conmemora? Posiblemente algunos hagan referencia a algún incidente ocurrido en Estados Unidos. ¿Pero cuántas personas, de entre todas esas, sabrá la importancia de esas respuestas, será consciente de todo el fondo que cada palabra y cada espacio que la conforman poseen en crear su significado, tan amplio? A pesar de cómo suene, no estamos haciendo referencia al valor lingüístico de estas respuestas, sino a la verdad que subyace detrás de ellas, muy al fondo, detrás de todas las interpretaciones posibles y en la profundidad de todos los ríos de tinta que las analizaron subjetivamente, más allá del proceso de descubrimiento más dedicado y en donde mejor se aplique el proceso científico. Tan al fondo se halla todo esto que esas respuestas terminan siendo abstracciones.
Y obvio, no vamos a recitar todo un libro de Simone de Beauvoir cada vez que nos pregunten algo semejante (no que Simone de Beauvoir sea lo único que alguien deba leer para entender todo, no es a lo que me refiero), pero no muchas veces nos detenemos, aunque sea un rato, a reflexionar sobre el peso de lo que acabamos de decir. Si no muchas veces lo hacemos, imaginémonos cuántas menos le dedicamos a este proceso de descubrimiento, a un momento consciente en el que intentemos encontrar las respuestas objetivas que expliquen tal o cuál fenómeno.
Uno de los incidentes que sirvió como demostración para la urgencia de un movimiento de mujeres trabajadoras fue el incendio en la fábrica de Triangle Shirtwaist en Nueva York, sucedido en 1911 y en donde 149 personas murieron, 129 de las cuales eran mujeres. Las víctimas más jóvenes tenían sólo 14 años, y el incidente, provocado en gran parte por la política de cerrar las fábricas para evitar que los trabajadores se tomen descansos “no permitidos,” común en esa época, fue uno de los tantos ejemplos de la precariedad en la que se hallaban no sólo los trabajadores en sí, sino que también – y dentro de ellos – las mujeres, que sufrían por partida doble: por ser trabajadoras y por ser mujeres. Pero ni este incendio ni ninguno de los eventos que lo antecedieron, como la marcha de 1909 o cualquier otro dentro o fuera de Estados Unidos, fueron la única razón para la instauración, o el refuerzo, de un Día Internacional de la Mujer, y tampoco fueron hechos aislados. Muy lejos estuvieron de serlo.
Generalmente un buen principio a tener siempre en cuenta es que ningún evento, decisión, idea, o cualquier otra cosa imaginable tiene un perfecto comienzo y/o un perfecto final, sino que más bien explota cada tanto en incontables direcciones expandiéndose, relacionándose, y transformándose continua e ilimitadamente. Esto es cierto tanto en el interior de todas nuestras mentes como en la evolución de la historia del universo. Cuando cambiamos de parecer sobre algo, no lo hacemos de repente y sin ninguna antelación de ningún tipo, lo hacemos al final de un largo proceso de pequeñas explosiones que, en algún momento, derivan en una grandísima, en un big bang que termina por asentar nuestra nueva mirada. Pero este big bang, al igual que el incendio en el Triangle Shirtwaist, no surge de la nada y sus consecuencias tampoco son lineales.
¿Por qué acaso los empleados de esa fábrica no podían salir? ¿por qué es que había niñas de 14 años trabajando dentro de esa fábrica al momento del incendio? ¿por qué es que ya en ese momento se venía hablando de la necesidad de una solidaridad y, con ella, del reconocimiento de la importancia que la opresión contra la mujer tenía en el marco del mecanismo más general de opresión que daba origen a todo aquello? Es decir, había mil y un problemas, mil y una cuestiones que se interrelacionaron en ese lugar, en ese momento, y en ese incidente de una forma bastante vistosa. De forma similar, al otro lado de Nueva York otras cuestiones y otros problemas se estaban relacionando también, tal vez de una forma un tanto menos vistosa y más desconocida para nosotros, tantos años después, pero igualmente existente, igualmente aplicable al problema de la opresión sufrida por la mujer.
Debido a todo esto, podemos decir que no existe ni nunca existió una línea temporal perfecta que explicase el origen del día que hoy se conmemora y lo situase en un día o en una hora en específico. Algunos pueden pensar que nadie afirmó que lo hiciese, y podrían tener algo de razón, pero este es un tipo de pensamiento tan incrustado en tantas personas que, a veces, ni es necesario hacerlo. Está allí, en la mente de uno, como un razonamiento adquirido y nunca del todo extirpado. La linealidad de las cosas, que en realidad no existe, es la forma de evolución de las cosas que, por defecto, se adoptó en muchos sistemas educativos, y no por la culpa de los estudiantes ni de los profesores. Es, en realidad, una suerte de acuerdo tácito que sacrifica lo crítico en pos de lo definido. Lo desordenado en pos de lo ordenado y limpio. Y esto sería excelente de no ser porque nada está nunca totalmente definido ni tampoco totalmente “ordenado” y “limpio.” Todo está en constante conflicto y está en nosotros, y nadie más, la responsabilidad de solucionarlo y crear nuevos conflictos, y solucionar estos para crear otros, y así. Porque no existe tal cosa como un conocimiento pleno, o una ausencia de conflictos, por la misma razón que el mundo no puede parar y dejar de moverse de un momento a otro, o todo ponerse en pausa, o alguien decir “acá terminé, no hay mejora posible y nunca la habrá.” El que logre pensar en algo que permaneció inmutable desde el comienzo de los tiempos, que tire la primera piedra.
Está en estos constantes conflictos el cáliz, o más bien el sudor de la investigación y la acción, que se requiere para avanzar en la solución de las problemáticas que aquejan hoy en día a las mujeres, cuyas luchas se visibilizan hoy aunque sea un poquitito más, y de toda la población en general de alguna forma oprimida, que encuentra el reflejo de su opresión en la opresión de las mujeres y el reflejo de su lucha en la lucha que las mujeres emprenden todos los días, y viceversa, porque ambas partes, se podría decir, conforman un todo que es tan general (pues ambos problemas derivan de la opresión en sí y de un mismo contexto, entre otras cosas) como lo es específico (pues ambos tienen características propias que, aunque interrelacionadas, no son exactamente iguales, pues son cambiadas por variables como el entorno o los sujetos afectados), por más contradictorio que pueda sonar que algo sea general a la vez que específico.
Una de las frases motivacionales predilectas es la que afirma que no existe tal cosa como la perfección, pero detrás de la imagen que alguien puede compartir en su Instagram con eso como consigna existe todo un bagaje filosófico que escapa a la comprensión que muchos creen tener sobre ella. Es una frase que acaba por ser una abstracción, como las que antes se mencionaron, porque aunque uno cree comprenderla, sabiendo lo que significa “perfección” y entendiendo lo que sería la “no perfección,” en realidad aplicándola selectivamente a algunas cosas pero no a otras (aplicándola a cosas como los cánones de belleza pero aun así conservando, aunque subconscientemente, la idea de la historia como un “perfecto” camino entre un punto A y otro B) denota incomprensión. Alguien que la comparta en su perfil bien puede hacerlo en el marco de una concepción lineal de la historia, una que es limpia, perfecta; puede, incluso, no interesarse por su progreso o sus razones de ser. Y no es su culpa, no es que sea una persona vaga, o alguien bobo que nunca podrá llegar a las llamadas “cimas inalcanzables” ocupadas por los intelectuales, que se ven a lo lejos como antes los griegos veían a los dioses del Olimpo, sino que simplemente no está acostumbrado, no está en la mitad de la maratón, por así decirlo. Apenas está juntando fuerzas para empezar el entrenamiento. Tal vez ni eso, pero tampoco eso sería su culpa.
Todos tienen la capacidad de convertirse en intelectuales, pero no todos tienen dadas las condiciones necesarias para hacerlo. Por sus contextos, por sus historias de vida u otros motivos, el big bang que desbloquearía esa posibilidad todavía no sucedió en estos casos particulares. Y tampoco tendrían la culpa, pues es evidente que, por ejemplo, un niño nacido en el seno de una familia pobre tendrá muchas menos posibilidades de convertirse en un intelectual que uno que nació en el seno de una familia de magnates. La diferencia abismal entre el acceso a la posibilidad de convertirse en un intelectual que separa a ambas personas sería, más bien, una falla sistémica, que podría relacionarse, igualmente, al conflicto que tienen los estudiantes de todo tipo entre la necesidad de aprender y la necesidad de aprobar, dos tareas que muchas veces, y de forma irónica, se contradicen en cuanto a requerimientos (¡ni que hablar del acceso desigual a la educación!). Del verdadero aprendizaje nace el pensamiento crítico, y se podría decir que el pensamiento crítico es una consecuencia lógica de visualizar las cosas de una forma no lineal o, lo que es lo mismo, no simplista.
Cuando la mayoría de las personas pasan por los constantes conflictos que dictan la dirección de los procesos humanos, tanto de forma particular como general, sin tener las herramientas necesarias para entenderlos y analizarlos de una forma crítica, de una forma científica, pensando que la inteligencia es algo con lo que se nace o que es alcanzable por unos pocos, o que incluso es alcanzable por todos pero reconociendo, de alguna forma, que ellos mismos no serían capaces de hacerlo, eso es el desorden causado por creer en un orden ficticio. Es la demostración más obvia de una pesadumbre empeorada por su propia incomprensión. ¡Y no tenemos la culpa de eso! Porque cada uno la vive en alguna u otra parte de su conocimiento, pues nadie lo sabe todo, o en alguna u otra parte de su vida, porque nadie es experto en vivir.
No tenemos la culpa de sentirnos abrumados por no entender este “orden ficticio,” porque las herramientas para analizarlo y llegar al fondo de todo nunca estuvieron en nuestro menú. Y cuanto más abajo uno esté en la cadena, menos ingredientes encontrará en ese menú y más le costará avanzar hacia la formación intelectual. Entonces, somos nosotros los que debemos ir a buscarlas, en la medida que podamos, y no es, como ya se mencionó, una tarea sencilla. Muchos abandonan esta tarea antes de empezarla, porque creen no ser capaces, o porque la encuentran muy abrumadora en sí misma; otros la empiezan con todo y terminan abrumándose aún más, porque se encuentran presos de mucha información nueva sin un fundamento fuerte que active su comprensión; otros las dejan estar, casi sin avanzar durante mucho tiempo. Ninguna de estas alternativas es la adecuada. La única que lo será es la que está en el medio, la que es más difícil entre todas las difíciles: la de tomarse el tiempo que sea necesario, sea ya por decisión propia o no, y aburrirse todo lo que uno tenga que aburrirse – pero sin dejar de hacerlo. Llegará un momento en el futuro en el que llegará ese cambio de perspectiva, ese big bang, y el aburrimiento pasará a ser una indiferencia, y después llegará otro momento en el que será comparable al acto de respirar. ¿Es respirar aburrido? Quién sabe, pero es necesario para vivir.
Hoy es el Día Internacional de la Mujer. ¿Qué hay detrás de ello? ¿Por qué es necesario? ¿Qué derechos todavía están en deuda? ¿Por qué están en deuda y por qué esos derechos y no otros? ¿Por qué los que ahora ya no están en deuda sí lo estaban antes y por qué ya no? ¿Quién se beneficia con esta ausencia de derechos? ¿Por qué? Cada pregunta podría llenar un libro, o varios, si uno intenta dilucidar aunque sea una parte del entramado de relaciones que hacen al estado social de hoy en día en general y, particularmente, al estado de la mujer. Tal vez una persona no llegue a escribir un libro sobre ello, pero sí que puede empezar a pensarlo todos los días. Primero dedicándose un tiempo a observar para después formar una hipótesis, y después tal vez apoyarse de bibliografía que se le sea accesible para complementar, expandir, o reformular esta hipótesis, y así avanzar, científicamente, hacia el mejoramiento de la calidad de vida de todos. Feliz día, o solemne lucha, a todas las mujeres trabajadoras. Ojalá este 8 de marzo, y todos los días venideros, sirvan para adentrarse cada vez más hacia las profundidades en dirección al tan ansiado objetivo: la verdad, y también, con ella, la verdadera igualdad.