Bibliodiversidad 2. Del podcast al texto digital. Alberto Szretter

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El lunes es un día inau­gu­ral que vie­ne pisan­do el rocío de la gra­mí­nea, de don­de, pro­ba­ble­men­te, se ori­gi­na. Bien tem­prano los zan­cos del lunes me des­pier­tan, y se lar­ga a toda orques­ta el vien­to entre las horas. Allí comien­zan lap­sos peren­to­rios, ata­jos, com­pro­mi­sos, pro­me­sas, ven­ci­mien­tos. Pare­ce que fue­ra vital que jus­to un lunes se con­cre­ta­ra todo, y no otro día. Por­que sona­ría fal­so que un con­tra­to se fir­ma­ra, por ejem­plo, un sába­do, en el atar­de­cer de un mar­tes, a la sies­ta de un vier­nes llu­vio­so de verano. ¿Qué vali­dez ten­dría un papel estam­pa­do con sellos dife­ren­tes y has­ta con lacres de can­ci­lle­ría, pero en otra jor­na­da? ¿Qué fuer­za legal, jurí­di­ca, eco­nó­mi­ca, un docu­men­to, fir­ma­do en otra fecha? Nin­gu­na.

En este día la cir­cun­fe­ren­cia de la vida hace valer su carru­sel com­ple­to. Si no hubie­ra el hia­to del lunes ¿cómo haría la espe­cie huma­na que fun­cio­na a base de ciclos y de empu­jes? Para ello hay un lunes que, cada sie­te días, se pro­du­ce y fene­ce en los par­ques, late con palo­mas, bebe con las vacas el agua en los esta­blos, flir­tea bajo tie­rra.

¿No me dirán que no pue­den ver al lunes suel­to en las calles? Miren fijo un cru­ce de ave­ni­das, los nego­cios, la lumi­na­ria, los ven­de­do­res ambu­lan­tes, y no me nega­rán que, entre la ropa de la gen­te, en sus axi­las, en sus por­ta­fo­lios y pei­na­dos, en la ansie­dad y apu­ro, no hay un lunes fur­ti­vo. Pue­de estar dis­fra­za­do. A veces va sucio, a veces va lava­do; o va solí­ci­to, ele­gan­te; pero siem­pre, en la sema­na, hay uno que gotea igual sus almi­do­nes.

Por eso hay una cara de lunes. Yo lo afir­mo. Y una car­te­ra de lunes, un almuer­zo de lunes, y un lunes den­tro de otro lunes, inclu­so, si se quie­re. Has­ta exis­ten esguin­ces que due­len como un lunes, divor­cios que comien­zan sien­do lunes, y muer­tes que este día atro­pe­llan la vida de cual­quie­ra, dejan­do escri­to, con la tin­ta inde­le­bles del des­tino, que ha sido un lunes cuan­do cesa­ron los pul­sos celu­la­res, toman­do el camino de vuel­ta hacia la nada.

El azar no jue­ga aquí un rol pre­pon­de­ran­te. No es como nacer. Uno nace o no nace, pero una vez naci­da la per­so­na debe vivir en el pla­ne­ta, lo quie­ra o no. Tal vez pue­da resi­dir en el mar o la mon­ta­ña, o en pue­blos oto­ña­les, con vien­tos, o con gue­rras, menu­den­cias, o en medio de caren­cias, no sé, con vinos dul­ces o con veci­nos agrios. Sin embar­go, en un año cual­quie­ra, se da cuen­ta que es lunes, no es jue­ves, ni hay agua­ce­ro, ni está en París; es lunes, y alguien des­co­no­ci­do vie­ne a bus­car­lo, gol­pea la puer­ta, y se lo lle­va. Y aquí ter­mi­na el cuen­to. O reco­mien­za, por­que el lunes del falle­ci­mien­to obli­ga a ini­ciar la nove­la con logros y caí­das pasa­das, con risas y llan­tos que for­ma­ron recuer­dos.

Yo he des­cu­bier­to que hay un secre­to atrás del lunes: supe hace unos días que posee esque­le­to. No son cos­ti­llas tra­di­cio­na­les, ni clá­si­cos fému­res, pero tie­ne, por­que la he pal­pa­do, una colum­na ver­te­bral. Y car­tí­la­gos que se inflan de maña­na, has­ta tomar al medio­día, la con­sis­ten­cia dura de una tabla. Y tie­ne miem­bros fuga­ces para adap­tar­se al cli­ma, falan­ges para ten­sar humo­res, y rígi­das uñas, que lue­go se licúan.

He jun­ta­do un mues­treo de lunes, y enten­dí que su fama radi­ca en el disi­mu­la­do cha­sis óseo. No hay otro día que con­ten­ga arma­du­ra, ni exis­te otra jor­na­da de estruc­tu­ra cal­cá­rea. Qui­zás alguien más lo sepa, pero todos se callan. Me ani­mo a decir­lo por­que no veo peca­do en el hallaz­go; y por­que al con­tar­lo, con prue­bas radio­grá­fi­cas, lo com­pren­do mejor cada sema­na. Lo tole­ro más. Y acep­to que su osa­men­ta férrea, dig­na a la maña­na, se vaya dilu­yen­do en el oca­so.

Por eso, cuan­do las luces van cerran­do sus pár­pa­dos, ambos com­pren­de­mos que es hora del adiós, y nos damos la mano. Allí sien­to que esa ver­ti­ca­li­dad poten­te y mati­nal, se vuel­ve hori­zon­tal, a la tar­de; y se aflo­ja y hace gela­ti­na a la noche. Lue­go, como todo, se pier­de en la penum­bra.

Yo voy a des­pe­dir­lo, por­que un día simi­lar, será él quien se que­de, y yo me vaya.

Y aun­que más per­sis­ten­te, por­que regre­sa y regre­sa, los dos somos fuga­ces. Los dos sabe­mos que la vida es un lunes, una mujer o un hom­bre, un par de pala­bras y dos o tres recuer­dos, nada más.