El lunes es un día inaugural que viene pisando el rocío de la gramínea, de donde, probablemente, se origina. Bien temprano los zancos del lunes me despiertan, y se larga a toda orquesta el viento entre las horas. Allí comienzan lapsos perentorios, atajos, compromisos, promesas, vencimientos. Parece que fuera vital que justo un lunes se concretara todo, y no otro día. Porque sonaría falso que un contrato se firmara, por ejemplo, un sábado, en el atardecer de un martes, a la siesta de un viernes lluvioso de verano. ¿Qué validez tendría un papel estampado con sellos diferentes y hasta con lacres de cancillería, pero en otra jornada? ¿Qué fuerza legal, jurídica, económica, un documento, firmado en otra fecha? Ninguna.
En este día la circunferencia de la vida hace valer su carrusel completo. Si no hubiera el hiato del lunes ¿cómo haría la especie humana que funciona a base de ciclos y de empujes? Para ello hay un lunes que, cada siete días, se produce y fenece en los parques, late con palomas, bebe con las vacas el agua en los establos, flirtea bajo tierra.
¿No me dirán que no pueden ver al lunes suelto en las calles? Miren fijo un cruce de avenidas, los negocios, la luminaria, los vendedores ambulantes, y no me negarán que, entre la ropa de la gente, en sus axilas, en sus portafolios y peinados, en la ansiedad y apuro, no hay un lunes furtivo. Puede estar disfrazado. A veces va sucio, a veces va lavado; o va solícito, elegante; pero siempre, en la semana, hay uno que gotea igual sus almidones.
Por eso hay una cara de lunes. Yo lo afirmo. Y una cartera de lunes, un almuerzo de lunes, y un lunes dentro de otro lunes, incluso, si se quiere. Hasta existen esguinces que duelen como un lunes, divorcios que comienzan siendo lunes, y muertes que este día atropellan la vida de cualquiera, dejando escrito, con la tinta indelebles del destino, que ha sido un lunes cuando cesaron los pulsos celulares, tomando el camino de vuelta hacia la nada.
El azar no juega aquí un rol preponderante. No es como nacer. Uno nace o no nace, pero una vez nacida la persona debe vivir en el planeta, lo quiera o no. Tal vez pueda residir en el mar o la montaña, o en pueblos otoñales, con vientos, o con guerras, menudencias, o en medio de carencias, no sé, con vinos dulces o con vecinos agrios. Sin embargo, en un año cualquiera, se da cuenta que es lunes, no es jueves, ni hay aguacero, ni está en París; es lunes, y alguien desconocido viene a buscarlo, golpea la puerta, y se lo lleva. Y aquí termina el cuento. O recomienza, porque el lunes del fallecimiento obliga a iniciar la novela con logros y caídas pasadas, con risas y llantos que formaron recuerdos.
Yo he descubierto que hay un secreto atrás del lunes: supe hace unos días que posee esqueleto. No son costillas tradicionales, ni clásicos fémures, pero tiene, porque la he palpado, una columna vertebral. Y cartílagos que se inflan de mañana, hasta tomar al mediodía, la consistencia dura de una tabla. Y tiene miembros fugaces para adaptarse al clima, falanges para tensar humores, y rígidas uñas, que luego se licúan.
He juntado un muestreo de lunes, y entendí que su fama radica en el disimulado chasis óseo. No hay otro día que contenga armadura, ni existe otra jornada de estructura calcárea. Quizás alguien más lo sepa, pero todos se callan. Me animo a decirlo porque no veo pecado en el hallazgo; y porque al contarlo, con pruebas radiográficas, lo comprendo mejor cada semana. Lo tolero más. Y acepto que su osamenta férrea, digna a la mañana, se vaya diluyendo en el ocaso.
Por eso, cuando las luces van cerrando sus párpados, ambos comprendemos que es hora del adiós, y nos damos la mano. Allí siento que esa verticalidad potente y matinal, se vuelve horizontal, a la tarde; y se afloja y hace gelatina a la noche. Luego, como todo, se pierde en la penumbra.
Yo voy a despedirlo, porque un día similar, será él quien se quede, y yo me vaya.
Y aunque más persistente, porque regresa y regresa, los dos somos fugaces. Los dos sabemos que la vida es un lunes, una mujer o un hombre, un par de palabras y dos o tres recuerdos, nada más.