Muchas veces, se es escritor por razones inconfesables. Quizás un motivo que se pueda revelar sea resistir a la muerte. Esa batalla contra el silencio consiste en nombrarnos, porque somos un yo plural de sombra única. Para acercarnos a las obras de nuestra provincia, proponemos buscar nociones fuera de la propia literatura. Lo decimos solo como hipótesis. Partiendo de la base de la singularidad de Misiones.
Una singularidad geopolítica e histórica. Misiones tiene 90% de sus límites con otras naciones, solo un 10% la une a Argentina. No solo eso: del lado del río Uruguay se habla portuñol, y del lado del Paraná, yopará. Pero hay más, es una provincia de más o menos, cien kilómetros de ancho y trecientos de largo, que sufrió abandono y pillaje.
A lo largo de la historia argentina no hubo muchos dirigentes que defendieran la patria. Eran burgueses ilustrados, pero revolucionarios solo para hacer negocios desde la aduana de Buenos Aires, no por nacionalismo. Dentro de la patria estaba Misiones, lejana y olvidada. Fijémonos que una enorme extensión le fue desgajada, con el laudo Cleveland de 1898. Tuvieron que pasar 100 años, desde 1810, para que un español, Miguel de Unamuno hablara de Argentinidad.
Pero antes, los aborígenes fueron perseguidos y muertos. El primer genocidio en Argentina no fue el de la pampa con la Campaña del Desierto, sino el de Misiones, con las guerras guaraníticas, cuando Portugal y España firmaron el Tratado de Madrid, en 1750, contra los nativos, que ya habían sido atacados por los bandeirantes.
A este suelo agreste, herido, remoto, arrinconado, que era como un dedo del país, penetrando en el corazón de América del Sur, llegaron los inmigrantes de todas partes del planeta, que literalmente fueron tirados en las chacras misioneras, en una zona de frontera. Las parcelas eran, en general, de unas cuarenta hectáreas para cada familia (y eran familias numerosas). Mientras los latifundios, con yerbales y buena madera, quedaban en manos de empresas o de personajes porteños. Para misionerizar a toda esta gente hubo un esfuerzo inmenso que trató de enlazar estos mundos que confluyeron en tan poco espacio. Esfuerzo que continúa hasta hoy en afirmar una identidad cultural, casi decimos, inventarla.
La pregunta “quiénes somos”, que es casi metafísica, debería ser cambiada por “qué somos”, que es más realista o científica. La verdad, somos, cuando no pensamos cómo somos.
Todo esto es nuevo. Yo nací cuando Misiones era Territorio Nacional; como era el Chaco, en la década del ´50. Entonces no había bandera provincial, ni himno y nunca escuchamos en la escuela sobre Andresito, o la batalla de Mbororé.
Esta breve introducción es para comprender por qué el estableshiment solicita libros que acentúen el apego a los rasgos que pretenden ser comunes, para inculcarlos como una vacuna contra la heterogeneidad; para validarlos como producto autóctono (con el fin de diferenciarnos), y promocionar las obras como específicas de la provincia, especialmente en los establecimientos educativos.
Ya dijimos infinitas veces que la literatura no es pedagógica, sino en segunda o tercera lectura (y con suerte), ni es una farmacopea, un medicamento, una vitamina, que sirve para estar mejor; ni un libro es como una aguja de crochet o una especie de crucigrama, para entretener a alguien en la sala de espera del dentista o en una playa bajo una sombrilla. Claro que se puede llevar un libro a esos lugares, pero no creo que los escritores que están aquí, hayan escrito algo para que la gente no se aburra. No es esa la función de la literatura. La literatura no sirve para eso, ni para nada. Es inútil, como decía Nuccio Ordine.
Sin embargo, cuando alguien consigue un ejemplar de un autor misionero, probablemente espera emocionarse con lo típico de la provincia. Porque existe en el inconsciente colectivo, el imperativo categórico (ese dedo señalador del sistema de verdad) de que se debe ser local, provincial.
Lugar importante en ese “ser”, de esa “esencia” que se quiere descubrir y enseñar, es el monte. Dejemos la producción de los jesuitas, porque no fue de ficción, ni poesía; y vamos a la época de monte abigarrado, tupido, de naturaleza implacable. Es el tiempo que podemos designar como quirogueano, hacia principio del siglo XX. Luego viene otra generación de escritores que resaltan leyendas guaraníes, el mensú, la tarefa, las jangadas, la aparición del gringo, los duendes, el río, las araucarias; y de una y otra manera, siempre presente, el inefable monte misionero. Esta etapa es prolífica en poesía antes que en narrativa. Y ya estamos (arbitrariamente, por favor entiéndalo) en la etapa actual, donde el monte ya no es aquel “que ayer nomás decía…”.
Es que no existe más. Cuando no estamos deforestados, estamos llenos de Elliotis (norteamericano), de Kiri (chino), de eucalipto (australiano) de paraíso (Himalaya) de Taeda (este pino está en el escudo del Estado de Arkansas)
O sea que el panorama, el escenario, que tienen los personajes de los actuales escritores es muy distinto a aquella danza o ceremonia infinita de la selva. Van Houten, Juan Brown, ya no podrían tener sus aventuras como en el paisaje de Los Desterrados, de Horacio Quiroga.
Además, el corrimiento de la frontera agropecuaria arrasó con el bosque nativo, y a esto se le sumó la evolución de la sociedad y –dato no menor- el adelanto tecnológico y la revolución informática. Internet es un gran avance para los seres humanos, pero también es una forma de glifosato. Y, si se trata de hacer negocios o de penetración de valores para hacer negocios, Misiones no ha escapado a la globalización, que es la cumbre del sistema capitalista.
Miren, los ómnibus que cruzan nuestras rutas pasan en sus televisores películas de Rambo y Disney; y las radios, música extranjera. Los canales de TV compran paquetes de series y formatos realizados en Hollywood o NY; y en Miami o el DF son doblados a un español neutro. Existe una contradicción entre esta permisividad (o permeabilidad) y los intentos de unificación en torno a lo que se promociona como genuino. Pero no es la única paradoja: en los últimos años se perdieron miles de hectáreas de bosques nativos. El Estado admite esos desmontes a topadora limpia, pero sanciona una Ley (25.463÷01) declarando al yaguareté, monumento natural nacional. El yaguareté necesita, cada ejemplar, 40.000 hectáreas de bosque en buen estado de conservación.
¿Cómo expresar esto con literariedad o cómo literaturizarlo? (supongamos que existan estos términos). Parece un tema pasado de moda para los académicos, los leídos o los intelectuales, pero ¿es tan así?. La pelea por las conquistas civiles entre la identidad de las minorías sexuales, raciales, los migrantes, la negritud, etc., ¿no se inscribe en esta problemática? La actual batalla cultural por el control del pensamiento, la lucha por la apropiación del deseo o por la usurpación o privatización del significado de las palabras entre el fascismo argentino, por un lado, y el pueblo, por el otro ¿no forman parte del laberinto escandaloso en que está el país? ¿No es una pieza central de esta riña, la cuestión de la identidad, que en este caso nacional se llamaría “soberanía”? Aunque los escritores salten por encima de las afinidades distintivas de sus pagos, creemos que el dilema existe a nivel general. Ahora ¿cómo contarlo? Si Argentina o Misiones fuera una novela, qué género sería ¿tragedia? ¿fantástico? ¿policial? ¿sátira? ¿ciencia ficción? ¿terror gótico?
Ya tratamos de hacer una novela, pero la realidad siempre supera a la ficción.
El rótulo de literatura misionera, entonces, indica solo que el autor/a nació en esta provincia. No decimos que el héroe de narraciones infantiles, el gurí morochito de alpargatas, desapareció, decimos que nos parece que ya no resume la historia de muchos; y los mbyá tienen celulares. Por lo tanto, una página no será mejor que otra según la semblanza provincial que posea, porque no es importante preguntarse cuánto tiene de ese “mandato de la tierra”, frase antigua pero ilustrativa, sino la sintaxis de lo escrito. El cómo-se-dice hace a la literatura, no el tema.
Resumiendo, y, para terminar, más allá del sitio de nacimiento, y las incitaciones directas o indirectas (base de concursos, premios, reconocimiento público, etc.) a realizar obras determinadas, o con un sesgo especial, anhelamos una escritura libre. Solamente si somos libres podremos perdernos con imaginación, artificio y ficción. Porque, como decía Kafka, los escritores vivimos porque mentimos. Aquí está la literatura que ansiamos: el trato con fantasmas, con incertidumbres, con sueños y con realidades que insisten en golpearnos, no importa: a pesar de los golpes igual resistiremos. Una literatura que desafíe a la Ley, al equilibrio, y que posea contrastes y la mezcla de todo, también de las identidades. Si la confusión es literaria, bienvenida sea, porque entonces el caos, donde estamos, adquiere categoría estética.
Nosotros invitamos a sentir aquello de la idiosincrasia provincial (legitimidad, pertenencia, autenticidad y otras yerbas), no como un valor de verdad, sino como un camino que se va construyendo, como una demanda de sentido. Es decir, no como una certeza, algo fijo, sino como la búsqueda de un sentimiento de hermandad, de familiaridad (pero de esas familias cuyos integrantes “se dan”), de comunidad entre nosotros y con el resto de las provincias vecinas, para que aquel 10% que mencionamos, sea un 100% de afecto, de relaciones, de proyectos, de intercambios.
Justamente Neaconatus nació para ser un espacio donde los escritores del NEA puedan expresarse libremente, sin censura, sin prescripciones, ni complejo de provincialismo pequeño; un espacio para obras nuevas, en estilos, emociones y en perplejidades.
Todo el resto nos parece accesorio, extraliterario o paraliterario, cómodo para el estudio bibliográfico, la crítica, la taxonomía, la lingüística, el catálogo, la conformación de mesas redondas temáticas, o para el ordenamiento en los estantes. Nos importa escribir, leer y promover literatura, aquella que lucha, como dijimos al principio, contra el silencio.
Muchas gracias.
Originalmente publicado en NEACONATUS el 12 de septiembre de 2023.