En Argentina hay una literatura con letras color sangre. Por supuesto que hay otros tipos de literatura, pero casi podríamos decir que aquella, con sus rasgos terribles, es fundante, mucho más que el género fantástico, que ‑dicen- es típico del país. Podríamos mencionar que la primera obra fue sentimental, emotiva: “Elvira o la novia del Plata” (1832) de Echeverría; pero es una obra menor, incluso dentro de la producción de ese autor. Al respecto en una edición de Colihue se reproduce una opinión de la época. Data de 1833 y dice: “Amargado por la frialdad con que fue recibida (“Elvira”), y por la situación política, y agravado por una dolencia cardíaca, el escritor se marchó a Mercedes, Uruguay”.
Existe consenso en que la obra que inaugura la literatura argentina es El Matadero, de Esteban Echeverría, que recién fue publicada en 1871, 20 años después de la muerte del autor. Es un cuento lleno de sadismo, humillación, muerte.
En el poema La Resfalosa (1843) Hilario Ascasubi adhiere a la facción unitaria, y achaca a los rivales sitiadores de Montevideo toda la crueldad imaginable. El escritor gauchesco deja de describir la pampa y sus delicias para volver a la guerra del Río de la Plata en su aspecto más espantoso, desgarrador y ‑también- celebratorio. Ascasubi seguirá en su tarea de ahondar (o si se quiere, relatar) la fractura nacional, con Aniceto, el Gallo, defendiendo a Buenos Aires y atacando a la Confederación.
En 1845 apareció en Chile, el libro Facundo, (antes había salido en forma de folletín), con la peculiar ortografía de Sarmiento. Fue publicado en ocasión de la visita a Santiago, de Baldomero García, embajador de Rosas; o sea no fue casualidad, sino para “advertir” (sic) al gobierno chileno lo que, según el escritor, sucedía tras los Andes.
Se lee en algunos estudios críticos que los textos románticos de Echeverría, Alberdi, Sarmiento, Mármol, Sastre, y otros, iniciaron la búsqueda de un sistema que cerrara o superara, la antinomia entre unitarios y federales. Este juicio es polémico, cuando no, errado. Porque los autores tomaron partido por uno de los dos bandos de la famosa grieta argentina, que como vemos no es nueva. Es evidente que Sarmiento estaba a favor de la “civilización”; lo “salvaje” (lo nacional, lo criollo) había que desterrar, destruir, borrar.
En 1947 Honorio Bustos Domecq escribe La Fiesta del Monstruo. No fue la única obra de Borges abiertamente antiperonista o, para decirlo con la ironía y la zumba de Roberto Fernández Retamar, escrita con “ceguera política” (Calibán, 1971). Ahí están: El Simulacro, que se desarrolla en un pueblito del Chaco; El Martín Fierro, que habla de dos tiranías, la de Rosas y Perón; o El Otro (que está en El libro de arena, 1975) como una parodia de teatro, aprovechando el fallecimiento de Evita.
En 1957 salió publicado Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, sobre los fusilamientos de civiles y militantes populares, por parte de la policía, en los basurales de José León Suárez. Es una novela de no ficción, una literatura testimonial, que demuestra la violación de los Derechos Humanos por el lado de los seguidores de la Revolución Libertadora.
En la década del ´70 Osvaldo Lamborghini escribió El niño proletario, publicado en Sebregondi Retrocede y luego recopilado en Cuentos y Novelas, por César Aira. Tres niños burgueses torturan y matan a un niño proletario en una fiesta macabra de sangre y goce clasista. En esta línea está El Fiord, del mismo autor, un cuento espeluznante, al que hay que leer con valentía, porque es brutal, feroz.
En La mesa de los galanes y otros cuentos (1996), de Roberto Fontanarrosa, se puede leer, Maestras Argentinas: Clara Dezcurra, donde en clave literaria casi está la pequeña historia que sintetizamos como ejemplos, en algunos títulos aquí mencionados: el matadero, la intolerancia, la supresión del otro, la agresividad y violencia entre argentinos.
Si la literatura es una cordillera, posee montañas (obras) de diferentes alturas (o sea de distintas pretensiones y logros), algunos de esos picos, cumbres representativas e influyentes, son tramas llenas de sangre. No extraña para nada esa rudeza: la historia de nuestro país, desde la época de la colonia hasta el día de la fecha es una lucha encarnizada entre facciones por imponer, mantener o acrecentar privilegios, por un lado, y por otro alcanzar derechos, justicia y democracia. Así de verdadero y sombrío fue el panorama. Pero no hemos aprendido nada de lo que ya nos pasó con dolor. Desde el envenenamiento de Moreno o el fusilamiento de Dorrego, pasando por los hechos bestiales el siglo XIX con la campaña del desierto y la República Conservadora, y ya en el siglo XX con la Semana Trágica, las trifulcas internas, los golpes de Estado y la eliminación y asesinato de los disidentes, anarquistas, y dirigentes populares. Nunca hubo una paz indiscutible, profunda y sólida, o la construcción de una república equitativa, sin una cabeza de Goliat. Los líderes, los dirigentes, sociales, políticos, empresarios, etcétera no han leído las grandes obras mencionadas.
Lo que sucede actualmente en esta querida tierra, en tiempos electorales, es un ejemplo de la puja por el poder (porque a esto se reduce la escisión) que la literatura ha reflejado tan bien. Parece que vivimos, otra vez, una novela de sangre. Toda la información diaria que nos llega, semeja apuntes o capítulos de una pavorosa ficción, aún no escrita. Pero es real.
Es tristemente real.