Pelirrojo infernal, haciendo del rutilismo una obra de arte, cejas delineadas custodiando ojos celestes traídos de los mares de Irlanda. Más que una mirada furtiva, sus iris derretían cualquier pantalón de ocasión. En el rincón más lóbrego del Café Savoy Dominó, con un vestido negro de hombros descubiertos y un café irlandés dispuesto a coquetear con su boca, la sensualidad en cada esquina del Savoy tenía la forma de Greta.
No rechazaba a quienes querían conquistarla, simplemente no hablaba cuando el cortejo no pasaba de mediocre.
Los rumores de la barra hablaban de una peligrosa viuda en busca de otro anillo menester, de amores no correspondidos que la dejaron un tanto trastornada y, por supuesto, una evidente repugnancia por el género masculino.
El reloj estaba acostumbrado, que al marcar las 20, esta misteriosa dama cruzara las puertas del Café Savoy y dejara el oxígeno atascado en las gargantas de los presentes, provocando distracciones en las mesas de billar. El mozo de turno hacía una seña para que separen los 40 ml de whisky irlandés y marche el café para Greta.
Cierto miércoles de cuarto menguante ‑cuando la Luna coquetea con el destino- Francisco Pedantini, cruel destructor de corazones femeninos de escuela chimentera y experto de la 25, decidió acercarse con el mentón bien alto a tratar de deslumbrar a la extravagante Greta.
‑Hola hermosa ¿me puedo sentar acá? dijo Pancho señalando una de las sillas vacías
‑Si te animás... Contestó ella mientras sus ojos parecían un detector de metales.
‑Siempre me animo, es más, pienso que podría tentarte con algo más fuerte que un café irlandés, algo que eleve un poco el ánimo de nuestra mesa.
‑Como quieras, pero no creo que en la carta exista algo que detenga el temblor de tus rodillas.
Greta jugaba en el borde de la copa con su dedo índice que disfrutaba de un color negro en sus largas uñas.
Francisco, levantó su mano izquierda dejando ver su gigante reloj (el cual podría ir en la torre de una catedral), llamó al mozo y pidió una medida en las rocas.
‑Te molesta si fumo Greta? preguntaba Fran mientras de su bolsillo interno del saco extraía un cubano en su estuche individual.
‑Lo único que me molesta, a decir verdad, son tus protocolares arranques de idiotez. Podés fumar, tomar, comer, reír, cantar, bailar, pero antes de todo eso te agradecería que me digas para que estás sentado en esta mesa, no tengo toda la noche para verte girar en una nube de vanidad.
Pancho Pedantini veía imposible no reflejar en sus tupidas cejas la disconformidad de tratar con una mujer tan irritante, austera y sobre todo... con personalidad.
Acostumbrado a ganar trofeos con charlas sobre como el mercado textil varía sus colores en cada primavera, Pedantini carecía de estrategias para poder derribar la muralla de respuestas sarcásticas que le proponía Greta.
‑Muy bien, voy a sincerarme con vos Greta, quiero saber por qué estás acá todos los días, sola, con tu café, con tu indiferencia. Todo el Savoy se pregunta lo mismo, todos quisieran tener mi coraje, sentarse frente a vos y saber toda tu vida. Pero si quiero aclararte, que soy el único que piensa que estás acá por una razón concreta, y no, aunque así parezca, porque estás loca de remate.
El guitarrista Martino suspendió a la mitad un tango por la temblorosa voz de Pedantini. Las 3 mesas que estaban ocupadas (dos de ellas con ajedrecistas fanáticos de la Ruy Lopez y la Defensa de Berlín) habían suspendido sus actividades. Todos esperaban con ansiedad una respuesta de la pelirroja.
Con el último sorbo de café, Greta apoyó la copa sobre la mesa, limpió las comisuras de su boca de fuego y recorrió todo el bar con su mirada obligando a los curiosos a seguir con sus cosas, o al menos, fingir que lo hacían. Luego tomó la mano de Pancho y le dijo:
‑Sos muy joven para perder la vida, mejor buscáte otra aventura.
Se levantó, dejó el dinero de la cuenta en la mesa y cruzó la puerta como un rayo.
La noche siguiente Pedantini concurrió al Savoy con una dosis doble de perfume. Para él, la negativa de una mujer era el sí más furtivo, el que más pasión desata luego.
Pero la media noche acorraló las calles y Greta no aparecía, Pancho decidió marcharse a otro boliche para comenzar una caza que le valiera haber pasado una hora frente al espejo.
Llegando a su Kaiser Carabela escucha su nombre y de inmediato un escalofrío le sacudió el cuerpo entero. Por supuesto que conocía la voz, se volteó y para no perder la costumbre se calzó los tamangos de ganador, haciendo girar las llaves en su dedo, se acercó mirando de frente a Greta.
‑No fuiste al café pero me esperás en el auto, bastante predecible corazón…
‑Estuve pensando que sí, que te merecés una oportunidad. No fui al café porque no me interesa que un jugador de dominó diga mañana que la vieja se levantó un pibe. Pero te aclaro algo, no te enamores y tampoco quiero que te hagas ilusiones, lo nuestro no puede pasar de una noche.
‑Para un poco, tranquila, nadie habló de contratos, yo quiero conocerte, pero si lo que buscás es fugaz, puedo cumplir con tus expectativas. Eso sí, no te prometo nada en cuanto a enamorarse, porque es probable que no puedas resistirte a este beso.
Pancho rodeó la cintura de Greta con sus manos y la besó en el cuello, casi lo derrite el perfume de jazmines y vainilla, fue subiendo por el mentón y cuando llegaba a sus labios, ella giró la cara y lo empujó en el pecho.
‑Esto no está bien — dijo entre suspiros Greta — Creo que estamos cometiendo un grave error, yo no merezco tu corazón y vos tampoco una Dama como yo. Ambos estamos recibiendo más de lo que damos.
‑Creo pebeta que nos estamos apurando, subamos al auto y dejemos que las calles nos digan qué hacer.
Dieron algunas vueltas en silencio, inclusive pasaron frente al Savoy que ofrecía en su cartelera Tangos acústicos por Martino Pastaricatti. Fueron hasta el Parque Paraguayo donde la Luna se ofrecía entre nubes como queriendo desnudarse de a poco. Pancho estacionó y apagó las luces.
‑Greta, tu boca me está pidiendo que la bese.
-¿Y qué estás esperando? ¿que amanezca?
Fue un beso violento, sin tiempo, fue un beso desesperado, los vidrios pedían a gritos empañarse, las manos estaban incontrolables, Greta en un aliento incontenible — Pancho, vamos a tu casa-.
Pedantini recuperó su alma y encendió el auto, las calles vacías hicieron todo más fácil. La caballerosidad quedó de lado y Greta se olvidó de sus histéricas formas. Entraron al bulín quitándose la ropa, encontraron la habitación tanteando las paredes. El fuego se extinguió trayendo al sueño, el cansancio permitió que ella se quedase. Conocer a una ninfa del deseo hizo olvidar a Pedantini sus reglas de Don Juan.
El sol buscando mostrar su cara a orillas del río ofrecía una mañana que no iba a traer muchos comentarios de taxi. Pancho encontró la nota pegada al espejo del baño:
Si tu corazón estuvo envuelto en nuestra piel te veo en el café a las 20. Si llegás antes ya sabés que mesa elegir.
Pedantini sintió ganar una pulseada. Salió a la calle como si un cortejo real lo esperara. Saludaba a sus conocidos y se moría de las ganas de gritar por toda la vía láctea que la misteriosa Greta formaba parte de su extensa vitrina. Lo único que incomodaba sus pasos eran las mil imágenes que lo llevaban a sentir el desenfreno de la noche anterior. Como todo macho de escuela tanguera se hacía el fuerte contra su propio espejo, sabiendo además, que cuanto más se opone un hombre a los recuerdos de una dama, más presentes y vívidos se vuelven.
Con sus mejores telas se presentó Pancho a las 19:50hs en el Savoy, pasó de largo por las mesas de dominó, billar y truco. Se pidió su whisky de siempre y comenzó a mirar su reloj con impaciencia.
‑Mozo, por las dudas ¿no ha visto a Greta? Susurró entre dientes Pancho.
‑Hace días, tal vez meses que no la veo. Aunque el tiempo en este café se vuelve tirano- respondió el mozo y siguió su ruta.
Pedantini presentía que su amor no aparecería pero decidió esperar igual. Pensó en cambiarse de mesa, en jugar al billar, demostrar sus dotes en el truco. Lo cierto es que no se movió de la silla y su cabeza comenzó a presentarle conjeturas de abandono, de haber sido manipulado por los hechizos femeninos (a los cuales se creía inmune).
El guitarrista Martino se despedía tocando Por una cabeza. Las luces se apagaron, el sereno ‑que suele ser multifacético- pasaba una escoba por donde creía necesario, tanto que no tuvo en cuenta los pies de Pancho y los barrió también.
Francisco comenzó a sentirse raro, no podía ser el whisky porque estaba acostumbrado a tomar bebidas fuertes, inclusive no podía acordarse con exactitud las facciones del rostro de Greta, cuestión que lo dejaba más que nervioso.
El Café Savoy Dominó cerró sus puertas unos cuantos años después. Martino Pastaricatti dejó de tocar en vivo y se convirtió en un viejo solitario. Los jugadores de ajedrez, truco, billar y dominó buscaron otros salones donde fomentar sus habilidades, los mozos se distribuyeron en bares de poca monta, el parque Paraguayo dejó de ser un lugar romántico y las calles ya no son un desierto en la madrugada.
Francisco Pedantini, alias Pancho, sigue llegando a las 20 a las ruinas del Savoy. Elige la mesa de siempre y mira su reloj. Ya no espera a Greta que descansa en paz después de haber cumplido sus pendientes.
Las mujeres que quieren advertir a sus hijas adolescentes, sobre los peligros de llevar un corazón roto, dicen sin preámbulos — Que no te endulce la oreja cualquier Pancho-
CAFÉ IRLANDÉS
Café irlandés dejando el antes matando el después,
Roja mirada derritiendo los puertos;
No hay barcos que naveguen en este desierto...
La intriga en el pulso, el corazón al descubierto.
El sí está detrás de una sonrisa espinada,
El no aparece en el día de mañana,
El beso de un abismo no tiene coartada,
El espejo sabe de la deuda saldada.
Un alma en pena buscando perdón,
Un alma joven cayendo en prisión,
Un espectro que olvida el dolor,
El más allá no es límite para el amor.