Un escritor de Puerto Iguazú fue galardonado en el Concurso “Premio Cataratas” de Brasil

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Entre más de mil tra­ba­jos pre­sen­ta­dos en el Pre­mio Cata­ra­tas 2015, que con­vo­ca la Fun­da­ción Cul­tu­ral de Foz de Igua­zú, Bra­sil, este año fue galar­do­na­do un escri­tor argen­tino. Se tra­ta de Wal­ter Nuñez, cofun­da­dor del gru­po lite­ra­rio Puer­to del Alma de Igua­zú, quien obtu­vo el sex­to lugar en el rubro Cuen­tos con la obra “Amor con raí­ces”.
De los diez pre­mios dados en el rubro narra­ti­va, el segun­do lo obtu­vo un escri­tor boli­viano, el sex­to Nuñez, mien­tras que del res­to todos los gana­do­res fue­ron bra­si­le­ños. La entre­ga de galar­do­nes se reali­zó el día 13 de sep­tiem­bre del corrien­te mes en la pla­za pla­za B. Mitre ‑don­de se desa­rro­lla tam­bién la feria inter­na­cio­nal del libro, de Foz do Igua­zú Brasil‑, y al res­pec­to, Nuñez seña­ló que “este Pre­mio le da a mi currí­cu­lum de vida una satis­fac­ción enor­me por ser el úni­co argen­tino pre­mia­do entre par­ti­ci­pan­tes de varios paí­ses”.

Cuen­to: Amor con raí­ces, por Wal­ter Nuñez

Los días eran fríos mien­tras en las maña­nas la ale­gría tenía tri­nos y aro­mas, y la noche bus­ca­ba cobi­jar­se en algún refu­gio cáli­do lejos del frío que per­sis­tía un tiem­po más. Como enten­der que una vez más esta­ba solo, un bro­te de locu­ra lo había pues­to al alcan­ce de una nue­va his­to­ria que él no pre­ten­día escri­bir, tan rápi­do fue que cuan­do enten­dió que esta­ba vivien­do un roman­ce, esté se ter­mi­nó, “cosas de la vida” decía y depo­si­ta­ba el ciga­rri­llo en el ates­ta­do ceni­ce­ro y levan­ta­ba su vaso para empu­jar una vez más a la pena o bien podría ser para dar la bien­ve­ni­da a una nue­va emo­ción. En los últi­mos años había apren­di­do a no com­pli­car­se dema­sia­do con las rela­cio­nes, eso le daba una sen­sa­ción de segu­ri­dad y super­vi­ven­cia a prue­ba de toda par­ti­da, de todo dolor. Era feliz, sin mucho, enten­dió que no nece­si­ta­ba dema­sia­do para ser­lo, ama­ba su músi­ca, sus libros, sus plan­tas y ama­ba inven­tar cosas en su impro­vi­sa­do taller, don­de casi todo era un fra­ca­so pero valía la pena pasar horas en la alqui­mia case­ra espe­ran­do apa­rez­can de la nada algo que sea útil y qui­zás el inven­to revo­lu­cio­na­rio para sal­var el mun­do o para sal­var­se él. Media­ba sep­tiem­bre y en este mes él cam­bia­ba sus plan­tas de lugar, pasa­ba horas arman­do mace­tas con bote­llas, con latas vie­jas y todo lo que podía reci­clar, des­de tem­prano, un domin­go que lo encon­tró con ganas des­pués de su mate, se entre­ga­ba com­ple­ta­men­te a su tarea. Algo en el patio lla­mo su aten­ción, era una semi­lla que esta­ba como acu­rru­ca­da sobre la raíz de un vie­jo árbol, no se pare­cía a nada de lo que cono­cía, la levan­to y obser­vó por mucho tiem­po, des­pués pre­pa­ro una mace­ta para su hallaz­go y la rocío con bas­tan­te agua, “vere­mos en que te con­ver­tís” dijo y con­ti­nuo con su día. A medi­da que el alma­na­que per­día hojas su plan­ta comen­za­ba a apa­re­cer, su bro­te era muy raro, grue­so, muy grue­so, y las dos pri­me­ras hojas que apa­re­cie­ron eran car­no­sas, anchas y su color no lle­ga­ba a ser ver­de, pare­cía más bien ama­ri­llo, páli­do y bri­llan­te ama­ri­llo. Cre­cía muy rápi­do, tan­to que la tuvo que cam­biar a la tie­rra, bus­co un lugar cer­ca de su taller, así no la per­día de vis­ta y esta­ba jun­to a él; sin dar­se cuen­ta comen­za­ba una obse­sión con su plan­ta, a la que lla­mo Noe­lia, por un amor que nun­ca tuvo y que si qui­so tener. Del tra­ba­jo a la casa, sin más sali­das, sin más borra­che­ras en la ciu­dad, sin dis­trac­cio­nes solo ir a tra­ba­jar y vol­ver a su taller, cer­ca de su plan­ta, pen­dien­te de ella, como si fue­ra lo úni­co en que pen­sar, como si no impor­ta­ra nada solo ver­la cre­cer. Esta­ba cada vez más robus­ta, sus hojas fron­do­sas y su tallo a estas altu­ras era un tron­co, pero su altu­ra no pasa­ba el tama­ño de una per­so­na, tenia silue­ta, una muy defi­ni­da, una cur­va tan pro­nun­cia­da, como de la mujer muy car­no­sa, unos pechos muy mar­ca­dos, pro­mi­nen­tes bien cur­vos y lisos y se le mar­ca­ba la entre pier­na, era una mujer. Su vida cam­bio, ya no salía de su casa, prác­ti­ca­men­te vivía ais­la­do, sus tra­ba­jos en la ciu­dad se le ter­mi­na­ron, nadie lo lla­ma­ba más por­que todo lo que comen­za­ba lo deja­ba sin ter­mi­nar, y su humor era pési­mo, sus ami­gos casi que no lo sopor­ta­ban y muy pocos podían hablar con él, pues él no se preo­cu­pa­ba en escu­char­los. Había lle­ga­do el mes más frio del año y su plan­ta tenía todas las aten­cio­nes, para que no le alcan­ce la hela­da, armo una espe­cie de car­pa de media som­bra que la cubría por los lados y en la par­te supe­rior, y el úni­co acce­so que­da­ba fren­te a su taller, cada vez pare­cía más real, en la par­te supe­rior del tron­co, don­de nacían las ramas, don­de se abul­ta­ban las fron­do­sas hojas, se empe­za­ba a notar como un ros­tro, era una cabe­za bien for­ma­da, se le mar­ca­ba como pómu­los, una bar­bi­lla bien deta­lla­da y las ore­jas comen­za­ban a apa­re­cer. Era la mujer ideal, podía poner­le el ros­tro que que­ría, la nariz que espe­ra­ba, esos deta­lles que se com­ple­ta­ban en su ima­gi­na­ción; él la aca­ri­cia­ba, la rega­ba y se pasa­ba horas hablán­do­le, su obse­sión fue a tal extre­mo que lle­ga­ba a des­nu­dar­se y su men­te creía enten­der que así se comu­ni­ca­ban. A las cin­co de la tar­de de un sába­do, aun con el sol tími­do del invierno de ese julio, mien­tras esta­ba en su ruti­na de amo­ríos con su plan­ta, gol­pean a su puer­ta, tan­tas veces que la podrían derrum­bar y nadie aten­día, era Car­los, uno de los pocos ami­gos que toda­vía se preo­cu­pa por él. Al no tener res­pues­tas, sal­to la reja que esta­ba sobre el lado izquier­do de la casa, la que daba al gara­je, una vez en el terreno bor­deo la casa has­ta lle­gar al fon­do, don­de esta­ba el taller, se acer­co len­ta­men­te y encon­tró a su ami­go en un tran­ce casi demen­cial fren­te a una plan­ta que no tenía sen­ti­do, ¡ Manuel! Pro­nun­ció casi con un gri­to de locu­ra, ¿Manuel que estás hacien­do, que locu­ra es ésa?, ni aun así pare­cía des­per­tar de su mutis­mo, de su desen­fre­na­do y per­ver­so rito, has­ta que Car­los lo tomó de los hom­bros y lo sacu­dió por unos segun­dos y des­pués de mucho insis­tir Manuel vol­vió a la reali­dad. Lo miró por un lar­go rato, y solo había una risa en su ros­tro, como que todo esta­ba bien, su cuer­po esta­ba des­nu­do y su color era tan páli­do por el frío que pare­cía un cadá­ver, pero el reía y sin dejar de mirar a Car­los dijo con una voz apa­ga­da: ¿no la vez, es la mujer ideal, es lo que me devol­vió la vida, aca­so no la vez? Car­los sacó su cam­pe­ra y cubrió a su ami­go mien­tras inten­ta­ba ver a qué se refe­ría cuan­do habla­ba de una mujer. ¡Estás loco ami­go, no pue­de ser!, ¿qué hicis­te de tu vida, vamos, te voy a lle­var aden­tro, este frío te va a matar, por el amor de Dios que te pasó en que pen­sás ami­go? Manuel se resis­tió y comen­za­ron a for­ce­jear, y fue tal la demen­cia que poseía que sal­tó sobre Car­los y lo tiró al sue­lo, alcan­zo a tomar una pie­dra y gol­peó su cabe­za una y otra vez has­ta des­truir el crá­neo y la san­gre comen­zó a fluir como un tibio manan­tial que era absor­bi­do por las raí­ces de su plan­ta. Manuel no se res­ca­ta­ba de su locu­ra, un ata­que de risas pare­cía retum­bar mul­ti­pli­ca­do por todo el taller, repe­tía una y otra vez: ¡vis­te, vis­te lo que hicis­te, no tenias que haber entra­do a mi casa! Toda la san­gre fue suc­cio­na­da del cuer­po, en pocos segun­dos esta­ba seco, como una rama muer­ta, expri­mi­da como una naran­ja, solo un peda­zo de car­ne y hue­sos total­men­te seco. Por unos minu­tos Manuel que­dó sen­ta­do jun­to al cadá­ver de su ami­go, pero no deja­ba de mirar a su plan­ta, aho­ra pare­cía más huma­na, la tex­tu­ra de sus ramas, de tu tron­co de sus hojas, toda la plan­ta pare­cía cubier­ta de piel, su color era como la de una mujer ado­les­cen­te, sua­ve y rosa­da. Pare­cía no tener sen­ti­mien­tos de cul­pa, no tar­dó mucho en ente­rrar el cuer­po, la mira­da fija en su mujer plan­ta, y sus manos reco­rrien­do la nue­va piel que la envol­vía, la beso, y pro­me­tió dar­le más san­gre. La noche lle­gó y se dur­mió des­nu­do abra­za­do a Noe­lia. En los días siguien­tes comen­zó su obra maca­bra, reco­rría las calles bus­can­do víc­ti­mas para sacar­le la san­gre, caza­ba muje­res soli­ta­rias, había inven­ta­do una jerin­ga inmen­sa con la cual suc­cio­na­ba has­ta la últi­ma gota. Tira­ba los cuer­pos al río y por noche mata­ba por lo menos dos muje­res, corría has­ta su casa y rocia­ba su pre­cia­do teso­ro a la mujer plan­ta, de for­ma inme­dia­ta su color y tex­tu­ra cam­bia­ba, el pro­ble­ma era que no dura­ba mucho, la tran­si­ción alcan­za­ba los quin­ce minu­tos y de nue­vo era una plan­ta. Pasa­ron varias sema­nas diría meses qui­zás, fue­ron muchas muer­tes, ya no solo muje­res, fue­ron hom­bres y niños, apa­re­cían flo­tan­do cuer­pos secos en el río, la ciu­dad esta­ba con­mo­cio­na­da, nadie veía nada, nadie sos­pe­cha­ba, el terror cami­na­ba soli­ta­rio en las noches y los cuer­pos no tenían mar­cas y ves­ti­gios de nada, sus crí­me­nes eran per­fec­tos, cal­cu­la­dos y lim­pios, no per­día una gota de san­gre, era un frío ase­sino. Pero su plan­ta no se trans­for­ma­ba del todo, dura­ba poco y las noches eran húme­das y frías, su ritual de amor lo esta­ba matan­do, sus pul­mo­nes esta­ban enfer­mos y su cuer­po era ya muy del­ga­do. Una noche en la que esta­ba espe­ran­do apa­rez­ca una víc­ti­ma, se le pre­sen­tó una her­mo­sa mujer quien esta­ba algo ebria y pare­cía cono­cer­lo de otras épo­cas, se sen­tó a su lado y comen­za­ron a hablar. Al pasar las horas, Manuel esta­ba tan atur­di­do con el alcohol que bus­co besar­la, y no tuvo resis­ten­cia, se besa­ron lar­ga­men­te y la invi­tó a ir a su casa. Una vez allí, lo pri­me­ro que hizo fue lle­var­la a tu plan­ta, la mujer esta­ba impre­sio­na­da con lo que veía, pero lo que más la impre­sio­nó fue que al lle­gar al fon­do del taller Manuel habla­ba con la plan­ta, como si exis­tie­ran res­pues­tas de la mis­ma, él tenía un diá­lo­go que pare­cía ser sin dudas de un demen­te repe­tía varias veces: ¡no mi amor, no te pon­gas celo­sa, es una ami­ga! ¡No! ¡No me pidas eso por favor! ¡Está bien, si es tu deseo, lo haré! En ese momen­to se dio vuel­ta y sus ojos esta­ban rojos, lle­nos de san­gre, su locu­ra asus­ta­ba y la mujer qui­so correr, pero él fue más rápi­do, la tomó de los pelos y la arro­jó jun­to a la plan­ta, sus gri­tos se aho­ga­ban con la pre­sión en el cue­llo, Manuel reía y repe­tía una y otra vez: ¡lo sien­to pero Noe­lia quie­re tu san­gre, lo sien­to, lo sien­to! Sacó una nava­ja de su bol­si­llo y con un solo cor­te casi qui­rúr­gi­co abrió el cue­llo la muer­te flu­yó roja, y la vida se escu­rrió como un río tibio hacia las raí­ces, y el cuer­po se secó, era absor­bi­do rápi­da­men­te por la plan­ta que esti­ra­ba sus raí­ces como dedos y se pren­dían al cuer­po. Comen­za­ba la vida la plan­ta aho­ra era mujer y tenía ros­tro y habla­ba, y sus ramas eran bra­zos y los esti­ró para que Manuel se refu­gie en ellos. Por fin mi amor, por fin te pue­do ver como sos, aho­ra entien­do cómo deben ser los sacri­fi­cios para con­ce­bir tu vida, aho­ra sé cómo debo matar para que vivas. Sí amor, con­tes­to Noe­lia, la plan­ta mujer, aho­ra más mujer que nun­ca, sí amor, ven haz­me el amor como si fue­ra la últi­ma vez. Manuel se des­po­ja de sus ropas, se acer­ca len­ta­men­te y comien­za con besos en las ramas, aho­ra bra­zos, con­ti­nua con el tron­co, aho­ra pechos, abdo­men, cin­tu­ra, sexo. La reco­rre y la envuel­ve
con sus bra­zos, se ubi­ca fren­te a ella y la besa en sus aho­ra labios y la pene­tra en su aho­ra sexo y gri­ta y gime y res­pi­ra y sus­pi­ra y goza y nada más, se va su vida, su san­gre, cada sus­pi­ro se apa­ga en el abra­zo. En la casa de Manuel no vive nadie y nadie va nun­ca, a la casa de Manuel.