No me pregunten qué pasó. Allá estuve, en aquel remoto tiempo y lugar. ¿El año? ¡Qué importa...! El barrio y la calle estaban iguales. Lo mismo la casa, ya entonces antigua, de semiderruídos muros, y su alto y negro portón.
Ahí le encontré, sentada en el umbral, y leyendo, a María del Carmen. No se sorprendió al verme, como si nos hubiésemos cruzado durante la víspera o apenas un momento antes.
‑Hola, María.
‑Hola Gustavo. ¿Cómo estás?- Saludó sin levantar la vista de su lectura.
‑Bien... O más o menos. ¿Y vos?
‑Ya ves, leyendo un poco.- Se me acercó.
-¿Puedo ver?- Me mostró un ejemplar de “Gigante”, de Edna Ferber, recién editado.
-¡Ah...! Es el libro de la película, está bueno.... María, yo...
-¿Qué pasa?- Preguntó elle, curiosa.
‑Vine desde tan lejos en el tiempo, a rectificarme de lo que te dije ayer, cuando me confesaste tus sentimientos hacia mí.
‑Pero... Esperá un momento, no me parece...
‑Nada ‑interrumpí- escuchame, por favor. Estoy decidido a romper con la estúpida de Celia, que junto a su hermano me usan, me utilizan... Mejor dicho, el crápula de Juan nos manipula a ambos; y a Celia con su consentimiento... ¡Ya basta, se terminó!
‑No, Gustavo, no entendés...- Había en ella una expresión de profunda pena.
‑Vení, María, acompañame,se lo voy a decir de una buena vez; de paso te presento, para que ya sepa.
-¡Gustavo, escuchá, por favor! ¿No te das cuenta?
-¿De qué tengo que darme cuenta?? ¡Decime!!
‑Pensá un poco. Vos y yo no existimos más, así como estamos ahora. Quedamos aquí anclados, presos en en un presente que ya fue, y así vamos a seguir... Nosotros, los verdaderos, los reales, estamos allá, en aquél otro tiempo; no en este...
‑No vine para ésto, María...
‑Escuchá bien: allá, donde ahora estamos, en el otro presente, no sabemos nada uno del otro. Yo no sé si vivís aún, lo mismo ignorás vos de mí; dejá... Ya está. Igual me pone feliz que hayas vuelto desde nuestro “tiempo real”, y con ese sentimiento tan puro, tan sublime... Pero lo que no hiciste ayer, quedó sellado para siempre. Gracias, Gustavo, por tu prueba de amor, viniendo desde tan lejos... ¡Pobre mi Gustavo! Y sostengo lo que te dije: estoy enamorada de vos...
‑Volveré, Mará... Volveré.
‑No, mi amor. Ya no es posible. Así que entraré a la casa, para hacerte menos dolorosa nuestra definitiva despedida, nuestra separación... Pero antes...- Y me dijo adiós con un beso... Cálido y tierno, un beso que debí darle el día anterior; ayer. Y todo por guardar fidelidad a quien nunca la mereció.
Perdoname, María del Carmen.