El líquido empezó a caer, a medida que se derramaba, más lentamente.
No se detuvo a pensar si solo era su imaginación o estaba ocurriendo de verdad.
Ya de muchas cosas no sabía últimamente su realidad o fantasía.
Había tomado las dos botellas con ambas manos, como si las acariciara primero, con la suavidad de una lenta despedida. Pero al llegar a la canaleta del desagüe y empezar a verterlas, las fue crispando, como si quisiera exprimirlas.
El contacto del vidrio con su piel empezó a tomar calor.
La decisión fría del comienzo, se convirtió en rabia y desilusión
En su encendida imaginación, de sus ojos manaban también dos chorros de sangre que se mezclaban con el alcohol en la podredumbre de hojas y barro.
Lenta, cada vez más lentamente, negándose con desatino a cumplir con la ley de gravedad, las gotas del licor, brillando en la claridad de la tarde, en su marcha hacia la madre tierra, tercamente, no querían caer.
De que manera podemos medir el artificio del tiempo, pensó, si en segundos pasan por nuestra mente, como en una veloz película, mil escenas de nuestra vida.
Suspendidas en el espacio temporal, cada gota en el aire representaba una cruel instancia en su existencia de bebedor.
_Te buscan, Luis, escuchó a sus espaldas.
_Estoy ocupado, fue su lacónica respuesta.
El misterio del tiempo alterado, roto al irrumpir su mujer en la escena, volvió al irse ella, con la fuerza de un tornado que convertía a la vida en una nota musical suspendida en el aire.
Otra vez, las últimas gotas se negaban a caer y a mitad de camino de la botella al suelo, cada una, estrella en el cielo, mandaba mensajes de luz, tal vez esperanza y estaba seguro, de rabia y de ira.
Se dijo que con cincuenta años y no haber aprendido a controlarse lo convertían en un fracaso total. ¿Para qué la experiencia? Solo para ver cuantas veces cometemos el mismo error.
Al volver su mujer y sentarse a observarlo en un sillón del jardín, el transcurrir de la vida volvió a su sitio.
Luis miró largamente las vacías botellas y las acomodó luego junto a la pared.
Fue a sentarse al lado de su mujer, le tomó ambas manos y la miró intensamente a los ojos.
Luego le dijo:
_Ahora sí, nunca más.
La mirada de ella lo envolvió con la húmeda caricia de sus ojos bañados en lágrimas.
Quedaron así, solo tomados de la mano, pero sintiéndose intensamente abrazados con la pasión del amor que acompaña las gesta heroicas.
Al cabo de un rato ella pudo decir
_No importa que esta sea la tercera vez que lo intentas. Cada vez que lo decidas, para mí, será la última.