El bebedor

2
57

El líqui­do empe­zó a caer, a medi­da que se derra­ma­ba, más len­ta­men­te.
No se detu­vo a pen­sar si solo era su ima­gi­na­ción o esta­ba ocu­rrien­do de ver­dad.
Ya de muchas cosas no sabía últi­ma­men­te su reali­dad o fan­ta­sía.
Había toma­do las dos bote­llas con ambas manos, como si las aca­ri­cia­ra pri­me­ro, con la sua­vi­dad de una len­ta des­pe­di­da. Pero al lle­gar a la cana­le­ta del des­agüe y empe­zar a ver­ter­las, las fue cris­pan­do, como si qui­sie­ra expri­mir­las.
El con­tac­to del vidrio con su piel empe­zó a tomar calor.
La deci­sión fría del comien­zo, se con­vir­tió en rabia y des­ilu­sión
En su encen­di­da ima­gi­na­ción, de sus ojos mana­ban tam­bién dos cho­rros de san­gre que se mez­cla­ban con el alcohol en la podre­dum­bre de hojas y barro.
Len­ta, cada vez más len­ta­men­te, negán­do­se con des­atino a cum­plir con la ley de gra­ve­dad, las gotas del licor, bri­llan­do en la cla­ri­dad de la tar­de, en su mar­cha hacia la madre tie­rra, ter­ca­men­te, no que­rían caer.
De que mane­ra pode­mos medir el arti­fi­cio del tiem­po, pen­só, si en segun­dos pasan por nues­tra men­te, como en una veloz pelí­cu­la, mil esce­nas de nues­tra vida.
Sus­pen­di­das en el espa­cio tem­po­ral, cada gota en el aire repre­sen­ta­ba una cruel ins­tan­cia en su exis­ten­cia de bebe­dor.
_Te bus­can, Luis, escu­chó a sus espal­das.
_Estoy ocu­pa­do, fue su lacó­ni­ca res­pues­ta.
El mis­te­rio del tiem­po alte­ra­do, roto al irrum­pir su mujer en la esce­na, vol­vió al irse ella, con la fuer­za de un tor­na­do que con­ver­tía a la vida en una nota musi­cal sus­pen­di­da en el aire.
Otra vez, las últi­mas gotas se nega­ban a caer y a mitad de camino de la bote­lla al sue­lo, cada una, estre­lla en el cie­lo, man­da­ba men­sa­jes de luz, tal vez espe­ran­za y esta­ba segu­ro, de rabia y de ira.
Se dijo que con cin­cuen­ta años y no haber apren­di­do a con­tro­lar­se lo con­ver­tían en un fra­ca­so total. ¿Para qué la expe­rien­cia? Solo para ver cuan­tas veces come­te­mos el mis­mo error.
Al vol­ver su mujer y sen­tar­se a obser­var­lo en un sillón del jar­dín, el trans­cu­rrir de la vida vol­vió a su sitio.
Luis miró lar­ga­men­te las vacías bote­llas y las aco­mo­dó lue­go jun­to a la pared.
Fue a sen­tar­se al lado de su mujer, le tomó ambas manos y la miró inten­sa­men­te a los ojos.
Lue­go le dijo:
_Ahora sí, nun­ca más.
La mira­da de ella lo envol­vió con la húme­da cari­cia de sus ojos baña­dos en lágri­mas.
Que­da­ron así, solo toma­dos de la mano, pero sin­tién­do­se inten­sa­men­te abra­za­dos con la pasión del amor que acom­pa­ña las ges­ta heroi­cas.
Al cabo de un rato ella pudo decir
_No impor­ta que esta sea la ter­ce­ra vez que lo inten­tas. Cada vez que lo deci­das, para mí, será la últi­ma.

Artículo anteriorEl puñal del árbol
Artículo siguienteLo que se siente
Libros publicados: “Breve Reseña” aforismos, 2012 “Cicatrices del Alma” aforismos y poemas, 2013 “La Licorera y otros cuentos” cuentos, 2015 Quinto premio de poesía en el certamen internacional de Foz de Iguaçu, Cararatas 2014 Integrante del grupo literario “Puerto del Alma” de Puerto Iguazú El cuento “El Viejo de la Isla” forma parte del libro “La Licorera y otros cuentos” OMARPOMILIO@YAHOO.COM.AR