Una vez recuerdo haber ido a la casa de una de mis primas, nos hallábamos 3 adolescentes, sentadas en una mesa redonda, en un cuarto 3 por 3. La decoración era como salida de una revista. Un espacio pequeño, pero acogedor. Todo era puro aburrimiento, el té ya se había enfriado en mi taza, no me agrada mucho el té que digamos.
Las conversaciones ya no tenían sentido, todo era algo de risas, algo de gritos, de todo un poco, hasta que escuchamos un golpeteo en la puerta. Mi prima Agostina, abrió.
Era un hombre delgado, alto, medio curvado, poseía un rostro algo extraño, con los ojos bastantes grandes, en color turquesas, y una sonrisa de algunos dientes menos.
-Estoy deambulando por aquí cerca, se ven que están aburridas, vendo naipes, españoles y franceses, ¿les gustaría comprar alguno? Nos miramos entre todas y dijimos que si, a coro.
Elegimos una baraja de naipes españoles, pero cuando mi prima le estaba por dar las gracias y cerrar la puerta, él se interpuso diciendo: ‑Si quieren puedo enseñarles un juego. Nos volvimos a mirar y le dijimos que si desinteresadamente, que de malo podría pasar, era solo un juego.
Nos pusimos en ronda a la mesa, él también se sentó a explicar. Mezcló las cartas, puso el mazo en medio y nos pidió una a una, que sacáramos una carta, y que se la mostráramos solo cuando él nos lo pidiera. Hicimos caso, y cada una retiro un naipe volcándola boca abajo. A mí me había tocado el uno de bastos. Cuando esperamos que por fin él nos dijera el sentido del juego, comenzó a reír. Varias rieron de los nervios, menos yo. Esa risa ocultaba algo raro.
-se han metido en un juego bastante difícil a decir verdad. Esto recién empezará –y volvió a reír.
-Ahora, quiero que observen por la ventana. Nos empujamos para mirar en la pequeña ventana de la cocina. Nos dimos cuenta, que había varias niñas de hermosos vestidos fuera. Eran todas idénticas, de la misma estatura, mismo corte de cabello, y el vestido difería solo por el color, porque el modelo era igual a todas. Me di cuenta que varias andaban de la mano y una se encontraba sola caminando cerca del árbol. Las demás todas jugaban, pero lo que yo me preguntaba, es de donde habían salido tantas niñas.
-Ya pueden girar sus cartas. Por cada número que les ha tocado, es el grupito de niñas que ustedes deben cuidar…
-Es fácil –murmuró Sofía.
-Déjenme terminar-volvió a replicar el hombre –En algún momento del día, una por una las niñas quedaran locas, con sentimiento homicida, buscaran cualquier arma que encuentren a su alcance para matarlas. Deben de tener mucho cuidado, porque ustedes deberán defenderse como puedan. Por ahora, puede que parezcan dulces muñecas deambulando por el campo, pero no se descuiden, van a cambiar de parecer. Ahora… Corran.
Cada una volvió a mirar la carta que le había tocado, la más comprometida era Andrea, le habían tocado 9 niñas. Sofía se quedó con 6, y Agostina con 4. Obviamente, la niña cerca del árbol era la mía.
-Tratemos de estar juntas todo lo que podamos, asi podremos defendernos unas a las otras-dije.
Todas corrieron detrás de su infantería, para recogerlas, y yo busqué a mi nena sentada bajo el árbol. Me acerqué a ella con miedo. No parecía ser feroz, pero seguía recordando lo que dijo el hombre.
-Tengo sed –dijo ella –Hace calor afuera.
“Va a querer pegarme con el vaso en la cabeza”, fue lo primero que se me vino a la cabeza.
-Vamos, te daré agua –caminamos hasta dentro, y el hombre había desaparecido. Ella solo bebió el agua, yo me estaba enloqueciendo. Ya se me hizo escuchar el grito de alguna de mis primas en la lejanía.
Pasaron las horas y Andrea llegó con el brazo ensangrentado inmóvil y 2 niñas menos que lloraban.
-Son horribles cuando enloquecen –gemía –el rostro se les deforma, y dejan de ser pequeños angelitos para convertirse en animales que buscan sangre –No sabía cómo ayudarla y mi infante, que le había puesto de nombre, Avril, también comenzó a llorar.
Éramos dos niñeras de ocho niñas, que lloraban. No sabíamos cómo calmarlas. A todo eso, Agostina había vuelto con dos niñas menos, y la frente tajeada.
-Esa loca quiso reventarme una rama en la cabeza. Me siento mareada, por suerte me quedan dos. Me asustó la cara que tiene cuando cambia de personalidad, es horrible, parece que le crecen colmillos, y los ojos se le tornan negros -
Agostina parecía ser la más asustada. Esperamos un buen rato, pero Sofía jamás volvió, ni tampoco ni una de las niñas a las que acompañaba.
Me desesperaba que Avril sea la más tranquila, en algún momento encontraría un tronco y también me lo reventaría en el cuerpo, no sabía cuánto tiempo más faltaba, además de mencionar que el sol ya se estaba poniendo.
-Salgamos a jugar- dijo una de las pequeñas de Andrea. Ella solamente suspiró y se fue con el brazo golpeado, a solamente esperar que algo sucediera. Avril se había puesto debajo del árbol de naranjas, mirándolas, con la devoción de su rostro, de que alguna cayera. Me estiré lo que pude hasta que logre tironear de alguna de las ramas y tomar la naranja, la cual rodó cuesta abajo y Avril corrió en dirección a ella. Ya estaba casi oscuro y no la perdí de vista en unos momentos, hasta que solamente la vi parada tras la naranja. Estaba quietita hasta que toqué su hombro izquierdo.
-Vamos, te bajaré otra naranja –pero ella no contestó. Se giró tenebrosamente sobre mí con los ojos negros como el de los caballos y la boca llena de dientecitos puntiagudos como el de las pirañas. Ella había cambiado. Se abalanzó sobre mí tratando de morderme, pero la empujé con fuerza y eché a correr hasta la casa. Escuchaba gemidos como de un animal suelto detrás mío, los gritos de Andrea, de Agostina, con gritos de dolor, y yo con la adrenalina en la cabeza de tanto correr. “Debo matarla primero” pensaba en voz alta con tono ya cansado. Tomé un cuchillo, y esperé detrás de la puerta. Se escucharon un par de golpeteos y arañazos pero que esta vez decía:
-Ayúdame, ábreme la puerta –No sabía qué hacer, ¿Avril volvió a la normalidad? Era imposible. No iba a abrir la puerta. Pero ella gritaba más y más fuerte. No soporté tal escandalo fuera y abrí la puerta. No era Avril, era mi prima Sofía, la que pensábamos que había desparecido, siendo despellejada viva por varias niñas, bajo el umbral de la casa del campo.