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Juan Carlos Furlan
Juan Carlos Furlan
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Manifiesto de los duendes

Llaman ustedes a este mágico lugar Cerro Corá, “el corral de cerros”. Por apatía profana de milenios les ha quedado un nombre que designa el vacío, renegando de lo que encierra, renegando de su mística y espiritualidad. Pero esto no siempre fue así, porque en este corral, los duendes, hemos preservado, resguardado y tutelado el último bastión de sacralidad.  Para nosotros ha sido siempre Ñanderhú Cora, es decir, “allí donde el Padre que habita en la naturaleza guardó aquello que es de él”, ese lugar sagrado, nuestro lugar,  está hoy en medio de una coyuntura histórica sin precedentes, en la que se debate su destino y porvenir. El coloso progreso es su amenaza.
No es acaso el uso de agrotóxicos en sus chacras como el glifosato (round up) una evidente muestra de perfeccionamiento?, no han sido los venenos sistémicos en su horticultura lo que significo una mejora? No ha significado acaso una clara muestra de perfeccionamiento el uso de motosierras para la tala indiscriminada? Todos estos adelantos, mejoras y perfeccionamientos son el tan mentado progreso, tecnologías y métodos invasivos, de exterminio, contaminación y muerte. Está el progreso asociado también a la radicación de industrias, pero cuántas de ellas conocen que no traigan tras de sí la destrucción sistemática del medio ambiente y la aparición de villas miseria?.
El único progreso real, vuestro verdadero mandato como especie, aquello que en realidad anhelan como seres humanos es el de alcanzar paz interior, y han adoptado el manual equivocado, un manual que los condena indefectiblemente al atraso y al retroceso. Uds son el medio ambiente, SON ESO, y al destruirlo, contaminarlo, someterlo lo único que conseguirán es hacerse daño a ustedes mismos.
Vivimos en un lugar privilegiado, un verdadero paraíso que nos conecta con energías vitales ya hace tiempo olvidadas por vuestra especie, energías de un orden interior ancestral que se nutre de la comunión con la naturaleza. Ese paraíso está amenazado hoy por hoy. Autovía es hoy metástasis, éxodo rural es hemorragia, robos y delincuencia son infección. El cuadro clínico general no es muy alentador.
Durante millones de años, los duendes hemos cuidado de este reino, de todo lo que habita en él, incluyendo a ustedes, quienes han sabido darnos más trabajo que ningún otro, siempre buscando más, siempre queriendo más, siempre insatisfechos, siempre soberbios e incómodos.
Ñanderhú fue el de la paciencia, el de las expectativas y esperanzas, no nosotros. Pero es ahora que pecamos al romper nuestro pacto de silencio, necesitamos decir, hacernos oír porque estamos agonizando, nuestro alimento escasea, nuestros vitales elementos: el silencio, la diversidad, la quietud, la armonía. Vuestra desidia es nuestro verdugo, vuestra ignorancia nuestra enfermedad, vuestro olvido por codicia nuestra sepultura.
Cerro Cora es el último de los reinos puros de Ñanderhú… AYUDENNOS!


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Las relaciones del psicoanálisis con la literatura, por Rafael Vandendorp

* Artículo escrito por Vandendorp Alberto Rafael

El neurótico ordinario y el escritor sublime


La neurosis es un mal menor: no en relación a la salud
sino en relación a ese imposible del que hablaba Bataille
(<>, etcétera)…”
Roland Barthés

En el año de 1927 la ciudad de Francfort había instituido el premio Goethe, que sería concedido anualmente a una personalidad destacada de la cultura, cuya influencia creadora sea digna del homenaje tributado a la memoria de Goethe. Los tres primeros beneficiarios de este premio habían sido; un poeta llamado Stefan George, un médico misionero y músico de nombre Schweitzar Albert y un filósofo llamado Leopold Ziegler.
A propuesta de Alfons Paquet, conocido hombre de letras y secretario del concejo de administración que regenteaba ese fondo, se había resuelto otorgar a Sigmund Freud el premio correspondiente al año de 1930. La consigna propuesta por el secretario del concejo era entregar el premio y pedir que el beneficiario dirija unas palabras elogiosas al gran hombre de las letras y el ingenio.
Freud había recibido la noticia para Julio de ese año con gran sorpresa y no menor agrado, pero alegó que por problemas de salud, que lo aquejaban mucho, no podría ir a recibir personalmente el premio, pero que sin embargo redactaría un escrito que sería leído en la casa Goethe por su hija Anna Freud.
Algunos fragmentos que se destacan de su alocución decían lo siguiente:
“… Todos los que veneramos a Goethe aceptamos sin mayores protestas los empeños de los biógrafos por conocer su vida a partir de los informes y documentos existentes. Pero, ¿qué nos proporcionan esas biografías? Ni siquiera la mejor y más completa de ellas responde las dos preguntas que parecen las únicas dignas de interés. No esclarecería el enigma de las maravillosas dotes que hacen al artista, y no podría ayudarnos a aprehender mejor el valor y el efecto de sus obras. No obstante, es indudable que una biografía tal satisface en nosotros una intensa necesidad…”.

Por otra parte decía:   “… ¿Qué justificación tiene semejante necesidad de conocer las
circunstancias de la vida de un hombre cuando sus obras han pasado a ser tan significativas
para nosotros? Suele decirse que es el afán de obtener también una aproximación humana.
Admitámoslo; es entonces la necesidad de conseguir vínculos afectivos con tales hombres,
integrarlos en la serie de padres, maestros, modelos que hemos conocido o cuya influencia ya
hemos experimentado, con la expectativa de que su personalidad resultará tan grandiosa y
digna de admiración como las obras que de ellos poseemos…”.

“… Cuando el psicoanálisis se pone al servicio de la biografía tiene, desde luego, el derecho de no ser tratado con mayor dureza que ella. Puede proporcionar muchas informaciones que por otra vía no se conseguirían, y mostrar así nuevos nexos en la obra maestra del tejedor que entrama las disposiciones pulsionales, las vivencias y las obras de un artista…”.
Como se puede apreciar en su alocución en la casa Goethe, las relaciones entre la literatura y el psicoanálisis nunca incomodaron a Freud, quien como se aprecia no hizo más que insistir en el valor positivo que el psicoanálisis podría traer al entendimiento de lo artístico y del grande hombre.
Más allá del enorme campo de investigación psicológico abierto por el psicoanálisis en su larga historia, quizás este entrecruzamiento con la literatura sea uno de los mayores aportes del psicoanálisis al conocimiento de la cultura y del genio universal.
Muchos grandes críticos de literatura argentinos, no necesariamente psicoanalistas, han ensayado en éste último siglo la perspectiva y los conceptos psicoanalíticos en sus agudas lecturas críticas de literatos nacionales, tanto de sus obras como de sus escritores, en la que han podido articular puntos de vista interesantísimos entre la obra y la vida del grande hombre de letras. Un ejemplo es la lectura de R. Piglia a Borges, Noé Jitrick y Quiroga.
En la historia del Psicoanálisis es conocido el estudio sobre Leonardo Da Vinci, quien fue objeto de la pluma de Freud, uno de los más grandes inventores y artistas renacentista que haya conocido la humanidad, al cual Freud admiraba profundamente. Freud también se ocupó, en su época, de un célebre caso de Psicosis autobiográfica, de un importante juez de la suprema corte Alemana de finales del siglo XIX, el conocido caso del doctor Paul Schreber.

¿Cómo es posible analizar y conceptualizar sobre la psicosis sin haber conocido, ni tratado al paciente propiamente dicho? La respuesta está en que para el método de Freud es indistinto, porque el inconsciente se asemeja a la lectura de un texto que hay que descifrar, donde el autor está implícito en el texto mismo. Sin embargo cabe aclarar que no es idéntico un psicoanálisis aplicado que la lectura psicoanalítica de un texto escrito.
Dice German García en su último libro las derivas analíticas del siglo que Freud, a parte de un prestigioso médico, fue un gran lector de literatura clásica, sus gustos giraban por autores tales como Cervantes, Shakespeare, Goethe, Flaubert, entre otros. Las lecturas juveniles del viejo Freud le sirvieron para abordar el gusto de su época, que llegaba a su consultorio transversalmente; el romanticismo y la exacerbación de las pasiones del amor; sin embargo la respuesta de Freud al romanticismo no fue con más romanticismo, se opuso a éste y logró así penetrar en los resortes del gusto de su época; lo que le permitió posteriormente también analizar críticamente la figura del héroe, el eros adolescente y sus consecuencias prácticas.

“Aparte de los autores nombrados, Freud era lector de Sófocles, Milton, Ibsen, Balzac, Kipling, Thackeray, Thomas Mann. Más literatura que filosofía, más poesía que lógica. Alguna vez habló contra “la oscura mistificación Hegeliana”. Ese era Freud, el que propuso su aparato psíquico como sustituto del tiempo y el especio de las coordenadas de Kant…” Pag. 78 – Germán García- las derivas analíticas del siglo.
Hay entonces en Freud un movimiento interesantísimo entre literatura y filosofía, guiados por un espíritu cientificista, inspirado en Darwin, según Harold Bloom, señala García. El psicoanálisis no se reduce a una hermenéutica como lo hizo C. G. Jung porque encuentra en la filosofía crítica su límite (ética) y no es una filosofía más porque encuentra un sustento pragmático y empírico en la ciencia, aunque tampoco sea puramente una ciencia porque sus más sólidos fundamentos son a-conceptuales, por lo que no se deja estandarizar.
Volviendo a la relación entre el psicoanálisis y la literatura y sin ir tan lejos, uno de los conceptos más conocidos de Freud fue el Complejo de Edipo, un mito antiguo escrito por el gran poeta griego Sófocles donde narra la tragedia del Rey Edipo, quien mató a su padre y se casó con su madre, sin saberlo. El conocimiento y la lectura de Edipo de Sófocles, en su juventud, le permitió a Freud articular la neurosis ordinaria con la tragedia, una temática literaria de la antigua cultura griega. De allí que se puede pensar a la neurosis como un gran drama individual, una suerte de tragedia existencial.

Hay en Freud una articulación interesantísima del mundo antiguo (Los poetas griegos) con la modernidad (Kant- Schopenhauer- Fichte) y la literatura romántica. Y ya más acá está F. Nietzsche, cuyas huellas se pesquisan en el pensamiento de J. Lacan y de muchos de sus contemporáneos franceses.
Pero lo que nos interesa aquí a fin de cuentas, no es historizar, es más bien el asunto del escriba sublime en tanto sujeto del deseo, y sus procesos creativos; es decir: ¿cómo opera la creación artística en el hombre y su relación con la neurosis y el deseo?
Freud desarrolló un concepto clave he importantísimo, como una salida no patológica al conflicto pulsional, que llamó la sublimación; la sublimación es así un destino de lo pulsional. La sublimación es lo más alto a lo que puede aspirar el deseo humano como objeto, y con éste también el surgimiento del hombre como objeto; objeto místico y de contemplación para la cultura. La sublimación está en relación con el concepto de belleza, de lo bello como destino.

La sublimación como se puede apreciar es un concepto amplio pero hete aquí que lo que nos importa es la sublimación literaria; una de las forma de producción humana más excelsas que existen. El aporte del psicoanálisis nos permitirá además conocer las estrechísimas relaciones existentes entre la creación literaria y lo que llamamos la realidad humana. ¿Se puede seguir afirmando a la altura de nuestro tiempo que existe aún un evidente distanciamiento entre “la realidad humana” y nuestras más refinadas y encumbradas obras escritas?, ¿Qué distancia hay entre “la realidad” y el goce como “única realidad”?, ¿No es claro el evidente empuje al goce como realidad imperativa para el sujeto de hoy, una invitación y habilitación a alucinar lo que a uno se le venga en ganas?
Hay una novela muy breve y fabulosa de J. Cortázar “La continuidad de los parques” donde trata éste asunto del goce alucinado como absoluto. En la novela de Cortázar, es tanto el placer que experimenta el sujeto, (está leyendo una novela en su sillón), por el texto que tiene en manos, que pareciera confundirse con los personajes y vivir la trama en carne propia; lo experimenta, lo encarna de tal modo que se borra esa delgada línea entre principio de realidad y goce (alucinación), entendido como ese placer absoluto y auto-erótico que inunda y sustrae al sujeto en su totalidad.

Para Freud había una diferencia entre la realidad psíquica y la realidad propiamente dicha, esa escisión es Kantiana. La realidad propiamente
dicha en Freud no es una entidad concreta, -no se puede conocer la cosa en sí, decía Kant- la realidad es sin embargo un principio lógico que funciona como exigencia exterior para el sujeto, como sí el sujeto debiere compensar y medir su manera de ver y sentir las cosas, con la cosa en tanto tal, ya que la cosa en sí no se percibe en tanto tal, sino como retorno de algo que desequilibra la homeostática realidad psíquica. El principio de realidad es ese límite que hace que nuestras ideas a priori “brillantes en nuestra cabeza”, a la hora de concretarlas no parezcan tan brillantes, es más, hasta parecen ingenuas, tontas e irrealizables.

Pasando en limpio, tanto Freud como Kant piensan que no se puede desfigurar la realidad a diestra y siniestra por el sujeto, y creer plácidamente lo que le conviene a uno creer, eso sólo no dura más que un poco y además tiene consecuencias terribles, sin embargo no se puede escapar del todo tampoco, al hecho de que se cometan ciertas desfiguraciones respecto de la cosa en sí, de allí que se hace crucial afilar el pensamiento crítico, pero crítico con uno mismo.
El escritor sublime en cambio transgrede el principio de realidad, que si tuviese voz le diría, haciendo un poco la parodia, algo así: “tu idea es una quimera, no es real y por lo tanto no es posible, etc. etc.” el escritor sublime en suma desafía el límite del principio de realidad.

El filósofo Argentino Thomas Abraham en su libro “Deseo de revolución” lleva a cabo una fuerte crítica al espíritu que marcó a su tiempo, políticos y pensadores de su generación en el cual se incluye. Abraham plantea básicamente que durante el siglo XX una generación de jóvenes había llegado a creer tan fuertemente en un tipo de realidad ideal, de dimensiones globales – el comunismo- que fue inevitable alguna distorsión respecto al principio de realidad, el cual se habría sorteado digamos, transformando ese hueco en un deseo absoluto, en una voluntad de poder.
Quizás haya sido el imperioso deseo de cambio de una generación respecto a la anterior, (sus padres) la que impulsó el movimiento súbito del espíritu de esa generación que encontró en Marx los significantes que necesitaba para comenzar la tan ansiada metamorfosis de sus espíritus, siendo paradójicamente más importante la necesidad de cambio y oposición generacional que la lectura crítica del propio Marx. No por nada la arrogancia y el deseo de prestigio y reconocimiento individual de los líderes e intelectuales marxistas tiñeron las revoluciones de narcisismo y cinismo, lo que lo llevaron a su fracaso.

Claramente aquí tenemos un caso estrechísimo de relaciones carnales entre literatura y realidad, pero ya no en la literatura fantástica sino en el contexto de la ciencia social. En síntesis, lo que aquí se quiere señalar es que cualquier formato particular de ver el mundo –teoría macro social – puede finalmente imponerse como realidad propiamente dicha para los pueblos. Ésta se vuelve imperiosa, aunque no necesaria, en ciertos espíritus por lo que termina realizándose, aunque no sin síntomas; aquí hablando de la visión Marxista del mundo; y según señala Abraham ésta visión finalmente imperó al menos en la mitad del planeta. Imperó como deseo, más su realización concreta fue parcial.
Pero toda actitud humana que utilice las fuerzas de la voluntad por sobre el principio de realidad no podrá sostenerse sin grandes e importantes costos sintomáticos. El síntoma es el retorno de lo que queda por fuera de la realidad psíquica del sujeto. El sujeto Freudiano está en conflicto constante con su realidad y el síntoma es entonces un arreglo de compromiso entre instancias.
La teoría Marxista tanto como la Freudiana coinciden en que son ciencias conjeturales, aunque respecto a sus destinos se bifurquen; a diferencia de Marx, Freud protegió su invento-descubrimiento, el psicoanálisis, del dispositivo de la universidad, que según Lacan, es el caldo de cultivo más poderoso de idealismo, de dogmatismo y de ausencia de crítica. Entonces ¿Qué cosa puede resultar de la combinatoria de una concepción ambiciosa y conjetural y una institución a-crítica, promotora prestigio y de poder?…
Para finalizar con este asunto y retomar las relaciones entre la literatura y “la realidad humana”, en un grandioso cuento de Jorge L. Borges, que no era justamente comunista, publicado en la revista Sur del año 1940 “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” el autor ya nos advertía sobre los efectos de la ficción sobre la realidad. Se recomienda su lectura.
A fin de cuentas lo que aquí es menester plantear, es después de todo: ¿Qué es un neurótico? Porque ya no caben dudas de que si queremos establecer una relación posible entre literatura y psicoanálisis, éste sólo será posible por medio de lo que se entiende por neurosis.

Dijimos ya que la neurosis es una estructura, un marco por donde se constituye y desplaza el deseo y su sujeto. Para el lingüista Roland Barthés ya no hay distancia entre lo que él llama el texto y la neurosis, en tanto que uno, como el otro, pueden ser leídos e interpretados; en ambos existe una relación gramatical entre un sujeto y un predicado. En el placer del texto dice Barthés, en alusión a la razón que impulsa a la escritura literaria del goce: “Loco no puedo, sano no querría, sólo soy siendo neurótico”. Los textos a los que él llama textos de placer-goce, son aquellos que son escritos desde la neurosis, son textos coquetos dice, que logran hacer evocar la dimensión del goce en el lector, es decir, ese movimiento dialéctico entre la dimensión de la pérdida y del reencuentro.
Bien, dejemos atrás por un momento a Barthés. Desde la experiencia clínica tanto como de la experiencia subjetiva uno podría decir que a priori, un neurótico es alguien que no sabe con certeza quién es para el deseo del otro; ese saber fluctúa, para éste su identidad puede vacilar cada tanto. Y por cierto, no está mal que eso le pace de vez en cuando, pues de lo contrario sería un alienado. El paranoico es aquel que se rige, digámoslo así, por el principio de identidad de Parménides; antiguo sabio griego que decía que las cosas no cambian, sino que permanecen inmutables y que son nuestros juicios los que nos engañan dándonos la sensación del cambio, son éstos juicios los que cambian y nos dan una impresión falsa del cambio; finalmente gracias a Platón triunfó ésta filosofía sobre la de Heráclito, que fue retomada por el padre moderno del racionalismo, René Descartes. No por nada decía Lacan, medio en broma, medio en serio, que el reverso de la ciencia lleva en sí un deseo paranoico, ya que lo que impulsa el deseo de ésta es desconfiar de lo más próximo que se le presenta, ir más allá de la realidad de sus sentidos; digamos que la ciencia sospecha que la realidad no es así como se nos la presenta, y que en su sociedad con la técnica encontró su hegemonía, desarrollando mecanismos cada vez más complejos de deducción e inducción, haciendo caer el velo del sujeto. Allí también, de forma más modesta, está implicado el espíritu del psicoanálisis, en tanto Freud se consideraba parte del proyecto de la ilustración.

La neurosis se diferencia de la psicosis por su relación con el principio de realidad, que la psicosis excluye de raíz. La neurosis se parece más a algo como un tornado; una tormenta, de esas que vemos en los documentales americanos, que cuanto más advertimos que se adentra el protagonista para conocer de qué está hecho esa fuerza incontenible, se da cuanta, que dentro no hay nada; “nada concreto” más que pedazos heterogéneos, fuerzas contrariadas, provenientes de muchas partes diversas, dando vueltas y vueltas en círculo; ese adentro es caótico aunque su forma externa sea bastante seductora y homogénea.
La neurosis es similar en tanto que allí dentro no hay nada parecido a un principio único de identidad o función dominante que haga las veces de punto rector en solitario, para el sujeto; ese adentro está, como decía Lacan, fragmentado.
El antiguo debate intelectual y filosófico moderno entre sí, para el hombre, predominaba la cultura o la naturaleza, se remonta claramente a muchos años antes de la emergencia del psicoanálisis, quien recogió el guante; para algunos hombres el ser humano es predominantemente un ser espiritual y social, mientras que para otros lo social es efecto de complejos mecanismos biológicos evolutivos. Freud hereda de algún modo este debate y lo resuelve con una mirada compleja y articulada del sujeto, planteando la “solución” al problema como un conflicto dinámico entre ésta fuerzas rectoras heterogéneas y antagónicas. Freud planteaba que el deseo (que es un producto de la interacción con el otro) se apuntalaba sobre la necesidad biológica de nuestro organismo, y que su realización y especificidad consistía paradójicamente en pervertir el circuito natural. El deseo que describe el psicoanálisis por definición es perverso.

Para Lacan el sujeto del inconsciente es algo así como un collage surrealista, o bien, podríamos decir, una unidad heterogénea. Lo heterogéneo como adjetivo en la frase niega lo que allí se afirma, lo unitario como esa noción que sugiere un todo sólido. Si hay algo que no es sólido es la identidad del sujeto; charlen un rato si no me creen con un adolescente por ejemplo y verán. Sin embargo lo que le da a uno la sensación de que no se disolverá del todo es nuestra estructura biológica envolvente, es decir, lo que somos como gestal para el otro. A eso Lacan llamó estadio del espejo, instancia lógica con que se consigue encubrir nuestro caótico mundo interior a partir de la imagen de unidad y totalidad virtual que recibimos del otro exterior, en una relación de espejo afectivo, es decir en un juego de miradas cómplices con el otro. Sin esa complicidad que en un inicio es la mirada de la madre no podríamos comenzar a unificarnos, al menos virtualmente; lo contrario sería la dispersión, viviríamos condenados a una suerte de guerra civil interior.
Para lo especular (cuya referencia es la etología) las primeras percepciones son ejes estructurantes para el individuo. Remitirse a los aportes del Nobel Konrad Lorenz sobre el comportamiento de los gansos.

Esa nebulosa surrealista que es la neurosis es después de todo la forma que tiene el hombre de lidiar con el mundo y su complejidad; como dice George Bataille sobre la neurosis: >>la temerosa aprehensión de un fondo imposible>>.
La neurosis es ya, la interpretación del mundo, en la que él, en tanto sujeto, está sujetado, más o menos ordenado y ocupando un lugar en una estructura abierta; en la medida que esa estructura tenga la forma de un lenguaje (un código) él estará obligado a hacerse representar por signos, emblemas, etc. pero no todo es lenguaje, también cumplirá un papel para el deseo, que por definición es lo que queda fuera del código, lo que no está legislado, lo que aparece no sin cierta sorpresa, como el goce en una novela de placer. Digamos que la neurosis es una novela cuyo final está por verse, no se ha dicho todo aún.
En la clínica se trata de indagar sobre las múltiples y variadas relaciones del sujeto con su deseo; si goza de su deseo, si se culpa y no desea, si se castiga en forma de pago por su goce, si evade el deseo, si lo ignora, si lo aplaza, si lo idealiza tanto que se vuelve inalcanzable, si lo rechaza de raíz, si lo negocia, etc. El goce es otro término importante en la clínica y se usa para oponerlo al deseo como concepto, el goce puede aparecer sujetado a lo simbólico, como en el placer del lector con una novela, o bien, de-sujetado de lo simbólico; en éste último se trata siempre de un tipo de satisfacción mortuoria, lamentable, penosa, como las patologías adictivas posmodernas; en cambio el deseo como destino siempre es más seductor porque está en relación a Eros; es decir al amor, al don, a la belleza, a la felicidad, etc.
También hay que decir que ese mundo al que viene a alojarse el sujeto no es más que preparatorio y plenamente revocable; como sea eso tiene un valor funcional, sin eso no hay nada.

¿Somos conscientes y responsables plenamente de ésta construcción propedéutica que nos cobija o nos condena? Ciertamente no; ni conscientes, ni responsables, aunque su estela esté allí queriendo determinarnos sin que esto le importe mucho. La lucha por la de-sujeción de ese mundo –del que no tenemos más que recuerdos encubridores- comienza cuando empezamos a cuestionarlo y a entender algunas cosas; se trata de tomar cartas en el asunto sobre, al menos, lo que sí se puede re-direccionar del curso, que de lo contrario, seguirá inconscientemente nuestra vida. Habitualmente la adolescencia parece ser el periodo natural más proclive a éste despertar del deseo, avivado por algún conflicto particular y ayudado por una revolución biológica que experimenta el cuerpo -la pubertad – que busca una nueva forma y una nueva representación identitaria.
Siempre es posible reconstruir el mito de la infancia mediante cierto ejercicio de arqueología; e intentar tomar las riendas de lo que se quiere decir o escribir, siempre en miras a la postre. Lo que intento decir es que nuestra historia no comienza con nuestra singular neurosis, sino que inicia con la neurosis de nuestros padres, y más allá de ellos, nuestros antepasados más arcaicos, quienes proyectando un mundo virtual, nos legaron las bases simbólicas para nuestro advenimiento concreto como individuo, para nuestra posibilidad o no de realizarnos como sujetos del deseo; ya en ese mundo proyectado están los significantes con que hemos de ser vestidos; esos significantes son nuestras primeras prendas, nuestros primeros ropajes.

También es cierto que no todos tienen grandes antepasados, la modernidad cambió un poco las reglas del juego simbólico, algunos niños de nuestro tiempo no tienen ni siquiera padres, mucho menos abuelos, menos aún historias que escuchar; son huérfanos en un doble sentido, simbólico y real; sin caricias y sin palabras que los nombren que luego serán hijos, posiblemente maltratados por alguna institución del Estado. Tener historia no siempre significa cargar una mochila pesada del pasado, también significa solución, recursos, posibilidades de ser, etc.
Pero cuando un neurótico se siente acongojado y apesadumbrado con su historia particular, el psicoanalista lo invita a desvestirse de aquellos primeros cobertores; quizás allí radique el pudor y la sensualidad de la situación analítica que retorna luego desfigurado en los juegos eróticos de la transferencia. La situación analítica requiere entonces que el sujeto se “desnude”.
Recuerdo una vez una paciente muy ingeniosa que había logrado, tras una sucesión interesante de sueños nocturnos, una metáfora brillante de su metamorfosis en análisis; solía ser una mujer frustrada y por demás dolida, tanto en el amor como en el trabajo, al margen de ello, acostumbraba diseñarse, como pasatiempo, su propia ropa; era algo que hacía hace tiempo pero a lo que no le daba mayor interés, en suma, le gustaba diseñar vestidos, pero decía que nunca se los ponía, que no les iban a quedar, por eso los guardaba en el placar, insatisfecha soñaba después que otra mujer, sin rostro, y que no era ella, se ponía esos vestidos, ella deseaba ponerse esos vestidos pero no podía hacerlo, un día tras cierto cambio subjetivo en análisis soñó por fin que la del vestido era ella. Había por fin dejado de ser “ella misma” -la del rostro frustrado y dolido- y habíase animado a “ser esa otra mujer”, la “sin rostro”, con la que al principio se oponía. Su cambio consistió en perder la fijeza de su identidad primera, de aquella “mujer del rostro frustrado”, por una cara nueva, “sin rostro” (sin identidad clara) sin determinación, pero deseable, coqueta, bonita, etc.

Es decir que para identificarse con el deseo su neurosis tuvo que perder cierta omnipotencia narcisista que le hacía sentirse “justificadamente” ofendida y dolida con el pasado y que por lo tanto impedía verse deseable hacia un futuro más fecundo. Como verán, el problema de la neurosis no es la neurosis en sí, sino cuando la neurosis se estanca y se cristaliza, se queda sin movimiento, retomando nuevamente la metáfora del tornado, el problema está cuando el tornado comienza a ceder en intensidad y se vuelve una tormenta común y corriente. El deseo es para la neurosis lo que la tormenta para el tornado.
Aquí es donde empalma la literatura con lo que venimos diciendo. La literatura como destino sólo es posible si se preserva la tensión entre el deseo y el goce más allá de todo anhelo de equilibrio emocional o psicológico, al que apunta el otro lado de la neurosis ordinaria; ese duradero y arcaico instinto de supervivencia, que muchas veces le fue útil a la especie, pero que para la vida que llevamos hoy parece estar en desuso. De imperar el instinto de supervivencia, nos volveríamos sujetos más conservadores, pero esa es hoy una palabra denostada y deplorada por el imperativo desarrollista y progresivo de la revolución Francesa. Ya es tiempo en que comencemos a resignificar lo que a la postre debamos entender por conservadores, pues de lo contrario la explotación excesiva del progreso que se hace de la naturaleza en la actualidad nos llevará a un colapso mundial.
Pero más allá de ese reflejo de supervivencia, hay algo mortífero en la neurosis ordinaria, que tiene que ver con cierta búsqueda del “equilibrio” en un falso espejismo de placer, que no lleva a otra parte más que a una fijación de la realidad, una simplificación de la realidad, facilitada y sostenida en las fórmulas y las certezas más comunes y corrientes que circulan por la lengua, como esa máxima que profiere que el placer es igual a la felicidad, que el atajo será mejor que el camino largo, que el éxito es ganar sin esforzarse, y también en esa maliciosa búsqueda del prestigio y el reconocimiento, sólo por el poder y el beneficio social que este conlleva. El sujeto que persigue estos nuevos espejismos de la época lucha a muerte por conseguirlo, pero cuando lo obtenga sentirá que el costo fue injustificado, por lo que no podrá gozar de lo que finalmente consiguió, tanto así que será menester destruirlo; el síntoma es perderlo todo, despilfarrarlo, etc. pero después están los otros, los que ni siquiera entran en este juego perverso, que es para algunos pocos; éstos lo miran por T.V.
Simplificar la neurosis es una estrategia astuta para neutralizar el deseo, allí se esconde el goce alienante del placer narcisista. Algunos sujetos expresan con cierta ironía ese sentimiento de que el mundo es sin dudas un paraíso, pero del que ellos están excluidos injustificadamente, y que por esa razón tienen reconocido y justificado no hacer nada más que ver cómo los otros gozan de ese “paraíso”, y obvias razones no pueden más que odiarlos por su felicidad. Lo que esconde radicalmente la envidia es el odio por la felicidad del otro. Léase “Los pequeños propietarios” del escritor Argentino Roberto Artl.

Una vez una paciente que habiéndose sentido “engañada” desde siempre por un padre “mujeriego” decía y profesaba culto, en secreto, a una frase bien corriente y popular >>todos los hombre son iguales, no valen la pena…>> y así “contentada” en la frustración de su máxima iba por la pasarela amorosa de la vida despotricando contra el amor y contra las mujeres “verdaderamente amadas”; con sus amantes hacía hasta lo imposible para confirmar su regla; como se dice en la jerga analítica, los castraba a todos por igual.
Ese es el atajo del neurótico ordinario, mientras que el neurótico sublime asume por el contrario una posición singular, amparado en la fuerza de un deseo portentoso que lo exige, como contrapeso, a no condescender con una neurosis corriente; el escritor sublime está empujado por un deseo extraordinario, sólo éste descomunal deseo puede ascender a la dignidad de objeto artístico.
Un escritor de placer/goce no es justamente alguien “equilibrado”, del que se pueda decir que tenga su neurosis “resulta” o cosa por el estilo, muy contrariamente, los grandes escritores clásicos siempre han estado más o menos perturbados por sus circunstancias vitales, perseguidos por sus ideas delirantes o sus deseos sexuales transgresivos, sus sensaciones o sentimientos, etc. Todo esto que lo atraviesa y lo excede lo empuja hacia la angustia, pero de esta misma encrucijada hallará la fuente misma del empuje vital más poderoso, lo que lo llevará o no, hacia las letras, la pintura, la música, o el suicidio, etc.

La neurosis y su complejidad es entonces para el escritor su gran fuente de inspiración, allí en el meollo de su neurosis habita ese deseo fuertísimo que excede la razón, que lo obliga a tener que inventar artilugios que están más allá de la realidad, que doblegan el lenguaje si es necesario. Si un escritor de literatura se dedicara solamente a describir la realidad sería más bien un cronista; lo que no quita que no existan cronistas con un fuerte empuje a la literatura, a lo erótico, les recomiendo sino el discurso de recepción de la Academia Argentina de Letras de Jorge Fernández Díaz “el articulismo, género crucial del pensamiento y la literatura”. Donde desarrolla esta tesis. Pero rápidamente hablando lo que caracteriza a un escritor es su capacidad de escribir, mientras que en cuanto a la de un literato se tata de su capacidad de inventar historias, simples o intrincadas, pero fundamentalmente, capacidad de modificar la realidad al servicio de una idea, de un sentir, de una sensación, de una conjetura, de un recuerdo, etc. Esto le permite escaparse de su propio mundo durante un lapso de tiempo suficiente para que surja otra nueva pulsación que lo lleve aún más lejos.
Y si bien la “finalización” de un trabajo, como podría ser una publicación, un libro, etc. le daría al escritor, convencionalmente, cierto “equilibrio” en tanto satisfacción conseguida por la concreción, éste no podría ser nunca, más que algo ilusorio, ya que para el aquí y ahora de un escritor lo publicado ya es viejo, y siempre será viejo a la luz de eso nuevo que se está gestando en su espíritu.
El escritor entonces es alguien que necesita proyectar algo que está más allá del circuito de la comunicación y que por lo tanto excede a la figura del emisor y el receptor, inclusive el mensaje que allí se transmite por el canal del texto, adquiere múltiples sentidos. El escritor sabe o lo intuye, que ese impulso proviene de otra fuente muy distinta a la de la lógica convencional de hacerse entender por el código, ese impulso de expresión diré que proviene del cuerpo, de ese cuerpo de la experiencia que es indomeñable. Para Barthés no podría ser nunca la comunicación con el lector lo que caracterice al texto del placer, ya que éste va más allá del buen entendimiento; se busca contrariamente, pervertir todo sentido común y tomar al lector por sorpresa, hacerlo saltar de su placido sillón con un súbito efecto de perplejidad; hacerlo salir de su fascinación/alienación con su propia interpretación.

Entonces un escritor sublime no es alguien que busque como se dice, comunicarse con su público lector, éste muchas veces es consecuencia secundaria de su talento, de su erotismo. Los que conocieron y hablan de Macedonio Fernández (uno de los referentes claves de Borges) cuentan que era alguien destinado a las letras pero que no deseaba en absoluto publicar. La literatura y el afán por la publicación son cosa muy nueva; éste novedoso fenómeno moderno promueve una nueva figura en el mundillo literario, el escritor comercial. Entonces el escritor comercial a diferencia del escritor de goce es aquel que busca una comunicación plácida con sus lectores, una suerte de complicidad autoerótica.
En cuanto a la literatura como recurso artístico y como forma de lidiar con la neurosis ordinaria le brinda al escriba la impunidad necesaria para su fechoría; exceso del lenguaje del que no goza el científico por ejemplo, quien como sabemos tiene ciertas reglas y parámetros que no puede pervertir. La literatura de goce en cambio es una perversión del discurso, una subversión del orden establecido por la lengua, y por esa fuerza de la neurosis ordinaria ya descrita, el texto de goce es una crítica a la moral convencional, una provocación estética, etc. El escriba sublime cuando lo consigue eleva su objeto a otro nivel, a un nivel superior, más allá de cualquier neurosis ordinaria, inclusive más allá de cualquier crítica censora; lo sublime es inimputable.

Como verán aquí radica un punto de encuentro y desencuentro entre el neurótico ordinario y el escritor sublime y es la relación de ambos con lo erótico, lo estético y lo moral. Freud notaba que sus neuróticos se avergonzaban de sus propias fantasías y que por eso estaban reprimidas, decía que eran consideradas demasiado retorcidas para la neurosis de la época, que era la neurosis victoriana, el puritanismo británico; que exaltaba la virtud del pudor y el trabajo por sobre el interés de lo erótico y lo artístico, y en suma por esa misma razón ocultaban sus más íntimas fantasías, etc. La diferencia entre el escritor sublime y el neurótico ordinario radica en que uno se avergüenza de sus fantasmas y los reprime, vive su goce en secreto y con un sinfín de requerimientos por el pudor social que esto conllevaría, mientras que el escritor contrariamente goza a los gritos lo que el neurótico silencia; la diferencia radica en que el síntoma de uno es ordinario mientras que el síntoma del otro está tan refinado y trabajado que se vuelve un objeto de arte, un objeto bello. La sutiliza del escritor aquí es clave porque es lo que le permite sortear la censura y producir el encuentro con el deseo en lo prohibido. El escritor sublime no teme exponer su goce al público, confía digámoslo así, en su técnica de camuflaje, técnica que le permite el lenguaje, para disfrazar su neurosis.
Un escriba de goce es aquel que sabe cómo hacer para no caer en un mero y banal exhibicionismo pornográfico. No se alcanza con sólo escribir pornografía para ser un texto erótico. En los tiempos donde abunda la pornografía eso ya es corriente.

En tiempos previos a la dictadura militar Argentina el escritor Germán García escribía una novela llamada “Nanina” que supo producir algunas que otras controversias en el mundillo literario de Buenos Aires, por su fuerte impronta sexual, más explícita de lo habitual, que cayó en manos de la censura militar y fue prohibida su lectura y su reproducción y fue así que finalmente Nanina se convirtió con el regreso de la democracia en un texto de goce. Es decir que un texto de goce no es una mera quimera individual producto de una imaginación aislada y brillante, sino que también entran en juego, las circunstancias, la historia, la política, etc. El texto del placer/goce no escapa a los escenarios de la cultura y los movimientos de su época, (neurosis de época) de los cuales se nutre transgrediéndolos.
El psicoanálisis muestra entonces que en toda neurosis se revela la estructura de una novela. El neurótico en transferencia despliega su novela en el diván. El psicoanálisis acompaña al neurótico, digamos, bajo un convenio mutuo, en un nudo de producción inédito, donde el paciente es quien paga por su propio trabajo y el analista es quien cobra por verlo trabajar; pero que más allá del chiste, que tiene algo de verdadero, el análisis invita al sujeto a re-escribir su propio síntoma novelado, ya que el síntoma psíquico es el producto de la neurosis. El análisis ayuda a formalizar eso que está fragmentado y a encontrar al sujeto extraviado, escondido en su propia nebulosa.
El diván, puede servirnos de trampolín para re-escribir o empezar a trazar las coordenadas de nuestra singular Byografía; es una propuesta distinta a la que ofrece la religión que nos da el perdón y el castigo, la medicina que excluye la singularidad por el número o las ideologías que prometen ideales y esconden la lucha por el puro prestigio. Pero quien tiene la suerte y las dotes para la sublimación no necesitará forzosamente pasar por un diván, se las arreglará o no por su cuenta.

Un buen ejemplo de la vinculación de un análisis con la escritura es el libro de Cielo Latini “Abzurdah”; el testimonio novelado de una anorexia nerviosa. Como menciona en el libro Cielo, previo a su publicación hizo muchas terapias hasta llegar a un psicoanalista, que le sirvió para entender algunas cosas que eran considerables; pudo finalmente “reencontrarse” con esa pulsión creativa latente que la caracterizaba; su curación finalizó cuando logró asociar y sistematizar su historia de vida (tormenta) con su pulsión escritora. Hasta antes de este auspicioso encuentro, su pulsión creativa estaba al servicio de establecer cómo destruir su mundo, toda una ingeniería fabulosa semiológicamente al servicio de la auto-punición.
En definitiva la literatura como recurso vía lenguaje, puede ser el empalme de una conexión con aquella necesidad erótica fundamental del sujeto. La literatura permite la experiencia de la falta y del reencuentro, ésta que es la condición erótica más fuerte del deseo. El juego literario crea la sensación de un vacío productivo que proyecta la ilusión de ese resto funcional que es, aquello que queda por decir, lo que no se ha dicho aún, lo imposible de traducirlo todo en palabras, etc. sólo ese espejismo que se estructura como falta motiva la escritura a seguir escribiéndose.


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La infancia en crisis, por Rafael Vandendorp

La crisis de las identidades

Por otro lado la crisis de identidades por la que atraviesa el hombre moderno occidental de pos-guerra tiene su impacto ineludible en la concepción de la infancia también, y en lo que hacemos con cada nuevo niño que nace. El triunfo de la lógica de la inmediatez, de la caída de los grandes proyectos vitales, de la idealización mediática del juvenismo adolescente como estética deseable para todos; por encima de la sabiduría de la senectud y la experiencia, estos son alguno de los rasgos más significativos del hombre y la cultura de nuestro tiempo.

A finales del siglo XIX y principios del siglo XX se creía fuertemente en la eficacia del Estado y sus instituciones como agentes formativos primordiales del sujeto, del sujeto ciudadano, del sujeto del deber, etc. Pero no pasó mucho tiempo para que esa ilusión caiga. Luego de las dos grandes guerras del siglo XX eso cambió drásticamente, por lo que ahora pareciéramos asistir a la caída estrepitosa del poder instituyente de la cultura y sus instituciones, dando lugar así al predominio casi absoluto del mercado y su lógica capitalista que intervienen y regulan muchos, sino casi todos, los procesos de subjetivación del hombre. El mercado y sus pequeños nuevos objetos están allí mediatizando la relación del Otro y el sujeto.
Como afirma el sociólogo Polaco Zygmund Bauman sucede que la vida se ha vuelto “líquida” y el hombre de pos-guerra padece esta licuefacción del vivir. El mercado marca el tempo de nuestros deseos como nunca antes había sucedido, y poco queda así, ya, para la razón o la sensatez.

Se podría reducir más aún el meollo del asunto diciendo que la lógica del mercado se ha vuelto un imperativo categórico para el sujeto deseante de nuestro tiempo. Ésta nueva forma del vivir va desplazando progresivamente a los antiguos ritos civilizatorios; y no es que se anhele en demasía el pasado pero algo tan sencillo y poderoso como ha sido la palabra, está hoy, tan denostada, que no parece ya servir para resolver nada, los nuevos ritos de consumo marcan una nueva lógica de vinculación que va excluyendo la palabra en su función instituyente. Y así, como dice la canción, vamos convirtiéndonos en sociedades preponderantemente de consumo, sociedades de goce.

¿Qué pasa entonces con los niños bajo estas circunstancias?
Respecto a los niños, el mercado y su lógica de la inmediatez, precipita, como nunca antes se había visto, al goce. Y entiéndase esta vez por goce a la aceleración caótica de sus procesos vitales espontáneos.
Así como la polución va derritiendo y moviendo los enromes e inmutables témpanos de hielo, el espacio de la niñez apenas consolidado a finales del siglo XX, se va corriendo del lugar ganado, como un tempano a la deriva; derritiéndose y encogiéndose cada vez más. No se trata más que de una premura singular que inyecta el mercado de la información y del consumo, en la población infantil.
El giro peligroso que ha tomado la civilización occidental es la de incluir al niño en la lógica del consumo de los adultos, es decir, considerar al niño como cliente potencial, como un sujeto deseante y racional. Cuando sabemos que el niño no es cabalmente responsable de su deseo, éste, que apenas y aspira a reflejo del deseo adulto, apenas y no se dibuja más allá que del propio deseo del gran Otro familiar, que lo sostiene en tanto sujeto del deseo.
Asistimos entonces al retorno desfigurado de la vieja figura del homúnculo (adulto en miniatura- concepción del niño en la edad media.)

¿Por qué con los niños?, ¿Por qué incluir allí a los niños? es decir: ¿Por qué incluirlos en esta lógica efervescente del querer, que tan mareados nos tiene?
Se constata fácilmente que muchos niños aprenden primero a querer antes que a saber lo que eso implica, parece ya que no se puede esperar por nada; y lo curioso es que esperar es también un saber muy valioso, de lo más útil para lidiar con la ansiedad por ejemplo.
Hace tiempo que el mercado, las publicidades y los medios de comunicación han posado sus ojos y sus deseos en la primera infancia, y han insuflado este período, tan frágil, con un materialismo descomunal, ya sea con un sin fin de objetos mercantiles novedosos y simpáticos, prestos a adquirirse -juguetes y tecnología-. Aquí también ha cambiado la demanda –exigencias- de los padres para con sus hijos, éstas ahora apuntan por lo general, en sus múltiples formas, a reforzar el goce privado del sujeto, que está en sintonía con el goce de nuestro tiempo; entiéndase éste último por exceso o voluptuosidad del desear.
La necesidad expectante y urgente por la novedad produce más efectos de aburrimiento repentino y reiterado, en las sociedades de consumo, del que los niños no están exentos. Otra de las prácticas comunes de esta lógica de adulte-ración del niño es la pasión por vestir a la moda, que va acompañado del esfuerzo tácito de los padres por evitar que sus niños se ensucien y estropeen sus vestimentas costosas. La promoción de competencias exitistas son otra de las formas que recibe el tratamiento de los niños en nuestro tiempo, éstas van desde la exposición en la televisión hasta las exigencias en los clubes (deportes), recuérdese por ejemplo, el programa televisivo donde los niños cocinaban bajo presión.

Llenar a los niños con actividades que éstos no eligen parece ser también un rasgo valorable para nuestro tiempo, “se lo está estimulando” se suele decir. Lo que se observa a fin de cuentas es que al juego infantil (forma que tiene el niño de conocer e inventarse un mundo propio) se lo busca institucionalizar, intencionalmente, desde muy temprana edad. Con ello, si bien “se gana” en disciplina, se pierde tiempo valioso de juego espontáneo, que es igual a: tiempo de creación, tiempo de imaginación, tiempo de desarrollo adecuado etc.; infatuar a los niños con informaciones y contenidos, a veces poco útiles, provistos tanto por la escuela temprana, como por la televisión, los juegos virtuales, la internet, parecen ser la lógica con la que pensamos la infancia de nuestro tiempo y del futuro.
El mundo laboral del futuro demandará ya no obediencia y memoria, sino flexibilidad y creatividad, se dice; pero ¿Qué se hace de veras con la creatividad?, ¿Seguimos siendo tan arrogantes para creer que podemos manipular la “creatividad de las masas” apresurándolos en su institucionalización, dándoles juegos de colores y castillitos de ladrillos, en suma, regulando cada vez más los espacios de juego? Sólo para tenerlo en cuenta, pero el último gran “genio inventor”, el americano Steve Jobs, no terminó la escuela, y es más que sabido que detestó la misma, por ser un espacio verdaderamente opresivo para su espíritu creativo.
Esta tendencia de “captarlo todo” pareciera generar, a largo plazo, más bien, una merma significativa en el entusiasmo y en la espontaneidad de los sujetos, con el correlato de un empobrecimiento de las relaciones con el otro.

Algún día quizás se consense que el exceso de información innecesaria, a temprana edad, sea perjudicial para la salud mental, ya que obtura la dinámica entre la imaginación y el placer por el descubrimiento.

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Fragmento de la edición N° 3 de la Revista -Entre-dichos- biblioteca Popular Patricias Argentinas- Editor Responsable: Lic. Vandendorp Rafael

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ENTREDICHOS III


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“Posadas, un nombre sin sentido”

Artículo escrito por Luis Federico Solé Masés*

 


“Ahora es que conozco los hombres, no obstante no los aborrezco, pero no sabría estimarlos”
Gervasio Antonio Posadas
Memorias
– 1829

 

Itapúa, Rinconada de San José, Trinchera de los Paraguayos, Trincheras de San José y finalmente Posadas. En sus más de 400 años de existencia nuestra Ciudad ha tenido múltiples denominaciones, según la marea política iba y venía, pero nada justifica que aún se denomine Posadas, en homenaje a Gervasio Antonio Posadas. Un infausto personaje, que ni los más entusiastas observadores de la historia nacional se animaron a darle realce.

La instauración de la denominación de Posadas, el 22 de Septiembre de 1879, al pueblo de Trincheras de San José, fue un apurado intento de la Legislatura correntina por exponer los supuestos “justos títulos” del pasado, con los cuales ocupó, se apropió y usufructuó el territorio de Misiones, luego de la caída de Andrés y el ejercito Misionero desde finales de la década de 1820. Cuando la treta parecía dar resultado y pese a que en la recreación administrativa de 1881, donde el poblado de Posadas se mantuvo en jurisdicción correntina, para 1884 Rudecindo Roca consideró útil el lugar y obligó a la Legislatura correntina que lo ceda a la “nueva” Misiones. Lo curioso fue que el nombre de la capital Misionera se sostuvo, y hoy entrado en siglo XXI muchos ciudadanos ignoran por qué su ciudad se llama Posadas.
Gervasio Antonio Posadas nació en Buenos Aires en 1757, estudió Filosofía, Teología y Leyes. Su primera aparición en la política fue recaudando dinero, con mucho disimulo, para llevárselo a Santiago de Liniers, quien se armaba para resistir a los invasores ingleses de 1806 y 1807.

Cuando llegó la revolución de Mayo el bueno de Posadas asegura no haber tenido participación alguna, aunque enseguida tuvo un cargo público en el Cabildo. Pero hacia 1811 fue apresado y deportado a Mendoza por conspirar contra Cornelio Saavedra desde la famosa Sociedad Patriótica. En dicha facción estaban los fogosos Castelli, Moreno, Belgrano y otros menos rutilantes. Al parecer eran bastante pro ingleses, exigían independencia y un sistema de gobierno diferente al modelo “juntista” español: El Triunvirato.
En definitiva Posadas fue acusado de recaudar dinero para los jacobinos porteños. En su defensa luego señaló diciendo: “Me excusé (de la invitación de la Sociedad Patriotica) y remití un corto donativo para los gastos ocurrentes”. Su problema fue con que con sus antecedentes de recaudador político nadie le creyó. En mayo de 1811 Saavedra lo sacó de juego, le metieron un par de grilletes y lo expulsaron a mil kilómetros de Buenos Aires directo a Mendoza. Convengamos que a Mariano Moreno le fue mucho peor.

Pero la marea política tenía gran actividad y un año más tarde llegaban desde Europa su sobrino Carlos María de Alvear, junto a José de San Martín, y de repente Posadas pasaba del exilio al estrellato, en forma fulminante. Vuelve a Buenos Aires y adivinen que es lo primero que hace con el máximo prócer de Mayo…exactamente…grilletes para Cornelio Saavedra y lo manda con la ropa puesta a Chile, exiliado.
Ya instalado se transforma en el operador político y hombre fuerte de Alvear. Luego en sus memorias diría sobre el rol protagónico que asumió: “En vista de la inserta resolución de la Asamblea (del año XII) ¿Qué recurso me quedaba que no fuera temerario e incivil? Me sujeté a cargar la cruz hasta lograr una oportunidad de soltarla”. Pobre Posadas, faltó que diga que puso plata de su bolsillo, para financiar los ejércitos de la Patria. Pero no. Eso veremos que no pasó.

Dos triunviratos aparecieron y desaparecieron, Alvear exacerbó el centralismo porteño y pronto surgió la necesidad de concentrar todo el poder en una sola persona, y Posadas estaba allí como principal candidato. Según él a regañadientes aceptó, no sin antes conseguir de la Asamblea una declaración inviolabilidad de su persona, que ahora era el Supremo Director del Rio de la Plata, y que solo sería juzgado y removido por dicha Asamblea en caso de traición a la Patria, malversación, cohecho. Claro que la Asamblea la controlaba él, es decir controlaba a sus controladores. No se consternen, mas adelante eso volvería a pasar en nuestro bendito País.
Convengamos que Posadas no era un político ni inepto ni ignorante. Generó las condiciones para apoyar a su sobrino Alvear, quien consiguió rendir a los españoles de Montevideo y dar un respiro a la delicada posición porteña. También apoyó a San Martin, que daba forma a su plan continental, pero lejos del corazón político de la revolución desde donde influía poco, para 1814.

Posadas da inicio formal a la guerra civil Argentina, la cual duraría medio siglo más: declaró sedicioso al líder Confederado José Gervasio Artigas, y le puso precio a su cabeza. Eso desencadenó la creación de la “Liga Federal”, donde la Banda Oriental, Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes y Misiones se escindieron de Buenos Aires iniciando una Confederación como contraparte del centralismo porteño.
La muerte del líder correntino Genaro Perugorría

Con la pícara idea de dividirle el bloque político a Artigas, Posadas tienta al militar correntino Genaro Perugorría para que se levante en armas contra Artigas. Le manda algunas armas y municiones, y como adorno un decreto fechado en Septiembre de 1814, donde le otorga a la pequeña Corrientes los territorios Misioneros. En respuesta, el Comandante Confederado Blas Basualdo, con tropas Misioneras, lo arrincona en Diciembre en el bañado de Batel (cercanías de Saladas) y lo vence totalmente. Basualdo lo remite al campamento de Artigas en Purificación del Hervidero, y como Perugorría ya había cambiado de bando reiteradamente, lo fusila por traidor, en Enero de 1815.
Años más tarde, Posadas transcribe en su “Memoria” una carta misteriosa fechada en Marzo de 1814, donde supuestamente él ordenaba a Perugorría a huir de Corrientes rumbo a Santa Fe. A lo Poncio Pilatos, se desmarcó ante la historia de la muerte que él propició.

La estrella del joven Alvear siguió subiendo y Posadas a inicios de 1815 le deja su lugar. Al parecer cuando hicieron el arqueó de la caja faltaban unos cien mil pesos, monto que hoy podríamos traducir en millones de pesos. El honesto de Posadas reconoció haber ocupado solo 16.500 pesos “para mantener la dignidad de su familia”, y también contó haber recibido indeterminados adelantos de su sueldo. En una enternecedora acción ofreció devolver 200 módicos pesos por mes, y si su vida se extinguía antes de terminar de “devolver” el préstamo que tomó sin permiso, su hijo Luis María sostendría el pago a futuro.
En nuevo Director supremo, es decir su sobrino y jefe político le contesta con una nota deliciosa, que en un pasaje dice lo siguiente “No será justo, que el sacrificio de su persona (es decir de su operador político y tío Posadas), y el abandono en el que dejó a su familia para consagrarse al servicio de su Patria, hubiese de seguirse la ruina de su fortuna; he creído decretar por decreto(sic), que se tenga cancelada su cuenta, y que no se haga cargo alguno a él y a sus herederos”.
Y de esa forma una nueva fortuna pública, se evaporó en las manos de un político. No se acongojen, esto también volvería a ocurrir a futuro.

Carlos Maria de Alvear duró tres meses como Director Supremo y llegó el contraataque de los rivales políticos.
El 15 de Abril de 1815 Posadas es encarcelado y su bienes (presuntamente mal habidos) son confiscados. Luego de varias semanas de detenido, sus captores le pidieron 60 mil pesos por su libertad, hecho al que él asegura haberse negado enfáticamente. No obstante, poco más tarde mágicamente es liberado y se retira a una quinta en la periferia de Buenos Aires. Finalmente Posadas, cuando pasó la tormenta, reclamó al Gobierno una indemnización por el hecho, pero ni él confirma que haya recibido la mencionada indemnización, ni otra crónica niega que le hubiesen pagado lo pedido.
Su estrella política se extinguió. En 1829, con 62 años, escribe sus memorias con la intención manifiesta de deslindar toda responsabilidad que en el futuro puedan afectar a sus hijos, por sus actos. No obstante lo amañado del documento, no deja de ser un aporte para comprender los confusos hechos revolucionarios.
“No me acuerdo haber hecho mal a persona alguna, si tengo presente que hice algunos bienes y corté algunos males”

De esa forma define su vida pública, un hombre gris, pero impiadoso con sus enemigos. Los rocambolescos bucles de la historia hicieron que su apellido se eternice como denominación de nuestra Ciudad, donde la enorme mayoría de sus habitantes, no tiene la más peregrina idea de quien fue Gervasio Antonio Posadas.
Y cierro con una pregunta, aún sin respuesta: ¿Por qué los Misioneros que vivimos en esta hermosa comarca, tenemos el castigo de identificarnos con semejante personaje nefasto y dañino para los intereses de nuestra amada Provincia?
Tan vez sea una tarea para un psicólogo de masas.

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* Escritor misionero


Alberto Szretter
Alberto Szretter
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Lo real y lo virtual y la Literatura como religión, por Alberto Szretter

Por la época en que Edgar Allan Poe comenzaba a publicar sus cuentos en los Estados Unidos, y en Argentina se establecía, en torno a la librería de Marcos Sastre, un grupo que podríamos designar como la Generación del 37 (Esteban Echeverría, Sarmiento, Alberdi, Mármol y otros), en Gran Bretaña se creaba (1838) el primer estereoscopio (Charles Wheatstone) que consistía en un aparatito que tenía imágenes estáticas, a las que había que mirar con unos anteojos especiales.
La ilusión de pozo de una lámina era producida por dos representaciones de la misma, ligeramente cambiadas, que ingresan a los ojos de modo simultáneo y que el cerebro, digamos, que las mezclaba, las unificaba. Los ojos realizan este fenómeno de manera natural, hay que aclararlo. El artificio de aquel entonces era que usaba cuatro pequeños espejos para transformar un retrato de 2-D en tridimensional.

Si escarbamos un poco en la historia notamos que ya artistas de la Baja Edad Media, como Giotto, comenzaron a pintar creando sensación espacial. Luego, Fra Angelico y Masaccio, en la primera parte del 1400, van perfeccionando la técnica, para superar la perspectiva jerárquica o teológica de las obras donde se colocaba a íconos de la iglesia agrandados en primer plano, y a los actores complementarios más pequeños, porque eran secundarios, en los lugares posteriores. Fueron Brunelleschi, con sus esquemas y bocetos y, en la plástica, Piero della Francesca, en el Quattrocento (siglo XV) los que inventaron la perspectiva cónica, o sea el punto de fuga, que simula oquedad y efectos de reducción. Es decir, desarrollaron la ilusión óptica de hondura en una superficie chata. Los objetos lejanos aparecían proporcionalmente más diminutos, y eran pintados más tenues y difusos, con menor contraste.
Como observamos la creación del mundo virtual visual no es reciente. Lo que es nuevo es la perfección de la vieja idea usando sistemas o formatos digitales.

En este punto, quiero precisar algunas nociones.
Está bien decir “reunión virtual” cuando nos juntamos, a través de las computadoras, por Skype. La expresión “tienda virtual” también está bien. Hay programas para jugar, incluso con estímulos visuales, auditivos y táctiles que conforman una realidad virtual (porque no existen, son una artimaña). Lo mismo son virtuales los programas de los arquitectos, inmobiliarias o agencias de viaje, cuando nos hacen visitar casas, hoteles, playas, etc., sin movernos de sus estudios u oficinas; o los paseos con Street View. Podemos, asimismo, ser dueños de una mascota virtual, tener sexo virtual, y hasta ingresar a una biblioteca virtual.
Ahora, si uno consigue un libro en algún sitio web (lo “baja” y lo lee), eso no es virtual. Tampoco es virtual la amistad por medio de una computadora o celular. Los amigos de FB son reales, aunque estén lejos y no cumplan los requisitos clásicos de aprecio, compañerismo y conocimiento mutuo. Las horas que pasamos frente a la pantalla tampoco son virtuales, ni las comunicaciones, los E-mail, por ejemplo. Es decir, que no todo lo digital es virtual. Un fenómeno puede ser electrónico, pero no por eso será virtual.

Pero ¿qué entendemos por virtual?

Las figuras de los pintores del Renacimiento que aparecen chiquitas y perdidas en los cuadros, y las baldosas de sus pinturas que se van empequeñeciendo cuanto más “atrás” están, no son reales, fueron dibujadas así para crear fantasía de profundidad.
Cuando nos sentamos frente a una consola, o nos colocamos esas gafas enormes, un Skyway o una Playstation VR que traen audio, o los cascos, guantes y sillones ultramodernos de realidad virtual, vemos y sentimos, casi, lo mismo. Porque el concepto está en el mismo camino, aunque varíe la tecnología. Juzgamos que lo aparente parece concreto, físico. Poseemos la sensación de estar inmersos en un mundo diferente. Quizás podríamos sintetizar que lo virtual se opone a lo real, a lo efectivo, a lo verdadero y práctico. Virtual vendría a ser lo ilusorio o fantástico.

Con estos mismos términos podemos aproximarnos a lo que es literatura. Porque, qué hace un cuento o una novela, sino relatar un mundo ficcional. Por lo tanto podemos decir que lo virtual no es una experiencia para gozar o sufrir, solamente, en una película de 3-D en el Centro del Conocimiento o donde fuere, sino –además- en un libro.

Hay un personaje de Cortázar que ingresa en una galería de Buenos Aires en una época determinada y sale del edificio por la otra punta en París, y en otro tiempo. O sea, Cortázar creó una transportación imaginada. Al embargarnos con su prosa, los lectores nos prestamos al vislumbre apócrifo del autor.

Pero ¿qué hace la virtualidad (digital)? La virtualidad establece una nueva relación entre la abscisa del tiempo y la ordenada del espacio, superando las barreras de la cronología y configurando un nuevo territorio. Igual que la literatura. Igual que la literatura, también, elimina la frontera existente entre realidad e irrealidad. Bueno, más que eliminar los límites, los difumina. Quizás el deseable requisito (pero no imprescindible) en los libros, sea la verosimilitud. Pero no es obligatorio.

Porque si vamos a enfrentarnos a las coordenadas cartesianas de la calaña del tiempo y el espacio, que forman un solo y terrible enemigo, tendremos que solicitar ayuda; algo más que cascos HMD, joystick Xbox 360 y monitores de retina. Necesitaremos de algo más complejo y bello que nos permita transmutar lo salvaje (una de las caras de nuestro Jano) en un sentido dulce y tierno, solidario, trascendente. Vamos a necesitar, quiero decir, de una especie de religión. La literatura podría considerarse como una religión, cuyos dioses sean la libertad y el amor. Religión que inaugure una esperanza, genere la posibilidad de otra existencia (incluso simultánea a esta), o nos dé chances de descubrir –páginas mediante- la propia identidad.
Y cuya liturgia sea la lectura y la escritura.

Entonces no habría salvación posible sin el credo literario. Ese que nos introduce y nos rescata de doloridas realidades de carne y hueso, y de fantasmales virtualidades etéreas o ideales. Todas entreveradas por arte y parte de la magia de las palabras.
Tomada así la fe, en los libros online o de papel, exigiría a sus feligreses una adoración absoluta. Pero no debiera interesar el sustento, sino el misterio de un evangelio que querrá constituirse, como decía un escritor, en un país sin Estado, en un universo con infinitos centros, soles y galaxias, más allá de Sociedades, Academias, cátedras, críticos, editoriales, premios o reconocimiento de pares expertos, o de legos, adherentes y simpatizantes.
Esa convicción de los fieles (y la observancia de no traicionarse, requisito ineludible para ingresar a la grey) sería la única posibilidad de ser felices.


[Artículo escrito por Alberto Sretter]


Marina Closs
Marina Closs
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Un rumor antiguo: la literatura de Sara Gallardo

[Artículo escrito por Marina Closs]

Sara Gallardo era, hasta hace poco, una de las grandes olvidadas de nuestra literatura. Durante décadas sus libros no se editaron, su nombre se mezclaba con el de otras tantas “Saras” Gallardo, su foto nos parecía atractiva, pero no nos recordaba a nadie. Un único ejemplar de su novela Eisejuaz se mantuvo en una librería de la calle Corrientes por casi tres años. Yo lo había hojeado cierto día del 2014. Por algún descreimiento general en alguna cosa, esa vez, no me lo llevé. Me quedó la extraña sensación de apego que es posiblemente la causa de que un libro no se venda nunca. Un aura de amor ajeno que de pronto lo invade. Mi apego diferido funcionó muy bien. Volví por el libro, dos años y medio después, y qué alegría terrible: la novela seguía estando.
La misma, sí, sí, sí: el mismo libro exacto.
Sara Gallardo era una olvidada paciente y leal. ¿O simplemente indiferente?
La segunda vez que abrí Eisejuaz, el deslumbramiento fue inmediato. Apenas comencé, tuve que quejarme ante varias personas de que el libro fuera tan perturbadoramente bueno. Tenía una sobriedad de tragedia clásica. Costaba avanzar, sin querer empezar desde el principio, una y otra vez. Una fuerza y una contundencia poco comunes. La novela hizo que Manuel Mujica Láinez temiera una invasión de indios esquizofrénicos clones de Lisandro Vega, el indio protagonista. Porque Sara llegaba con su historia entre tambores, porque, con un personaje como ése, era posible despertar ejércitos.
Pero los ejércitos de indios clones, por suerte quizá para todos, jamás aparecieron. Durante el 2016, me encontré en cambio con el libro de crónicas Macaneos, que Sara había escrito para la revista Confirmado. Todas graciosamente extrañas, elegantes y malvadas, certeras y desinformadas, absolutamente parciales. Una crónica me impactó muchísimo. Se llamaba: Pido mi estatua. Sara avisaba a sus lectores que pronto quería estar sentada, en mármol, en alguna plaza de la ciudad. Me acordé de su libro, estatuariamente conservado en una librería con miles de visitas diarias… ¡extraña manera de lograrlo! El pasaje más citado de Eisejuaz dice: “Los animales solitarios se comen a sí mismos.”
Las estatuas no son animales, pero sí, definitivamente, el paradigma de los seres solitarios. Son, además, las grandes incomprendidas de nuestra era. Por un lado, está la sensación generalizada de que nadie las merece. Los artistas las encuentran anticuadas. Los políticos no quieren confirmar a través de ellas su megalomanía. La gente en la calle las percibe como superfluas: “Mejor, que arreglen tal vereda. Que pinten la pared de tal lugar”. En el fondo, lo que molesta de las estatuas (pienso) es su indiferencia. No miran para abajo. No se fijan ni siquiera en el estado de su pedestal. Están en donde aparecieron y en el mismo sitio, siempre. No les importa que un pájaro les haya edificado sobre su cabeza un nido. Ni que alguien haya escrito con aerosol un nombre insulso sobre los pliegues de su manto.
A una sociedad en la que se mira, no exactamente al otro, sino a todo el mundo, por desesperación, todo el tiempo, las estatuas de las plazas no solo no nos caen en gracia, sino que nos resultan edificaciones políticamente incorrectas. Son las grandes solitarias, las grandes indiferentes de nuestra época. Y Sara Gallardo no solo quería una estatua, sino que su descaro estaba a la altura de merecerla. La risa desprejuiciada de sus crónicas hoy causaría más de un momento incómodo. En cuanto a su literatura, tuvo el descaro de no padecer del “mal del siglo” de “ser mujer y escribir sobre ello”. Prescindió de todo espasmo auto-descriptivo. Estaba viva tanto de sí misma como de otros. Tanto de mujeres, como de hombres. Tanto de ratas como de leones y de caballos.
Escribió sobre Argentina, aunque fue vitaliciamente nómade. Tenía una notable habilidad para ver fantasmas, justo allí en donde efectivamente estaban: señoras aristócratas que un día dejan todo su perfume en un montón de ropa sucia y salen volando para ya no tener que existir más. Jubilados habitantes de partido de Lanús que pierden las macetas de su jardín en una inesperada embestida del océano. Toda una fauna de solitarios y olvidados que (¿cómo ella misma?), por una extraña condición irónica, resisten a las idas y venidas del tiempo, indiferentes, pero empedernidos ¿animales “autófagos” convertidos en estatuas? No podremos olvidarlos, aunque sus historias se empeñen en contarnos que sí.
En la literatura de Sara, casi todo es ritmo. Pero, contradictoria como pocos, a ella le gustaban las estatuas. Como en una suerte de contrapunto, la rítmica Sara pretendía poder convertirse en mármol, quizá, para dejar algo de sí misma antes de terminar de devorarse. Una cosa es segura: como muchos de sus personajes, Sara Gallardo es, en nuestros días, una indispensable.

Cuentos cortos, para leer en línea: https://elpaisdelhumo.wordpress.com

Dos cuentos para e-book: https://issuu.com/secretariadecultura/docs/gallardo
sara


Marina Closs
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Relámpago en un día de calor: Las obras completas de Francisco Madariaga

Por: Marina Closs

Una de las buenas noticias literarias con que el año cierra ha sido la aparición en librerías de las obras completas del poeta (por adopción) litoraleño Francisco Madariaga. La publicación tiene el título de uno de sus poemas: “Contradegüellos” y estuvo a cargo de Eduner, editorial de la Universidad de Entre Ríos. La edición (asombrosa), en manos de la poeta y ensayista Roxana Páez.

La obra está repartida en dos tomos, ambos con tapa nocturna y estrellada, y un cd con poemas recitados por el propio poeta. Madariaga es uno de los pocos nombres que la poesía argentina no podrá olvidar. Catalogado entre los surrealistas, pertenece más bien a ese grupo (pequeñísimo) de poetas en los que el surrealismo es simplemente una circunstancia. Paisajista inquieto, no es uno de esos detenidos (paralizados) frente al paisaje, sino un merodeador, un argonauta onírico de los esteros correntinos.

El paisaje de los esteros se transforma en su obra en una fabulosa llanura encantada. Las muchachas brujas de las orillas tragan fuego, mientras los tacuarales se mezclan con cabellos de hadas. Corrientes se adormece de pronto en un sueño de calor. El aire de la siesta burbujea como una copa de champagne.

La de Madariaga es una poesía tanto visionaria como terrena. Tan sensual como metafísica. Tan litoraleña como sideral. Con sus jinetes y tigres; teros y balsas; deslumbres y temblores, contiene un sol, que brilla tan totalitariamente encima, que atraviesa con sus rayos – incluso el rocío de las apariciones, incluso la piel finísima de los fantasmas.

Nos hallamos ante el misterio (correntino) de una – claridad embrujada. Una sinestesia de luz y calor. No una poesía de chispa que brilla en lo oscuro. Hasta la noche madariaguesca parece alumbrada por un sol nocturno. La chispa de Madariaga brilla en medio de las más ardientes, tercas y vastas claridades. Como un relámpago en un día de sol (una luz sobre otra luz).

Una poesía veraniega, sí. Acuática, sí. Sangrienta, por momentos. Lujoso-andrajosa. Que funde mendigos con hadas. Gauchos con visiones. Y un prodigioso tono lírico, que es el golpe de luz personal, el arte de un versificador casi clásico. Varios de sus poemas conservan sin embargo algo de la imprevisibilidad del sapucay. Una prolongación eufórica, que dura sin decaer, hasta desaparecer rotundamente en el silencio. Pero en un silencio – que vibra. O que hace vibrar.

Madariaga cumplió con ese principio riguroso de la gran poesía que consiste en no recordarnos nada (¡incluso la segunda lectura de un gran poema no se parece en nada a la primera!). No recordarnos nada, quiere decir: no devolvernos a lo que ya sabíamos, sino solamente alumbrarnos – fuera.

En el prólogo, se nos informa que Francisco Madariaga murió, como J.L. Ortiz, en el primer año del milenio. Milenaria es la vibración de su poesía. Milenaria en su posteridad, porque aún hoy nos resulta joven, pero milenaria además en su vastedad retrospectiva. Lo que es decir, de una vez por todas, que la poesía de Madariaga tiene sus mil años de joven y sus mil años de vieja.

Criollo del universo

El blanco océano gira en mi corazón

mientras canta el otro océano de

plata amarilla,

que se desprende de las aguas del sol.

Ya es muy tarde para ser sólo de una provincia,

y muy temprano para pertenecer,

todo,

al planeta del venidero y sangrante

resplandor.

Oh, acude a mí, a mi jerarquía de peón del planeta,

gaucho con trenzas de sangre,

mi padre,

y ensíllame el mejor caballo ruano del

universo:

para atravesar el agua de oro de la muerte,

y escucharme,

todo,

siempre en ti.

El blanco océano solloza por la inmortalidad.

°°°°°°°°°°

Otros poemas en el Blog de Francisco Madariaga


Marina Closs
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En un chamamé-laberinto: El recital de Chango Spasiuk en el teatro ND Ateneo

El Chango Spasiuk se presentó el pasado viernes en el Teatro ND Ateneo de Buenos Aires a sala llena, aquí una crónica del show de uno de los mejores embajadores musicales de la tierra colorada.

El viernes 9 de diciembre, Chango Spasiuk estuvo presentando por segunda vez en el teatro N/D Ateneo de la ciudad de Buenos Aires su disco Otras Músicas, que reúne varias de sus composiciones para documentales, cine y TV.

Con el teatro atestado, el músico misionero salió a escena ante un público tan cosmopolita como chamamecero. No vale la pena extendernos acerca de los primeros aplausos, porque hay una especie de código obtuso que obliga al público a aplaudir al que sale por último siempre eufóricamente más. Y el Chango salió por último. Y pasó lo de siempre. Repito, que este aplauso no nos deslumbre. Aún nos aguardan – aplausos mejores.

El Chango tiene algo de mago. Como de hombre venido de lejos. Saca esa manta roja y larga sobre la que su acordeón se posa. Parece que va a contar una historia, pero no dice una sola palabra. Señala a sus músicos, las luces se vuelven rojas y el acordeón comienza a sonar. El acordeón, con todas sus teclas doradas, se extiende ante nuestros ojos y de pronto ¡desaparece! Hace los movimientos de un abanico. En un segundo: ocultar y revelar. Detrás de su acordeón, el Chango tiene además algo de brujo. Que su música provoca visiones es un hecho (casi) científicamente comprobable.

Veamos: en el tema El camino, por ejemplo, el violín suelta una especie de aullido, y de pronto el acordeón levanta nubarrones de tormenta. Enseguida – las gallinas se sueltan, los niños entran a sus casas, las mujeres salen a recoger la ropa húmeda de los tendederos. Llueve como llueve solamente en la chacra. Con furia. Como si la lluvia quisiese meterse debajo del suelo. Hay otras canciones que nos narran una historia. Hay canciones que parecen – un cuento de niños.

Llegan enseguida las polkas, que no están hechas para contar historias, sino ¡para girar! Y el chamamé, que no se sabe si está hecho para empujar, para reír, para saltar llorando, para – tumbar de la mesa un vaso de vino. Para recostar la mejilla sobre un hombro y bailar sobre el vino derramado.

El chamamé es misterioso. Es, más bien, laberíntico. Dice el Chango que tocar una composición de Ernesto Montiel es como meter la mano en un hormiguero. Mientras uno sigue oyendo, es posible: entrar a un baile en la colonia por la puerta de una polka. O salir a la orilla de un río, a través del laberinto – de un chamamé. Por la puerta de un sonido: ingresa uno a un sitio sin tiempo ni historia. Allí, baila la pequeña Vera su polka de niña. Baila Starosta su polka de loco, entre las gallinas y sus corrales.

Se siente, de pronto, en el aire que – el espectáculo acaba. El público golpea los compases contra el suelo y varios músicos están como salidos de sus bancos. El violinista se para. Si lo que sostiene entre sus manos no fuera un violín, creo que lo estaría ¡cortando en pedacitos!

Los aplausos cunden. Una señorita en la primera fila lanza un sapucay de amor desesperado. Un hombre petizo, junto a ella, se levanta de su silla, para aplaudir de pie. Quiere que su aplauso sea tenido en cuenta. Alza las manos sobre su cabeza. Las señoras (con spray en el cabello) vitorean y gimen. Este es el aplauso – que debe deslumbrarnos. Como de gente muy cansada de haber estado bailando. De haber golpeado con demasiada fuerza los pies contra el suelo.

En medio del escenario, el Chango, abrazado a su instrumento, espera a que las luces se extingan. El acordeón se infla por última vez. Chango escucha los aplausos, agradece los aullidos. El mago da las gracias y anuncia que se retira. Antes de salir, estruja su acordeón, y aguarda un minuto a que todo el aire se le escape.

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  • Manifiesto de los duendes

    By: Juan Carlos Furlan

    Llaman ustedes a este mágico lugar Cerro Corá, “el corral de cerros”. Por apatía profana de milenios les ha quedado un nombre que designa el vacío, renegando de lo que encierra, renegando de su mística y espiritualidad. Pero esto no siempre fue así, porque en este corral, los duendes, hemos preservado, resguardado y tutelado el último bastión de sacralidad.  Para nosotros ha sido siempre Ñanderhú Cora, es decir, “allí donde el Padre que habita en la naturaleza guardó aquello que es de él”, ese lugar sagrado, nuestro lugar,  está hoy en medio de una coyuntura histórica sin precedentes, en la que se debate su destino y porvenir. El coloso progreso es su amenaza.
    No es acaso el uso de agrotóxicos en sus chacras como el glifosato (round up) una evidente muestra de perfeccionamiento?, no han sido los venenos sistémicos en su horticultura lo que significo una mejora? No ha significado acaso una clara muestra de perfeccionamiento el uso de motosierras para la tala indiscriminada? Todos estos adelantos, mejoras y perfeccionamientos son el tan mentado progreso, tecnologías y métodos invasivos, de exterminio, contaminación y muerte. Está el progreso asociado también a la radicación de industrias, pero cuántas de ellas conocen que no traigan tras de sí la destrucción sistemática del medio ambiente y la aparición de villas miseria?.
    El único progreso real, vuestro verdadero mandato como especie, aquello que en realidad anhelan como seres humanos es el de alcanzar paz interior, y han adoptado el manual equivocado, un manual que los condena indefectiblemente al atraso y al retroceso. Uds son el medio ambiente, SON ESO, y al destruirlo, contaminarlo, someterlo lo único que conseguirán es hacerse daño a ustedes mismos.
    Vivimos en un lugar privilegiado, un verdadero paraíso que nos conecta con energías vitales ya hace tiempo olvidadas por vuestra especie, energías de un orden interior ancestral que se nutre de la comunión con la naturaleza. Ese paraíso está amenazado hoy por hoy. Autovía es hoy metástasis, éxodo rural es hemorragia, robos y delincuencia son infección. El cuadro clínico general no es muy alentador.
    Durante millones de años, los duendes hemos cuidado de este reino, de todo lo que habita en él, incluyendo a ustedes, quienes han sabido darnos más trabajo que ningún otro, siempre buscando más, siempre queriendo más, siempre insatisfechos, siempre soberbios e incómodos.
    Ñanderhú fue el de la paciencia, el de las expectativas y esperanzas, no nosotros. Pero es ahora que pecamos al romper nuestro pacto de silencio, necesitamos decir, hacernos oír porque estamos agonizando, nuestro alimento escasea, nuestros vitales elementos: el silencio, la diversidad, la quietud, la armonía. Vuestra desidia es nuestro verdugo, vuestra ignorancia nuestra enfermedad, vuestro olvido por codicia nuestra sepultura.
    Cerro Cora es el último de los reinos puros de Ñanderhú… AYUDENNOS!

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