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Rodrigo Petryla

Reseña: “Dibujos Urgentes,” de Esteban «Negro» Cárdenas

Literatura regional: A la izquierda, la tapa del libro "Dibujos Urgentes." A la derecha, una foto de su autor, Esteban "Negro" Cárdenas, dando una conferencia. Rectángulos de diferentes colores rodean a ambas imágenes.
Por Sonia Abian para NEACONATUS

Dibujos Urgentes ofrece una experiencia distinta para el lector pero con las características que definen a la literatura regional. Abarca un espacio temporal de tres años. Comienza en nuestro año más difícil: 2020, un año de pandemia y reducción a las capacidades de la mano. Protagonismo entonces de la herramienta: el lápiz. Inicia con un planteo conceptual de “encierro.” Aquí tenemos el lápiz-casa, el libro-casa, los dibujos que documentan el paso del tiempo, los libros leídos, las luchas y fechas importantes de nuestra historia reciente. En muchos dibujos se referencian obras de artistas como René Magritte, Yayoi Kusama, o Edward Hopper, que tematizaron el aislamiento o la soledad desde otros ángulos.

Poco a poco el hilo de este relato nos va llevando hacia atrás en el tiempo, hasta un planteo más práctico donde prima la observación de un objeto, en este caso, en las construcciones que forman parte de la historia de la arquitectura occidental, avistadas en alguna ciudad del mundo el año anterior al aislamiento obligatorio. Dejamos atrás los tiempos del COVID. Ahora la función del dibujo no es el desarrollo visual de una idea personal, sino transmitir los rasgos característicos de un edificio, que pueden ser góticos, modernistas, de estilo mozárabe o funcionalistas.

Le siguen una serie de dibujos de 2018 que nos ofrecen un adentramiento en la situación de quien dibuja un bar, una mesa, una taza de café.


Imágenes que dicen mucho


Todos los dibujos tienen un texto. Una fecha, un nombre, un lugar, una descripción, una reflexión.  Son textos que revelan una tensión entre el decir y el no decir, entre la gestualidad del trazo y la formación de un significado. Cuando la grafía modula una palabra o frases que podemos leer y que nos dicen cosas como “amontonados estamos indefensos” o “la soledad solidaria,” que nos hablan de la experiencia del autor en pandemia, y también de la ventana desde la cual se la mira.

Leé también: Reseña de El Club de las Señoras Desinformadas, de María Tresols

Pero otras veces el trazo quiere mostrarse sólo como trazo, conservar la apariencia de un lenguaje verbal que va dibujando una escritura de literatura regional entre comillas pero que ya no quiere transmitir un sentido concreto a través de palabras, sino construir una superficie, un “entorno discursivo,” por ejemplo, para la mínima expresión de una casa en la que vemos a una persona. Podríamos equiparar a esta escritura que la rodea con un murmullo: algo está siendo dicho, pero no sabemos bien qué es, si acaso lo que tiene lugar ahí afuera es un peligro, una alerta, una disputa, una confusión de voces. En todo caso la grafía aparece como un espacio público ¿en conflicto?

En Dibujos Urgentes hay casas que a veces forman ciudades, vistas panorámicas, o planos detalle. Hay personas y hay un lápiz con poderes que aparece cada tanto y que tiene la capacidad de transformarse en otros objetos y asumir funciones como la de ser un cameo del autor.

Dibujos Urgentes cuenta con un diseño y edición editorial a cargo de Paula Dreyer y Susana Alonso. Final del artículo


“Dibujos Urgentes” está disponible en ComprasMisiones.com.ar

 

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  • Reseña de “Las Carimbas del Silencio”: Una mirada atenta al racismo latinoamericano

    By: Misiones Cultural


    Por NEACONATUS

    Oganga es la figura central del nuevo libro de Alicia Marina Rossi. Oganga es “la protegida de su pueblo africano.” La autora de la novela nos hace viajar por la memoria y rescata, través de la joven, una historia colectiva, sintetizada en la muchacha-heroína: la negritud que fue traída a la fuerza a estas tierras como esclavos; los afrodescendientes.

    La escritora traza un paneo literario amplio donde se van descubriendo los desgraciados destinos de las y los negros, que no solo mediante la piratería sino también por medio de políticas de Estado fueron cazados (no hay otra palabra) en latitudes africanas y que, engrillados como bestias, arribaron forzadamente a costas americanas para trabajar como mano de obra gratis. Y ellos y ellas, familias enteras, pagaban con sus vidas su propia e infatigable labor. El capitalismo en plena protoesencia.

    La escritura difundida masivamente impulsa cambios de perspectiva que desde, aproximadamente el siglo XVIII, promovieron revoluciones más o menos fallidas. No cabe analizar éticamente estos cambios sociales, porque aún las causas más nobles tienen sus zonas grises. Pero sí cabe subrayar la efectividad del libro como herramienta sensibilizadora, en tanto proveyó a las comunidades nuevas emociones y creencias. El relato impreso que circula de mano en mano aumenta lo que el filósofo Peter Singer definió como “ampliación del círculo empático.”

    Leé también: Un símbolo de paz y un limón sin exprimir: Reseña de “Los Voladores,” de Santiago Morales

    En estas líneas seguimos el pensamiento de Steven Pinker y coincidimos en que cuando leemos lo que otro escribió, de alguna manera, entramos dentro de su mente — para bien o para mal. Según nuestros ángeles y demonios interiores podemos adherir a un castigo de cien latigazos propinado a un esclavo o reflexionar si es racional que alguien sufriera tal crueldad. La tarea narrativa de Alicia Marina Rossi va por este camino, sin sermones moralistas activa desde su escritura ficcional, ágil, y casi cinematográfica, un reconocimiento que, si bien jamás reparará la ignominia, al menos nos lleva a pensar sobre las insensateces que el ser humano cometió durante su recorrido histórico. Porque la ficción realista (o docuficción) nos permite conocer sucesos que quizás siempre ignoramos o no quisimos ver. Por lo tanto, amplía el círculo de empatía antes mencionado. No revierte el dolor ya infligido, pero al menos nos concede enfrentarnos al espejo donde se reflejará nuestra faz monstruosa.

    También sería oportuno aclarar por qué nos interpela el siglo XVIII, son tiempos donde se inaugura una nueva munición para cargar los libros. A diferencia de la época anterior, según el ya citado Pinker, se leían proezas de personajes con segregación de clase. Antes, los protagonistas eran aristócratas o santos, pero en las nuevas novelas comienzan a contarnos las tristezas, alegrías, logros, o desgracias de la gente corriente. Por primera vez podemos imaginar las lágrimas de una criada negra acurrucada en su camastro separada de sus hijos. Surge la identificación del lector con una peripecia, antes ni tenida en cuenta, que ahora conmueve emocionalmente y comienza a construir alteridad compasiva.

    No seamos pueriles, sensibilizar afectivamente no equivale a cambio fáctico. Hasta hoy podemos escuchar voces que ante algunas obras claman por un disciplinamiento, ya que las consideran blasfemas contra la justicia, la autoridad de los padres sobre sus hijos, o los sagrados vínculos heterosexuales. La quema de libros sigue siendo uno de los deportes favoritos de las fuerzas reaccionarias. Sin embargo, cierto género de novelas, al revelar sufrimientos escamoteados, suelen dar letra a reclamos que podrían devenir en cambios políticos — al menos reformistas. No mucho más, pero estimulante. Los relatos que ficcionan sucesos históricos velados generan conexiones humanitarias y, en casos excepcionales, empujan acciones colectivas. “La ignorancia es un enemigo peligroso, muy peligroso,” dice la Yaya de Oganga.

    Leé también: “En el Sahara,” por Alberto Lago

    Las Carimbas del Silencio opera como ficción donde, utilizando el recurso de la dualidad temporal, se narran sucesos que pivotean entre el pasado y el presente. Pero también podría ser considerado una crónica muy cercana al ensayo. Transita el calvario de la esclavitud describiendo atrocidades que han sido recogidas en la llamada “narrativa esclavista,” que comenzó a ser conocida a través de libros abolicionistas y que luego el documentalismo audiovisual y la dramaturgia cinematográfica difundieron mundialmente. Sin embargo, revela una instancia casi desconocida. Norteamérica y el Caribe, casi siempre, monopolizaron el infierno del tráfico humano a nivel masivo. Crimen inconcebible (¿genocidio, holocausto?) que construyó un puente de sangre entre África y América. Pero Alicia Marina Rossi desplaza la mirada histórica hacia el Cono Sur, más precisamente hasta la Argentina. Un país que no ocultó jamás su racismo endógeno, pero siempre orientado hacia los pueblos originarios con el atenuante de la ecuación “civilización y barbarie,” o el “progreso,” o la conquista de territorios. Esta novela-ensayo nos dice sin subterfugios que fuimos tan esclavistas como el que más.

    Alicia Marina Rossi nos ofrece una ficción, pero ¿es una ficción? En sus páginas hay testimonios de que no existe mucho margen para el cuento, no solamente en las torturas recibidas. A algunos se los llegaba a marcar con fuego como si fueran ganado. De ahí el título de la obra, sino en los infinitos infortunios, tropiezos y dificultades de todo tipo que sufrieron. Y también en el devenir posterior a los siglos de la colonia y de los años de la independencia argentina.

    Leé también: “Poema del Piuquén,” por Alejandro Bovino Maciel

    Una sola pregunta, de las muchas que el libro puede despertar: los que leemos con deleite el libro Las Carimbas del Silencio, ¿sabemos con certeza que no somos afrodescendientes? Nuestro país es un crisol de razas (suponiendo que este término posea valor etnográfico) y el color de la piel pudo irse diluyendo, o, para decirlo en palabras de los blancos, pudo “irse aclarando,” pero los prejuicios sociales y arbitrariedades continuaron existiendo hasta la actualidad.

    Estamos ante una obra donde coinciden arte y política. Por lo tanto, no nos es ajena una referencia a los riesgos de la estetización de las tragedias históricas. Podría conjeturarse que la literatura, en tanto obra artística, desplaza el lugar real del dolor, de la violencia objetiva operada sobre los cuerpos. No es este el caso pues la propuesta de la autora convierte su obra en un rayo que va al encuentro del espectador con la idea de transformar la lectura en una experiencia concienciadora desde el aporte de conocimiento. Un “darnos cuenta” que nos lleva a asumir como fuimos y en lo que aún persistimos. Rossi nos revela esas aprensiones, inclusive esos errores, en una historia apasionante. Final del artículo


    Este libro fue editado por Ediciones ConTexto (Chaco y Corrientes) y obtuvo el segundo premio en el Concurso Provincial de Novela Chudnovsky 2021/2022.


     

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