“Abue, ¿qué es la vida?”
El abuelo dejó de leer el diario, levantó la vista, y observó a su nieto, que estaba sentado en el jardín y mirando al cielo. El niño había dejado de ser el pequeño que él alzó en la clínica siete años atrás y empezaba a convertirse en un niño grande, lleno de preguntas. Así que el abuelo, pensando milimétricamente y palabra por palabra, le respondió:
“Las personas nacemos en primer lugar y nos vamos al cielo al final. En el medio, vivimos. Y para vivir, nieto querido, hay que ser feliz. El que no es feliz carece de vida, y eso es lo más triste que le puede pasar a alguien.”
“¿Y qué hay que hacer para ser feliz?” respondió el niño.
“Esa pregunta tiene tantas respuestas como personas hay en el mundo,” le contestó el abuelo. “La felicidad son momentos, instantes. Es ese pequeño pedazo del tiempo que queremos que sea eterno. Algunos encuentran la felicidad en una música, otros en un baile. Para algunos la felicidad puede ser una estación de trenes, una foto, un paisaje. Para tu abuela, lo era el olor a tierra mojada, porque la trasladaba a su infancia. Para mí son esos abrazos que me das, cargados de tanto amor.”
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“Abuelo, ¿se puede ser feliz todo el tiempo?”
“Claro que no, nieto querido. La vida tiene estados de tristezas, oscuridad, incertidumbres, y dolor. Hay decepciones que calan tan hondo en el alma que las lágrimas no le hacen justicia a lo que llevamos adentro. Pero ahí es donde está lo maravilloso de vivir. Es en eso instantes donde está la diferencia entre ser feliz y estar triste. Las personas felices ocupan esos momentos duros para hacerse más fuertes. Dentro de la tristeza, sabrán encontrar alegría. Dentro de la oscuridad, hallarán luz. De la incertidumbre, saldrán con seguridad y aprenderán que, a veces, el dolor es algo con lo que hay que convivir, porque hasta el dolor puede estar formado por momentos felices.”
El abuelo terminó su explicación dejando que su mirada se desvíe hacia el cielo. Allí se encontró contemplando a las nubes, que como gigantes suspiros lentamente hacían su recorrido indescifrable. Bajó la cabeza en dirección a su nieto y vio que el niño ya no estaba mirando al cielo. Lo estaba mirando a él.
“Vení,” le dijo el abuelo. “Dame un abrazo que quiero ser feliz.”
Leandro Demora es un periodista y escritor argentino oriundo de la provincia de Misiones. Se recibió de la Universidad de Quilmes como licenciado en Comunicación Social y de Deportea como periodista deportivo. Actualmente es miembro del área de redacción de Misiones Online.
Te siento a través del viento
la lluvia moja mi corazón
antes inerte; ahora fluye,
como el lago rojo
rotundo, pleno,
sin pasión, sin ilusión,
pero tenue como el té
de las seis;
ya no te añoro,
quizá seamos uno;
uno dentro de otro,
como antaño,
como ahora.
Alberto Lago es un artista español nacido en Vigo, Pontevedra, y formado en Criminología. Aportó material en las revistas “Palabras Diversas” y “Alejandría,” entre otras. Su obra “El Mundo en tus Manos” fue presentada en Palma de Mallorca, donde comenzó su carrera radial, y durante el año 2013 presentó “Otras Voces” desde la ciudad de Galicia para ContrafarsaRadio. En 2022 su obra “En Proceso” fue seleccionada en DOSDIASLAB.
También llamada “martineta colorada,” “inambú de alas rojas,” o “perdiz andina,” el yuto colorado es un ave terrestre de vuelos cortos, de la familia Tinamidae. Se la encuentra naturalmente en el sur de Brasil, Bolivia, Perú, Paraguay, y norte y centro de Argentina.
El nombre de la clasificación es Rhynchotus rufescens.
En Abra Pampa de Cochinoca,
comentaba el Yuto Colorado,
había tres cerros y una foca.
Y allá por Susques y Rinconada
ya no es posible dormir la siesta
porque las brujas juegan la taba.
El Yuto sabe que todo el mundo
escucha chismes a toneladas,
e inventa cientos cada segundo.
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Anda diciendo de cerro en cerro
que en la Quebrada humahuaqueña
están bailando gatos y perros.
Que andan los OVNIS como si nada,
allá en la puna de Cusi Cusi,
y en Purmamarca, por la Quebrada.
Cientos de loros que van volando
pasan riéndose a carcajadas.
Mientras, de paso, se van besando.
Dicen a gritos desde la altura:
“Decir mentiras es decir nada”
como si fuese caricatura.
Decir mentiras es decir nada,
brujas y focas, perros y gatos
duermen la siesta a las cansadas.
Solo los loros saben la cueca:
“Aquellos que mienten sin descansar
son quienes tienen cabeza hueca”.
Alejandro Bovino Maciel es un escritor y médico psiquiatra egresado de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Nació en 1956 en Corrientes, Argentina, y actualmente se desempeña también como docente en la Universidad del Cono Sur de las Américas, ubicada en Asunción, Paraguay.
Entre sus libros publicados se incluye la nouvelle infanto-juvenil “La Bruja de Oro” (publicada en Paraguay y ya en su cuarta edición), la novela sobre la última dictadura cívico-militar argentina “Culpa de los Muertos” (editada por la Editorial Rubeo de Barcelona en 2007), y “Dictaduras Correntinas” (publicado por Librería de la Paz en 2022), entre muchos otros. Está en Facebook, Twitter, y tiene un correo electrónico.
El escrito publicado es un capítulo de la recopilación “Ave Manía,” publicada por Librería de la Paz en 2022.
Oganga es la figura central del nuevo libro de Alicia Marina Rossi. Oganga es “la protegida de su pueblo africano.” La autora de la novela nos hace viajar por la memoria y rescata, través de la joven, una historia colectiva, sintetizada en la muchacha-heroína: la negritud que fue traída a la fuerza a estas tierras como esclavos; los afrodescendientes.
La escritora traza un paneo literario amplio donde se van descubriendo los desgraciados destinos de las y los negros, que no solo mediante la piratería sino también por medio de políticas de Estado fueron cazados (no hay otra palabra) en latitudes africanas y que, engrillados como bestias, arribaron forzadamente a costas americanas para trabajar como mano de obra gratis. Y ellos y ellas, familias enteras, pagaban con sus vidas su propia e infatigable labor. El capitalismo en plena protoesencia.
La escritura difundida masivamente impulsa cambios de perspectiva que desde, aproximadamente el siglo XVIII, promovieron revoluciones más o menos fallidas. No cabe analizar éticamente estos cambios sociales, porque aún las causas más nobles tienen sus zonas grises. Pero sí cabe subrayar la efectividad del libro como herramienta sensibilizadora, en tanto proveyó a las comunidades nuevas emociones y creencias. El relato impreso que circula de mano en mano aumenta lo que el filósofo Peter Singer definió como “ampliación del círculo empático.”
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En estas líneas seguimos el pensamiento de Steven Pinker y coincidimos en que cuando leemos lo que otro escribió, de alguna manera, entramos dentro de su mente — para bien o para mal. Según nuestros ángeles y demonios interiores podemos adherir a un castigo de cien latigazos propinado a un esclavo o reflexionar si es racional que alguien sufriera tal crueldad. La tarea narrativa de Alicia Marina Rossi va por este camino, sin sermones moralistas activa desde su escritura ficcional, ágil, y casi cinematográfica, un reconocimiento que, si bien jamás reparará la ignominia, al menos nos lleva a pensar sobre las insensateces que el ser humano cometió durante su recorrido histórico. Porque la ficción realista (o docuficción) nos permite conocer sucesos que quizás siempre ignoramos o no quisimos ver. Por lo tanto, amplía el círculo de empatía antes mencionado. No revierte el dolor ya infligido, pero al menos nos concede enfrentarnos al espejo donde se reflejará nuestra faz monstruosa.
También sería oportuno aclarar por qué nos interpela el siglo XVIII, son tiempos donde se inaugura una nueva munición para cargar los libros. A diferencia de la época anterior, según el ya citado Pinker, se leían proezas de personajes con segregación de clase. Antes, los protagonistas eran aristócratas o santos, pero en las nuevas novelas comienzan a contarnos las tristezas, alegrías, logros, o desgracias de la gente corriente. Por primera vez podemos imaginar las lágrimas de una criada negra acurrucada en su camastro separada de sus hijos. Surge la identificación del lector con una peripecia, antes ni tenida en cuenta, que ahora conmueve emocionalmente y comienza a construir alteridad compasiva.
No seamos pueriles, sensibilizar afectivamente no equivale a cambio fáctico. Hasta hoy podemos escuchar voces que ante algunas obras claman por un disciplinamiento, ya que las consideran blasfemas contra la justicia, la autoridad de los padres sobre sus hijos, o los sagrados vínculos heterosexuales. La quema de libros sigue siendo uno de los deportes favoritos de las fuerzas reaccionarias. Sin embargo, cierto género de novelas, al revelar sufrimientos escamoteados, suelen dar letra a reclamos que podrían devenir en cambios políticos — al menos reformistas. No mucho más, pero estimulante. Los relatos que ficcionan sucesos históricos velados generan conexiones humanitarias y, en casos excepcionales, empujan acciones colectivas. “La ignorancia es un enemigo peligroso, muy peligroso,” dice la Yaya de Oganga.
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Las Carimbas del Silencio opera como ficción donde, utilizando el recurso de la dualidad temporal, se narran sucesos que pivotean entre el pasado y el presente. Pero también podría ser considerado una crónica muy cercana al ensayo. Transita el calvario de la esclavitud describiendo atrocidades que han sido recogidas en la llamada “narrativa esclavista,” que comenzó a ser conocida a través de libros abolicionistas y que luego el documentalismo audiovisual y la dramaturgia cinematográfica difundieron mundialmente. Sin embargo, revela una instancia casi desconocida. Norteamérica y el Caribe, casi siempre, monopolizaron el infierno del tráfico humano a nivel masivo. Crimen inconcebible (¿genocidio, holocausto?) que construyó un puente de sangre entre África y América. Pero Alicia Marina Rossi desplaza la mirada histórica hacia el Cono Sur, más precisamente hasta la Argentina. Un país que no ocultó jamás su racismo endógeno, pero siempre orientado hacia los pueblos originarios con el atenuante de la ecuación “civilización y barbarie,” o el “progreso,” o la conquista de territorios. Esta novela-ensayo nos dice sin subterfugios que fuimos tan esclavistas como el que más.
Alicia Marina Rossi nos ofrece una ficción, pero ¿es una ficción? En sus páginas hay testimonios de que no existe mucho margen para el cuento, no solamente en las torturas recibidas. A algunos se los llegaba a marcar con fuego como si fueran ganado. De ahí el título de la obra, sino en los infinitos infortunios, tropiezos y dificultades de todo tipo que sufrieron. Y también en el devenir posterior a los siglos de la colonia y de los años de la independencia argentina.
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Una sola pregunta, de las muchas que el libro puede despertar: los que leemos con deleite el libro Las Carimbas del Silencio, ¿sabemos con certeza que no somos afrodescendientes? Nuestro país es un crisol de razas (suponiendo que este término posea valor etnográfico) y el color de la piel pudo irse diluyendo, o, para decirlo en palabras de los blancos, pudo “irse aclarando,” pero los prejuicios sociales y arbitrariedades continuaron existiendo hasta la actualidad.
Estamos ante una obra donde coinciden arte y política. Por lo tanto, no nos es ajena una referencia a los riesgos de la estetización de las tragedias históricas. Podría conjeturarse que la literatura, en tanto obra artística, desplaza el lugar real del dolor, de la violencia objetiva operada sobre los cuerpos. No es este el caso pues la propuesta de la autora convierte su obra en un rayo que va al encuentro del espectador con la idea de transformar la lectura en una experiencia concienciadora desde el aporte de conocimiento. Un “darnos cuenta” que nos lleva a asumir como fuimos y en lo que aún persistimos. Rossi nos revela esas aprensiones, inclusive esos errores, en una historia apasionante.
Este libro fue editado por Ediciones ConTexto (Chaco y Corrientes) y obtuvo el segundo premio en el Concurso Provincial de Novela Chudnovsky 2021/2022.
Son Recuerdos ya lejanos,
tan lejanos que subyacen al subconsciente
como una tormenta.
ÁFRICA, donde el negro es al color
lo que la felicidad a la materia;
un lugar al que la memoria huye
cuando se divisa la tormenta.
Alberto Lago es un artista español nacido en Vigo, Pontevedra, y formado en Criminología. Aportó material en las revistas “Palabras Diversas” y “Alejandría,” entre otras. Su obra “El Mundo en tus Manos” fue presentada en Palma de Mallorca, donde comenzó su carrera radial, y durante el año 2013 presentó “Otras Voces” desde la ciudad de Galicia para ContrafarsaRadio. En 2022 su obra “En Proceso” fue seleccionada en DOSDIASLAB.
El piuquén o cauquén (Chloephaga melanoptera), también denominado huallata, huacua, o ganso andino es un ave anseriforme de la familia ‘Anatidae’ típica de las montañas de los Andes, en Sudamérica. No soportan por mucho tiempo los himnos de los clubes deportivos. Prefieren silbar baladas.
Su distribución geográfica es amplia: va desde el Perú, oeste de Bolivia hasta el centro de Chile, y de Argentina, donde habita la zona andina, desde Jujuy hasta Cuyo. Vive en lagunas andinas de los altos valles situados entre los 3.000 msnm, llegando hasta los 4.700 msnm. En invierno ocupa áreas más bajas. En el Nevado de los Piuquenes es el grupo de aves más característico.
Los piuquenes de Caucete
van en banda al Bingo,
con gabanes y con ponchos,
en feriados o en domingo.
La piuquena más abuela
les recomienda prudencia.
Que jugar mucho, hace daño
al bolsillo y la conciencia.
Jua jua jua con la abuelita,
se divierten los pichones.
Chapotean en los charcos
y ensucian sus camisones.
La Luna, en su agujero,
acecha desde un cerro.
El Bingo brilla en el verde
y lejos, ladra un perro.
Y las piuquenes comadres
conversaban en la orilla,
diciendo que tanto juego
perjudicó a las familias.
Que, de tanto que apostaba
— me contaba muy prolijo —
que la gansa Margarita
casi se queda sin hijos.
Que ha perdido la cabeza
y empeñaba en la ruleta
los tres huevos del verano,
y otros tres, en la quiniela.
Tanto juego y tanta timba
acabó con los gansitos,
que nacieron encerrados
en la sala del Casino.
Uno, dos, y tres y cuatro.
La abuelita les recuerda
que ese vicio del sorteo
las deja muy enfermas.
Se serenan las bandadas
al saber que hay que volar,
mañana rumbo al Sur,
y empiezan a trabajar
armando sus valijones,
para pasar el verano
en Carmen de Patagones.
Abandonan los casinos,
los bingos y las carreras,
y se aprontan para el viaje
llevándose mil zonceras.
En el Valle del Bermejo
poco llueve, poco llueve.
Y hace falta mucha agua
porque el polvo no se bebe.
Los piuquenes de Caucete
cruzan el cielo bailando,
una chacarera trunca
que se parece a un malambo.
Vestidos con mamelucos
cruzan Valle de la Luna.
Y esas piedras les recuerdan
que han perdido la fortuna,
malgastando toda el agua
en el juego de la lluvia.
Alejandro Bovino Maciel es un escritor y médico psiquiatra egresado de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Nació en 1956 en Corrientes, Argentina, y actualmente se desempeña también como docente en la Universidad del Cono Sur de las Américas, ubicada en Asunción, Paraguay.
Entre sus libros publicados se incluye la nouvelle infanto-juvenil “La Bruja de Oro” (publicada en Paraguay y ya en su cuarta edición), la novela sobre la última dictadura cívico-militar argentina “Culpa de los Muertos” (editada por la Editorial Rubeo de Barcelona en 2007), y “Dictaduras Correntinas” (publicado por Librería de la Paz en 2022), entre muchos otros. Está en Facebook, Twitter, y tiene un correo electrónico.
El escrito publicado es un capítulo de la recopilación “Ave Manía,” publicada por Librería de la Paz en 2022.
Como uno de los músicos más representativos de la región, Cacho Bernal es una presencia bastante difícil de ignorar – en el mejor de los sentidos. Con un conocimiento musical envidiable, su charla con Café Azar, el conductor del programa de Cultura en Movimiento transmitido por Radio Libertad, le sirvió como la oportunidad perfecta para poder adentrarse en su visión sobre la evolución de los géneros musicales regionales y el equilibrio entre esta evolución y la tradición musical; una visión plasmada ahora, en su mayoría, por el rol de Bernal en el trío que forma junto al “Chungo” Roy y Frodo Peralta, otros dos grandes que confirman el innegable poderío de la cultura local. ¿Qué le depara a él y a la música regional en el futuro? Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero Bernal tiene una idea.
Cacho Bernal: ¡Hola Café! Buen día.
CA: Buen día. Yo sé que es difícil, para un músico, hablar a esta hora.
CB: Sí, bueno, pero hay que estar en movimiento, y hoy es un día hermoso. Al lado de los calores que teníamos, la verdad que está hermoso.
CA: Corre un lindo viento, una linda brisa.
CB: Sí, hermoso. Es un día de Misiones agradable, pero con sol. Hermoso.
CA: Cacho, vos que sos músico hace muchos años – y hay como toda una mitología sobre la vida del músico; se decía que los tangueros eran todos blancos de piel porque solo vivían a la noche, que a la mañana no existían. ¿Vos sos de acostarte tarde? Mirá cómo comenzamos esta entrevista.
CB: Lo que pasa es que yo tengo como dos disquetes en la cabeza: el de arquitecto y el de músico. El otro, el de arquitecto, me hace ser más o menos “normal.” A veces tengo que levantarme temprano. El gran problema que tenemos los músicos, sí, y que yo lo tengo también, es que no puedo dormir temprano. Parece que las cosas suceden a la noche, en cuanto a esto de la música, o al pensar en la música. Generalmente pasan a la noche. No sé por qué es así.
CA: Claro, el tema de tocar en los escenarios, generalmente, es nocturno. Y encima creo que debe haber algo – corregime si no es así – que tiene que ver con una cierta adrenalina cuando uno toca un vivo o un show de la cual hay que bajar después.
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CB: Pero además, creo, la noche “tiene misterio,” como dice Ramón Ayala, y tiene silencios que no existen en el día. Creo yo. La noche tiene eso para lo que piensa en la música y en el arte en general, o en la expresión para no ponernos tan finos. En cualquier tipo de expresión – el que escribe, el que piensa algo, o hasta el que está generando algún alimento. Pero a la noche me parece que suceden esas cosas.
CA: Contanos un poquito sobre este trío que hace rato viene trabajando. Creo que ya hablamos sobre eso, sobre el Proyecto Gualambao, y la grabación de un material dedicado exclusivamente al Gualambao. Estaba ahora haciendo un racconto de todos los entrevistados del año y sos uno de los pocos que repetimos.
CB: Gracias. Por nosotros, no por la gente (risas).
CA: Siempre es un gusto charlar con vos, Cacho. Pero contanos cómo surge este trío Roy-Bernal-Peralta.
CB: Estábamos pensándolo antes de la pandemia, o al inicio. Se dio primero como un homenaje a Amadon Novoa, un encuentro con el concepto del órgano incorporado a la música argentina y litoral. Como referencia anterior, de hace muchos años, estaba Los Tareferos – era como un hilo conductor desde ahí, por la sonoridad.
Eso sucedió en 2019, más o menos, y de ahí seguimos tocando cuando pudimos, porque cada uno tiene varios proyectos y viajes. El Chungo y Frodo también hacen trabajo de a uno o dos meses. A veces se van a trabajar a un barco y ahí yo los pierdo, y cuando vuelven seguimos. Así es la vida de los músicos, entre el trabajo, trabajo, y trabajo. El proyecto es una relación de música que creemos que se debe hacer en este momento de la vida de cada uno.
CA: Vos hiciste una trayectoria que fue desde aquel Clave de Hoy, con música que es difícil de definir hasta el día de hoy, porque era una búsqueda creativa muy fuerte que hasta generó un lenguaje, por más que hubiera influencias que alimentaran la estética del grupo, y ahí ya después un vuelo hacia una recuperación del acervo de la música popular regional.
CB: Sabés cómo fue cronológicamente la búsqueda, porque creo que siempre hay una búsqueda. En el tiempo de Clave de Hoy, había una búsqueda de una sonoridad jazz-rock con tintes locales y música acústica, que ya era como un esbozo de lo que uno iba a hacer después, ahondar más en lo que tiene que ver con las raíces. Uno toca como habla, y de ahí aparece que uno debería acercarse más a la música que representa más a nuestro paisaje, a nuestra forma de vida. Todo esto, por lo menos a mí, me pasó yendo a vivir al Chaco en los años ‘80. Ahí es cuando me cayó la ficha de que tendría que aprender a tocar chamamé, rasguido doble, polcas, y ahí me fui a la cola de todos estos viejos músicos para que, cuando me permitían, pueda meter algunos bocados. Estoy hablando de los ’80, y hasta hoy seguimos buscando, porque para mí lo más hermoso que tiene la música – y para el Chungo y Frodo también, por eso tocamos juntos – es esto de ir descubriéndola y buscando. Uno va a buscar hasta que se muera, porque si uno cree que encontró se terminó. Eso es, por lo menos, lo que pensamos.
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En este trío, concretamente, tocamos con instrumentos que manejamos hace muchos años, pero con sonoridades mucho más eléctricas y electrónicas, no tan acústicas como yo siempre hice en estos últimos veinte años. Es abordar géneros que tienen que ver con eso que decía, con nuestra forma de hablar, con nuestro entorno, con lo que es Misiones, con lo que es este mboyeré cultural, con lo que es Paraguay, Brasil, y Corrientes.
Toda esa mezcla es lo que se puede escuchar en el trío, siempre respetando los géneros. No porque yo esté tocando batería voy a estar tocando pop, o una polca con un criterio pop o rock. Respeto a quien elige eso, pero en nuestro caso intentamos respetar el género y los gestos, todo lo que tiene que ver con nuestra música, pero – obviamente – con los recursos de las músicas que siempre tocamos, como el jazz o la música brasileña. Todos esos recursos son utilizados acá, en esta formación.
No sé si soy claro.
CA: Sí, sí. Una cosa que tiene que ver con la percusión en la música regional, que yo sé que la estudiaste y la pensaste mucho. Por ahí en el Gualambao está más marcado, y viste que hay grupos de chamamé que no quieren saber nada con la percusión. ¿Cómo vos encontraste esa veta, esa posibilidad de incorporar esta percusión – que, como bien marcaste, es más acústica – dentro de lo que son los géneros musicales de la región?
CB: Sería muy largo de hablar, pero sintéticamente toda la música latinoamericana generalmente tiene una rítmica que la baña toda. Desde allá arriba, tocando joropo en la música afroperuana, hasta en la música del noroeste de nuestro país. Lo que hace que se diferencien los instrumentos y la percusión son las acentuaciones – los sonidos graves y agudos que hacen que todo suene chacareroso.
Si tocás chamamé y lo tocás como una chacarera, o tocás un joropo peruano y lo tocás de la misma forma, eso no está bien, porque no es la forma de dialogar que tienen cada uno de esos sectores. El acento es lo más rico que tienen. Las acentuaciones son como la forma de hablar.
CA: Es la tonada o sotaque, como dicen los brasileros.
CB: Es el sotaque, claro. Yo hablo con la elle, y nunca dejé de hablar con la elle. Todos los músicos con los que toco, en Buenos Aires, Entre Ríos, o Santa Fe, me dicen “el paraguayo,” porque hablo con la elle. Eso no es menor, porque uno toca el chamamé como chamamé, no como chacarera. Para un percusionista interesado, sería más fino comentar sobre donde están las situaciones, pero no convendría hablar de eso ahora, porque la gente se va a aburrir.
CA: No, no creas. Es muy interesante porque el tema es interesante. Ha habido, en lo que es la música de la región, varias formas de encararlo, de pensarlo, y de trabajarlo, y algunas fueron muy populares. Se me ocurren los saloncitos, por ejemplo. Y por ahí está bueno reflexionar también sobre esto, sobre cómo se incorpora un instrumento que, de inicio, no estaba. ¿O sí?
CB: Yo toco hace veinte años con (Raúl) Barboza. No sé si te conté esta anécdota o no, pero hace diez años una vez estábamos tocando en el Festival del Chamamé y a él lo contrataron para tocar en el Festival del Mburucuyá de Corrientes. Le llama uno de los organizadores y le pregunta si es que va a ir a tocar con “esa percusión africana” que tiene, porque “ahí no se toca con percusión.” Entonces Raúl le dijo que le agradecía la invitación pero que él no iba a ir a tocar, porque esa era su forma de expresar el chamamé. Eso existió hace diez años, y de nosotros que vinimos tratando de respetar el género.
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Entiendo – hay un 80%, tal vez menos porque se divulgó un poco más –, pero se trata de respetar los géneros, de conservarlos, y de no invadirlos, lo que no quiere decir ser obtuso y decir que un chamamé no se puede tocar, no sé, con acordes distintos a los que estaban compuestos. El ejemplo de eso son, para mí, Rudy y Nini Flores, que incorporaron en el chamamé un montón de elementos que hasta tienen que ver con la música erudita. Uno ni se da cuenta, pero tiene un trabajo impresionante y nunca dejó de ser chamamé.
CA: Además reconocido (como chamamé) por los propios.
CB: Claro, claro, pero corriéndose de lo tradicional. Sería largo, porque es interesante además.
CA: A mí me parece interesante y creo que está bueno que se abra, por lo menos, el debate y la discusión.
CB: Sí, y además – muy loco – esa vez que tocamos con el trío en el Festival del Litoral – esto es un comentario, una anécdota – Raúl Barboza lo vio desde París y me envió un WhatsApp muy largo diciendo que le había gustado mucho. A él, que dice que no le gusta mucho la música electrónica. Y eso fue una alegría también.
CA: (Risas) Qué bueno. Cacho, muchísimas gracias por la entrevista.
CB: Café, es una alegría hablar con vos, porque vos sabés de qué se trata todo. No solo sobre esto, sobre la música, y es mucho más agradable hablar así. Te agradezco mucho.
CA: Gracias, Cacho. Un abrazo.
Esta entrevista fue realizada originalmente en el programa “Cultura en Movimiento” de Radio Libertad. Productora de “Cultura en Movimiento”: Melisa Gómez Galeano. Operación técnica de Radio Libertad: Héctor Komisarski.
Con su libro Los Voladores, Santiago Morales es un Ícaro fullero que reparte las plumas con las alas marcadas. De entrada un pájaro cae y encarna la onomatopeya en verbo. El ruido de aplastarse contra el suelo: “¡Plath!” sorprende a una ocasional Alejandra Pizarnik que pasaba por el monte de paseo y toma entre sus manos ese despojo de suicidio alado, que comparte con . . . Sylvia Plath. A partir de entonces comienza el espectáculo de un Cirque du Soleil zoolírico donde el lector alzará vuelo hasta un cosmos infinito de citas. Una cartografía canora, un Bibliomóvil de palabras que son millones de aves creando un eclipse de sol.
Sin amedrentarnos por la maratón de obras y autores citados, recurriremos al filósofo catalán Pau Luque para intentar interpretar esta biblioteca borgeana de avifauna humanoide y literaria. Cuando el autor construye su relato puede manipular su imaginación de dos maneras. Organiza su narración y, de vez en cuando, recurre a algunas circunstancias reales o parte de una realidad dada y apela al recurso ilusorio cuando se acerca al precipicio de la certeza elusiva. En este caso la obra elige ser puro arte “himenóptero,” porque tiene alas membranosas donde la ficción se apoya en la imaginación y vuela alejándose de todo convencionalismo de formalización representativa.
Santiago Morales es uno de los mejores narradores misioneros contemporáneos. Su primera novela no da tregua. Serían necesarias varias relecturas para acercarse al corazón palpitante de sus casi infinitas imágenes volantes y a un discurso vertiginoso.
El registro de obras investigadas es casi enciclopédico. Nos permitimos sumar un apunte que bien habría tenido su espacio en este aquelarre de aves, pájaros, hombres, y mujeres que buscan una corriente de aire que reemplace la iconicidad semántica de la paloma de la paz. Nos referimos al caso del famoso ornitólogo Günther Niethammer, enviado con el cargo de guardia a Auschwitz. Rudolf Höss, el comandante del campo, le permitió llevar a cabo un análisis ornitológico de la región entre los años 1940 y 1941. Sus avistamientos y registros fueron publicados en un ensayo editado por una revista científica de Viena, titulado Observaciones Acerca de la Avifauna de Auschwitz. El escritor alemán Arno Surminski encontró en una biblioteca el breve texto (40 páginas) de Niethammer e, inspirado, escribió la novela Los Pájaros de Auschwitz (título original Die Vogelwelt von Auschwitz, F.A. Herbig Verlagsbuchhandlung, GmbH, München, 2008). “Este planeta no es un lugar para palomas,” dirían los hermanos Coen.
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No todos los capítulos son plumíferos. Sobrevuelan la historia (valga la alusión volátil) alejamientos de parejas, cruces afectivos, mapeo provincial muy detallado, la peripecia del viaje, el albur de jugarse profesionalmente. La obra gira en torno de la separación del protagonista, de su tarea de librero, o sea de los libros, y de buscar un ave que renueve como símbolo a la paloma de la paz. Sabemos que la paloma con su rama de olivo es una historia bíblica obsoleta. Quizás vetusta por inefectiva, si no por vieja.
Como bien interpreta Juan Báez Nudelman en diálogo con el autor:
Con su nueva experiencia con Los Voladores, (Morales) ha culminado un proceso de 10 años escribiendo el mismo proyecto y confiesa que no lo volvería a hacer. En todo caso, le gustaría encontrar un sistema como lo ha logrado César Aira, “que no corrige, dice que se sienta en un café a escribir y si tiene que solucionar algo de lo que ya escribió, lo incluye en el mismo proceso ( . . . ) El libro no se explica, se trata de leerlo y que se explique sólo.” Por eso destacamos algunas frases que pueden dar pistas para atravesar la picada intertextual. “Para no olvidar que la belleza de la fauna de nuestro entorno esconde la crudeza de un submundo de explotación.” “El capitalismo salvaje hace que desaparezca del léxico la antigua acepción de P.C., dice ella.” “Es raro sospechar de uno mismo, generalmente la gente se desconoce o se conoce, pero sospecharse es raro. Lo más común es no conocerse realmente. ¿Me gusta más la poesía o me gustan más los cuentos? La librería o el futuro incierto; el pájaro carpintero, la tacuarita, el urú, los boyeros o el churrinche como nuevo símbolo de la paz.” “El churrinche es rojo, rojo sangre, y al mundo no le resulta atractivo ese tono para enarbolar su pacifismo.”
Como los medios difunden, “las selvas del norte argentino guardan aún miles de secretos. Son los ecosistemas con la mayor diversidad de flora y fauna del país, con muchas especies de las que todavía se conoce poco.” Los Voladores de Santiago Morales, además de una prosa ligera y atrapante, aporta conocimiento. Cabe conectar con una reciente publicación de Miguel Azarmendia, que se refiere a un Águila Moteada que salió de Alaska y voló hasta una isla del sur de Australia, recorriendo en un viaje continuo (sin descansar) 13.560 kilómetros en once días, convirtiéndose en el ave reina de los cielos, del “Celeste” cielo, diría el personaje de Morales, sin ningún tinte — creemos — nostálgico. Mencionamos un águila, animal predador si los hay. Quizás podríamos ayudar al notable y empático héroe moraliano, sugiriéndole que elija a este símbolo carroñero y a la vez monárquico, no para contradecir la famosa y nunca alcanzada paz, sino porque notamos que este tipo de ave de presa es mucho más representativo de la época que vivimos. Porque aunque el libro se refiera a los pájaros con el pretexto de volar él, el autor, y hacernos volar a nosotros, sus lectores, sobre nuestras cabezas pasan cosas muy interesantes que nos perdemos por no atrevernos a apartar la vista del camino que nos han trazado para que avancemos, con la cabeza siempre gacha, hacia ninguna parte.
“Los Voladores” ha sido publicada por la editorial ConTexto (Chaco y Corrientes) como parte de la colección “La Tierra sin Mal,” que dirige Juan Basterra.
N. del A.: El título de la reseña hace referencia a la canción “Buscando un Símbolo de Paz,” de Charly García.
Cuando llega la brisa ya es de mañana. Ya amaneció y el alonso se sacude el cuerpecito marrón, agita las alas sin moverse del tronco, silba y aventa el plumaje como si quisiera asustar a la mañana recién nacida, salta de gajo en gajo mientras el caserío descuelga de lo alto el brillo manso del sol, abre puertas y ventanas, salen las mujeres a barrer, los hombres se encaminan a las faenas.
Te habías quedado dormida en la mecedora, vieja Rosario Ayala, bajo el alero que daba al sur lleno de vientos ásperos que se zambullían en la tierra, daban vueltas y vueltas levantando polvo y después desaparecían en el matorral. ¿Soñabas, vieja Rosario Ayala? ¿Apagaste la alcuza? ¿Seguías contándome aquella noche que nunca se te olvidó? Tu memoria es tenaz, mamá decía “si la vieja Rosario Ayala no se acuerda, es porque nunca sucedió” pero cuando te vi bajo el alero, junto a esa cicatriz del revoque descascarado en la pared, bajo las ramas arrugadas del catalco, supe que entresoñabas de nuevo esa noche perdida que siempre te encontraba en su camino; erraba la noche, la pesadilla, y siempre terminaba hallándote ensimismada, será que de tanto pensarla se te ha metido en la sangre, en los huesos, en las carnes tan entumecidas de estarse quietas, a sol y a sombras, quietas y envejecidas.
“¿Me contaría de nuevo esa historia, vieja Rosario Ayala?”
“Vinieron apareciendo, el polvo sobre la línea de la tierra se alzaba a montones, el pasto seco retumbando, haciendo ese tucutún, tucutún que sabe hacer cuando las tropillas galopan sobre las gramillas, cuarenta caballos con cuarenta jinetes, con cuarenta tacuaras amenazando el cielo oscuro, iban a otro sitio, se les notaba en el modo de mirar sin ver todas las cosas.”
“¿Era en abril, vieja Rosario?”
“Era ese tiempo en el que las vacas mugen sordo, cuando van a echar terneros y se recuestan contra los postes del alambrado, me acuerdo porque la negra, esa vaquillona retinta que me había regalado comadre Vicenta y después se enfermó hasta morir, no dejaba de mugir contra el poste del potrero. Es un puro ruido sin ganancias porque ni leche tienen para dar. Ese tiempo.”
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Cada tarde íbamos al camposanto. Le dije al cura Aurelio: quiero saber si las velas que enciendo para Lucía le servirán allá debajo de la tierra, donde todo debe ser oscuro. Cuando dio el responso abrió un libro inmenso con las tapas negras y yo miraba los ojos de Santa María Dolorosa y me fijaba en ese llanto de madre, en esa angustia que no se movía de su sitio, en esos ojos de la santa, en la boca apretada, en el llanto que brotaba sin caer, en todo eso sentíamos el mismo dolor, yo por Lucía, la Santa Dolorosa por las iniquidades que le hicieron a su Hijo siendo inocente como Lucía. En el fondo, era el mismo dolor, pero cuando el cura Aurelio abrió ese libro, me amargué. Las palabras de Dios siempre me asustaron, la vieja Rosario Ayala una siesta me dijo que Él no es como nosotros, que no sabe sufrir ni el mal le roza los pies, que no conoce dolor y me apensionó, sentí lástima de todos nosotros que sabemos sufrir y aprendimos a pisar el dolor y a caminar sobre él porque siempre está a la espera de hacernos resbalar y caer rendidos a sus pies.
“Hay que rezar con devoción, Remigia,” me dijo el cura Aurelio. “Hasta que los ruegos sofoquen los malos pensamientos,” me dijo. “Así están orando los ángeles y mueven el cielo con su fe.”
En ese libro negro que abre el cura Aurelio está todo entre las páginas ajadas, está la maldad y está la bondad, Lucía querida, está el día en que nacemos, el día en que la muerte nos encuentra mirando el cielo, está la edad de los muertos; pero el cura no deja que nadie lea el libro negro con la cruz de oro en la tapa.
Ese atardecer, cuando encontraron a Lucía ella tenía los ojos abiertos mirando el cielo, ¿será que estaba mirando a los ángeles, entonces? ¿Será tan mala que hasta después de muerta siga mirando a Dios? Cada noche, en vísperas, el suindá rasaba el cielo oscuro con el graznido espantoso, yo cerraba las ventanas porque mamá decía que cuando entra en la casa ese grito del pájaro, alguien se muere, es anuncio de desgracias, decía.
“Mejor la penitencia, hija,” decía el cura Aurelio. “Mejor sumirse uno en sus adentros y pedirle a Dios que nos ayude a sostenernos en las horas difíciles, sin la mano de Dios nos tambaleamos y caemos. Y abajo está el dolor.”
“Ya sé eso, padre Aurelio. Si caemos, nos recibe el dolor.”
La Virgen de los Dolores tiene una corona de plata, de doce estrellitas con piedras; entre las manos, la mayorala que ayuda al cura en el templo le pone un pañuelito de encajes y ese paño blanco entre las ropas negras del luto se ha vuelto amarillo, no sé por qué la mayorala no cambia la tela, con los manteles que cualquiera daría de regalo para Santa María sufriente, para aliviarle un minuto de tanto dolor que viene arrastrando hasta la cruz de su Hijo que está enfrente.
“¡Espante esa pesadilla, vieja Rosario!”
Desde el marco de la ventana los cuarenta caballos se movían como uno solo, los cascos se levantaban y caían en el suelo al mismo tiempo, entre golpe y golpe quedaba un silencio y me saltaban las venas del cuello, resaltaba el pecho, ahí adentro, muy apretado, el corazón también hacía silencio cuando la tierra callaba.
Gaspar Barrios ni quiere ni tiene rabia ni sabe lo que busca. Pasa con el caballo al galope tendido, se desentiende de todo, ni saluda ni hace gestos, sigue algún camino que da vueltas, nunca llega donde quiere estar. Así es Gaspar Barrios, y Lucía lo seguía con los ojos, iba detrás, iba adelante, hasta que se cruzaron y ella cayó en el dolor y él sigue su camino. Querer a Gaspar significa querer a nada. Y con todo, la vieja Rosario le había adivinado:
“No hagas caso a tu sentimiento, no te conviene ese muchacho desamorado, desde que nació destroza todo lo que tiene, que se vaya lejos con su caballo, que no sepa más el camino para volver total que de este pueblo es fácil perderse.”
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Y Lucía sueña que te sueña siempre con el mismo cariño que nunca tuvo, como rezando decía el nombre esperando que San Juan encendiera las lumbreras de su amor allá en el cielo, pero nada. Pasaba Gaspar y solamente quedaba el polvo del galope, siempre el ala del sombrero cubriéndole el miedo que se escapaba por los ojos.
“A fuerza de quererte me negué a mí misma, se fue cambiando el tiempo para mí, no contaba sino las horas de esperar, para verte pasar nada más, y otra vez la nueva espera y todo lo que venía siempre era esperar, esa era toda mi dicha desde que te quería,” decía sin hablar.
Ahora se quedó muy quieta allá bajo la tierra, muda para siempre, y lo que dijo y lo que no dijo lo llevó consigo a las profundidades. Decía que lo extrañaba cuando los ojos se le iban en la lejanía detrás de esa sombra que siempre fue Gaspar, se iba siguiéndolo desde acá. Pobre Lucía, se fue llevándose su sentimiento que nunca valió nada para Gaspar.
Llueve en la inmensidad del mundo, el camino que lleva lejos está borrado, nos mantiene encerrados en este pueblo, esperando siempre. Me parece que en la bruma de la distancia, allá donde la cerrazón del cielo llena todo de oscuridad, pasa de nuevo Gaspar en su caballo; la lluvia cae como si se desmoronaran paredes blancas. Tanto esperar para no saber si dolía más la ausencia o tenerlo cerca siempre de paso, como la lluvia que se hace opaca, no deja ver los ojos escurridizos bajo las alas del sombrero.
Duerma en paz, vieja Rosario. Deje que sus miedos sigan de largo, que se alejen detrás de esa muchedumbre de agua de la lluvia que cae.
“Queremos alguna cantimplora, alguna comida, ya ve que nos persiguen, que las partidas de la policía nos viene siguiendo, que ya se escuchan los ladridos y son muchos, se nota por el tumulto que hacen, no digan que nos vieron, digan que por aquí no pasó nadie, si alguno ve las pisadas de los caballos díganle a los sargentos que es de una tropa de ganado que cruzó esta mañana. Pero apúrese, ¿no ve que venimos perseguidos? Escuche el pulso de la caballada, ¿se da cuenta ahora? Esos pisotones están a punto de reventar el pajonal, no quiera ver la matanza enfrente de su casa, no nos vamos a rendir a nadie, por eso le digo que si nos alcanzan, habrá matanza de las fieras, yo le diría comadre que nadie quedaría en pie y no es una fiesta tener una degollina en sus patios, denos todo lo que tenga de comer, denos un poco de vino en la cantimplora, cuando venga la partida y pregunte si vio a los gauchos alzados, dígales que nunca nos vio, que jamás nos vio, que a ninguno nos vio, dígales eso mamacita”
Duérmase vieja Rosario, descanse de una vez, tápese las rodillas con la manta, deje que la lluvia se lleve todo, el cura Aurelio dice que la lluvia es la bendición de Dios. Habrá leído eso en el libro negro con la cruz de oro en la tapa, esa lluvia que cae con violencia llenando de relámpagos y truenos el pueblo es lo único que nos queda para defendernos del mal.
Alejandro Bovino Maciel es un escritor y médico psiquiatra egresado de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Nació en 1956 en Corrientes, Argentina, y actualmente se desempeña también como docente en la Universidad del Cono Sur de las Américas, ubicada en Asunción, Paraguay.
Entre sus libros publicados se incluye la nouvelle infanto-juvenil “La Bruja de Oro” (publicada en Paraguay y ya en su cuarta edición), la novela sobre la última dictadura cívico-militar argentina “Culpa de los Muertos” (editada por la Editorial Rubeo de Barcelona en 2007), y “Dictaduras Correntinas” (publicado por Editorial La Paz en 2022), entre muchos otros. Está en Facebook, Twitter, y tiene un correo electrónico.
El escrito publicado es un capítulo de la novela “Enero: Los Perros de Dios,” publicada por la Editorial Servilibro de Asunción, Paraguay, en 2013.
Estuve en las escaleras, las mismas que ella recorrió en la noche ensangrentada, la noche última en la que el espanto disolvió sus gestos y los privó para siempre de inocencia, para castigo irremediable de los que no estuvimos allí y para sombra entre sosiegos inmerecidos de los que con su presencia maldijeron ese instante atroz.
El lugar es ahora intrascendente. Peregrinos de la estupidez recorren las calles y por suerte no saben, porque así solo unos pocos compartimos el ritual inexistente que alguna piedad mezquina borrará también un día, mientras marchemos al desencuentro tan temido donde ella tampoco estará.
En la explanada dos amigos se sacan una foto con la cámara en automático. Uno se hace el tullido, imitando a un pobre vagabundo que pide limosna, el otro sonríe con algún esfuerzo.
Dos policías cuidan ahora de una normalidad sin altibajos. Unos chicos se empecinan en tratar de ser malos y una madre grita como si lo hubieran logrado, pero no hay rencor en la plaza. Un tipo con cara de desprecio trata de vender cartillas con horóscopos y una chica de piernas hermosas, que no lo mira, como aprendió, se aleja y él la sigue, sumando miseria a su desdén. Una pareja se besa al sol cerca del lugar donde la sombra avanza hacia el muro de la iglesia, el mismo contra el cual Juan, que la vio correr, casi se desangró.
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Con los años he olvidado casi todo y lo que recuerdo no es digno de confianza. Sé que no reía con frecuencia, que se empeñaba en lo que nunca supo que eran sueños, que prometió convencida cosas que no tuvieron tiempo de ser más que promesas y que nunca sabremos si hubieran sido algo más, que no era de inocencia diáfana pero no fue culpable de nada sustancial.
Con los años insistir en la estupidez de su muerte se ha vuelto innecesario. Pasó ya tanto tiempo que aún si hubiera tenido un sentido, ya podría haberlo perdido. Pero a veces todavía me desespero tratando de concebir que para tantos otros nada de eso importa. Nunca tuvo, que yo sepa, acceso a cielo alguno, ese que evocan aquellos que vislumbran espacios para un dios.
Me sorprendí mirando en la plaza si había algún chico que pudiera haber sido suyo. Nadie usa ahora esas polleras escocesas y las mujeres que continuaron viviendo ya no corren a saltitos, ni saltan al cuello con tanto afán. Todo en la espera es anacrónico.
No debiera haber ido. Allí tampoco estoy. Su bufanda beige vuelve en la noche y, sin dejarme verla, me envuelve sin fin en nubes de rencor. Quiero llorar otra vez para mojar esos dedos que no toleran verme así. Me esfuerzo en rozarlos con mis labios hasta que el disparo, también invisible, atora una y otra vez la vida al amanecer.
Marcelo Pakman (Buenos Aires, 1953) es un médico y escritor argentino actualmente radicado en Estados Unidos. A lo largo de su carrera, fue invitado en calidad de conferencista por instituciones y universidades de América, Europa, y Asia, y es conocido por sus articulaciones entre filosofía, epistemología, arte, y pensamiento crítico sobre la práctica clínica de la psicoterapia, la terapia familiar, y las intervenciones sociales en ámbitos diversos.
Entre sus obras se encuentran “Palabras que Permanecen, Palabras por Venir: Micropolítica y Poética en Psicoterapia” (2011), “A Flor de Piel: Pensar la Pandemia” (2020), y los tres volúmenes de la trilogía “El Espectro y el Signo”: “Texturas de la Imaginación” (2014), “El Sentido de lo Justo” (2018), y “El Exilio del Mesías” (2022), todos publicados por la Editorial Gedisa. Recientemente se publicó su obra “A Flor de Piel II: Pensar la Guerra,” también editada por Gedisa.
Hay una sentencia muy popular que está, según nuestra forma de ver, equivocada, y es la que dice que una cosa es la prosa y otra la poesía. Ese apotegma viene de antiguo. En un pasaje de La Dorotea, Lope de Vega (1562-1635) le hace decir a Felipa (burlonamente, hay que aclararlo), que se daba de profesora:
“O se escribe en verso o prosa” (III, 8)
A su vez Molière (1622-1673) escribe el siguiente diálogo en el Acto II, escena IV, de El Burgués Gentilhombre:
JOURDAIN: No quiero escribir nada de versos.
FILÓSOFO: ¿Preferís la prosa?
JOURDAIN: No. Ni verso ni prosa.
FILÓSOFO: ¡Pues una cosa u otra debe ser!
JOURDAIN: ¿Por qué?
FILÓSOFO: Por la sencilla razón, señor mío, que no hay más de dos maneras de escribir. O está en verso o está en prosa.
JOURDAIN: ¿Con que no hay nada más?
FILÓSOFO: Nada más. Todo lo que no está en prosa está en verso; y todo lo que no está en verso, está en prosa.
JOURDAIN: Y cuando uno habla, ¿en qué habla?
FILÓSOFO: En prosa.
JOURDAIN: ¡Cómo! Así que cuando digo a Nicolasa “Tráeme la zapatillas,” ¿hablo en prosa?
FILÓSOFO: Sí, señor.
JOURDAIN: ¡Por Dios! ¡Más de cuarenta años que hablo en prosa sin saberlo!
“El habla corriente,” dice Raúl H. Castagnino en Arte y ciencia de la expresión, “semeja una de esas rutas vecinales de tránsito cómodo, que se utilizan para ir a alguna parte; pero el decir henchido de ricas connotaciones personales puede parecerse a las veredas inhabituales que, prácticamente, no llevan a ningún sitio, pero permiten descubrir panoramas de amenidad trascendente.” Porque las ilaciones de palabras son diferentes. O sea, hay caminos y caminos. En los paisajes literarios, los mejores paseos son los imprevisibles, los que embelesan y encantan; los que casi nunca son de la trillada carretera turística, municipalmente chata, o visitadas hasta el hartazgo. Es decir, hay prosas y prosas.
El lenguaje puede quedarse en vehículo comunicacional vulgar, o elevarse, tanto mejor para él como para nosotros, a una especie de sortilegio llamado literatura, usando — puede ser — los mismos términos, o sea, la misma materia prima, pero con otras herramientas. Zafamos así de la prosa cotidiana, para encontrarnos con cuentos y novelas. No importa si tiene metáforas, o si las comas le dan un ritmo, o si poseen bustrófedon, palíndromos o aliteraciones.
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La sentencia equivocada del principio, que mantienen los personajes de Lope y Molière, se ve desmentida incluso por los mismos escritores. En La Dorotea, Fernando (o sea Lope mismo) frena el dictamen de Felipa: “Sentencia y belleza bien pueden estar juntas, que son como discreción y hermosura.”
Y Molière se ríe de aquellos que piensan que el ser humano es pura inteligencia, y creen en el arbitraje caprichoso y la separación tajante entre prosa y verso. En su obra, el francés fue generoso y nos regaló todo “en junto,” como decía Santa Teresa: el dibujo del pensamiento, los juegos del mito, el color de la fantasía, los contraluces del afecto.
Hubo en los escritores, desde aquel entonces hasta ahora, preocupación por la posibilidad de una poesía en prosa; o dicho al revés, hubo esfuerzo (que venía, claro, con el estilo y la personalidad de cada autor) por una prosa poética, que sea distinta de los escritos discursivos, meramente enunciativos, engañosamente directos (la escritura de los notarios, por ejemplo, es lo más opuesto a la literatura).
El paladar literario latinoamericano está para degustar el artificio de los recursos de la lengua, su abundante retórica. Son las licencias las que embellecen el idioma. Los lectores, que leen de todo, notan enseguida cómo nuestros escritores resuelven, por ejemplo, un duelo a facón. No nos es imprescindible (ojo, es solo una muestra supuesta) describir el combate secamente, al estilo anglosajón, y que los contendientes se acuchillen con saña casi sin adjetivar nada. Supuesto que así no lo hagan, nadie caerá en la ocurrencia (aunque hay gente para todo en este mundo) que la lucha fue insincera. Porque en los autores del subcontinente, ese desafío, lance, o esgrima, puede durar páginas y páginas, y en los amagues y estocadas, uno y otro pendenciero, pueden rememorar amores perdidos en la soledad de madrugadas de naipes y alcohol, o persecuciones de la ley por callejones y rancheríos y amores verdaderos o imaginados.
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El juicio desacertado entre prosa y poesía (como formas opuestas del lenguaje) quizás se remonte a los orígenes de la expresión latina prosa oratio (discurso en línea recta) y del adverbio prosus (discurso dirigido hacia delante), cuando era un pregón, una oración, una apología, una idea, en palabras coherentes, cohesionadas, avanzando en una sola dirección a la vez. En la poesía, por el contrario, la línea de términos se interrumpía, se volvía verso, como si fueran líneas paralelas de un arado, con una métrica y una rima propia — si la tenía.
Entonces la prosa comenzó a utilizarse para los escritos, libros, relatos, ensayos, y tratados, y hasta se usó la palabra en sentido despectivo (“prosaico”) como algo vulgar, fútil, carente de emoción, y muy ligado a lo material a lo terreno. “Del otro lado” estaba la lírica, lo “elevado” y hasta difícil, culto, crespo, artificioso (Góngora, por ejemplo).
Hay para todos los gustos, pero nos permitimos decir que hoy día la mezcla de ritmo y de recursos poéticos (en la prosa) ya está “aprobada” y aquel veredicto con que comenzamos este artículo está perimido. Para reafirmar esta teoría (que, a pesar de todos los indicios, aún sigue estando en libros y diccionarios y hasta en internet) mencionemos al primer autor castellano de nombre conocido que utiliza “prosa” para denominar sus propios versos:
De un confessor sancto quiero fer una prosa
Quiero fer una prosa en romanz paladino
En qual suele el pueblo fablar con so vecino
Este terceto es de Vida de Santo Domingo de Silos, de Gonzalo de Berceo (1196-1264), monje riojano, mester de clerecía.
Ha pasado tiempo desde la Edad Media, y sin embargo todavía se escucha en las presentaciones, las reseñas, y las solapas de libros (y se escucha mucho, para desgracia de todos), que fulano/a es escritor/a y que mengano/a es poeta.
Solicitaríamos abandonar esa clasificación y otras anexas, como dramaturgo, guionista, ensayista, etcétera, que solo sirven para seguir líneas editoriales; para agrupar obras, para hallar ejemplares en los estantes. La literatura es una sola.
Y que el artista, una vez encontrada la excusa o trama, y el tono o modo expresivo que quiera (no deseamos decir “género” literario, porque justamente es lo que estamos discutiendo), reserve allí algo así como una inmarchitada vigencia de la emoción humana, alguna — siquiera alguna — unidad intencionalmente creada del momento sentimental, cierta contemporaneidad ininterrumpida, un atisbo de trascendencia más allá de los personajes de su historia y del habla de cocina u oficina, para que las páginas no sean un baúl de anticuados temas efusivos, un mojón solitario de valor testamentario fuera de toda moda, inactual, olvidable, sin nada de literatura; o sea, sin prosa, ni poesía, ni ambas.
Alberto Szretter es un escritor y médico oriundo de Puerto Rico, Misiones. Este escrito fue originalmente titulado “Prosa o Poesía (¿o Prosa y Poesía?).”
Andrea Dulko es una cantautora independiente actualmente radicada en Oberá, Misiones. Nacida en el seno de una familia de músicos, actualmente se desempeña como profesora de música en el Polivalente de Artes y estudiante de la Licenciatura en Música y de la Tecnicatura en Medios Audiovisuales y Fotografía, ambos de la Facultad de Arte y Diseño. Ofreció una enriquecedora entrevista para el programa radial de Cultura en Movimiento, conducido por Café Azar y transmitido por Radio Libertad, donde rememora sobre su viaje artístico y explica, entre otras cosas, por qué la música compuesta para videojuegos no es menos que cualquier otra.
Café Azar: Estaba en la última jornada de Oberá en Cortos un viernes tipo once o doce de la noche, frente a la Catedral de San Antonio donde estaba el camión de Cultura en Movimiento. Ahí estaba una querida mía, Dani Azida, que iba a poner música. Pero también me encontré con un trío, con un teclado en el medio y guitarra y batería, y una música espectacular. Era Andrea Dulko la que estaba tocando en aquella noche de cierre.
A partir de ahí dije “Bueno, quiero escuchar algo más,” y en su canal de YouTube encontré un material grabado en 2020, y después algunos videos. Por lo que uno ve, maneja diferentes géneros musicales – tanto desde lo académico como desde lo popular. Así que es un gusto para nosotros poder charlar con ella. ¿Cómo te va?
Andrea Dulko: ¿Qué tal? Buenos días. El placer de estar en el programa es totalmente mío.
CA: Gracias Andrea por permitirnos charlar un poquito y conocerte más. Tengo todo un texto acá presentando tu trabajo, pero me gustaría que lo cuentes vos. ¿Cómo comienza tu relación con la música? ¿Cómo empezás a navegar por los distintos géneros, lenguajes, estéticas, y poéticas dentro de las posibilidades musicales que uno tiene cuando se encuentra con esto?
AD: ¡Uf! Pasaron todo tipo de cosas en mi trayectoria artística. Mis papás son docentes: mi mamá es profesora particular de música y mi papá es licenciado en Música, trabaja en el nivel secundario y terciario, y cuando era muy chiquita – tenía cinco años – mi papá me puso un teclado en frente y me dijo “Vamos a comenzar a estudiar.” Y de ahí yo comencé a estudiar, probando lo que me gustaba y lo que no. Me acuerdo de que los primeros temas que aprendí fueron temas de new age en teclado. Entonces desde ahí entró medio rara la premisa. A partir de allí continué tocando.
CA: O sea que lo primero fue (Maurice) Jarre, Vangelis, y todo eso.
AD: ¡Exactamente! Ese fue el primer contacto que tuve con el teclado. Después estudié en el Polivalente de Artes. La vida dio vueltas y ahora estoy trabajando ahí como profesora. Estudié en el trayecto artístico, hice guitarras e hice piano. De ahí tuve contacto con diferentes géneros musicales: con rock, con pop, con folclore, y con mucha música académica – música clásica, de Mozart y Beethoven.
Terminé estudiando Profesorado. Primero quería hacer guitarra eléctrica, pero después me tiré más para los teclados. Al bajo lo comencé por una banda, porque teníamos una cuando yo tenía doce o trece años llamada Stereo Bit. Me habían invitado porque necesitaban bajista, aprendí el bajo, y desde ahí no lo paré de tocar. Después hice el Profesorado, me recibí de profesora, seguí haciendo música, y me acuerdo de que en un momento un amigo me había pedido componer un tema para un videojuego que él estaba programando. Yo nunca había hecho nada de composición en mi vida, y le digo “Bueno, vamos a componer algo así te ayudo a que ese videojuego salga a la luz.” Al final no sé si salió o no todavía, pero así fue cómo empecé a componer.
Estaba tomando clases de jazz con Leandro Yahni en Posadas, que es integrante de Jugo de Tigre, y traté de aplicar lo que yo sabía. Era terrible el tema. Horrible la composición que mandé, y fue lo primero que compuse, pero desde ahí no paré de componer, porque me di cuenta que podía hacer un montón de cosas que no podía hacer tocando temas de otros. Comencé a componer un montón de cosas, muchas de las cuales quedaron en la nada. Después publiqué algunas experimentaciones en internet, y de sorpresa me llamaron para tocar en la Facultad. Preparé seis temas que tenía, que hace dos años los venía trabajando y que son los primeros seis temas del álbum que publiqué este año, y los presenté.
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CA: Hay una combinación de muchas cosas ahí, y por eso me parece interesante tu propuesta. Desde lo que sale de la partitura, de lo académico clásico, a esto del videojuego como posible insumo para la creatividad musical. La música aparece por varios lados, y no siempre donde pensamos que está.
AD: Exactamente. A los cinco años, cuando comencé a estudiar música, comencé a jugar videojuegos. Fue al mismo tiempo. La música que se crea para los videojuegos es muy especial: tiene características tanto formales como armónicas. Es un género en sí mismo, que por ahí hace poco se le comenzó a dar el nombre de 8-bit o chiptune, por lo que lo agregué a lo que interpreto, porque es difícil cerrar esa música experimental en un solo género. Pero va por ahí.
Tanto las películas como los dibujos animados, todo lo que uno consume, tiene música muy interesante. Hace unos años, según mi percepción, dentro del videojuego se comenzó a darle una importancia bastante importante a las composiciones que se crean para los videojuegos, y se toma parte de los elementos formales para experimentar y decir “Vamos a complejizarlo. Vamos a tratar de generar emociones que vayan con lo visual pero que también transmitan algo con la música.” Me pareció muy interesante ese mensaje y lo tomé.
Después, lo que hice fue combinarlo con las técnicas que yo tenía de la música clásica, del jazz, y del rock, que viene de mi familia porque mi papá es súper rockero, y desde chica yo estuve escuchando Megadeth – toda mi adolescencia básicamente. Lo combiné con eso y se termina creando algo como “sonidos nuevos,” u otra cosa.
CA: Me dejás picando dos cosas. Por un lado, pensaba que, en algún momento, se menospreciaba o desprestigiaba la música que se hacía, por ejemplo, para las películas. Después apareció Miles Davis con su versión de Someday My Prince Will Come y dijo “No, esto se puede tocar excelente,” y esa canción es parte de la banda sonora de una película. Pienso que con los videojuegos pasa algo parecido. En este momento, ya el insumo, la creatividad, y lo que se pone en juego ahí juega en ligas mayores en cuanto a la música, la composición, y la creación.
AD: Eso es totalmente preciso, sí.
CA: Lo segundo: hace unos días charlábamos con Marcos Nde Ramírez, que tiene una propuesta de intervenir temas locales y regionales clásicos con una “modernización.” Y lo nuevo, lo moderno en la cultura y en el arte es de 1910 ó 1920, y a partir de ahí no sé si podemos hablar de “nuevo” o “moderno,” sino de sonidos o lenguajes diferentes que interactúan de manera – por decirlo así – “original.”
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AD: Estoy de acuerdo. Nosotros tuvimos una cátedra de semiótica en la Licenciatura, y yo tomé como referencia un dúo que a mí me gusta mucho, DOMi & JD Beck, que tocan teclado y batería. Tomé como referencia unas versiones que hicieron de hip-hop de los años 2000, y me pregunté adónde se puede encapsular eso, porque tiene la rítmica y los bajos del hip-hop, pero también la armonía del jazz y la técnica de la música clásica. Entonces, ¿adónde se puede encapsular esto? ¿Adónde nos paramos para decir “bueno, esto es jazz”? Terminé concluyendo que capaz puede ser un jazz alternativo, pero no me animé a hipotetizar sobre esa cuestión, y así sucesivamente.
Para mí, estamos en un proceso y no podremos saber hasta dentro de diez, veinte, o treinta años qué es lo que está pasando ahora en la música. Me parece que hay varias corrientes muy fuertes que experimentan y mezclan cosas, y todavía están en ese proceso de fusión. Hablamos de originalidad o modernidad, pero no podemos encapsular en un género todo eso nuevo que está sucediendo.
Lo que hablabas de los videojuegos es totalmente preciso. Con lo audiovisual sucedió lo mismo. No se veía en la música esa posibilidad de aportar al mensaje que se quiere mandar con el audiovisual, pero la música bien planteada dentro de lo audiovisual, bien planteada por sí sola, genera ciertas nuevas sensaciones. Los videos musicales y el cine son nuevos lenguajes, porque no se los puede comparar sólo con la música o el audiovisual, sino que te transmite otra cosa totalmente diferente. Con los videojuegos por suerte está pasando lo mismo. Hay muchas posibilidades de hacer arte a través de los videojuegos, y esperemos que eso se siga desarrollando de manera súper positiva.
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CA: Estábamos hablando, en principio, de música instrumental. Agradezco la mención en tu reseña de DOMi & JD Beck, un dúo de chicos de dieciséis y veinte años. Anoche cuando leí la reseña me puse a escucharlos y me parecieron maravillosos. Están apadrinados también por Anderson .Paak, en esta combinación que mencionaste de estéticas y lenguajes. Es muy interesante.
En lo que se refiere a la poética, a la letra de la canción: hay canciones que vos cantás con letras que también son tuyas. ¿En qué búsqueda estás en ese aspecto? ¿Qué rol cumple la letra o la poética dentro de la canción?
AD: La letra para mí es dos cosas. En cierta manera este proyecto comenzó como uno audiovisual, y me dicen “Pero vos estás hablando mucho de cosas audiovisuales” y claro, porque en mi cabeza hay un montón de imágenes que después hacen música. Cada una de las letras cuenta pequeñas historias por separado, y al mismo tiempo tienen un montón de metáforas que expresan cosas que me pasan constantemente y que no puedo expresar de otra manera.
La forma de abordar las letras y contenidos la tomo mucho de Destroy Boys, que es una banda de punk de Estados Unidos con una cantante que es argentina y que toma mate todo el tiempo. Tienen esa esencia de cantar sobre cosas que te pasan pero de forma metafórica, con mucho sentimiento y con mucho poder. A mí me pasa eso. Por una parte, cada una de mis letras cuenta una pequeña historia desde el principio hasta el fin, y también tiene frases breves que te van diciendo cosas que a mí me están pasando.
Por ejemplo: “Mi boca está hecha de metal y tu nombre está grabado en mi interior,” que aparece en mi canción Randal, hace referencia a esos momentos en donde uno quiere desprenderse de algo y termina hiriendo a otra persona, y eso no se te va de la cabeza. No lo podés olvidar por meses y meses, y de repente estás acostada y te acordás de lo que hiciste antes y te decís “Quiero cambiar, quiero mejorar, ¿cómo hago?” Te sentís como un pequeño monstruito en el medio de la gente. Cada canción tiene una especie de rescate metafórico y, al mismo tiempo, son como historias en sí mismas.
CA: ¿Tenés planes para tocar dentro de poco? ¿Vas a venir por Posadas? ¿Hay alguna noticia que nos puedas dar en ese sentido?
AD: Hay un grupo en el que estoy involucrada que es Sección Historietas, en Oberá, y estamos organizando una pequeña feria en donde estaremos tocando en el cierre. Me parece que es una idea muy copada la de ir, ayudar, y aportar en el grupo de gente que hace cómics acá en Oberá. Después se están organizando varias cuestiones con bandas locales con las que estuvimos en contacto. Todavía no hay fecha ni horario, pero estén atentos a las redes sociales porque lo vamos a estar publicando. Cuando quieran que vayamos por Posadas, mándenos nomás un mensajito y vamos para allá.
CA: Gracias, Andrea, por esta entrevista.
AD: ¡Gracias a ustedes! Les agradezco la invitación.
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Según Ernesto Laclau, “ya están lejos los tiempos en que la transparencia de los actores sociales, de los procesos de representación, incluso de las presuntas lógicas subyacentes al tejido social, podría ser aceptada de manera no problemática.” En consecuencia, pensar las “crisis” económicas argentinas como simples síntomas de una bipolaridad histórica sería caer en una literalidad simplista. Porque esto ya no va de partidos, sino de enfrentamientos hegemónicos que se juegan en el ring de un Olimpo muy alejado de las personas a pie de calle.
La actual crisis del libro no tiene inicio reciente. Si queremos poner un reparo histórico inaugural, lo colocaríamos el 24 de marzo de 1976, cuando fruto de la alianza entre la casta militar y cierto empresariado se produce un saqueo y demolición de la disidencia popular, la continuación de lo que ya venía desde 1955, ante el avance de la derecha política.
Este artículo se esfuerza por ceñirse a la crisis editorial y del libro, pero estos fenómenos no se dan aislados. El proceso cívico-militar arrasó con personas y con la cultura también. Se quemaron libros al mejor estilo nazi. Todo resultó un plan preconcebido de exterminio.
“El viernes en la librería, Marcelo Díaz me cuenta del allanamiento a Siglo XXI. Hombres de civil armados lo clausuran por orden de la Junta Militar. Los militares seguirán en esta línea. ¿Habrá que exiliarse? Hay gran atmósfera de incertidumbre y terror.”
— Ricardo Piglia: Diario de Emilio Renzi, tomo III.
Luego, aturdidos, tomamos una curva no prevista en el mapa de la historia argentina, derrapamos, y perdimos el rumbo ético. Tarde para lágrimas.
Aumento de la inflación, apertura importadora, economía bimonetaria, constante devaluación, encarecimiento del papel. Parece que estamos describiendo estos días aciagos, pero no, no, la misma situación se dio en aquellos años ’70. La crisis viene de lejos, y es aplastante intentar competir en un mercado cada vez más desregulado y orientado a la especulación financiera. El cuello de botella contemporáneo responde a una serie de factores políticos, culturales, y económicos que venían de arrastre, más otros que surgieron en estos años, como la merma presupuestaria, un diseño de programación cultural pegado con saliva, o — reiteramos — el alto valor del papel, que se paga como casi todos los insumos a valor dólar. Porque siempre que se quiso achicar al Estado en pos de incidir en el déficit fiscal como motor de todos los males del país (léase: empequeñecer presupuestos para cultura, libros, y relacionados) se perjudicó a la industria editorial, a pesar de algunas administraciones terapéuticas que se aplicaron al subsidiar actividades culturales.
Los libros pensados para la escuela (llamémoslos “libros de texto”) representaban el 40% de la industria editorial. Ahora apenas alcanzan el 10%. Acá hay un dato duro e imposible de negar: desde 2019, la caída es del 70%. Así se vino abajo la edición. A pesar de esto, hay gente que habla de planes de lectura.
Para el mercado editorial un grupo de texto son los manuales, que son publicaciones que se piensan estrictamente para la enseñanza. Otra rama de ventas son los ejemplares narrativos, infantiles, o juveniles, que se toman como complementarios del proceso educativo. Ambos conforman un universo bastante separado de novelas, cuentos, y poesía, como entendemos todos. Los libros de texto vienen recomendados desde las escuelas y la promoción se da en el ámbito educativo. La otra clase de ejemplares mencionada posee una lógica diferente.
En este momento tan difícil, la proporción de libros de texto frente a los generales ha sido de un 10% en el mercado. En otros tiempos se estaba entre el 40% y el 60%. Esto informa Ramiro Villalba, director de AZ Editora y parte del grupo de educación de la Cámara Argentina del Libro.
La misma Cámara publicó un informe con los números de 2020: la producción pasó de 12,4 millones de ejemplares en 2019 a 8 millones en 2020. Y si se compara con 2016, el bajón es del 60%. Lo interesante y contradictorio — y hasta se podría decir esperanzador — es que se imprimieron más títulos con baja tirada. Si queremos comparar, para tener una idea, el precio de un texto escolar (tan fundamental, dado que la lectura comienza en la escuela y en la casa) con el de un helado (tan superfluo), nos encontraremos con que los precios de ambos son muy similares. Sin desmerecer al helado, que es rico, hay una diferencia fundamental: el helado se derrite; el libro no.
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Pero el libro es un objeto que se logra al final de una larga cadena de eslabones, muchos de los cuales son frágiles. Desde el autor/a al lector/a pasa por correctores, ilustradores, diseñadores, etcétera, hasta la imprenta, donde no concluye su nacimiento, sino que continúa su parto con la publicidad, la distribución, y los puntos de venta. O sea que el libro nace fruto de un proceso, como los propios seres humanos, y pueden pasar meses hasta su gestación y su “legitimación” social, porque si otra persona, un o una lectora no lo abre y lo lee, todo ese esfuerzo, toda esa gestación, acabarán siendo inútiles.
En Misiones, por exponer sólo un factor de debilidad en esa cadena compleja, en esas postas que debe sortear un ejemplar, casi no existen librerías. La provincia tiene más de un millón de habitantes, y cuenta con no más de cinco librerías, lo que vendría a ser, más o menos, una para 240 mil habitantes. Y encima concentradas en Posadas y Oberá. ¿Cómo ofrecer libros? Se podrá mencionar a las bibliotecas públicas, es cierto, pero estas instituciones son subvencionadas y luchan a brazo partido por sobrevivir, víctimas de la lógica del mercado capitalista. Párrafo aparte merecen las abnegadas ferias del libro y la variante de venta en línea, que recién comienza a despegar.
Promediando el recientemente pasado año 2022 nuevamente (¡feliz año nuevo!) una intensa especulación en el mercado de divisas cae, como un piano desde una azotea, sobre la ya enclenque industria cultural del libro. Sorprendernos por el malestar que azota a quienes imprimen, editan, distribuyen, o leen libros quizás sea pecar de ingenuos. La literatura en formato tangible se encuentra en terapia intensiva desde hace ya tiempo. Hemos dialogado con protagonistas de esta dimensión fabril, a la vez simbólica, y por cuestiones de respeto a la privacidad omitiremos nombres, pero no ansiedades.
Más allá de incertidumbres y estoicismos, algunas variables tienen un correlato temporal. Una es, según nos planteó un librero líder en la región, la curva de demanda que conecta con el importe de los libros. A medida que el precio sea mayor, los consumidores de literatura optarán por comprar una menor cantidad anual de ejemplares. Este factor armoniza con la opinión de un importante gestor cultural, que predijo que las versiones digitales ganarán espacio. Y es lógico: el formato de libro electrónico llega cada vez con más fuerza. Las personas están accediendo más a ellos y, aunque la versión en papel tiene su cuota de nostalgia, de «olor a libro», la disyuntiva es de hierro: primero la compra en el supermercado, luego la salud y, si puedo, un libro. El autor Orlando van Bredam, oriundo de la provincia de Formosa, donde casi no existe mercado literario, supo comentar y asombrarse con la cantidad de veces que algunos textos suyos eran leídos cuando los compartía en Facebook, mientras sus libros impresos no obtenían una repercusión paralela.
Un destacado imprentero disparó munición gruesa cuando relató sus contingencias actuales. En una imprenta pyme trabajan, aproximadamente, entre quince y veinte personas, que deben cuidar día a día su privilegio de no ser desocupados. Pero el problema es transversal. Una titiritera inflación local y una crisis mundial de insumos y materia prima hacen muchas veces imposible planificar la producción con continuidad. Al mismo tiempo, una dinámica laboral que obliga a saber acomodarse cotidianamente para subsistir, teniendo en cuenta y anticipando jugadas externas a la planificación de negocio prevista por la empresa, crea un escenario aún más complejo. Pero esto no les sucede a los grandes oligopolios del rubro, pues ellos imponen las reglas de juego.
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Actualmente, faltantes de insumos como papeles pesados (que tienen precios por las nubes), y una consiguiente falta de stock, hacen imprevisibles los precios para abastecerse y cumplir, sin constantes ajustes, los niveles de producción necesarios para no bajar la persiana. Por ejemplo: el papel ilustración es importado y el año pasado valía, aproximadamente, US$1,45 dólares el kilo. Hoy el kilo está a US$4, casi 3 veces más, a lo que tiene que agregarse el ajuste inflacionario del peso. Además, las papeleras piden pago contado anticipado a pie de camión, sin el cual se rehúsan a bajar la mercadería. Si no hay papel, no hay presupuesto. Y cuando se logra uno, la vigencia no supera los siete días. Debe también sumarse el problema de las máquinas de impresión, casi todas importadas, que exigen insumos y repuestos y que comienzan a ser difíciles de adquirir porque no se consiguen en los proveedores habituales.
Una esforzada editora asume que este es el “peor momento” que está atravesando su editorial desde que comenzaron a publicar hace diez años. Referentes de la cultura en el NEA nos dicen que esta situación nos afecta a todos y todas, que estamos ante una encrucijada clave, y que no se puede dejar que el mercado haga lo que quiera. Sin embargo, los argentinos no perdemos la esperanza (¿en qué?) y pensamos que siempre que llovió . . . paró. Pero esta vez el contexto mundial es recesivo. Los tsunamis no cesan de llegar: pandemia, guerras, y el asomo de un punto de inflexión histórico. Marvel y Netflix saldrán ganando, ¿sus películas postapocalípticas serán la catarsis Prozac para un mundo zombi?
Valeria Darnet es una licenciada en Artes Plásticas oriunda de la localidad misionera de Apóstoles. Es especialista en Producción de Textos Críticos y Difusión Mediática de las Artes y también posee un máster en Economía de la Cultura y Gestión Cultural. Actualmente persigue un doctorado en Artes y forma parte del cuerpo docente de la Diplomatura de Gestión Cultural, organizada por el Ministerio de Cultura de la provincia de Misiones. Habló con Café Azar, conductor del programa de Radio Libertad Cultura en Movimiento, para discutir algunos puntos sobre la actualidad cultural de la provincia y del país, incluida la necesidad que existe de expandir la producción y el consumo de proyectos culturales independientes.
Valeria Darnet: Hola Café, buen día. ¿Cómo estás?
Café Azar: Pero muy bien, muchas gracias por tu tiempo, por poder sentarnos un ratito a charlar. En principio quería hablar sobre esto de pasar de la idea al resultado que, muchas veces, ni siquiera es final, sino que es parte de un proceso, de un proyecto, y que tiene que ver con estrategias y herramientas que uno puede tener para que un proyecto determinado, una idea, una visión, algo que uno imaginó, termine siendo lo que uno quiere ser.
VD: Totalmente. Te escuchaba cuando empezabas el programa, y justamente tiene que ver esto que cultura es todo lo que nos atañe en lo cotidiano. Y por ahí solamente el público logra ver una manifestación o un producto de alguna disciplina dentro del campo cultural pero no ve ese proceso al que vos te referís, y para el cual es sumamente importante identificar, en principio, qué políticas culturales – ya sean nacionales, provinciales, o locales – pueden ayudar a viabilizar y sostener esa idea en un proyecto concreto, ya sea a corto o largo plazo.
Junto a eso, son necesarias herramientas para poder conseguir financiamiento y sortear todos los obstáculos que, lamentablemente, aún tiene la administración pública. Se debe poder entender, dentro de las industrias culturales, cómo se desenvolvería nuestro proyecto o producto cultural. Tenemos que poder comunicarlo efectivamente, y tener en cuenta, también, qué cuestiones atañen al derecho de autor y a aspectos legales que envuelven a determinados proyectos. Eso, la verdad, es bastante interesante, como todo el eje de la Diplomatura.
También tiene que ver la cuestión de que los mismos agentes se reconozcan entre sí y, además, tengan la mirada crítica suficiente para saber cuáles serán sus estrategias efectivas dentro de las políticas culturales.
CA: Hay un tema ahí. Por un lado, pensaba el tema de los lenguajes: los lenguajes artísticos, los lenguajes estéticos. Hay una frase que se repite mucho, que Borges escribió un par de veces: “No estoy orgulloso de lo que escribí, sino de lo que leí.” Esta frase tiene que ver con enlazar con lo que, dentro de un determinado lenguaje, ya se ha producido, creado, y generado, y que alimenta toda otra producción posterior, ¿no?
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VD: Sí. Además, hay una cuestión que también, quizás, desde los que estamos más en el campo académico no se suele tener en cuenta cuando hablamos de cultura: que este valor simbólico, que es sumamente profundo y tiene una carga de arraigo sobre todo regional y local, en nuestros casos, se pueden pensar tranquilamente con un valor económico y no es inconcebible la idea de pensarlo como un todo completo.
Entonces, hay toda una labor del productor y creador cultural que no es la que se ve, pero que sin embargo sí se recibe en algunos casos y para algunos públicos. Después, también está esa cuestión de pensar que un producto es solamente el precio y que ese es su valor, y ahí hay un error de concepción. Porque no se tiene en cuenta con qué noción de cultura cada gobierno diseña sus políticas culturales. Hay cuestiones de fondo, quizás, que el receptor de la manifestación, evento, o producto cultural no tiene en cuenta pero que, justamente, deben ser reconocidos y valorados por el trabajo del gestor.
CA: Claro. Hablando de valores, muchas veces, y con una suerte de idea ligada a la cultura como algo adentro de una torre de cristal, fuera de todas las condiciones económicas de producción cultural, se confunde esto. Me acuerdo cuando fue la discusión en Diputados sobre el tema de las asignaciones especiales. La diputada Romina del Plá, del Partido Obrero, dijo que no podía hablar de temas culturales porque la cultura no tiene nada que ver con la economía, y por ahí estaba confundiendo un par de cuestiones que tenían que ver con la viabilización de una producción cultural y simbólica que está, de muchas maneras, metida en la cuestión económica.
VD: Sí. Es, para nosotros, un campo relativamente nuevo, podríamos decir. Qué tristeza escuchar eso, porque la cultura atraviesa absolutamente todas las áreas de nuestras vidas y, de hecho, el área de cultura debería poder juntarse con cualquier otra área gubernamental para definir decisiones políticas que van a afectar específicamente a los grupos situados que no se tienen en cuenta al diseñar estas políticas y que tienen que ver con cuestiones culturales puntualmente, que son las que definen el cotidiano y el modo de ser y vivir de cada grupo.
CA: Hace mucho tiempo vos venís trabajando en una propuesta que se llama En la Mira, que se trata de crear una especie de corpus de textos críticos de la producción cultural. Esto también es importante para la generación de un campo mucho más amplio y, además, con otras perspectivas.
VD: Justamente este año cumplimos diez años de ediciones. Es un trabajo sostenido a pulmón, grupal, y con el apoyo de la Facultad de Arte y Diseño de la Universidad Nacional de Misiones. Pero es un quehacer necesario – ese reflexionar crítico constante sobre nuestras prácticas y sobre determinados sucesos que van afectando nuestras vidas en general y que no tienen que ver solamente con manifestaciones artísticas. Para nosotros es una labor necesaria que tiene que continuar, aunque sea en diferentes formatos.
CA: Vos sabés que han desaparecido de los diarios – de los medios gráficos fundamentalmente, y supongo que también de los portales de internet – las secciones culturales, que en algún momento alimentaban esta posibilidad de hacer reseñas de libros, generar discusiones sobre determinadas propuestas estéticas, y lamentablemente han quedado marginadas a otros sectores que están también circulando por internet pero que no forman parte de ese registro del medio gráfico.
VD: Qué bueno que me lo mencionás, porque los últimos de los que tengo registro en los grandes periódicos de nuestra provincia, los últimos textos críticos, culturales, con una clave muy semiótica nos los ha dado la Dra. Ana Camblong, que varios de nosotros conocemos. Después, también, pensábamos que los suplementos dominicales se limitaban a informar e incluían alguna que otra entrevista, pero, como decís vos, hay valoraciones críticas que dejaron de estar ya en la prensa gráfica.
CA: ¡Hoy ni siquiera eso está! Digo, un corpus dentro de un medio gráfico dedicado específicamente a cultura.
VD: También es una decisión política y administrativa de cada periódico, convengamos. Pero sí es cierto que no está más la presencia de esta clase de texto para poder leerse impreso o en línea.
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CA: Yo me acuerdo de una época en la que estaba Punto Crítico en Primera Edición y estaba Sed de Cultura, que hacía Francisco Alí Brouchoud en El Territorio, y ambos incluso competían, tenían una suerte de movimiento competitivo en discusiones estéticas y ligadas a políticas culturales y a discusiones sobre la producción cultural. Todo eso ha desaparecido, quizás, y es importante que se vuelva a repensar ese tipo de cuestiones.
VD: Qué bueno que lo mencionás a Francisco, porque el suplemento Sed de Cultura, que funcionó entre 1999 y 2000, fue increíble. La calidad y diversidad de campos que abordaba era impresionante, y lo podías tener cada domingo. Hoy esa posibilidad no está, y siempre se está relegando cada vez más a la academia cuestiones que, en realidad, tienen que circular para todos, y no solo para los que están estudiando en la universidad.
CA: ¡Claro! Este programa está destinado a aquellos que pueden pensarse o pensar como productores culturales o productores en los diferentes lenguajes que tengan que ver no solo con lo artístico, sino también con lo social y comunitario, con las identidades y eso. Un colectivo, una persona, o un grupo que tenga un proyecto y quiera desarrollarlo, ¿por dónde o por qué camino decís vos que tendría que transitar?
VD: Depende del enfoque del proyecto. Para darte un ejemplo que me parece importante, uno de los grupos con los que trabajamos ahora en la Diplomatura tiene un proyecto que está muy interesante y que no ataña solamente a cultura, sino que se cruza con acción social y también ecología. Entonces, en ese reconocer de línea, cómo se cruza lo comunitario y colectivo, hay que ser muy inteligente y saber por dónde canalizar la posibilidad de que ese proyecto se efectúe y que se pueda sostener en el tiempo.
A veces nos limitamos solamente a buscar el apoyo de Cultura, que es una de las áreas más vapuleadas por cualquier gobierno a cualquier nivel, que podría tranquilamente hacer lazos con otras áreas que, por ahí, tienen una incidencia comunitaria más fuerte. No es la idea o el imaginario, que muchas veces se comparte, de que cultura es solamente entretenimiento. No es así. Hay varias líneas de trabajo colectivo posible entre áreas, y también entre agentes – lo que me parece fundamental.
CA: Establecer redes, ¿no?
VD: Establecer redes y reconocerse. Los agentes gubernamentales tienen que empezar a reconocer a los agentes independientes y hay que empezar a trabajar en conjunto, al menos en nuestro territorio misionero. Me parece que sería mucho más fructífero y, además, se lograrían cosas magníficas.
CA: Claro. Bueno, muchísimas gracias por esta entrevista, Valeria. Seguiremos charlando más adelante, seguramente, con otro tipo de propuestas y temáticas que tienen que ver con esto. Por un lado, la construcción de un público, y por otro, dar herramientas a la gente dentro del campo cultural – para que, como vos decís, atraviesen y sean transversales a otra serie de áreas para generar sus proyectos y sus productos.
VD: Gracias a usted, Café, por la oportunidad, y seguramente vamos a seguir hablando.
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Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba adonde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan que el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo. El viajero hizo bien, porque todos los americanos deben querer a Bolívar como a un padre. A Bolívar, y a todos los que pelearon como él porque la América fuese del hombre americano. A todos: al héroe famoso, y al último soldado, que es un héroe desconocido. Hasta hermosos de cuerpo se vuelven los hombres que pelean por ver libre a su patria.
Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía. En América no se podía ser honrado, ni pensar, ni hablar. Un hombre que oculta lo que piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado. Un hombre que obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno, no es un hombre honrado. Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado. El niño, desde que puede pensar, debe pensar en todo lo que ve, debe padecer por todos los que no pueden vivir con honradez, debe trabajar porque puedan ser honrados todos los hombres, y debe ser un hombre honrado. El niño que no piensa en lo que sucede a su alrededor, y se contenta con vivir, sin saber si vive honradamente, es como un hombre que vive del trabajo de un bribón, y está en camino de ser bribón. Hay hombres que son peores que las bestias, porque las bestias necesitan ser libres para vivir dichosas: el elefante no quiere tener hijos cuando vive preso, la llama del Perú se echa en la tierra y se muere cuando el indio le habla con rudeza o le pone más carga de la que puede soportar. El hombre debe ser, por lo menos, tan decoroso como el elefante y como la llama. En América se vivía antes de la libertad como la llama que tiene mucha carga encima. Era necesario quitarse la carga o morir.
Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados. Estos tres hombres son sagrados: Bolívar, de Venezuela; San Martín, del Río de la Plata; Hidalgo, de México. Se les deben perdonar sus errores, porque el bien que hicieron fue más que sus faltas. Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz.
Bolívar era pequeño de cuerpo. Los ojos le relampagueaban, y las palabras se le salían de los labios. Parecía como si estuviera esperando siempre la hora de montar a caballo. Era su país, su país oprimido, que le pesaba en el corazón, y, no le dejaba vivir en paz. La América entera estaba como despertando. Un hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie más que a sí mismos, y los pueblos tienen muchos hombres, y no pueden consultarse tan pronto. Ese fue el mérito de Bolívar, que no se cansó de pelear por la libertad de Venezuela cuando parecía que Venezuela se cansaba. Lo habían derrotado los españoles, lo habían echado del país. Él se fue a una isla, a ver a su tierra de cerca, a pensar en su tierra.
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Un negro generoso lo ayudó cuando ya no lo quería ayudar nadie. Volvió un día a pelear, con trescientos héroes, con los trescientos libertadores. Liberó a Venezuela. Liberó a la Nueva Granada. Liberó al Ecuador. Liberó al Perú. Fundó una nación nueva, la nación de Bolivia. Ganó batallas sublimes con soldados descalzos y medio desnudos. Todo se estremecía y se llenaba de luz a su alrededor. Los generales peleaban a su lado con valor sobrenatural. Era un ejército de jóvenes. Jamás se peleó tanto, ni se peleó mejor, en el mundo por la libertad. Bolívar no defendió con tanto fuego el derecho de los hombres a gobernarse por sí mismos como el derecho de América a ser libre. Los envidiosos exageraron sus defectos. Bolívar murió de pesar del corazón, más que de mal del cuerpo, en la casa de un español en Santa Marta. Murió pobre, y dejó una familia de pueblos.
México tenía mujeres y hombres valerosos que no eran muchos, pero valían por muchos: media docena de hombres y una mujer preparaban el modo de hacer libre a su país. Eran unos cuantos jóvenes valientes, el esposo de una mujer liberal, y un cura de pueblo que quería mucho a los indios, un cura de sesenta años. Desde niño fue el cura Hidalgo de la raza buena, de los que quieren saber. Los que no quieren saber son de la raza mala. Hidalgo sabía francés, que entonces era cosa de mérito, porque lo sabían pocos. Leyó los libros de los filósofos del siglo dieciocho, que explicaron el derecho del hombre a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía. Vio a los negros esclavos y se llenó de horror. Vio maltratar a los indios, que son tan mansos y generosos, y se sentó entre ellos como un hermano viejo, a enseñarles las artes finas que el indio aprende bien: la música, que consuela; la cría del gusano, que da la seda; la cría de la abeja, que da miel. Tenía fuego en sí, y le gustaba fabricar: creó hornos para cocer los ladrillos.
Le veían lucir mucho de cuando en cuando los ojos verdes. Todos decían que hablaba muy bien, que sabía mucho nuevo, que daba muchas limosnas el señor cura del pueblo de Dolores. Decían que iba a la ciudad de Querétaro una que otra vez, a hablar con unos cuantos valientes y con el marido de una buena señora. Un traidor le dijo a un comandante español que los amigos de Querétaro trataban de hacer a México libre. El cura montó a caballo, con todo su pueblo, que lo quería como a su corazón; se le fueron juntando los caporales y los sirvientes de las haciendas, que eran la caballería; los indios iban a pie, con palos y flechas, o con hondas y lanzas. Se le unió un regimiento y tomó un convoy de pólvora que iba para los españoles. Entró triunfante en Celaya, con músicas y vivas. Al otro día juntó el Ayuntamiento, lo hicieron general, y empezó un pueblo a nacer. Él fabricó lanzas y granadas de mano. Él dijo discursos que dan calor y echan chispas, como decía un caporal de las haciendas. Él declaró libres a los negros. Él les devolvió sus tierras a los indios. Él publicó un periódico que llamó El Despertador Americano.
Ganó y perdió batallas. Un día se le juntaban siete mil indios con flechas, y al otro día lo dejaban solo. La mala gente quería ir con él para robar en los pueblos y para vengarse de los españoles. Él les avisaba a los jefes españoles que si los vencía en la batalla que iba a darles los recibiría en su casa como amigos. ¡Eso es ser grande! Se atrevió a ser magnánimo, sin miedo a que lo abandonase la soldadesca, que quería que fuese cruel. Su compañero Allende tuvo celos de él, y él le cedió el mando a Allende. Iban juntos buscando amparo en su derrota cuando los españoles les cayeron encima. A Hidalgo le quitaron uno a uno, como para ofenderlo, los vestidos de sacerdote. Lo sacaron detrás de una tapia, y le dispararon los tiros de muerte a la cabeza. Cayó vivo, revuelto en la sangre, y en el suelo lo acabaron de matar. Le cortaron la cabeza y la colgaron en una jaula, en la Alhóndiga misma de Granaditas, donde tuvo su gobierno. Enterraron los cadáveres descabezados. Pero México es libre.
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San Martín fue el libertador del Sur, el padre de la República Argentina, el padre de Chile. Sus padres eran españoles, y a él lo mandaron a España para que fuese militar del rey. Cuando Napoleón entró en España con su ejército, para quitarles a los españoles la libertad, los españoles todos pelearon contra Napoleón: pelearon los viejos, las mujeres, los niños; un niño valiente, un catalancito, hizo huir una noche a una compañía, disparándole tiros y más tiros desde un rincón del monte. Al niño lo encontraron muerto, muerto de hambre y de frío; pero tenía en la cara como una luz, y sonreía, como si estuviese contento. San Martín peleó muy bien en la batalla de Bailén, y lo hicieron teniente coronel. Hablaba poco, parecía de acero, miraba como un águila. Nadie lo desobedecía: su caballo iba y venía por el campo de pelea, como el rayo por el aire. En cuanto supo que América peleaba para hacerse libre, vino a América. ¿Qué le importaba perder su carrera, si iba a cumplir con su deber?
Llegó a Buenos Aires, no dijo discursos, levantó un escuadrón de caballería. En San Lorenzo fue su primera batalla: sable en mano se fue San Martín detrás de los españoles, que venían muy seguros tocando el tambor, y se quedaron sin tambor, sin cañones, y sin bandera. En los otros pueblos de América los españoles iban venciendo: a Bolívar lo había echado Morillo, el cruel de Venezuela; Hidalgo estaba muerto; O’Higginds salió huyendo de Chile; pero donde estaba San Martín siguió siendo libre la América. Hay hombres así, que no pueden ver esclavitud. San Martín no podía; y se fue a libertar a Chile y al Perú. En dieciocho días cruzó con su ejército los Andes altísimos y fríos. Iban los hombres como por el cielo, hambrientos, sedientos. Abajo, muy abajo, los árboles parecían yerba, los torrentes rugían como leones.
San Martín se encuentra al ejército español y lo deshace en la batalla de Maipú, lo derrota para siempre en la batalla de Chacabuco. Libera a Chile. Se embarca con su tropa, y va a liberar al Perú. Pero en el Perú estaba Bolívar, y San Martín le cede la gloria. Se fue a Europa triste, y murió en brazos de su hija Mercedes. Escribió su testamento en una cuartilla de papel, como si fuera el parte de una batalla. Le habían regalado el estandarte que el conquistador Pizarro trajo hace cuatro siglos, y él le regaló el estandarte en el testamento al Perú. Un escultor es admirable, porque saca una figura de la piedra bruta, pero esos hombres que hacen pueblos son como más que hombres. Quisieron algunas veces lo que no debían querer; pero ¿qué no le perdonará un hijo a su padre? El corazón se llena de ternura al pensar en esos gigantescos fundadores. Esos son héroes; los que pelean para hacer a los pueblos libres, o los que padecen en pobreza y desgracia por defender una gran verdad. Los que pelean por la ambición, por hacer esclavos a otros pueblos, por tener más mando, por quitarle a otro pueblo sus tierras, no son héroes, sino criminales.
Comparar precios y ahorrar tiempo de compra son dos de los factores más atractivos en estos tiempos acelerados e instantáneos, donde una economía compleja forma un cuello de botella en la adquisición de, por ejemplo, libros. Pero la venta por internet posee otra ventaja, que es el estudio del catálogo de las editoriales y la compra de ejemplares desde los rincones más apartados del planeta.
Misiones posee muy pocas librerías. Esa dificultad para acceder al libro en la provincia pueden resolverlas las plataformas en línea.
Todo comenzó antes de la pandemia, pero este azote avivó el fuego de la digitalización del comercio editorial. Las ventas en línea crecieron exponencialmente. Según la Cámara Argentina de Comercio Electrónico (CACE), en 2021 el 77% de las empresas consultadas festejaron un 20% de crecimiento de las compras de sus productos a través de internet en comparación con 2020. Ha mejorado la logística y ahora el lector se puede acercar a sus libros desde cualquier lugar de la provincia, del país, y del mundo. Esto cabe celebrarlo, no solo por la comodidad que esto supone, sino también porque consolida un avance inédito en Misiones. Con las publicaciones de la editorial independiente NEACONATUS Ediciones en ComprasMisiones.com.ar, se apuesta a seguir con este proceso y aportar al crecimiento de este sector.
Vamos a repasar en un breve tutorial cómo efectuar estas compras digitales en pocos y sencillos pasos.
Tomando como ejemplo El Club de las Señoras Desinformadas de María Tresols (cuya reseña fue publicada en MisionesCultural días atrás), avanzaremos en el proceso de compra hasta llegar al momento de la transacción final. Una vez terminado el proceso, quien haya encargado este libro (o cualquiera de los otros dos publicados por NEACONATUS en la página), podrá tenerlo en la puerta de su casa al cabo de unos días, sin necesidad de acudir a lugar alguno excepto a su computadora.
Paso 1. Entrar a ComprasMisiones.com.ar
Para comenzar el proceso de registro en ComprasMisiones.com.ar, lo primero que se debe hacer es ingresar a la página y apretar el botón que dice “Iniciar sesión.”
Paso 2. Comenzar el proceso de registro
Este botón nos llevará al formulario de inicio de sesión. Como todavía no tenemos un correo y contraseña para iniciar sesión, tendremos que apretar el botón que dice “¿No tiene una cuenta? Cree una aquí.”
Paso 3. Completar el formulario
El botón nos llevará a un formulario que tendremos que completar para registrarnos. En él se nos pregunta si queremos ser tratados como Señor o Señora, nuestro nombre y apellido, un correo electrónico, una contraseña a elección nuestra y, opcionalmente, podremos también agregar nuestra fecha de nacimiento y elegir recibir novedades de ComprasMisiones.com.ar y/o de sus socios a través del correo que proporcionamos. Al completar todo lo que se nos pide, debemos apretar el botón que dice “Guardar,” ubicado al final del formulario.
Paso 4. Asegurarse de que todo esté en orden
Para asegurarnos de que el proceso de registro se completó exitosamente, tenemos que fijarnos en dos cosas. Primero, que nuestro nombre aparezca en la página inicial de ComprasMisiones.com.ar, adonde antes decía “Iniciar sesión.” Que nuestro nombre aparezca allí significa que hemos iniciado sesión exitosamente, por lo que ya podremos hacerlo en el futuro usando los datos que proporcionamos, cuantas veces queramos y desde donde sea.
Segundo, debemos comprobar si nos llegó un correo de bienvenida a la dirección de correo electrónico que proporcionamos durante la etapa de registro. Este correo de bienvenida luce algo así:
Leé los consejos de seguridad allí mencionados y procurá guardar siempre tus datos de inicio de sesión de forma segura.
Paso 5. Buscar lo que quieras comprar
Hay varias formas de encontrar productos interesantes en ComprasMisiones.com.ar, libros incluidos. Una de las más fáciles es usando el cuadro de búsqueda que aparece en la página inicial.
A medida que se escribe en ese cuadro y en base a lo que se escriba, la página te sugerirá resultados y te listará sus precios. En este tutorial queremos comprar El Club de las Señoras Desinformadas, por lo que lo buscaremos escribiendo el nombre del libro en el cuadro de búsqueda y, una vez nos aparezca el libro como sugerencia (vemos que vale $1.800), haremos click en él.
Paso 6. Agregar el producto al carrito
Antes de continuar, nos tenemos que asegurar de que el producto está en stock: si debajo del título del producto aparece un recuadro verde que dice “In Stock” (como en la imagen), entonces podremos proseguir colocando al producto en nuestro carrito de compras. De la misma forma que pasa cuando vamos a un supermercado, las tiendas en línea también tienen un “carrito de compras” digital en el que el usuario puede ir colocando los productos que quiere comprar. En ComprasMisiones.com.ar, el botón para agregar un producto al carrito de compras dice “Comprar” al lado del ícono de un carrito. Para seguir con el proceso de compra de El Club de las Señoras Desinformadas, tendremos que apretarlo y agregar el producto a nuestro carrito de compras digital.
Paso 7. Confirmar la compra
Una vez agreguemos el producto a nuestro carrito, tendremos que confirmar nuestra compra haciendo click en el botón naranja que dice “Pagar,” que, como su nombre lo indica, empezará el proceso de pago.
Paso 8. Rellenar los datos de facturación y envío
Para continuar, tendremos que apretar el botón que dice “Pasar por caja.”
Esto nos llevará a una página con varias secciones: Datos Personales, Direcciones, Métodos de Envío, y Pago. Cada sección trae un formulario. Tendremos que completar cada formulario con los datos que se pidan para poder facilitar la entrega. Una vez lleguemos a la sección de “Métodos de Envío,” podremos elegir si retirar el producto en la sede de Misiones Online (ubicada en el sexto piso de Coronel López 2138, en la ciudad de Posadas), o bien usar MercadoEnvíos para que el producto nos llegue a la puerta de nuestra casa. Si se decide retirarlo en la sede de Misiones Online, el envío será generalmente gratis. De lo contrario, costará un porcentaje que depende del precio del producto original, sus dimensiones, y la distancia que el mandado debe recorrer, entre otros factores.
La cuarta y última sección es “Pago,” dedicada a los datos de facturación finales. Después de elegir si pagar digitalmente a través de MercadoPago, o bien en efectivo a contra reembolso al retirar el producto en la sede de Misiones Online, nos debemos asegurar bien que todos los datos listados sean los correctos antes de confirmar por última vez nuestra compra. Si creemos que sí son correctos, podremos dar fin al proceso haciendo click en el botón que dice “Pagar.”
Paso 9. ¡A esperar!
Una vez terminado el proceso, te llegará un correo electrónico confirmando tu compra y avisándote cuándo podrás esperarlo en tu casa o retirarlo en las oficinas de Misiones Online. ¿Querés recorrer el catálogo de libros de ComprasMisiones.com.ar? Hacé click acá. ¿Tenés dudas? Contactate con ComprasMisiones.com.ar enviando un mensaje al +54 9 376 413-1587 o bien enviando un correo electrónico a compras@misionesonline.net
Era la noche antes de Nochebuena y una madre estaba arropando a su hijo. “Mamá,” le comenzó a decir el niño, que parecía reticente a dejar que el día se escabulla por entre sus dedos. “Yo ya sé qué voy a ser cuando sea grande.”
Su madre le sonrió con dulzura. “¿Qué vas a ser cuando seas grande?” le preguntó.
“Voy a ser Papá Noel,” le dijo el niño. “Voy a entregarle regalos a todos, tengan la edad que tengan. Voy a treparme en las chimeneas y dejarme caer hasta que vea las luces de un árbol. Eso voy a hacer cuando sea grande.”
Su madre desvió la mirada hacia la ventana de al lado de la cama. El calor de la noche no lograba entrar por sus hendijas, pero la oscuridad sí, tan abrasante en su misterio como también protectora, exhibiendo las estrellas como pequeñas fugacidades sin igual. A la madre esa noche le recordaba a su niñez, cuando salía a veces con su padre a contar historias mientras caminaban alrededor de la cuadra, después de que cualquier rayo de luz haya desaparecido. “Yo también quería ser Papá Noel cuando tenía tu edad,” le dijo la madre a su hijo después de unos segundos.
“Pero vos no podés ser Papá Noel,” le dijo el niño. “Sos nena. Papá Noel es nene.”
La madre lo miró exasperada. “No,” le contestó, y su hijo frunció inmediatamente sus cejas. “Sé que no tenés razón porque yo sí sé ser Papá Noel, aunque sólo por una noche,” le dijo, y los ojos del niño se abrieron tan grandes como las preguntas que empezaban a cultivarse dentro de su cabeza.
“¿Cómo? ¡Pero cómo!” exclamó el pequeño, intentando ordenar sus palabras para saber más pero fallando estrepitosamente. Sus piernas y brazos se empezaron a mover incesantes, emocionados por las posibilidades, mientras su madre intentaba conservar aunque sea un poco de la anterior escena, tan calma y serena. Pero sus intentos probaron ser inútiles: al cabo de unos momentos el niño ya estaba sentado en la cama, casi que saltando.
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La miraba atento, como diciéndole sin palabra alguna que quería oír más detalles. Todos los detalles, de hecho. Primero creyó haber cometido un error, presa del cansancio acumulado, pero casi al instante la madre se dio cuenta de que aquello le agradaba. Sin querer había creado una conexión tan engañosamente profunda, decorada por las luces distantes que adornaban las casas vecinas y que entraban por esa ventana, cada vez más mágica, como hadas de infinitos colores posándose por doquier.
Empezó entonces a contarle los detalles. “Tenía diez años,” dijo. El niño se había ya acomodado en la cama, listo para escucharlo todo. “Era la noche anterior a Nochebuena, un día como hoy, cuando salimos con mi papá a contarnos historias alrededor de la cuadra. En un momento yo le conté lo que vos me contaste a mí, que yo quería ser Papá Noel.”
El niño, atento, asintió. “Sí,” dijo. “Eso te conté yo.”
“Él no me dijo que yo no podía ser Papá Noel,” continuó su madre, dejando que las palabras se confundieran con su sonrisa. “Al contrario, me dijo que esa misma noche él me ayudaría a serlo.” Y así fue en realidad. Su padre era el equivalente de un payaso pero para personas serias: adonde quiera que vaya, una sonrisa se tornaba en una mueca de enojo e impotencia. Esa cualidad le venía bien para su trabajo, pero no tanto para las relaciones que requerían un poco de distención y honesta alegría. Para toda regla, sin embargo, hay una excepción, y la excepción de ese hombre era su hija de diez años. La luz de su alma y la alegría de sus días.
Cuando estaba trabajando, lo hacía con la esperanza de volver a su casa y poder caminar alrededor de la cuadra con ella, como siempre. Preparaba historias, las pensaba en su cabeza y las armaba con la delicadeza de un escultor mientras las fotocopias salían de la máquina una tras otra y las salas de conferencias se llenaban y vaciaban. Cuando estaba con su hija, compartiendo esas historias al fin y viajando con ella a mundos lejanos con los pies aun en la tierra, encontraba satisfacción al pensar que no quería estar en ningún otro lugar ni en ningún otro momento. Su hija era su mundo, y como sucede muchas veces, también él era el mundo para ella.
Una noche, la noche antes de Nochebuena, la hija le transmitió su deseo de convertirse en Papá Noel cuando creciese. Su padre la miró con ojos delicados. Le creía; realmente creía que eso podía pasar de verdad, incluso más que la propia niña. “Recuerdo que yo también quería lo mismo cuando era niño,” le respondió. “Una vez se lo dije a mi padre y él decidió no responderme.” Ambos estaban tomados de la mano, caminando lentamente hacia la siguiente esquina. Con cada paso más cerca de su casa, más lento movían las piernas, más lento apoyaban sus pies. Querían que todo eso durase para siempre, pero ninguno lo decía. No era necesario. “Entonces decidí ser Papá Noel por mí mismo,” recordó el hombre.
Y así fue en realidad. Después de expresarle ese deseo a su padre, que lo escuchó sentado en el viejo sillón de madera instalado en el patio delantero de su vivienda, su padre bajó la cabeza y la movió hacia unos lados. Un profundo suspiro no tardó en llegar, tan profundo como cada una de sus pequeñas decepciones. No soportaba que su hijo sea así, ya se lo había dicho. Ya lo habían hablado. Papá Noel no era real y no iba a haber ningún árbol de Navidad. En ese momento el hombre fingió entereza y no le contestó nada a su hijo, pero lo cierto es que él esa noche se fue a dormir junto a su esposa y no pudo sino dejar caer algunas lágrimas. Él solo, sin contárselo a nadie. En medio de la noche, miró a través de su ventana a las estrellas que colgaban del cielo nocturno, y se encontró deseando que apareciese un árbol de Navidad en la casa, y que apareciesen regalos algún día debajo de él. Después, rindiéndose ante la inocencia, deseó que la comida rica y constante también lo haga algún día sobre la mesa.
Ya había hablado con su hijo sobre ello, pero con cada charla el dolor crecía y crecía, y ahora ya era muy agudo como para aguantarlo todo el día. Así que esa noche dejó que los recuerdos de una mejor vida tranquilicen un poco su ánimo, aunque esa mejor vida nunca haya existido. Se dejó llevar por ellos, como si fueran canciones de cuna, y se durmió lagrimeando, silenciosamente rogando. A la mañana siguiente salió a trabajar, y en su mejilla no había ya ninguna lágrima más.
Eso fue a la madrugada. Cerca del mediodía, su hijo salió de la escuela y se dirigió a la casa campestre que compartía con su padre y madre. Había encontrado algo en el camino: una piedra en forma de corazón. Apenas abrió la puerta se dirigió a la cocina, donde sabía que su madre estaría ultimando los detalles para un almuerzo de solo uno o dos ingredientes. “Mamá,” le comenzó a decir. “Mirá lo que encontré.” Extendió sus dos manos para mostrarle la piedra, que descansaba entre ambas como una ofrenda de paz para una guerra ficticia. Su madre se dio vuelta para apreciarla mejor. Inquisitiva, se limpió una mano en su delantal y la tomó despacio de las manos de su hijo. “Pero qué forma tan interesante,” dijo. “Nunca había visto una piedra que se pareciese tanto a un corazón.” Su hijo asintió, dejando ir una leve carcajada. “Sí, ya sé. Yo tampoco.”
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“¿La vas a guardar?” le preguntó su madre, tal vez solo para seguir hablando un poco más con su hijo y, de paso, distraerse de todo lo demás. “Puede ser, pero tengo una idea,” le contestó él. “¿Me ayudás?”
El niño tomó la piedra con una mano y con la otra agarró el brazo de su madre, obligándola juguetonamente a seguirlo. Antes de que ella pudiera notarlo, ya la había enviado al patio delantero, justo al lado del viejo sillón de madera donde su padre siempre se sentaba para mirar a lo lejos todos los días.
“Necesito algo para envolverla,” le dijo el niño a su madre.
“¿Envolverla?” le preguntó ella. “¿Para qué querés envolver una piedra?”
Su hijo le sonrió y empezó a saltar para liberar toda la energía de su interior. “Quiero regalársela a papá,” le contó, dejando ir a la frase como si fuera un secreto que cambiaría la vida de cualquiera para siempre. “¡Se me ocurrió apenas la vi!” exclamó, con la emoción inmiscuyéndose en su voz. “¿Tenés algo que pueda servir?”
Su madre pensó, y pensó con muchas ganas, pero no logró dar con nada que sirviese. En aquella casa nunca había habido regalos, y mucho menos había habido envolturas. “Mi amor, no hay nada para eso. ¿Por qué no se la dejás así nomás?” dijo. “Seguro que a tu papá le va a gustar igual.”
Pero el niño ya no estaba escuchándole: estaba enfocado en algo más. Había bajado su cabeza por un momento y lo había visto, como un rayo de ingenio atravesándole todo el cuerpo. Estaba allí, frente a él, la respuesta a sus plegarias. Pasaron unos segundos hasta que encontró la forma adecuada para pedírselo. “Tu delantal puede servir, ¿no decís?”
La madre se enfocó en su delantal. Los patrones floreados que lo decoraban eran los que habían hecho que su madre, la abuela del niño, lo comprara inicialmente. A la abuela le encantaban las flores, y ahora su hija lo había heredado. Era la primera vez en mucho tiempo que lo miraba detenidamente, aunque sea por solo un segundo. Los recuerdos volvieron a ella como ráfagas de viento en una tormenta. Miró a su hijo nuevamente. No fue necesaria palabra alguna para que este supiera la respuesta. La mujer colocó sus brazos tras su espalda y, de forma ceremoniosa, desató el nudo que mantenía al delantal firme contra su cuerpo. Lo llevó por arriba de su cabeza y, después de doblarlo en dos con admirable habilidad y rapidez, lo colocó sobre el sillón de madera.
Tampoco necesitaron palabras para que el niño sepa dónde poner la piedra y cómo envolverla con el delantal. Al cabo de un momento, el regalo estaba listo y puesto ya en su lugar. Ahora solo restaba esperar, y ambos esperaron.
Pasó una hora hasta que el padre llegó al hogar. Su sola presencia, se decía, podía llenar de compañía a una habitación vacía, pero había pasado mucho tiempo desde que eso había pasado por última vez. Desde hace bastante que una parte del hombre lo había abandonado, víctima de un constante cansancio y de una distancia instalada a lo largo de años y años de duro trabajo y malas noticias. Una vida rutinaria de días que se iban fusionando unos con otros y sentimientos tan apaciguados como los eran fuertes y con ganas de salir y expresarse libremente. Ese día, sin embargo, no era como los demás.
El hijo y su madre se hallaban parados en el patio delantero cuando el padre abrió la cerca que separaba a la casa de una estrecha calle de tierra, un tanto confundido por la presencia de ambos allí. Era algo fuera de lo normal, fuera de la rutina tan minuciosa y cada vez menos sentida. Avanzó hasta su esposa y la besó. A su hijo le dijo “qué tal, campeón,” y le sacudió el pelo con su mano. Intentó seguir su camino, listo para dejar sus cosas en la casa y aprovechar un poco su descanso, pero ninguno lo dejó ir más allá que el umbral de la puerta principal.
Miró a su esposa, después miró a su hijo. Ninguno dejó ir palabra alguna, y el silencio llegó a ser tal que el hombre se empezó a cuestionar si se suponía debía o no decir algo. Pero no, al final no. Cuando miró a su hijo por segunda vez, su expresión infantil lo delató a más no poder. “Papá Noel, papá,” le dijo al fin, agarrando el bollo de delantal y mostrándoselo a su padre. Él no lo había notado hasta que lo tuvo justo frente a sí, y a partir de allí ya no supo cómo reaccionar. Todo se estaba desviando tanto del curso normal de las cosas que lo normal estaba perdiendo todo significado. El hombre decidió permanecer callado. Tantas preguntas tenía dentro de sí que prefirió tan solo dejarse llevar.
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Cuidadosamente, desenvolvió el bollo. Dentro vio la piedra, que ahora se parecía a un corazón incluso más que antes. La agarró entre sus manos y miró a su hijo, que tenía los ojos bien abiertos y una sonrisa que le cubría casi media cara. Miró a su esposa, y su mirada le transmitió tanta paz como le había transmitido la vez que se conocieron, en aquella cena con amigos. Miró a la piedra, de nuevo, y sin ser de noche ni tampoco estando solo, lagrimeó una vez más.
Al final, y por más que pareciese nunca acabarse, el recorrido alrededor de la cuadra terminó en la puerta de la casa, como siempre lo hacía tarde o temprano. La niña y el padre, todavía tomados de la mano, se habían contado historia tras historia, pero la niña se había quedado pensando más bien en tan solo una, la de la piedra en forma de corazón. En el transcurso de su caminata había aprovechado para preguntarle a su padre varias veces si era cierta o no, y el padre cada vez le contestaba que sí, que lo era. Pero la niña permanecía igualmente dubitativa, así que decidió preguntárselo una vez más.
“Papá,” empezó a decir. “¿Estás seguro de que la historia de la piedra es de verdad?”
“Sí,” le contestó su padre, tan paciente como siempre lo era con ella.
“Papá,” repitió la niña. “¿Podría entonces yo ser Papá Noel?”
El papá hizo una mueca y pensó. “Esta misma noche te voy a ayudar a serlo,” dijo, produciendo una sonrisa sin igual en la cara de su hija. “Pero sólo va a funcionar si podés esperar un poco.”
“Esperaré todo lo que haga falta,” le contestó ella.
Eran casi las once. Nochebuena estaba a un día de distancia, pero ni el niño ni su madre lo pensaron cuando ella terminó de contarle su historia. Él ya no estaba en la cama, ni tampoco ella estaba sentada a sus pies. Estaban en el comedor, con los chirridos de los grillos oyéndose a lo lejos y la noche entrando a la habitación por la puerta de vidrio al fondo de todo, alumbrada de vez en cuando por un inmenso árbol de Navidad que la familia había instalado unas semanas atrás. Sobre la mesa del comedor descansaba un bollo de tela.
“¿Qué es esto?” le preguntó el niño a su madre.
“Es lo que necesitás para convertirte en Papá Noel,” dijo la madre.
El niño se levantó de la silla y empezó a saltar impaciente. “¿Puedo ser Papá Noel? ¿En serio?”
“En serio,” le contestó su madre, armoniosa, mientras empezaba de a poco a abrirse paso por entre la tela del bollo. “Pero solo si esperás un poco.”
NEACONATUS es una revista virtual nacida en Misiones, inicialmente para difundir e incentivar la literatura del NEA argentino. Hoy acredita una circulación iberoamericana.
Buscó desde sus inicios, en 2020, crear un espacio para la crítica y reseñas de obras, promover novedades y criterios de las escritoras y escritores, sus proyectos, dificultades, y sus inquietudes. Restaurar visibilidad, generar nuevos públicos. Es una publicación abierta a todos aquellos y aquellas que, aun teniendo en cuenta que la literatura no redimirá este mundo, insisten ilusionarse con una eventual posibilidad de cambio. Fueron sus gestores iniciales los escritores Alberto Szretter y Carlos Piegari.
Y de esta revista digital surgió una pequeña editorial independiente: “NEACONATUS Ediciones.” En esa fase se integró María Tresols como editora, correctora y autora.
Abrió fuego una publicación lograda gracias a la convocatoria FIC (Fomento para Industrias Culturales de Misiones). Quince autores misioneros jóvenes fueron convocados para esta antología, que recibió el nombre de “NEACONATUS JAM” y que incluye los siguientes relatos:
1. Ay, Carmencita, de María Tresols (Oberá)
2. Poemas, de Florencia Melnechuk (Posadas)
3. Perros a la Madrugada, de Nahuel Vogel (Puerto Rico)
4. Poemas (In Memoriam), de Graciela Malagrida (Posadas)
5. Poemas, de Dalila Goralewski (Puerto Rico)
6. Sueños, de Alexis Rafstopolo (Posadas)
7. Guía para Sobrevivir, de Jennifer G. Eichberger (Posadas)
8. ¿Qué es la Soledad?, de Fran Linares (Posadas)
9. Caigo, de Fabricia A. Maidana (Aristóbulo del Valle)
10. El Príncipe y la Maga, de Alejandra Noguera (Posadas)
11. Mensaje Nuevo, de Ludoviko Cortés Romero (Montecarlo)
12. Dos Montañas, de Juan Báez Nudelman (Posadas)
13. Poemas, de Raquel Waldow (Oberá)
14. Cuando Quede Poco Tiempo Imaginen para Siempre, de Martín Szretter (Puerto Rico)
15. El Bosque de los Fundadores, de Sebastián Borkoski (Posadas)
La escritora chaqueña Alicia Marina Rossi dijo sobre JAM:
“Leí con ganas esta selección de jóvenes escritores de Misiones. No solo por la iniciativa, el impulso, y la dación de alimento a un hambre de literatura en el norte, sino por la curiosidad; qué escriben, cómo escriben ellos, los de las tierras coloradas, los exuberantes verdes y las aguas atolondradas. Ahora les cuento algunas mínimas impresiones, no soy de andar diciendo lo que me produce la lectura, es mi mundo secreto, es mi baúl de imágenes y sensaciones. Es la habitación donde mantengo amores y odios con los escritores. No quiero ventilar nuestros diálogos de lector-escritor. Pero me vale desnudar algo, alguito, de lo sentido. Cuando leí a Graciela Malagrida escribí: «que no mueran los poetas, se oyen en el deambular de las flores, hay que saber pedir permiso para hablar de una flor en un poema sin caer en espacios comunes.» Ella lo sabía bien y no pisaba la trampa. Sucede que aunque los poetas no lo reconozcan a boca de jarro, siempre andan detrás del aroma y el polen como abejorros tras el hambre de la belleza y Graciela supo volar muy bien.
Frente a Florencia Melnechuk pensé que pasamos a un poema de aguas extremas, de palabras extremas que te dejan al borde de un abismo, que tal vez es un baldío de un iris opaco porque no estás al borde de caer, estás en la caída. Ahora voy a transitar por los cuentos, porque siempre tengo un primer amor con la poesía.
El cuento Ay, Carmencita, de María Tresols, escrito por una mujer, en primera persona, con ese yo que es un hombre. Atrevida María, todo un desafío pensar como ellos y ser creíble, porque además no siempre les creemos, a ellos digo, al personaje, si es buen narrador. Seguramente sí. Así comienza el juego del libro, con este cuento, y debo decir que la primera pieza que se movió en el tablero lo hizo con maestría, con arte.
La prosa, el relato de Raquel Waldow en Libertad, sin medias tintas, diciendo cómo son las cosas. La realidad casi nunca es poética, la poetizamos para sobrevivir, y ella nos cuenta en crudo cómo lo hace, y lo hace muy bien. La muerte de Frabicia Maidana, en Caigo, es como una liberación de la máscara de vida, como una búsqueda de la ausencia para escapar de la soledad. El cosmos onírico, los sueños como tumba de la muerte, visibilizarse con y en la muerte, la pulsión de muerte en lucha con la pulsión de vida sobre un muro de ladrillos. Con mucha velocidad y vértigo su escritura nos mata y nos revive, en simultáneo. Subirse a su muro está desafiante.”
Se suma a esta resumen el escritor Alberto Szretter, quien considera que la revista digital NEACONATUS no solo publica artículos y novedades, merodeando siempre la literatura, sino que también reseña. Y en este caso adhiere a la obra colectiva de escritores jóvenes. Porque en NEACONATUS no solo rondamos la literatura, sino que nos zambullimos en ella, la antologizamos, la editamos, la mandamos a imprimir, la presentamos y distribuimos. NEACONATUS JAM fue nuestro primer libro. Decimos “nuestro” porque sentimos que es una obra de autores jóvenes que pertenecen a nuestra provincia de Misiones, algunos conocidos y otros desconocidos para el público lector, que nunca publicaron. Por esto es que no podemos ocultar el orgullo y la satisfacción que nos posee.
Desde nuestra editorial independiente pensamos que debíamos abrir la posibilidad a los inéditos escritores/as de mostrar sus producciones. No nos acurrucamos en aquellos ya consagrados, creemos que cada creador/a tiene su estilo (que siendo jóvenes lo pueden perfeccionar), y que el estilo es, como decía Chesterton, la dignidad de la persona. Nosotros queremos agregar atrevidamente que no es únicamente la dignidad sino — tratándose de escritores/as nóveles — la “ventana abierta” a renovadas ansias de cambiar las letras misioneras y regionales, y por qué no, argentinas, sin fijarse en los críticos y en los consagrados, en las grandes editoriales que sólo publican a los que venden.
En este libro, que inicia una serie de publicaciones futuras, están Nahuel Vogel con sus insomnios y perros a la madrugada y Dalila Goralewski con versos tan sutiles que parecen impalpables. Se integra Alexis Rasftopolo, con esa noche en que Juan había soñado con un asesinato. Jennifer Eichberger nos trae una guía para sobrevivir, y Fran Linares se pregunta qué es la soledad como si fuera la filmación de una película. Alejandra Noghera Aluan nos cuenta en El Príncipe y la Maga sobre un personaje que parece decirnos que cuando escribe todo es posible.
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Redobla la apuesta Ludoviko Cortes Romero, que nos ofrece un Mensaje Nuevo con una sencilla pregunta: “si te traen una caja con todo lo que perdiste en la vida, ¿qué buscarías primero?” Juan Báez Nudelman aporta su relato Dos Montañas, sobre el mundo complejo de internet. Martín Szretter aporta el texto Cuando Quede Poco Tiempo Imaginen para Siempre, que juega con una experimentación textual donde asoman sombras filosóficas, y Sebastián Borkoski nos ofrece la elaborada propuesta El Bosque de los Fundadores. De este excelente cuento parafraseamos una línea: “Durante algunos años todo transcurría con normalidad,” con tranquilidad, con cierta bonhomía, hasta que apareció en Misiones, para la provincia y para todo el NEA y el mundo, NEACONATUS, una revista virtual de literatura que evolucionó tan exitosamente que se transformó en una editorial que lucha por mantener una cierta continuidad de publicaciones.
El diseño gráfico en NEACONATUS JAM pertenece a Susana Alonso y la asesoría visual a Sonia Abian y Graciela Hipler. La revisión y parte del prólogo contó con el trabajo profesional de Evelin Rucker. Merecen destacarse las imágenes realizadas por la artista Burbuja Abian, con deliciosos personajes que sobrevuelan el libro como brisas de poesía susurrada al viento. La editorial independiente NEACONATUS avanza a tranco lento, tanteando el terreno, porque produce libros en tierras cenagosas, donde es difícil consolidar un mercado editorial regional.
Dibujos Urgentes ofrece una experiencia distinta para el lector pero con las características que definen a la literatura regional. Abarca un espacio temporal de tres años. Comienza en nuestro año más difícil: 2020, un año de pandemia y reducción a las capacidades de la mano. Protagonismo entonces de la herramienta: el lápiz. Inicia con un planteo conceptual de “encierro.” Aquí tenemos el lápiz-casa, el libro-casa, los dibujos que documentan el paso del tiempo, los libros leídos, las luchas y fechas importantes de nuestra historia reciente. En muchos dibujos se referencian obras de artistas como René Magritte, Yayoi Kusama, o Edward Hopper, que tematizaron el aislamiento o la soledad desde otros ángulos.
Poco a poco el hilo de este relato nos va llevando hacia atrás en el tiempo, hasta un planteo más práctico donde prima la observación de un objeto, en este caso, en las construcciones que forman parte de la historia de la arquitectura occidental, avistadas en alguna ciudad del mundo el año anterior al aislamiento obligatorio. Dejamos atrás los tiempos del COVID. Ahora la función del dibujo no es el desarrollo visual de una idea personal, sino transmitir los rasgos característicos de un edificio, que pueden ser góticos, modernistas, de estilo mozárabe o funcionalistas.
Le siguen una serie de dibujos de 2018 que nos ofrecen un adentramiento en la situación de quien dibuja un bar, una mesa, una taza de café.
Todos los dibujos tienen un texto. Una fecha, un nombre, un lugar, una descripción, una reflexión. Son textos que revelan una tensión entre el decir y el no decir, entre la gestualidad del trazo y la formación de un significado. Cuando la grafía modula una palabra o frases que podemos leer y que nos dicen cosas como “amontonados estamos indefensos” o “la soledad solidaria,” que nos hablan de la experiencia del autor en pandemia, y también de la ventana desde la cual se la mira.
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Pero otras veces el trazo quiere mostrarse sólo como trazo, conservar la apariencia de un lenguaje verbal que va dibujando una escritura de literatura regional entre comillas pero que ya no quiere transmitir un sentido concreto a través de palabras, sino construir una superficie, un “entorno discursivo,” por ejemplo, para la mínima expresión de una casa en la que vemos a una persona. Podríamos equiparar a esta escritura que la rodea con un murmullo: algo está siendo dicho, pero no sabemos bien qué es, si acaso lo que tiene lugar ahí afuera es un peligro, una alerta, una disputa, una confusión de voces. En todo caso la grafía aparece como un espacio público ¿en conflicto?
En Dibujos Urgentes hay casas que a veces forman ciudades, vistas panorámicas, o planos detalle. Hay personas y hay un lápiz con poderes que aparece cada tanto y que tiene la capacidad de transformarse en otros objetos y asumir funciones como la de ser un cameo del autor.
Dibujos Urgentes cuenta con un diseño y edición editorial a cargo de Paula Dreyer y Susana Alonso.
Un espejo rodeado de pequeñas luces refleja un rostro relativamente desconocido en Hollywood. Era 1950, y hasta entonces la joven Marilyn Monroe sólo había protagonizado una película, Ladies of the Chorus, que fracasó y terminó con un contrato rescindido. Sus demás papeles habían sido pequeñeces, pero ahora estaba allí, en alguna parte de Ohio o Kentucky, y el afamado director John Houston estaba esperándola en el set, dispuesto a que su cámara la filme. Esta vez sería diferente, habrá pensado la actriz.
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