Los hombres a veces me dan ternura. Y no es cuando tratan de vencer ellos solos al mecanismo del calefón o cualquier otro electrodoméstico que se rebele, ni cuando finalmente nos dan la razón como merecemos. No, hablo de otra cosa. Me surge ternura al verlos afrontar con lo que tienen ‑o lo que pueden- sus debilidades masculinas. Sus años, sus canas incipientes, sus kilitos de más. Su dificultad evidente para convertir. Para lograr que el bólido esférico llegue al arco. Sí, de eso hablo. De hacer gol.
El otro día me tocó estar (un ratito nada más) en el típico asado de “lo´ vago ´el fútbol”, un día de semana. Una reunión festiva del equipo, que no está en sus primeros encuentros deportivos, sino más bien entrado en el marcador… del tiempo. Seis o siete apenas, pero ya se sabe cómo es la vida del jugador amateur: inestable.
Desde la convocatoria, el tema en el que todo convergía era el fútbol, así que no es de extrañarse que la charla fuera y viniera por una variedad de aspectos, volviendo metódicamente al deporte de masas. Y así empezaron…
– A nosotros nos falta aire‑, dijo uno, mientras se ufanaba con un pedazo de vacío bien cocido. El silencio de sus pares le daba pie a seguir…
– Aire. No puede ser que nos pase lo del otro día, cuando jugábamos con Contadores Privados. Nos quedamos ahogados a la mitad del tiempo y ahí ellos aprovecharon.
– Además, tendríamos que haberlos mareado un rato para después arremeter, pero no, gastamos todo en el principio‑, se quejó Maleta, entre bocado de chorizo y traguito de vino tinto buena marca.
Es que en los albores de la temporada 2010, el tema que preocupa a los veteranos por igual es hacer un papel decoroso. Arrimar a la punta (aunque suene horrible). Así que entre costillitas y morcillas, había un torbellino de ideas.
– Saben que el año pasado, el entrenador Pepito los hizo salir muy bien a los muchachos de Abogados Pobres. Les hacía hacer natación dos veces por semana. Dicen que eso equivale a correr dos partidos…
– Sí, eso es verdad…- coincidió Oaky, dedicado a la ensalada.
– Hay que salir a correr a la Costanera
– No, la costanera no, que te hace bosta las rodillas…- protestó Tirón de Cuádricep.
– Pero te compras una buena zapatilla… Los de Vecinos del Barrio hacen eso, corren dos costaneras…
– Sí, eso hacía yo en el 2008‑, dijo el buen alumno de la velada, a quien de cariño los muchachos apodaron con el nombre de una especie arbórea de fuste.
– Ah, si? Y cómo te fue ese año?- desafió Dedito Acusador
– Ese fue el año que me echaron de Vendedores de Panchos, te acordás?
– Ah, qué vivo
– Che, y gimnasio?- dijo un creativo, a punto de descubrir la pólvora.
– No gimnasio no, ni se te ocurra. A nuestra edad, gimnasio un mes antes, es para esguinzarse. No alcanzas a elongar todo lo que tenés que elongar y después cagás al primer partido…
El silencio se hacía entre los comensales / jugadores, no se sabe si porque el asado estaba bueno o porque no encontraban solución al problema de fondo. Conste que para mí el fútbol es solo en TV y para descansar la vista, por el verde de fondo. (Al contrario que el tenis, que me hace soñar con el azul). Sin embargo pude percibir que los que hablaban en la mesa del asado no eran machos presumiendo de sus dotes. No eran jóvenes cargados de testosterona, haciendo alharaca y prometiendo destrozar a sus rivales. No. Eran hombres con la edad suficiente como para conocer sus debilidades, y saber que en la cancha no se gana de casualidad y a veces ni siquiera con habilidad. Eran también hombres que no se resignaron a quedarse en el banco de suplentes o a que su experiencia del fútbol sea plasma de por medio. (Ojo, pantalla de plasma, digo, no transfusión de plasma).
– Y si nos juntamos a jugar entre semana?- propuso Bala Perdida
– Eso no cambia nada. A esta altura, tocar la pelota una vez más o menos por semana no cambia nada- cerró PinchaGlobos
– Yo creo que tenemos que hacer más asados entre semana- aportó el de nombre de árbol.
– Yo tengo que adelgazar– mencionó de la nada Ursini, acariciándose la panza, como quien habla de escalar el Everest
– Lo que pasa es que vos no desayunás. Yo hacía así como vos y al mediodía devoraba. Pero ahora me tomo unos diez minutos para comer algo y no sabes cómo cambié…
– Sí. Desayunar y tomar agua.
– Mi hermano le compró a la mujer una juguera centrífuga–.
(A los muchachos, la tecnología siempre los atrae).
– Eso debe estar bueno, no?
– Mas o menos… Te lleva mucha fruta
– Sí, che?
(En estos temas, debo decir que las mujeres les llevamos mucha ventaja a los pobres varones, que de repente se las ven con los efectos del tiempo. Nosotras venimos practicando trucos anti age y acumulando tips nutricionales desde que nos salió el primer granito en la frente y desde allí a hoy, algo hemos aprendido. Tomar agua es lo básico).
A esa altura, yo me había metido un par de veces, proponiendo actividades físicas como spinning y otras. Entonces me explicaron:
– Pero fijate vos lo que es esto, cuantos somos hoy? Seis Y así es siempre.
– Lo´ vago son terrible´-, aportó Dedito
– Es que nadie aparece. Y vos no podés ponerte los botines sólo los sábados. Pero es así. Tuvimos entrenador nosotros. Hasta gimnasio y nutricionista, tuvimos. Pero nadie iba…
– No se comprometen, es al pedo…
– Y bueno, así tenemos que arreglarnos
– ¿Alguien quiere una tapita de asado, que está mortal?
– Yo, yo…
A los hombres el fútbol los puede. Jugaron al fútbol desde chiquitos y fue con una pelota en los pies que conocieron a sus mejores amigos. Pero resulta que al principio parecía realmente que era cuestión de esmerarse un poco y cualquiera era Maradona. Pasaron unos añitos y el deporte amado los pone contra las cuerdas de sus límites físicos. Sería comparable al jean de las mujeres (“Pensar que ESTO me entraba!”).
Y eso me da ternura. Verlos ahí, tratando de surgir, ya no con lo que quisieran, machos agresivos, sino con lo que tienen, con lo que pueden. Ayudándose entre ellos, a su modo: “serás un tronco pero te quiero igual”. Dándose consejos. Extendiendo manos solidarias al jugador maleta, que se merece todo tipo de puteadas en la cancha, pero en el tercer tiempo tiene su lugar reservado. Alcanzándose a tiempo un frasquito de aceite verde. Haciendo causa común con el que se va de boca en el partido y a veces liga. Comprendiendo la sorda frustración del expulsado… Cualquier semejanza con la película inglesa “Full Monty”… tiene mucho sentido.
Y ahí los dejé, en consideraciones técnicas sobre la liga y la liguilla, el arbitraje local y conseguir un arquero como la gente para el apertura. El fútbol, después de todo, no es lo mío.