Los ojos del abuelo Anselmo

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El hom­bre, con mucha difi­cul­tad, se aco­mo­dó en el sillón de mim­bre. La mujer se sen­tó y le acer­có la taza de té. Los dos tenían las manos des­can­san­do en los apo­ya­bra­zos. Mira­ban hacia ade­lan­te, hacia la calle.

Ella comen­zó a hablar de los hijos, de las difi­cul­ta­des que tenía  para estar al día de las nove­da­des vivien­do tan lejos como vivían. Las hijas escri­ben pero cuan­do los niños lo per­mi­ten, nin­gu­na pien­sa en noso­tros que que­da­mos tan  solos, nadie por el momen­to pien­sa en visi­tar­nos. Los mucha­chos por suer­te tie­nen tra­ba­jo, sí, no nos pode­mos que­jar, la mayo­ría se ubi­có bien, bueno a ellos los entien­do, tra­ba­jan mucho. Me gus­ta­ría estar  más cer­ca de los nie­tos, pero me bas­ta con saber que están sanos. Ellos saben que esta­mos tran­qui­los acá en el pue­blo, que vos dis­fru­tás del reti­ro, que ya tus ojos y tus manos pue­den des­can­sar. Pen­sé en encar­gar unos ves­ti­dos y man­dar­le a las mucha­chas, ya que no vie­nen. Podría­mos apro­ve­char y man­dar unos tras­tos que ya no nos sir­ven, a alguno de ellos segu­ro que lo apro­ve­cha. ¿Y el piano? ¿Pen­sas­te qué hacer? Ya no lo usás, los otros ins­tru­men­tos se los fue­ron lle­van­do ellos, de a uno, pero el piano…¿Y si lo man­da­mos a la capi­tal? Con la radio nos arre­gla­mos. Yo sé que te gus­ta que esté aquí por­que pen­sás que algún día van a vol­ver a tocar todos jun­tos, aun­que no me lo decís. Estu­ve pen­san­do sobre la con­ve­nien­cia de alqui­lar el local que ya no se usa. ¿Lo hablas­te con los mucha­chos?

Él mira­ba hacia ade­lan­te, su vis­ta roza­ba las pare­des del nego­cio, aho­ra vacío, pasa­ba por las casas de la vere­da de enfren­te, don­de vivían varios de sus pai­sa­nos, seguía hacia los cam­pos sem­bra­dos de buen tri­go don­de supo tra­ba­jar con sus bra­zos jóve­nes. Aho­ra se ale­ja­ba a la vera de la vía del tren, lle­ga­ba a la gran ciu­dad don­de esta­ban las voces, las risas y can­tos, los soni­dos de los ins­tru­men­tos que se habían ido con ellos, pero no veía a nadie. Siguió camino has­ta el puer­to, allí el mur­mu­llo ince­san­te de tonos cono­ci­dos, de espe­ran­zas com­par­ti­das, de mie­dos y sole­da­des. Siguió, mar, mar y más mar y lue­go el pue­blo, el pobre pue­blo y aque­llos ojos llo­ro­sos que lo des­pi­de­ron, pero no veía a nadie.

La sies­ta de ella se malo­gró con un rui­do seco y un esca­lo­frío.

Entró en el cuar­to de los mucha­chos y lo encon­tró en el sue­lo a él y al arma que nun­ca había vis­to en la casa.

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Oriunda de Moreno, provincia de Buenos Aires, se radicó en Posadas en el año 1976, en esta ciudad formó su familia y se dedicó a la docencia. Profesora de Letras, enseñó Literatura y Latín en el Instituto Antonio Ruíz de Montoya y en el Bachillerato Humanista Mons. Jorge Kemerer, colegio que dirigió durante 20 años. Cuando se alejó del mundo de los adolescentes, sintió necesidad de escribir. Lo hace desde la narrativa, a través de cuentos breves. En el año 2014, recibió el 2do. Premio en Narrativa, del concurso del “Libro de Oro y Plata”. No tiene aún libros publicados.