En un mundo de “charanga y pandereta”, donde hoy más que nunca, convive la “biblia junto al calefón”, algunas palabras tienen el poder cabalístico de imponer una autoridad semántica, que suele caer como una losa de mármol de Carrara sobre toda conversación o debate. Nos referimos al término “serio” y su derivado “seriedad”.
No hay partido político, sea aleatoria su ideología, que no llegue al poder para “hacer lo que se debe hacer… en serio”. Para Mariano Rajoy, un muy recordado jefe de gobierno español del PP, era su concepto fetiche. “Soy una persona seria…”, “Hablemos en serio…”, “Hay que hacer cosas serias…”, “Se debe trabajar en serio…”. Y así casi hasta el infinito. Lo “serio” era el remate de toda entrevista y discurso, el cierre inapelable. Denso, contundente, grave, un signo lingüístico macizo pero vacío.
¿Qué es lo “serio” o la “seriedad”? ¿Lo contrario al placer, a lo ligero? Veamos. Serio viene del latín gravis, seriedad de gravitas, severitas, severitatis. Gravis, siempre desde el latín, sería algo que pesa, pesado, se lo vincula con plata maciza, también bastante difícil de soportar, oneroso. Puede ser un olor nauseabundo, una carga agobiante, un sonido de muy baja frecuencia.
En el bar donde solemos parar “La barra de los Filósofos Serios”, se destaca El Griego. Buen tipo, su especialidad es etimologizar. Los otros días cuando nos trenzamos, tomando unas Hesperidinas con hielo y picando unos manises, El Griego nos ilustró: “Si aceptamos las traducciones establecidas, la palabra griega que se transcribe por «serio» (σπουδαῖος) se identifica generalmente con bueno y con el ideal del sabio”. Chupate esa mandarina, de ahí en más cada uno argumentó como si estuviéramos en el Ágora, que según El Griego viene de ἀγορά, asamblea, de ἀγείρω, “reunir”, y es un término por el que se designaba en la Antigua Grecia a la plaza de las ciudades-estado griegas (polis), donde se solían congregar los ciudadanos. A esta altura le entramos a una botella de caña Legui. O sea, nos tomamos la discusión “en serio”. Eso, que a la final nos “tomamos” todo.
Comenzando, en un orden que privilegia a las personas mayores, no pudimos dejar de lado a Sócrates y su controvertido uso de la ironía, método con el cual logró transformar a la “seriedad” dialógica en un elegante recurso de conocimiento. Sócrates, haciéndose el gil, fingía que no sabía lo bastante acerca de cualquier asunto. Asumía una posición circunspecta, entonces el interlocutor redoblaba su talante “serio” y se despachaba a gusto con su opinión soberbia. A partir de esta ficción de ignorancia Sócrates tomaba la palabra y lo machacaba con el ancho de basto. Así el que pretendía ser un serio despabilado, no sabía. Por el contrario, quien simulaba no saber, sabía. Actualmente, esto de la seriedad, es una cuestión de Estado. Nuestro ya mencionado Mariano Rajoy, con sus frases está a tope del listado de disparates, pero él no se inmutaba porque abría la boca para decir siempre “seriedades”, solo superadas, quizás, por ciertos políticos argentinos que no saben ni leer el teleprompter. Ironía socrática y comicidad libertaria.
La banda de Los Filósofos Serios arremetió con prudencia en la obra de Kierkegaard, quién consideró la seriedad religiosa como esencial. Formalidad y severidad. El filósofo danés promovía una mesura al hablar y usar las palabras. Su obsesión por la gravedad y la fiabilidad nos acercan a una perspectiva conductual donde prima la religiosidad ética. La seriedad estaría ligada a la noción de proyecto, de elección. No son posibles resquicios para coartadas con abogados de bufetes de alta gama. Sin esta máxima no hay vida subjetiva ni social. Duro y riguroso. Que bien nos vendría hoy tomar un poco de esta medicina.
En general, lo serio abarca a personas poco propensas a exteriorizar alegría o regocijo y en el arte, pues a obras cuya finalidad no es la mera diversión y que aspiran a ser consideradas con cierta importancia. Las cuales terminan siendo, casi todas, una paliza que nos mata de aburrimiento.
Regresando al latín, lo más cercano a lo “serio” sería lo “pesado”. Por algo un rey soportaba una “pesada” capa de armiño y un esclavo una “ligera” camisa de lino. Si nos metemos con Ionesco. El ser humano, prisionero de la necesidad, conecta lo serio con lo útil que a su vez puede convertirse en un peso inútil y agobiante. Todos atributos de la seriedad. Así nos transformaríamos en personas incapaces de reír y gozar. Pidiéndole permiso a Ítalo Calvino, lo serio sería esencial y su contrario lo inesencial o leve y ligero. Esta dicotomía generaría graves, pesadas y serias consecuencias para la literatura. Leeríamos y escribiríamos porque “deberíamos” hacerlo como una actividad cultural “seria”, no por el mero gusto de conocer y conocernos.
Caía el sol y El Griego, luego de la botella de Hesperidina y la caña Legui, le pidió al mozo una Ferroquina Bisleri y otro platito con manises. Ergo, la barra se dispuso a escucharlo con mucho respeto. Hete aquí que El Griego confesó que, durante su juventud, leyó a Sartre con mucho interés. El ser y la nada, su primera obra filosófica, que fue publicada en 1943. El francés boxea con Heidegger, algo lógico teniendo en cuenta donde estaba parado cada uno por aquellos años. Sartre fue audaz y se atrevió a plantear “una mala fe de la conciencia” desde el momento que se manifiesta un ser contradictorio, que se sume en la angustia por miedo a la libertad. En parte un cierto “espíritu de la seriedad” que mora en las cosas sería responsable de esta evasiva plenitud del ser. A los objetos que nos rodean, que alabamos como tótems, les conferimos ese “espíritu de seriedad”. El Griego señaló una 4×4 que pasó a toda velocidad frente a nosotros y, formuló un ejemplo casi procaz: “Ese pazguato se cree que pertenece a la gente de bien y seria de la ciudad, porque maneja semejante máquina monstruosa”. Cree que la justicia, el patriotismo o el amor filial son valores “serios” sólo en la medida en que él decida que lo sean. Pero en el fondo le aterra la idea. Porque eso sería asumir la libertad total y la angustia que ella acarrea, por el hecho de que no podría delegar la responsabilidad de su elección a nada ni a nadie. Y lo más probable es que al doblar la esquina atropelle a una niña. Pero ya sabemos, la justicia para la “gente seria” licuará su culpa. Porque el “espíritu de seriedad” es clasista, escamotea la responsabilidad moral de lo social, encuadrando a la gente como proveedora de servicios según unas jerarquías existenciales predeterminadas.
Nos pusimos todos de pie y aplaudimos a El Griego.
Yo, ante tamaña erudición, sólo atiné a decir: “Vieron que el Indio Solari en una entrevista en medio del lanzamiento de sus nuevos temas, habló de los Beatles, y dijo que las canciones de Paul como solista son un flan y que Elvis fue un cantante de Las Vegas ¿Es algo tan serio como para armar tanto quilombo?”.
Por Carlos Piegari para NEACONATUS